La crisis alimentaria del capitalismo global en tiempos de pandemia
El surgimiento de la pandemia global ocasionada por el virus SARS-CoV-2, causante del covid-19, ha develado en detalle la crisis de un sistema alimentario global que es altamente sintomático en la Venezuela bajo asedio. Además, ha servido para alentar de nuevo un debate que no claudica: entre la seguridad alimentaria, que se basa en garantizar el acceso a los alimentos, su disponibilidad, uso y estabilidad; y la soberanía alimentaria que es el derecho de los pueblos, sus países o uniones de Estados a definir su política agraria y alimentaria, sin dumping frente a terceros países.
INTRODUCCIÓN
El asedio y bloqueo aplicado contra la población venezolana es una demostración palpable de cómo el capital transnacional busca asegurar el control de lo que comemos, entre tantas facetas de la vida, para lograr mayor control político sobre la fuerza de trabajo. Para avanzar en dicha tarea inoculan el discurso del atraso tecnológico y expresiones racistas o colonizadas que denostan de elementos fundantes de la cultura nacional como el conuco. El conuco en sus diversas expresiones no solo se contrapone al capitalismo por no formar parte de su lógica controladora y concentradora, sino que, a contrapelo, se deslastra de su capacidad generadora de crisis, esa que hoy en día pone en peligro inminente la existencia de algunos ecosistemas así como las posibilidades de vida humana en el planeta.
Este escrito pretende exponer el rol del conuco ante la crisis global, que además se expresa en la crisis del rentismo en Venezuela, en función de la información científica acopiada y del pensamiento que se construye desde la Revolución Bolivariana. No se trata solo de un entramado de técnicas agrícolas y cifras ambientales, sino de analizar la necesidad de avanzar en la construcción de un concepto cultural que atraviese nuestra identidad; partir del cruce de la información y reflexiones se muestran evidencias contundentes del colapso al que nos lleva el despliegue del sistema urbano-agro-industrial a escala global.
EL CICLO PERVERSO DE LA MALNUTRICIÓN, ESCLAVITUD Y MUERTE:
¿CÓMO ENTRA EL COVID-19 A LA ESCENA ALIMENTARIA GLOBAL?
Las medidas de confinamiento y cierre de fronteras como prevención ante el covid-19 han causado disrupciones que afectan tanto el suministro de alimentos como su demanda y logística de distribución, lo que es grave en países que dependen altamente de importaciones desde largas distancias. Esto ha obligado a los gobiernos a buscar el difícil equilibrio entre las restricciones a la movilidad y la garantía del acceso tanto a este bien común y otros como energía y agua. Por su parte, el capitalismo global ha echado mano de su adicción a las crisis para provocar compras compulsivas, especulación en las cadenas cartelizadas con productos básicos como las hortalizas, haciendo subir los precios en los mercados de abasto. A causa de un sistema globalizado que produce riqueza para pocos y pobreza para muchos, se acelera el ciclo de empobrecimiento, malnutrición (obesidad versus hambre), alta densidad poblacional, alta movilidad, altas tasas de contagio y muerte. Según el informe de la FAO: “Seguridad Alimentaria bajo la Pandemia de COVID-19″[1] preparado para la CELAC, el principal riesgo en el corto plazo es no poder garantizar el acceso a los alimentos de la población que está en cuarentena para evitar la propagación del virus y que, en muchos casos, ha perdido su principal fuente de ingresos a causa de los despidos masivos.
Mientras tanto, según el mismo informe, la desigualdad ha estimulado que casi un tercio de la mortalidad total a nivel regional sea por enfermedades no transmisibles como las cardiovasculares, diabetes y cáncer (condiciones de riesgo letal ante el covid-19) a causa del envejecimiento, la globalización (Tratados de Libre Comercio e imposición de importaciones), la urbanización y el aumento de la obesidad y la inactividad física. Además, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) [2] reporta que casi uno de cada cuatro adultos es obeso y el sobrepeso afecta al 7,3% (3,9 millones) de los niños menores de 5 años, una cifra que supera el promedio mundial de 5,6%. Dice Rob Vos, del International Food Policy Research Institute (IFPRI) [3]: “Si las personas solo consumen este tipo de alimentos [trigo, arroz y maíz], aumenta el riesgo de sufrir consecuencias adversas para la salud, así como el de presentar síntomas en caso de infección por covid-19”.
Se trata casi siempre del forraje, no alimento, que el mercado vende para saciar a la clase trabajadora que vive hacinada en barriadas populares y “soluciones habitacionales” diseñadas para que la alimentación sea exógena. El aumento de la subalimentación en América Latina y el Caribe lo ha impulsado el hambre en Suramérica; entre 2014 y 2018 pasó de 19 a 23,7 millones de personas, del 4,6% al 5,5% de la población, y ya concentra el 55% de los subalimentados en la región. En 2019, la región registró 18,5 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda a causa de factores económicos y climáticos, cifra que se concentra en ocho países. La débil sostenibilidad de las empresas afecta el nivel de empleo, los ingresos familiares y el acceso a los alimentos, lo que se profundiza a medida que se prolongan los periodos de inactividad económica. Con personas que pueden comprar menos por tener menos ingresos (se proyectan 11,6 millones de nuevos desempleados), altos precios y un estancamiento de los programas de protección social, los hogares pobres destinan el 70% de sus ingresos a la alimentación, lo que provoca que su seguridad alimentaria sea “especialmente vulnerable” ante las perturbaciones en los ingresos.
EL PAÍS MINA: ACUMULACIÓN PARA POCOS Y DESPOJO PARA MUCHOS
Venezuela no escapa a esta realidad, su problema de dependencia e inseguridad alimentaria contiene tantas aristas como las que tiene el rentismo, pues van de la mano. A este país le fue impuesta ―desde fuera y con complicidad interna— la condición extractiva de la agroexportación, era un país monoproductor de café y cacao porque así lo definió la división internacional del trabajo. Dice el investigador académico y escritor Mario Sanoja Obediente: [4]
“El pueblo venezolano irredento, excluido, creyó que la independencia política conquistada en 1823 representaría efectivamente su liberación social definitiva, pero con la Tercera República la nueva forma de oligarquía latifundista y, posteriormente con la Cuarta República, las diversas expresiones de la oligarquía neocolonial proimperialista asumieron y practicaron el papel opresor y reaccionario que había caracterizado su expresión oligárquica colonial, bloqueando todo intento de modernizar y democratizar la sociedad venezolana”.
De allí que el diseño dependiente y “alimentariamente inseguro” no proviene de una población floja y sin iniciativa, sino de un modelo basado en el saqueo de tierras a la masa campesina venezolana, incluso a la incipiente clase media de bodegueros y pequeños comerciantes, configurado y ejecutado mediante el ajuste liberal que significó la Ley del 10 de Abril de 1834. Con este instrumento legal el Congreso favorecía la conducta usurera de los prestamistas y los banqueros protegidos por la clase dominante militarista que lideraba José Antonio Páez. Así se explica por qué nunca fue quemada física ni conceptualmente la Casa Guipuzcoana, también las causas de la Guerra Federal que comenzó en 1859.
El mismo Sanoja cuenta cómo, asesinado Zamora y terminada la Guerra Federal en 1863, la propiedad territorial agraria continuó concentrada en un grupo social dominante que se apropió de los mejores suelos como ocurrió durante la colonia española, el comercio exterior de materia prima barata se abrió con las Antillas, Europa (Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania) y Estados Unidos. A ello se sumó la concentración de la producción industrial que propició el paso de la industria ligera al capitalismo monopólico o financiero dominado por la industria pesada, la metalurgia, la fábricas de maquinaria y la industria minera, de allí a lo que Sanoja llama nuevo motor del capitalismo: el petróleo. Ello no revirtió la concentración de tierras por parte de la minoría oligárquica, sino que el abandono y el saqueo de la fuerza de trabajo tensaron la movilidad de las mayorías campesinas hacia las ciudades mientras un relicto quedó trabajando para los latifundistas en condiciones esclavas o apropiado de tierras de baja calidad, resistiendo, sembrando y criando bajo distintas formas de producción agropecuaria, entre ellas, el conuco.
AGROINDUSTRIA NACIONAL: ENTRE LA MARGINACIÓN Y LA DEPENDENCIA RENTISTA
Las últimas dos décadas de la historia agraria venezolana han estado marcadas por importantes transformaciones materiales y simbólicas en las que un modelo agroalimentario dependiente en buena medida de las importaciones —del mercado exterior, de las grandes industrias agroalimentarias propiciadoras de pandemias [5]—, ha moldeado la dieta de la población al punto de producir mucho forraje y poco alimento. La no tan nueva identidad posgomecista, apropiada para una nación petrolera, lapidó el pasado agrícola y borró de la identidad local toda forma de pensarnos no-petroleros. John D. Rockefeller, propietario de la petrolera Standard Oil Company, a través de su fundación generó programas de adiestramiento, docencia e investigación apoyados por universidades como Cornell, Minnesota y Harvard en Estados Unidos. Todos dirigidos a la expansión de una agricultura moderna y petrolera que marginó cognitiva y materialmente a los campesinos minifundistas y conuqueros que representaban “el atraso” frente a los empresarios latifundistas apuntalados por el modelo agrario cientificista, que representan al desarrollo y el progreso en el campo.
Las cadenas de supermercados, en torno a lo que el antropólogo venezolano Rodolfo Quintero llamó “ciudades petróleo” [6] ofrecieron un amplio despliegue de alimentos importados de Estados Unidos a través de los llamados “comisariatos” y, junto a la llegada de migrantes europeos, se produjo un cambio en la dieta del venezolano que favoreció las hortalizas y cereales procesados, productos de origen agroindustrial. Esto captó a una clase media que emergía en medio de la Gran Aceleración mundial [7] de la postguerra.
En ese proceso se fue extinguiendo el conocimiento tradicional que permitió que los esclavos de tiempos coloniales subsistieran por sus propios medios a través de la cultura conuco, esta privilegiaba el concepto de granja integral establecida para suplir las necesidades alimentarias por encima de la extracción para la comercialización. El modelo agroindustrial contó con inversión pública y privada en cereales y ganadería de doble propósito, altamente tecnificados para desarrollar un “paquete tecnológico” de insumos importados como semillas, herbicidas, pesticidas y maquinaria que privilegió a una actividad agrícola, ahora técnica, dependiente y conformada por propietarios de medianas y grandes extensiones.
Este implante propició una imagen de agricultura desarrollada desde el punto de vista tecnológico en un país suficientemente grande para mantener algunas empresas, importación de insumos, justificación de renta y control territorial, pero pequeña para que la alimentación de la población fuese dependiente de las importaciones y la posibilidad de que otros sectores accedieran a la renta proveniente de los hidrocarburos. Un cóctel de moneda sobrevaluada, capitales privados y burocracia del Estado permitieron que la distribución de alimentos no dependiese de la producción agrícola nacional, lo que generó un moderado sector agroindustrial altamente subsidiado por la renta petrolera en contraposición a una actividad agrícola muy restringida y marginal.
Como Venezuela registra cerca de 94% de población urbana, y la población rural dedicada a la producción agrícola en el campo no supera el 3%, la deficiencia de mano de obra agrícola obligó a recurrir a la seguridad alimentaria por medio de la importación de rubros esenciales y a ampliar la agricultura industrial altamente tecnificada que sustituye al trabajo humano por trabajo mecanizado, todo a partir de la renta por la explotación de materias primas. Con la llegada de Hugo Chávez al Gobierno, y la búsqueda de una reconfiguración del Estado mediante políticas de distribución de tierras y soberanía agroalimentaria, se vieron amenazados los intereses transnacionales en el agronegocio y las oligarquías locales enquistadas en el sistema agroalimentario nacional. Las élites, que fueron beneficiarias de la renta petrolera por décadas, desataron las tensiones que tuvieron como detonante el golpe de Estado de abril de 2002 y siguieron por los últimos 18 años hasta llegar a la arremetida total del halconato estadounidense, cuya cara visible es su presidente Donald Trump.
El otro fenómeno que envuelve al agro venezolano —más allá de las tensiones políticas, pero que coincide temporalmente—, es la crisis ambiental global. El usufructo creciente y justificado dentro de la máxima del progreso (entendido como necesario e inevitable) inició hace pocos siglos, sin embargo, la expansión del modelo civilizatorio occidental, con sus concepciones de la vida y su necesidad de apropiarse de la naturaleza, fue imponiéndose a todo el planeta a partir de la Segunda Guerra Mundial. El agotamiento del planeta en el último medio siglo refleja realidades alarmantes y evidentes no solo en el cambio climático global sino, en la alta tasa de extinción de especies, escasez en el acceso al agua dulce, acelerados cambios de uso de la tierra y acidificación de los océanos. Hoy se sabe que por cada dólar que se paga por un alimento industrializado se deben pagar otros dos en daños ambientales y a la salud [8].
SI EL CONUCO ES ATRASO, ENTONCES ¿QUÉ ES PROGRESO?
Una visión determinista hace creer que la evolución consiste en “mejorar” indefinidamente y que como especie podemos echar mano de un patrón de conocimiento llamado ciencia para que ello no se detenga. De allí que el discurso hegemónico vea a la naturaleza como algo dominable en donde permanece lo que se domestica y controla y lo que no es domesticable desaparece o es calificado de “salvaje”. Esto justifica el individualismo, el libre mercado y el racismo epistémico y fáctico. En tiempos en que alcanzamos un pico de todo[9], en los que se han agotado las fuentes convencionales de petróleo y, por tanto, de energía, la agricultura basada en el uso intensivo de monocultivos, combustibles y tecnologías privativas comienza a tomar forma de crisis no solo en los rendimientos netos, sino en todo su ciclo de vida.
La lógica concentradora del latifundio también es aplicada a la genética, los nutrientes, la energía, el agua, rutas y precios de los alimentos. Cada una de las fases y actores de dicho ciclo apunta a más agotamiento de la misma vida humana y no humana. Es así cómo la privatización de semillas, el acaparamiento de tierras [10] (land grabbing), la desertificación, el uso de transgénicos, la quema de combustibles para el traslado entre largas distancias, agotamiento y contaminación de acuíferos, la sobreutilización de fertilizantes inorgánicos, la deforestación para expandir la frontera agrícola, desperdicios de alimentos, abuso de biocidas tanto en la producción animal como en la vegetal, el hambre y la obesidad son efectos de un ciclo de vida que la amenaza. En contraposición, la agricultura familiar y comunitaria en sus diversas expresiones no solo favorece la biodiversidad en los paisajes en los que se desarrolla, sino que contrasta con el modelo de acumulación globalizado hegemónico y fragmentador que nos convierte en minas. La producción campesina apunta hacia la soberanía alimentaria mediante la producción local de alimentos saludables y la construcción de relaciones mutuales, no patriarcales y respetuosas de la diversidad en miles de comunidades, organizaciones y pueblos del mundo. Hay mayorías que no han declarado la guerra al resto de la naturaleza, persisten “esas otras lecturas del entorno en las que no hay más contradicciones que las del orden natural”, diría El Cayapo.
SI MENOS ES MÁS, ¿QUIÉN NOS ALIMENTA?
En un macroanálisis realizado por investigadores de la Universidad Karnatak de Dharwad [11] India, se reveló que los predios agrícolas de menos de dos hectáreas (Ha) constituyen el 85% del total de granjas operadas en el mundo; la mayoría está en Asia (87%), seguida de África (8%) y Europa (4%). En Asia, China representa la mitad de los pequeños predios agrícolas del mundo (193 millones), seguida de la India.
Las tendencias mundiales indican una disminución de las fincas agrícolas pequeñas en los países desarrollados, mientras que en los países en desarrollo se observa un aumento de las mismas. El tamaño promedio de los predios agrícolas en Asia y África es de 1,6 Ha, en comparación con 27 Ha en Europa, 67 Ha en América Latina y 121 Ha en América del Norte. Diversos estudios realizados en la India, durante las décadas de 1960, 1970 y años posteriores, han revelado que a menor tamaño de los predios agrícolas mayor fue la productividad, en concordancia con lo que concluyen organismos de las Naciones Unidas y a pesar de que algunos investigadores sostienen una opinión contraria. Uno de los argumentos en contra es que las superficies extensas pudieran tener mayor producción en relación con una menor inversión de mano de obra. En el caso de América Latina no sería extraño, dado el proceso de concentración en el que los grandes latifundistas tomaron para sí las mejores tierras con suelos de alta calidad, mejores accesos y pendientes que no constituyen mayor obstáculo mientras han mantenido a las comunidades campesinas marginadas o a su servicio.
La concentración tanto de bienes comunes (por ejemplo, el agua) como de recursos financieros y energéticos en latifundios aumenta la desigualdad, mientras que la distribución entre distintas familias es beneficio directo que disminuye los niveles de hambre, pobreza y exclusión. Por otra parte, las pequeños predios agrícolas han sido la principal base para la seguridad alimentaria y el empleo en países emergentes, aun enfrentando amenazas en cuanto a exenciones de parte del sistema global de mercado encabezado por la Organización Mundial de Comercio. Hasta lo visto pareciera que la solución sería distribuir tierras entre la gente y que cada familia con su predio sembrara de determinada manera; sin embargo, el concepto mercantiliza al alimento y al resto de la vida. De la experiencia no solo deben salir cifras que intenten equiparar al modo de producción capitalista en sus lógicas de masivas y masificadores, sino un modo de producción que no genere acumulación, que procure lo suficiente, que genere los bienes necesarios para vivir.
LA HUELLA AGRÍCOLA Y LA EFICIENCIA AL DEBATE
Los métodos llamados “agroecológicos”, basados en policultivos y predios pequeños o medianos, poseen mejor desempeño en la protección de la salud física y biológica del suelo, así lo confirma la investigación realizada por la Universidad de Ciencias Agrícolas Bangalore, de la India [12]. También son más eficientes en la captura de carbono evitando emisiones de gases de efecto invernadero y en la captación de nutrientes como nitrógeno y fósforo, cuyos ciclos en cuerpos de agua son alterados por la escorrentía de fertilizantes inorgánicos utilizados en la agricultura convencional. Estudios realizados en 13 huertos urbanos de Sydney, Australia, por la Universidad de Nueva Inglaterra, hallaron rendimientos promedio de 5,94 kg/m2: aproximadamente el doble del rendimiento de las típicas granjas comerciales australianas de hortalizas, aun cuando estos sistemas utilizaban la tierra de manera eficiente, los análisis económicos y de energía útil mostraron que eran relativamente ineficientes en el uso de los recursos materiales y laborales. La relación entre beneficios y costos demostró que, en promedio, los huertos urbanos tenían pérdidas financieras y la transformación de la energía útil era de uno a tres órdenes de magnitud mayor que muchas granjas rurales convencionales.
Patios productivos en Venezuela reportan entre 2 y 3 kg/m² (Cálculos de Ramón Mendoza [13]) mientras que monocultivos de maíz proveniente de transnacionales [14] como Monsanto o Pioneer rinden 0,3 kg/m². Si bien es cierto que el conuco requiere mayor inversión de tiempo y energía humana para el mantenimiento, también es cierto que es más provechoso el tiempo invertido en producir alimentos que el gastado en el traslado hacia las grandes ciudades por parte de mayorías dedicadas al sector de servicios o subempleados en el bachaquerismo o reventa de alimentos subsidiados.
UN IMPACTO INMINENTE… ¿PARA QUIÉN?
La crisis ambiental global está imbricada en la crisis sistémica antes descrita debido a que quienes controlan el sistema económico determinan, no solo la extracción de bienes de la naturaleza y de la humanidad, sino el empobrecimiento de las grandes mayorías en dicha tarea. El impacto es de tal dimensión y tan irreversible que distintos autores hablan de antropoceno o capitaloceno asumiendo que se equipara al de una era geológica. El acceso al agua potable es una de las más graves dimensiones de dicha crisis. Se espera que el número de personas que vivirán en lugares con escasez de agua aumente de 2 mil millones en 2020 a 4 mil millones en 2050. Asimismo, distintos modelos estiman la presencia de más sequías, inundaciones, huracanes e incendios sin control; tan solo las tormentas causadas por el cambio climático podrían llegar a inundar 3 millones de hectáreas de tierras agrícolas en zonas costeras [15].
Es determinante el impacto sobre las posibilidades de vida humana en el planeta por parte del sistema alimentario globalizado centrado en el monocultivo y la agroindustria, sobre todo su contribución a la crisis ambiental global, que no sólo incluye al cambio climático, sino muchos procesos geoquímicos de los que también depende la existencia sinérgica de sociedades y ecosistemas. Un estudio de la Universidad de Oxford realizado en 2018 [16] revela algunos datos sobre dicho sistema:
- Causa el 26% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) antropogénicas y un 5% más si se añade la agricultura sin fines alimentarios.
- Produce el 32% de la acidificación terrestre.
- Produce el 78% de la eutrofización (enriquecimiento excesivo en nutrientes de un ecosistema acuático).
- El mayor impacto está en la producción: 81% de las emisiones, 79% de la acidificación y 95% de la eutrofización.
- Usa el 43% de la tierra que no son desiertos o hielo.
- Dos tercios del agua usada por los seres humanos es para riego y su retorno a los cauces es menor que la de uso doméstico e industrial.
- El 25% de los productores más ricos generan el 53% del impacto global sobre la red de vida (o naturaleza).
- El impacto de los productos animales es mayor que el de los vegetales: carne, huevos, pesca y leche usan el 83% de la tierra y generan el 56–58% de los GEI y aporta solo el 37% de las proteínas y el 18% de las calorías.
- El 67% de la deforestación agrícola es para ganado.
El IPCC[17] pronostica caídas en los rendimientos de la producción agroalimentaria entre el 10% y el 25% para 2050 como resultado del cambio climático. La ONG Grain precisa que un 24,3% será en América Latina, 19,3% en Asia y 27,5% en África.
EL CONUCO COMO ECOSISTEMA VIVO
La agricultura local, en particular el conuco, se contrapone a este modelo agroalimentario de monocultivo industrial que está fuertemente asociado al avance de la crisis sistémica global debido a prácticas que obedecen más al derroche y la ganancia que a la eficiencia energética. Una de ellas es la cantidad de combustibles fósiles quemados en el transporte de alimentos en largas distancias que liberan toneladas importantes de CO2 a la atmósfera, mientras que el conuco dinamiza los mercados locales de rubros de temporada. Tanto las prácticas ancestrales como innovadoras, incorporadas por el saber local y popular, se contraponen al uso intensivo de fertilizantes inorgánicos que desconfiguran los procesos naturales del suelo. El quehacer conuquero permite la acumulación de carbono en la materia orgánica del suelo mientras el monocultivo la reemplaza por procesos biogeoquímicos que aceleran la producción de una importante cantidad de óxido nitroso (NO2), el GEI ocupa el tercer lugar como causa de calentamiento atmosférico.
Algunos ecosistemas, como los bosques tropicales, pantanos y humedales, acumulan más carbono que otros, lo que ha contribuido a estabilizar el clima durante decenas de miles de años. La quema de bosques y la deforestación para plantaciones de monocultivos revierten este proceso. El “sentido” físico-químico de las plantas y de la agricultura es transformar la energía solar en energía contenida en los azúcares y celulosa que pueden ser directamente absorbidas en los alimentos o transformadas por los animales en grasas y proteínas, por lo que aporta energía en las redes alimentarias. Sin embargo, la agroindustrialización ha generado una agricultura que consume más energía [18] de la que produce usando tractores, agroquímicos derivados del petróleo, fertilizantes, etc.
La producción integrada supera la separación de los cultivos y animales; si se acabara con la concentración de la producción animal, y la crianza de diversos animales se integrara con la producción de cultivos, se establecerían ciclos de nutrientes que aumenten la eficiencia de su uso dando un sentido ecosistémico a la actividad. Se eliminarían las emisiones de metano (CH4) y NO2 de los cerros de estiércol y las lagunas de oxidación, además de evitar el transporte masivo de alimento industrial para animales o de carne congelada alrededor del mundo. Se podría mejorar la calidad de la alimentación natural de los animales reduciendo la producción de CH4 proveniente de vacas, ovejas y cabras.
UN HORIZONTE MENOS
Los suelos son el inevitable punto de partida para producir alimentos. Millones de plantas, bacterias, hongos, insectos y otros seres vivos están permanentemente creando, componiendo y descomponiendo materia orgánica. La organización Grain [19] calcula que en los últimos 50 años el monocultivo ha causado una pérdida promedio de 30 a 60 toneladas de materia orgánica por cada hectárea de tierra agrícola. En total se han perdido entre 150 y 205 mil millones de toneladas a causa de la gran cantidad de desperdicios que ocasionan sus procesos. Agregan que utilizando las técnicas agrícolas sustentables como el conuco es posible aumentar progresivamente la materia orgánica del suelo en un promedio de 60 Ton/Ha en un periodo de 50 años, dos tercios del exceso de CO2 actualmente en la atmósfera. Ello además contribuiría a mejorar los suelos y la producción de alimentos, mejoraría la captura y retención de agua necesaria para la resistencia y resiliencia (aguante y flexibilidad) ante la crisis climática, que también es hídrica. Los suelos y los rellenos sanitarios emitirían menos toneladas de NO2 y CH4 a la atmósfera; esto haría a los fertilizantes progresivamente innecesarios porque los nutrientes se recuperarían. Al cancelar y revertir progresivamente las plantaciones de monocultivos apoyando sistemas diversificados que incorporen árboles y bosques, aumentaría la fertilidad del suelo mediante la incorporación de materia orgánica.
OPORTUNIDAD PARA "LO QUE TIENE QUE NACER"
El modelo que no termina de morir, pero que no deja nacer “lo que tiene que nacer”, ha contribuido con el despoblamiento del campo, el desplazamiento forzado, la persecución al campesinado y comunidades indígenas y, por ende, es un agente que produce pobreza no solo económica, sino social y cultural. La narrativa del progreso, impuesta por la vía de la Revolución Verde, se avocó a la tarea de borrar imágenes de la Venezuela que se alimentó del conuco durante siglos, erradicó la dieta y culinaria histórica y regionalizada, la agricultura como actividad familiar, la noción de ciclos cerrados para el uso adecuado de los recursos, la mesura y el cuidado, convirtiéndolos en aspectos negados, cuando no satanizados casi con saña. La agricultura campesina no solo se basa en la siembra de diversos rubros, sino que sus semillas son locales, con adaptaciones logradas por generaciones y representan un mosaico histórico y genético megadiverso, además propicia una diversidad faunística local más elevada, diversa y abundante, lo protege desde su estructura física hasta su fertilidad.
Hoy en día un país-mina como Venezuela pudiera verse beneficiado por los precios agrícolas de importación más bajos por efecto de la recesión en pandemia, pero las sanciones impuestas desde Washington y países satélites, sumadas a los bajos precios internacionales de los combustibles fósiles de los que depende su renta, reducen los ingresos y debilitan la capacidad de importación de suficientes alimentos en los mercados internacionales. Asimismo, depreciaciones sustanciales en la moneda nacional conducen a incrementos en los precios internos de los alimentos importados. El modelo agroindustrial venezolano, sujeto a los vaivenes de la renta, con sus continuas crisis expresadas en la negativa a ahondar hasta en su propia noción de “avance tecnológico” y su propensión a la dependencia, ha dado oportunidad a la actividad campesina durante las últimas décadas.
La contribución de la agricultura campesina a la alimentación de la población urbana no es desdeñable, el momento histórico cambió. Además, el conocimiento científico no puede negar el conocimiento histórico acumulado en la agricultura de las otras culturas. La crisis del coronavirus evidencia cuál es el trabajo indispensable para el mantenimiento de la vida y, en particular, el papel fundamental que desempeña el sector agroalimentario, evidencia las limitaciones y riesgos del modelo capitalista y de la cultura del consumismo rentista. La pandemia y las medidas adoptadas para contenerla ponen en jaque los patrones dominantes de consumo alimentario, organizado según las reglas de la globalización, a la vez que comer tubérculos, frutas, legumbres y hortalizas locales constituyen una protección nutricional contra el covid-19.
Por otra parte, las sanciones están ancladas en lesionar no solo el “derecho” al consumo, sino en violar el derecho a la alimentación y la justicia alimentaria, exigen impulsar tanto la producción como el consumo local en la actual coyuntura, así como defender la soberanía alimentaria como objetivo social prioritario. Apostar por una producción más territorializada en la que el consumo de proximidad genere beneficios tanto para la economía local como el pequeño y mediano comercio. El derecho a la alimentación y la justicia alimentaria se logran garantizando la equidad en todos los nodos de la red alimentaria, desde la producción al consumo, pasando por la transformación, la distribución y la comercialización para satisfacer las necesidades alimentarias inmediatas de las poblaciones vulnerables. Con el impulso y continuación de programas de protección social más eficientes, la profundización en el comercio justo y multipolar de alimentos, el mantenimiento de las redes de suministro nacional y contribuyendo a desarrollar la capacidad de los pequeños agricultores que, siendo el 30% de la población global y con menos del 25% de los recursos disponibles, llegan a los mercados locales con el 70% de los alimentos que consumimos los seres humanos.
Es fundamental el diseño de “lo que tiene que nacer”, no se puede dejar al devenir de los eventos, importante es para los pobres construir como clase el concepto de un país distinto al país mina, dice El Cayapo [20], colectivo venezolano que piensa la otra cultura. El conuco tiene esa característica que se plantea con Chávez: Una cultura, una forma de organizar la producción, una manera de adquirir conocimiento, una manera de trasmitir conocimiento, una manera de producir conocimiento, una manera de generar arte y una manera de producir otro tipo de arquitectura, es decir el conuco se concibe como otro dato cultural distinto al del capitalismo y a cómo lo marginó el capitalismo, que era a vivir en el ámbito de la miseria.
¿DESCENTRALIZAR LA VIDA COMO RUTA HACIA EL VIVIR VIVIENDO?
La construcción del conuco como cultura, rediseñando algunas poblaciones existentes y creando nuevas, permitiría que muchas comunidades locales puedan establecer relaciones sociales distintas que no estén mediadas por la acumulación practicada por los carteles transnacionales que hoy gobiernan el acto de comer. Lo táctico y lo estratégico pasa por formas de trabajo descentralizadas, pero articuladas en comunidades y organizaciones que participen y tomen decisiones sobre cómo generar el cambio; asimismo, se necesita de un conocimiento profundo de lo local, de los ecosistemas y condiciones, de las semillas y la biodiversidad, es decir, el conocimiento heredado de indígenas y campesinos.
Si la mayoría de los alimentos estuvieran disponibles en lo local entonces la base de nuestra nutrición serían alimentos frescos o procesados localmente y en casa; el procesamiento de alimentos sería doméstico o ligeramente industrial; el transporte de alimentos alrededor del mundo se reduciría, también los periodos de refrigeración antes o después de la venta; los envases de alimentos serían más sencillos y no dependerían tanto del plástico. Otras decisiones como disminuir progresivamente el consumo de productos agrícolas no alimentarios como el aceite de palma y el consumo excesivo de carne serían complementarias, también abandonando negocios como los agrocombustibles e implementando formas descentralizadas de producción de energía. En el caso venezolano se ha experimentado en los últimos 20 años el chantaje a la población por parte de empresas de agricultura industrial que producen mercancías para el mercado internacional en lugar de comida obteniendo una enorme acumulación.
La transformación más profunda y destructiva que conlleva el sistema alimentario industrial es la industrialización del sector ganadero que ha crecido cinco veces en las últimas décadas, contribuye a la crisis climática de un modo enorme y ha ayudado a provocar el problema de obesidad en los países ricos mientras ha destruido la producción local de carne en los países pobres mediante subsidios y comercio desleal. El poder corporativo se ha concentrado en mantener un sistema comercial creciente y en expansión que dice “crear empleos” cuando arrebata el plusvalor a quienes trabajan, entretanto provoca ámbitos rurales vacíos, ciudades sobrepobladas y la destrucción de muchos modos de sustento y cultura en el proceso, todo eso con el apoyo de sectores académicos y decisores cooptados u obnubilados con el imaginario del crecimiento infinito. Se debe planificar una transición que desconecte a las mayorías del sistema urbano-agro-industrial al que se tributa recibiendo a cambio la imposición de una cultura de la nada.
Es necesaria la experimentación en el territorio, abandonar la condición esclava con ilusión de libertad que impone la extracción basada en la quimera de una naturaleza infinita para apropiar al sentir y pensar de ese “íntimo ético” que han dejado las generaciones antiguas a través del conuco. Es la práctica y el hábitat la que define la conducta, por lo que el experimento y la transición deben tomar en cuenta que cada atadura que se rompa con el sistema actual traerá reacciones de su parte. Dice El Cayapo (op.cit) que “Es cómo devolvernos a la vida, como una cultura es la vida misma, y eso pasa por entender que somos seres biósferos, que somos una rama más de la vida, de esta vida sin negarla, el pensamiento del sistema actual niega la vida al negar la de los demás, al creer que solo nosotros somos vivos y determinamos quién puede ser vida y quién no”.
AGRADECIMIENTO
A Ramón Mendoza, Juan Manuel Mendoza y Francisco Herrera por sus aportes y orientaciones en la vida.
Referencias:
↑1 | FAO y CELAC. 2020. Seguridad Alimentaria bajo la Pandemia de COVID-19. Santiago, FAO. Disponible: http://www.fao.org/3/ca8873es/CA8873ES.pdf |
↑2 | Organización Panamericana de la Salud. (2017). Estado de salud de la población – Mortalidad en la Región de las Américas. Washington. Disponible en: https://www.paho.org/salud-en-las-americas-2017/?post_t_es=mortalidad-en-la-region-de-las-americas&lang=es |
↑3 | Guinaldo, S. (2020). Covid y seguridad alimentaria: consecuencias sobre la alimentación. Noticias de Gipuzkoa. Recuperado de: https://www.noticiasdegipuzkoa.eus/preguntas-respuestas-coronavirus/2020/08/01/coronavirus-amenaza-cadena-alimentaria-mundial/1046359.html |
↑4 | Sanoja Obediente, M. (2010). Historia Sociocultural de la Economía Venezolana. Caracas, Venezuela: Banco Central de Venezuela |
↑5 | Soberanía Alimentaria. Biodiversidad y Culturas. (2020) La agroindustria está dispuesta a poner en riesgo de muerte a millones de personas [Entrevista]. Recuperado de: https://www.soberaniaalimentaria.info/otros-documentos/covid-19/717-entrevista-rob-wallace [Consultado el 20 de octubre de 2020] |
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Fuente: Is Robinson