La biología, casi una filosofía de vida - Entrevista a Guillermo Folguera

Idioma Español
País Argentina

La filosofía de la biología es un campo de estudio que emergió durante los sesenta. El investigador del Conicet e integrante del Grupo de Reflexión Rural reflexiona sobre el quehacer científico, la necesidad de fomentar el compromiso social y el imperativo de redefinir horizontes.

GUILLERMO FOLGUERA, UN APORTE EPISTEMOLOGICO Y TRANSDISCIPLINARIO

Por Pablo Esteban

A menudo, se torna necesario suspender las evidencias, sacudir las bases y penetrar las superficies. ¿Con qué objetivo? Para recordar que, si bien la ciencia representa el abordaje hegemónico para concretar el formidable acto que implica “conocer”, existen otros espacios no institucionalizados en los que –también– se construyen saberes de enorme valor y calidad. Aunque el abordaje científico puede ser considerado como un camino utilísimo para interpretar la realidad social (incluso con todas sus normas, métodos y mecanismos de autovalidación), afortunadamente no es el único. Esta premisa, además de saludable, habilita la crítica interna, aquel ejercicio reflexivo que promueve las auténticas transformaciones. Porque si las sociedades se modifican, ¿cómo no se modificará la ciencia, considerada como un resultado bellísimo de la cultura? Para cumplir con esta meta, el regreso a los “grandes interrogantes” (sobre los orígenes de la vida y de la muerte, por ejemplo) es fundamental, pues genera un ejercicio emparentado con la labor filosófica.

Quién mejor que Guillermo Folguera para proponer respuestas pero además para formular preguntas a la ciencia. Es licenciado en filosofía, doctor en biología (UBA) e investigador adjunto del Conicet. Además, es docente y forma parte del Grupo de Reflexión Rural. Aquí, explica de qué manera el campo de la filosofía de la biología se plantea como una de las tantas salidas para cuestionar el modo en que se produce, circula y se accede al conocimiento en Argentina.

–Usted es biólogo y filósofo. No es algo muy usual. Cuénteme al respecto.

–Comencé con biología como carrera troncal y a la mitad del camino empecé filosofía en paralelo. Tal vez, como una manera de descomprimir aquellos enigmas para los que la biología no me otorgaba respuestas. Sin embargo, mientras estudiaba jamás pensé en realizar un aporte concreto al campo de la filosofía de la biología. Fue todo muy paulatino, mi trayectoria siempre fue un asunto vinculado más con azares que con causas.

–¿Qué tienen en común la biología y la filosofía?

–Nunca me lo habían preguntado, ya que en general se interroga por las diferencias. Las ciencias naturales y las humanidades son áreas diferentes pero tienen en común a la academia. Me refiero a las distancias que se tejen entre un profesional y el resto de la sociedad, a las formas de convalidar internamente un saber determinado a partir de papers y artículos de revistas, y todo tipo de circunstancias institucionales ya conocidas.

–¿Y más allá de la academia? Porque si se compara solo a partir de ese criterio, daría lo mismo que usted fuese filósofo, físico cuántico o veterinario.

–A priori no le encuentro semejanzas muy marcadas. Por ejemplo, una de las cosas que me llamó la atención de la biología es que puede haber mayor o menor acuerdo en determinadas teorías pero salvo en épocas de revoluciones, no se ponen en cuestión los paradigmas vigentes. Eso, en filosofía es muy distinto. La comunidad filosófica tiene vertientes que conviven y pujan por el sentido dominante. En síntesis, encuentro más diferencias que semejanzas entre ambas áreas.

–Los investigadores tienden a elevar el campo de estudio al que pertenecen como si fuese el único que existiera, a veces, en detrimento de otras áreas científicas. Pienso que contribuye a la segmentación y a la departamentalización de la ciencia. ¿Usted qué cree?

–Sí, por supuesto. Estoy de acuerdo. Por eso un campo como el de la filosofía de la biología contribuye a quebrar este esquematismo. Es un área de interés compuesta por personas que provienen de la biología y de la filosofía, y que registra aportes que no se identifican con ningún área en particular. La idea de comunicar la ciencia a partir del encuentro y de un lenguaje común que expresa objetivos compartidos y complejos.

–¿En qué momento emerge la filosofía de la biología?

–Es un campo que emergió entre las décadas del sesenta y del setenta. Si uno traza un análisis historiográfico, es posible reconocer una primera etapa vinculada a un programa reduccionista de la biología a las teorías de la química y de la física. Ese proyecto, en la década de los ochenta es criticado por intelectuales que plantean una tesis autonomista de la disciplina. En los noventa se produce una multiplicación de la filosofía de la biología, es decir, la biología reconoce su autonomía y explora nuevas áreas como la neurociencia, la biología celular, la ecología, la fisiología, etc. Por último, en la actualidad, afrontamos un proceso muy saludable en que la filosofía de la biología se pone en diálogo con problemáticas sociales y ambientales. Se realizan cruces muy importantes con la ética, la política y la economía. Ahí es cuando la ciencia se ocupa de los conflictos que experimentan las personas de carne y hueso, y se corre un poco del centro el interés por los análisis meramente teóricos.

–En este sentido, ¿qué tipo de aportes realiza la biología para mejorar la vida de las personas?

–Por ejemplo, en mi equipo de investigación se desarrolla una línea que pretende estudiar las políticas de conservación en relación a las áreas desprotegidas, así como también el modo en que se utilizan las teorías biológicas para justificar el suministro de psicofármacos en niños que presentan síndrome de falta de atención.

–¿Qué postura defendería un filósofo de la ciencia en relación a este último punto?

–La aproximación que proponemos desde nuestro grupo se relaciona con examinar si las teorías que se utilizan para legitimar dichas prácticas poseen avales científicos. Esto en relación a la consideración de los problemas éticos y políticos que conlleva. No creemos que las objeciones de la sociedad sean menores, pero tampoco queremos caer en la figura del científico como “vocero de las necesidades sociales”. En este sentido, es necesario exhibir las discusiones que se producen al seno de la propia academia.

–Si el científico no es un vocero de las necesidades sociales, ¿qué lugar debe ocupar?

–En Argentina, aún se reproduce ese discurso que coloca al científico como un individuo ajeno a la sociedad, que desarrolla una fuerte tendencia corporativa, que maneja un lenguaje críptico y que utiliza legitimantes de su propia práctica que son trascendentes a sus propios mecanismos sociales. Es decir, se suele acudir a elementos que reivindican el propio discurso científico que no son incorporados por la misma sociedad. La ciencia no responde a las necesidades y demandas sociales en muchos casos. Esto contribuye a pensar cómo el campo científico se ha tornado en una manera formidable de hacer negocios, en muchos casos, a costa de la salud y del bienestar colectivo.

–El corporativismo anula la reflexión y la crítica interna...

–Exacto, este modo de movernos no permite reconocer errores internos ni tampoco aceptar críticas externas. El punto de partida, desde aquí, no debe ser el trabajo del propio científico sino las problemáticas sociales o ambientales que ocurren a diario. Por ejemplo, al 15 por ciento de los chicos se les diagnostica falta de atención y, en general, se les suministra de modo directo drogas que disminuyen sus ansiedades. Desde nuestra aproximación, la solución médica mediante la receta de drogas nunca puede ser un punto de partida ni la primera solución. Por eso es necesario reflexionar sobre los propios problemas, observar –en este caso– si la falta de atención puede definirse como un inconveniente.

–Respecto a esta perspectiva que plantea en relación al quehacer científico, ¿qué piensa acerca de los procesos de edificación del conocimiento? Si tuviera que definir el modo en que se construyen los saberes que circulan en el espacio público, ¿qué diría?

–Cuando se plantea el interrogante sobre qué es el saber científico, se coloca el acento en muchas cuestiones que ubican a la ciencia como la única forma de acceder al mundo. Una forma de abordaje racional-empírica que respeta una lógica de hipotética objetividad. Esto desde cualquier punto de vista es cuestionable, pues, ¿de qué manera los sujetos sociales pueden desprenderse de las valoraciones sociales de su época para acceder a valores extrasociales y trascendentales? Desde aquí, los acontecimientos que se desencadenaron durante la segunda mitad del siglo XX pueden funcionar como una bisagra. Me refiero al surgimiento de un tipo de ciencia que ya no tiene los cánones de Galileo Galilei, Newton y Darwin, y que presenta un vínculo muy estrecho –cada vez más– con lo empresarial, que resignifica el propio devenir científico. Planificaciones de carácter global como el Proyecto Manhattan, la Revolución verde, la carrera espacial, el monstruoso Proyecto Genoma-Humano, cuyos logros científicos todavía no han quedado muy claros. Una ciencia asociada al mercado, motivada por los flujos de capital con carácter global y vinculada a lo tecnológico.

–Entiendo y comparto muchos de sus argumentos. En este marco, ¿cómo debería funcionar el sistema científico para superar estos inconvenientes?

–En principio, desarrollar una forma de vincular ciencia, tecnología, sociedad y ambiente que gesten como punto de partida las prácticas y las necesidades sociales. Luego, sería importante terminar con las estrategias monistas que sostienen que el saber es de un solo tipo, tanto en términos teóricos y metodológicos como experienciales. Es decir, se toma a la física como la gran disciplina y se piensa en el resto como meras emulaciones o reflejos. Se debería fortalecer la presencia de las humanidades. Sin ir más lejos, es inútil abordar los problemas ambientales sin la presencia de sociólogos o filósofos, aunque durante mucho tiempo este tipo de problemáticas solo fue abordada desde las ciencias naturales. Debemos pensar y sostener, básicamente, que no hay un modo único de hacer ciencia sino que existe, por suerte, una multiplicidad de formas.

moc.liamg@nabetseop

Fuente: Página 12

Temas: Ciencia y conocimiento crítico

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