La caja del buen sueño. Subcomandante Insurgente Marcos
Cuentan nuestros más antiguos que los primeros dioses, los que nacieron el mundo, lo habían hecho casi cabal. Con eso querían decir que lo hicieron casi parejo, no había quien estaba arriba y quien abajo, la tierra no tenía propiedad, no tenía quien la mandara, ni papel que la dividiera ni dinero que la corrompiera. Y cuentan nuestros más antiguos que esos dioses primeros hicieron también a los primeros hombres y mujeres, los hombres y mujeres del maíz, y que desde entonces el maíz fue sagrado para estos hombres y mujeres, los primeros que poblaron estas tierras
Pero cuentan también que esos primeros dioses se cansaron, se hicieron a un lado y se descansaron porque habían trabajado mucho para hacer al mundo y para hacerlo cabal. Y llegaron otra vuelta otros dioses y otros y otros mientras el mundo seguía caminando como de por sí debe caminar, por abajo.
Y cuentan también que llegó un día en que unos de esos dioses, unos de los más primeros, entraron en gran alboroto y bulla porque algo habían encontrado y llamaron a reunión, a asamblea, a los hombres y mujeres de maíz. Ya que estaban reunidos les dijeron: "hay un problema, resulta que a los primeros dioses se les olvidó decirles que iba a llegar el engaño a poblar estas tierras". Empezaron a explicar estos dioses que iba a llegar un día el dinero y que con él, el poder iba a sembrar el engaño por toda la Tierra. "Ese día", dijeron esos dioses, "la noche se va a alargar por muchos años, por siglos. Cuando llegue el engaño del dinero a poblar la Tierra nada será lo que parece. Habrá engaño y parecerá que es verdad, habrá quien se diga originario de estas tierras y se venda al poderoso, habrá quien use nuestro canto, nuestra lengua, nuestro vestido, para simular que bajamos la cabeza delante del dinero. La noche será noche y el día también será noche, pero el engaño nos hará creer que ha cambiado. Y el engaño mayor que sembrará el poder del dinero será hacernos creer que siempre fue así y que nunca va a cambiar y en ese engaño vivirán mucho tiempo los hombres y mujeres de maíz, lo que nosotros llamamos los pueblos originarios de estas tierras, y así como el maíz en la sierra Huichola tiene muchos colores, también los pueblos y las pieles de las personas tendrán muchos colores, pero este engaño reinará sobre todos y todos pensarán que es verdad lo que es mentira. Durante mucho tiempo estará esto y grande será el dolor de nuestra gente y mucho llorarán nuestras mujeres, nuestros hombres, nuestros mayores y nuestros pequeños".
Quedaron todos callados los hombres y mujeres del maíz. Los dioses dijeron que nada podían hacer. Empezó una gran bulla en la asamblea de los hombres y mujeres de maíz. Que ahora qué iban a hacer, que cómo iban a saber cuándo iba a llegar el día en que el engaño iba a poblar la Tierra e iban a empezar el dolor y el sufrimiento para los hombres y mujeres de maíz. Los dioses dijeron que no sabían mero el día y no sabían tampoco cómo podían librarse de esa maldad que iba a llegar sobre la tierra, pero que algo podían hacer.
Hicieron un plan: "cuando llegue ese día del engaño y la noche sea larga y el día sea una mentira querrá decir que el día se ha cansado, que el sol ha quedado dormido y habrá que despertarlo. Para despertarlo se necesita el buen sueño, la buena memoria y el ánimo de lucha".
"Nosotros", dijeron los dioses, "lo que podemos hacer es ayudarles para que cuando llegue ese día sepan qué hacer". Y entonces, en la asamblea de esos hombres y mujeres de maíz, se sacó el acuerdo de qué iban a hacer los guardianes, los vigilantes para cuando esa noche llegara.
"El problema no es la noche", dijeron los dioses, "el problema es no dejarse engañar y no creer que es eterna, que nunca va a acabar. Para eso necesitan guardar el buen sueño donde el sol vuelve a nacer y donde vuelve a crecer el día pero ahora con verdad. Entonces, el mundo vuelve a ser parejo".
"¿Cómo vamos a hacer entonces?", dijeron los hombres y mujeres de maíz, y los dioses les respondieron, "elijamos entre ustedes a los más firmes, a los más valientes, a los más sabios, entonces a ellos les entregaremos el buen sueño del mañana cuando llegue esa noche". Inmediatamente los hombres que estaban en la asamblea dijeron "yo", "no, yo", y empezaron a pelear entre ellos a ver quién era el más valiente, el más firme y el más sabio.
Los dioses dejaron que se estuvieran peleando un tanto en la asamblea y por fin dijeron, "si nos dan oportunidad, podemos decirles quiénes son los más fuertes, los más valientes y los más sabios entre ustedes". Como no llegaban al acuerdo entre ellos dijeron, "está bien, que digan los dioses quiénes son".
Entonces los dioses eligieron a un anciano y una anciana y dijeron: "estos son los más fuertes, los más sabios y los más valientes de esta comunidad y les vamos a guardar el sueño en la piel para que llegado el día que haya que despertar los hombres y mujeres de maíz no olviden cómo debe ser el mundo cuando sea".
Se presentaron el anciano y la anciana frente a los dioses y trataron de meter el buen sueño en la morraleta y no cabía, lo trataron de meter en la bolsa del pantalón o en la camisola y tampoco cabía, lo trataron de cargar en las manos y no cabía y no sabían cómo hacer para guardar el buen sueño que iba a hacer que amaneciera de nuevo y entonces los dioses dijeron que es en la piel donde deben tenerlo, y dijeron: "a partir de ahora los ancianos y las ancianas llevarán la memoria del buen sueño para cuando amanezca". Y empezaron a ponerles en la piel, del rostro, de las manos y de todo el cuerpo ese buen sueño para que cupiera, y para que nadie supiera que ahí lo tenían aparecieron las arrugas en la gente mayor, que en realidad las arrugas que se tienen en la cara, en las manos y en el cuerpo guardan este buen sueño para recordarlo.
Cuando hicieron la cuenta dijeron que no bastaba, que era necesario también saber cuándo había que despertar. Los dioses ofrecieron entonces que alguien guardara el buen recuerdo y volvieron a pedir al más sabio, al más valiente y al más fuerte de la asamblea. Volvieron a pelear los hombres a ver quién era mejor, no llegaron a ningún acuerdo y le preguntaron a los dioses quién de ellos era el mejor, el más fuerte, el más valiente y el más sabio. Y los dioses eligieron a una mujer. "Ésta es la más valiente, la más fuerte y la más sabia de entre ustedes" y para que llegue el recuerdo del sueño que hay que despertar, lo pusieron en sus cabellos. Desde entonces, dicen los antiguos, las mujeres y los hombres de maíz reconocen en las mujeres indígenas a las más sabias en aquellas que trenzan su pelo. Es en la trenza donde se guarda este sueño por el que hay que despertar.
Cuando ya estaban por despedirse los primeros dioses que ya habían encargado en los ancianos y en las mujeres indígenas la caja donde se iban a guardar el buen sueño que iba a volver a nacer el nuevo mundo, les contaron la historia de cómo iba a ser, de cómo iba a llegar el poderoso, de qué color iba a ser su piel, lo que iba a hacer, cómo iba a sembrar el engaño, cómo muchos de nosotros, los indígenas, iban a venderse, cómo la mayoría se iba a mantener firme, cómo debía cuidarse la tierra porque en ella estaba el futuro y la vida de cada quien. Cómo iba a llegar el poderoso a ofrecer más engaños, cómo iba a llegar a decir que siempre habíamos estado así, cómo nos iba a vender y nosotros íbamos a comprar que nosotros como pueblos indios somos menos, menos sabios, menos fuertes, menos hábiles, menos personas, casi animales.
Dijeron que iba a llegar ese día y ese día llegó junto con los españoles cuando conquistaron estas tierras. Desde entonces, aunque hubo Independencia, aunque hubo Revolución, nosotros como pueblos seguimos siendo tratados con desprecio por nuestra lengua, por nuestro color, por nuestra estatura, por nuestra forma de ser. Y desde entonces algunos miembros de los pueblos indios se venden al de arriba y venden junto con ellos y con su alma nuestras danzas, nuestros colores, nuestras fiestas y nuestra lengua.
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En este tiempo que hemos caminado por los caminos de nuestra patria que es México y que hemos encontrado con pueblos indígenas, hemos tratado de decir y de escuchar esta historia de dolor. En todas partes hemos encontrado lo mismo, la misma indignación y la misma rabia porque nuestros derechos no son respetados, pero ahora hay algo nuevo. Ahora estamos enfrentando la destrucción de nuestras tierras, el despojo de lo que nos pertenece, de lo que nos dieron a guardar y a cuidar.
Dicen en las montañas de este país los hombres más viejos y las mujeres, que es necesario que la noche termine, que hay que destrenzar el pelo, que hay que hurgar en las arrugas y que hay que hablar ahora del buen sueño, que es necesario ya que acabe la noche del engaño que nos vendieron y que vuelva a amanecer y que el día esté cabal, despierto cuando le toca y dormido cuando le toca.
Dicen que si esto no ocurre la larga noche será definitiva y no habrá más tierra que poseer, tierra que cuidar ni tierra que querer. Dicen que si no despertamos de la pesadilla del engaño que nos vendieron, no habrá ya por qué luchar.
Cuento dicho al concluir un acto callejero de la Otra Campaña ante la Organización de Indígenas y Campesinos de Tuxpan, Jalisco, marzo de 2006Fuente: La Jornada, Suplemento Ojarasca 108 - abril 2006