La disputa sobre quién nos alimenta
Mucha gente, sobre todo en las ciudades, cuando se pregunta quién produce los alimentos, piensa en extensos campos y maquinarias, grandes empresas y supermercados. Muchos saben que esos alimentos no son los mejores, pero creen que son los que proveen la alimentación de la mayoría. Es un mito. Incluso la FAO (organización de alimentación y agricultura de la ONU) reporta que las granjas familiares producen 80 por ciento de los alimentos, lo cual reafirmó al inicio del Decenio de la agricultura familiar (2019-2028).
No obstante, un estudio reciente patrocinado por la propia FAO (Which farms feed the world and has farmland become more concentrated?, de Lowder S.K. et al, en World Development, 2021) afirma que la agricultura campesina solamente produce cerca de un tercio de los alimentos, una conclusión similar a la de otro estudio anterior (How much of the world's food do smallholders produce?, de Ricciardi V et al, en Global Food Security, 2018) en el que se basan parcialmente. Esto en parte se debe a la confusión de conceptos que ha creado la propia FAO sobre qué es agricultura familiar.
Pero lejos de ser un tema académico, el problema es que esos estudios se toman como referencia para definir políticas públicas sobre alimentación. Por ejemplo el artículo Lowder et al, concluye que existe una parcialidad en favor de la agricultura de pequeña escala y se debe apoyar mucho más con recursos públicos a la gran agricultura industrial.
La realidad es diametralmente opuesta: mientras la agricultura de pequeña escala sufre todo tipo de discriminación y escasamente cuenta con apoyo de programas oficiales, las cadenas industriales están subsidiadas directa e indirectamente a gran escala en la mayoría de los países.
Ante esta nueva posición de la FAO; un grupo de organizaciones que hemos investigado el tema por décadas, dirigimos una carta a ese organismo, planteando la contradicción de estas posiciones y exponiendo los múltiples errores en que se basan estos estudios. La carta y un documento más extenso explicando éstos con detalle se puede descargar aquí. La FAO no ha respondido.
Las trasnacionales de agronegocios están felices con los nuevos estudios. También fueron acogidos con entusiasmo por la prensa internacional y adoptados como referencia por fuentes de información muy acudidas y que se presentan como neutrales como Our World in Data, aunque ésta es financiada por la Fundación Bill y Melinda Gates, conocidos promotores de la producción alimentaria industrial, química y transgénica.
Según la investigación de Grupo ETC, Grain y otras organizaciones, más del 70 por ciento de la población mundial basa su alimentación en lo que provee la red campesina de alimentos, aunque esa red tiene menos de 25 por ciento de la tierra y agua agrícola. En contraste, la cadena industrial alimentaria, controlada por empresas trasnacionales, tiene y usa más del 75 por ciento de la tierra, agua y combustibles de uso agrícola a nivel global. Además, por cada peso que pagamos por un alimento de la cadena industrial, pagamos dos pesos más por los daños ambientales y a la salud que provoca esa cadena, un dato que estimó el Grupo ETC en 2017 y que volvió a mostrar un estudio de la Fundación Rockefeller en 2021 (“ ¿Quien nos alimentará?”).
La cifra de que 70 por ciento de la población mundial se alimenta por las redes campesinas, incluye en esas redes, entre otras, a la producción campesina e indígena, las y los pescadores artesanales, sistemas pastoriles, apicultura, agricultura de montaña y silvicultura tradicional, recolección y caza tradicional, así como huertas urbanas. Todas esas fuentes, que son esenciales para proveer alimentos, son total o mayormente ignoradas en el nuevo estudio de la FAO.
Ese estudio (Lowder et al) sólo toma en cuenta la producción agrícola, no si ésta se consume, si es para alimentación y a quién llega; define además una medida única y limitada de superficie de tierra (finca campesina sería hasta 2 hectáreas sin importar el tipo de terreno, las condiciones ni las diferencias regionales); sólo considera la producción de cultivos (y algo de ganadería); no hace diferencia entre el valor nutricional de los alimentos, entre otras cosas (Ver crítica detallada aquí).
Aun así, con esos parámetros tan limitados, llegan a la conclusión que las fincas pequeñas (menos de 2 hectáreas) cultivan 35 por ciento del alimento mundial con 12 por ciento de la tierra agrícola, lo cual por sí solo muestra que son mucho más productivas en alimentos que las grandes instalaciones.
Tampoco toman en cuenta que en agricultura industrial, pese a producir grandes volúmenes por hectárea, una gran parte no va a alimentación, sino a agrocombustibles, forrajes y otros usos industriales, además de conllevar un alto nivel de desperdicio (hasta 50 por ciento según otros reportes de FAO) en campo, transportes, supermercados y hogares. No consideran tampoco el desperdicio causado por la comida industrial que no alimenta, sino que produce malnutrición, obesidad, diabetes, hipertensión, etcétera.
El tema de quién y cómo nos alimentamos es vital para todas y todos. Conocer, apoyar y afirmar a las redes campesinas, que son quienes realmente proveen el alimento de la mayoría de la población es fundamental, a todos los niveles.
Silvia Ribeiro es Investigadora del Grupo ETC
Fuente: La Jornada