La contaminación genética del maíz mexicano: la biodiversidad en peligro, por Carmelo Ruiz Marrero
En 2001 se comprobó que el maíz transgénico se había usado como semilla y sembrado por campesinos que no tenían idea alguna de lo que era. “No es para menos. Se trata de contaminación en el centro mismo de origen de un cultivo de importancia mayúscula en la alimentación mundial, lo cual implica impactos mayores que en otras zonas, ya que la contaminación se puede extender no sólo a los maíces nativos, sino también a sus parientes silvestres”
Científicos de México, Canadá y Estados Unidos se reunieron el pasado once de marzo en el hotel Victoria de Oaxaca para un simposio sobre los efectos y posibles riesgos de la presencia de maíz genéticamente modificado (transgénico) en México. Desde 2001 se ha documentado la presencia furtiva de este maíz, creciendo en predios campesinos, primero en los campos del estado sureño de Oaxaca y más recientemente por todo el país. Este hallazgo puede tener serias implicaciones para la biodiversidad agrícola, pues el maíz es el tercer cultivo agrícola más importante del mundo (después del trigo y el arroz) y México es su centro de origen y diversidad.
Alejandro de Avila, director del Jardín Etnobotánico de Oaxaca, informó que los estudios arqueológicos más recientes señalan que el maíz fue descubierto y domesticado en Oaxaca hace diez mil años, no seis mil u ocho mil como se creía hasta hace poco. El maíz es considerado el logro agrícola más grande de la raza humana y el mayor tesoro que Cristóbal Colón llevó del continente americano a Europa. Hoy día se cultiva en la cuenca del Mar Mediterráneo, en África e incluso en China. Pero su centro de diversidad sigue siendo México, donde se siembra la mayor parte de las miles de variedades y cepas que son el resultado de milenios de paciente trabajo y experimentación por parte de campesinos. Estas variedades se desarrollaron buscando resaltar rasgos favorables como su valor nutricional, la tolerancia a suelos ácidos o salinos, la resistencia a sequías, heladas o vientos fuertes, su inmunidad a enfermedades, y otros. Hay una variedad que incluso fija su propio nitrógeno. No es nada extraño ver en una comunidad indígena en la Sierra Juárez de Oaxaca más variedades de maíz que en todo Estados Unidos.
Esta asombrosa diversidad lleva a agrónomos de todas partes del mundo a viajar a México para conseguir especimenes para mejorar sus variedades de maíz, razón por la que México es la sede del Centro Internacional de Investigaciones para el Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT). Las milpas de los campesinos mexicanos son por lo tanto un irremplazable recurso de biodiversidad agrícola, indispensable para la nutrición humana. Un disturbio social o ecológico en esa zona podría comprometer la viabilidad del maíz como alimento y poner en peligro la alimentación mundial. El CIMMYT, con todos sus laboratorios y depósitos de semillas, no puede reemplazar la densa y compleja madeja rural de relaciones sociales y ecológicas sobre las cuales surgen y se sostienen incontables variedades de maíz.
Esa mañana del once de marzo, mientras los invitados llegaban al hotel y se registraban para el simposio de la Comisión de Cooperación Ambiental, producto del acuerdo paralelo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los organizadores y los guardias privados contratados para proveer seguridad, lucían tensos y a la expectativa. Sabían que se aproximaba una protesta y que los manifestantes llegarían en cualquier momento.
El día anterior, grupos indígenas y ecologistas e intelectuales progresistas habían realizado un foro alternativo llamado Defender Nuestro Maíz, Cuidar la Vida. Temían que los expertos, generalmente favorables a la industria biotecnológica y sus productos transgénicos, declararan que la contaminación genética del maíz es un hecho consumado e irreversible y que de ahora en adelante los mexicanos se tendrán que acostumbrar a ella. Los participantes acordaron asistir al simposio el día siguiente para presentarles sus planteamientos y preocupaciones a los científicos y burócratas. Su admisión al simposio aún no estaba confirmada, pero irían de todos modos.
Entran los transgénicos
En 1996 se comenzó a cultivar maíz transgénico en Estados Unidos, y en unos cinco años llegó a constituir el 30 por ciento de toda la cosecha nacional de ese grano. Científicos y ambientalistas mexicanos expresaron preocupación de que este maíz estuviera entrando a México en las importaciones, con consecuencias inciertas para la biodiversidad agrícola. El gobierno respondió al año siguiente imponiendo una moratoria en la siembra de transgénicos. Pero la medida nunca se hizo cumplir y las importaciones de maíz continuaron sin control alguno. A la ciudadanía nunca se le dijo que ese grano no se debía usar como semilla.
Ya en 1999 el capítulo mexicano de Greenpeace había analizado muestras del maíz estadunidense que estaba llegando al país y habían dado positivo para contenido transgénico. El gobierno formó entonces un comité inter institucional, Comisión Intersecretarial de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados (CIBIOGEM) para examinar el asunto, que hasta el día de hoy no ha hecho nada, según denuncian los grupos de sociedad civil. La página Web de CIBIOGEM no ha sido actualizada desde agosto de 2003.
En 2001 se comprobó que el maíz transgénico se había usado como semilla y sembrado por campesinos que no tenían idea alguna de lo que era. “No es para menos. Se trata de contaminación en el centro mismo de origen de un cultivo de importancia mayúscula en la alimentación mundial, lo cual implica impactos mayores que en otras zonas, ya que la contaminación se puede extender no sólo a los maíces nativos, sino también a sus parientes silvestres”, advierte Silvia Ribeiro, del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC).
Este flujo genético “es contaminante y degrada uno de los mayores tesoros de México. A diferencia de la dispersión y flujo genético entre maíces nativos y variedades híbridas convencionales, no transfiere genes de maíz solamente, sino además fragmentos de genes de bacterias y virus (que nada tienen que ver con el maíz) cuyos efectos ambientales y en la salud no se han evaluado seriamente”.
“La contaminación de nuestro maíz tradicional agrede la autonomía fundamental de nuestras comunidades indígenas y agrícolas porque no estamos meramente hablando de nuestra fuente de alimentos; el maíz es parte vital de nuestra herencia cultural”, denunció el líder indígena Aldo González. “Para nosotros las semillas nativas son un elemento muy importante de nuestra cultura. Podrán haber desaparecido las pirámides, las podrán haber destruido, pero un puño de semilla de maíz es la herencia que nosotros podemos dejarle a nuestros hijos y a nuestros nietos, y hoy nos están negando esa posibilidad.”
Al año siguiente organizaciones ecologistas, indígenas y campesinas se querellaron ante la Comisión para la Cooperación Ambiental de América del Norte (CCA), un cuerpo inter gubernamental creado para remediar problemas ambientales causados por el TLC. El CCA acogió la querella y nombró un panel multinacional de 17 expertos para investigar el problema y presentar un informe con recomendaciones.
El panel recibió comentarios del público, pero sólo por Internet, lo cual indignó a los campesinos e indígenas. Después de todo, ¿Cuántas comunidades mixtecas o zapotecas en la Sierra Juárez tienen cafés de Internet? En respuesta al reclamo de participación auténtica, la CCA decidió realizar el panel en Oaxaca para llevar a cabo el simposio del pasado 11 de marzo.
Mientras tanto el gobierno Foxista hacía de las suyas. A fines del año pasado Víctor Villalobos, secretario ejecutivo de CIBIOGEM y coordinador de asuntos internacionales de la secretaría de agricultura, firmó a espaldas del Senado y de la ciudadanía un acuerdo internacional en el marco del TLC que da entrada legal a los transgénicos al país sin requisitos de etiquetado.
Conteo regresivo a Oaxaca
Un mes antes del simposio ocurrió en Malasia la séptima conferencia de la Convención de Biodiversidad, inmediatamente seguida de la primera conferencia del Protocolo de Cartagena, también en Malasia. El Protocolo, que entró en efecto el pasado mes de septiembre, es un acuerdo internacional para afrontar los posibles riesgos de los transgénicos. Durante la conferencia se armó un revuelo cuando el profesor Terje Traavik, del Instituto Noruego de Ecología Genética, presentó un estudio piloto que apunta a peligros a la salud humana inherentes a los cultivos transgénicos y al proceso mismo de ingeniería genética.
Al otro lado del mundo el día anterior, en Washington DC, la Unión de Científicos Alertas (UCS) había presentado un estudio que indica que las variedades de semillas tradicionales de maíz, soya y canola de Estados Unidos, usadas como referente y fuente de reabastecimiento por agrónomos y agricultores, están contaminadas con material transgénico. Tomados en conjunto, los estudios de Traavik y la UCS constituyen un contundente cuestionamiento a la industria biotecnológica.
En la conferencia del Protocolo de Cartagena las delegaciones de los países firmantes, tras grandes dificultades e intensas negociaciones, se sobrepusieron a las presiones de las transnacionales de la genética y llegaron a un acuerdo. El acuerdo requeriría que todos los productos transgénicos comercializados internacionalmente sean etiquetados. Pero ese acuerdo no llegó a nada porque a último minuto, justo antes de que se firmara, el jefe de la delegación mexicana, el mismo Víctor Villalobos de CIBIOGEM, dijo que encontraba el texto inaceptable. Hasta los propios miembros de la delegación mexicana lo miraron atónitos y boquiabiertos. Como el Protocolo funciona por consenso, Villalobos logró dar al traste con el progreso duramente alcanzado, y así las delegaciones tuvieron que irse a sus casas con un acuerdo diluido y emasculado, el cual deja el asunto del etiquetado en manos de los gobiernos. Si cada país va a hacer lo que le plazca, ¿entonces para qué un acuerdo internacional?, se preguntaron varios observadores.
La reacción de la sociedad civil mexicana fue fúrica. En el foro del 10 de marzo, los participantes suscribieron una denuncia contra Villalobos, exigiendo su renuncia. “Nos da vergüenza saber que en foros internacionales se acusa actualmente a México de hacer el trabajo sucio de las corporaciones transnacionales en perjuicio de otros países”, dice la declaración. “Villalobos no representa el sentir ni el interés de los mexicanos.”
Repudiaron también la “corrupción insoportable” de funcionarios que promueven los transgénicos a la trágala. “No nos interesa averiguar si reciben o no dinero de las corporaciones, si lo hacen por interés mercenario o por ignorancia e irresponsabilidad. No somos policías. Pero no necesitamos mayor averiguación para afirmar sin reservas que no nos representan y que no son capaces de entender nuestras realidades y aspiraciones y mucho menos defenderlas.”
Y para añadirle pique a la tensa atmósfera que se desarrollaba en vísperas del simposio de Oaxaca, llega la noticia de que los votantes del condado de Mendocino, en California, Estados Unidos, habían aprobado una medida contra los transgénicos.
Idiomas distintos
Finalmente llegaron los manifestantes al hotel Victoria: campesinos, militantes de Greenpeace, representantes de los pueblos indígenas y académicos e intelectuales comprometidos, todos entrando para registrarse en el simposio. Los organizadores sabiamente le dieron admisión a todos, y el salón de conferencias pronto se convirtió en una Torre de Babel. Los científicos, burócratas y periodistas, que hablaban inglés, español o francés, ahora estaban acompañados por indígenas hablando mixteco, zapoteco, chinanteco o cualquiera de las decenas de idiomas precolombinos que se hablan en la región.
Las diferencias entre ambas partes iban mucho más allá de la barrera lingüística. Era un choque entre maneras de pensar y visiones de mundo totalmente distintas e incompatibles. Los miembros del panel de la CEC hablaban en lenguaje altamente técnico y cada uno se confinaba a su especialidad particular. Pretendían discutir de manera separada los aspectos éticos, técnicos, ambientales y económicos.
Pero los indígenas y sus aliados, con su visión holística e integral, no aceptaron eso. Para ellos era antiético mirar los diferentes aspectos por separado. Ellos hablaron de la milenaria cosmovisión indígena, la espiritualidad, la cultura, los principios y deberes morales inalienables, el colonialismo, el neoliberalismo, la soberanía y la lucha. Presentaron interrogantes sobre los riesgos de los transgénicos y cuestionamientos sobre la agricultura industrializada y el poder de las transnacionales del agronegocio.
Los manifestantes exigieron el fin de las importaciones de maíz, transgénico o no, y que el gobierno cumpla con su deber ineludible de tomar medidas concretas para rastrear la contaminación genética y detenerla. “Solicitamos la solidaridad y el apoyo de cuantos libran, en otras partes de México y del mundo, una lucha semejante a la nuestra, para que se extiendan cada vez más los territorios libres de transgénicos”.
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