La alimentación en manos del pueblo: el plan Pueblo a Pueblo de Venezuela

Idioma Español
País Venezuela
Reparto de la producción en la escuela de la cota 905 de Caracas. Foto: Pueblo a Pueblo

El sistema alimentario industrial funciona sin descanso. Se mueve gracias al petróleo; por tanto, su cuota de contribución al cambio climático es considerable. Lo que estimula ciegamente este sistema es su capacidad de generar beneficios para enriquecer manos privadas, a costa de empobrecer la vida y la tierra. Este es el corazón del mecanismo y sobre él actúa para desmantelarlo el plan Pueblo a Pueblo.

En Venezuela se ha ido consolidando un sistema alimentario al margen de la agroindustria y del capital cuyas claves son la organización de la población productora y consumidora, la planificación de la producción y los precios transparentes. Actualmente, más de 300 familias campesinas alimentan a 450.000 familias consumidoras en diez estados del país.

La manera capitalista de entender la alimentación y de acceder a ella se ha extendido por todo el mundo. Marcas, ofertas, modas, publicidad… Tras todo esto hay políticas que generan deuda y dependencias, expulsión de comunidades, pérdida de saberes y culturas, calentamiento global, privatización y deterioro de bienes naturales, destrucción de la biodiversidad, explotación laboral y hambre. Cuando el caos climático ya es una realidad, ¿podemos imaginar otro sistema alimentario? ¿Cómo podría organizarse?

Este año 2025 el Plan Pueblo a Pueblo de Venezuela cumple diez años. Hablamos con Laura Lorenzo, Patricia Novoa y Ricardo Miranda, tres de las personas que, desde diferentes estados, impulsaron una articulación de base que ha conseguido devolver el control de la alimentación al pueblo y generar autonomía aun con todas las incertidumbres que enfrentan.

La respuesta a una crisis es construir soberanía

Las tres personas que, junto con documentos e informes, nos ayudan a hilar todo este relato, proceden de las luchas estudiantiles y campesinas de los años ochenta y noventa en Venezuela, inspiradas a su vez en los comités de la tierra que pelearon en años anteriores por una reforma agraria que acabara con el éxodo de familias campesinas a los suburbios de las ciudades.

Venezuela, como tantos otros lugares del mundo, vio cómo sus patrones de consumo se transformaban por completo en la segunda mitad del siglo xx, pasando a depender de alimentos de origen externo y procesados. La llegada de Hugo Chávez al poder hizo que algunas demandas históricas se reconocieran y en 2001 se aprobó la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, que permitió la ocupación de más de 20 millones de hectáreas de fincas de familias terratenientes que estaban fuera del país. Solo en el estado de Yaracuy, donde vive Laura, el campesinado recuperó más de 110.000 hectáreas, aunque con conflictos y enfrentamientos. «En esa época me tocó ser delegada agraria de mi estado, la primera mujer en este puesto, que era un cargo importante», cuenta Laura, que decidió salir de las instituciones más tarde, en 2015, con una gran experiencia en el sector y cuando comenzaba «una etapa fuerte de guerra económica».

El bloqueo financiero y comercial impuesto a Venezuela en 2015 se materializó en las calles de muchas formas, una de ellas llegó a todas las pantallas del mundo: la falta de alimentos en las grandes superficies. «Cuando faltan esos alimentos se percibe la necesidad de volver a nuestra alimentación original, de recuperar los patrones de consumo que nos han permitido resistir. Así, un grupo de compañeros comenzamos a recorrer territorios netamente campesinos que, a pesar de las medidas coercitivas y el apoyo a la agroindustria, resistían con sus producciones tradicionales. Vimos aún más claro que había producción de sobra, lo que no había era una política de distribución». Esto los llevó a dar el paso de construir el plan Pueblo a Pueblo, que consideran que responde de forma lógica a un continuo histórico.

Organización y planificación

Patricia Novoa es otra de las impulsoras del Pueblo a Pueblo y una de las personas que articula relaciones entre el plan, la universidad y el estado. Para ella el plan es un «tejido orgánico de construcción permanente que busca revertir un esquema convencional capitalista y rediseñar espacios que contribuyan a la soberanía alimentaria del país». Relata que el camino recorrido no ha sido fácil, ya que Venezuela ha sido muy atacada y eso ha generado intermitencia en los planes y políticas públicas nacionales y una lucha constante contra el poder mediático interno e internacional. «Ha sido gracias a las iniciativas populares como hemos podido de alguna manera recuperarnos de todo lo que nos ha venido sucediendo de forma sistemática desde que fallece el comandante Chávez y asume el gobierno el compañero Maduro», afirma.

Una de las claves del plan es desmontar el modelo colonial de distribución, ya que el sistema productivo propio se mantiene, demostrando, como afirma Patricia, que «es la agricultura comunal la que alimenta el país, la suma del conuco, la milpa y la chacra». A partir de aquí, el plan elaboró lo que llaman la metodología de la «escalera de doble participación», donde quien produce y quien consume dejan de ser sujetos políticos diferentes para transformarse en uno solo. La clave es la organización y planificación en ambos lados de la escalera, algo que en Venezuela estaba ya muy avanzado, con las organizaciones campesinas en el lado de la producción y las comunas en el lado del consumo.

 Se siembra con base en necesidades y se centraliza la producción en centros de acopio.   

A partir del diagnóstico productivo, las familias consumidoras planifican sus necesidades de consumo por familia y a partir de ahí se planifica la producción. Si las familias piden berenjenas, se hacen los semilleros y de forma asamblearia se establecen las estructuras de coste, que se hacen públicas y siempre están por debajo del precio del mercado. Se siembra con base en necesidades y se centraliza la producción en centros de acopio, que a través de la distribución (buscando la máxima proximidad) llegan, a su vez, a las alacenas comunitarias de las zonas de consumo. Hay familias que hacen la solicitud por bolsas variadas de 5 o 10 kg (llamadas «combo») y hay lugares donde se descarga la producción en una cancha y cada quien se lleva lo que solicitó.

El campo, un sector golpeado

«Cuando entramos a los territorios, ubicamos las organizaciones existentes y les presentamos la metodología. No creamos organización, les damos profundidad a las que ya existen», explica Ricardo Miranda, quien, desde Caracas, articula relaciones con las zonas populares de la ciudad y con algunos ministerios. «Cuando llegamos a una zona de producción, la gran mayoría de familias se acoge al plan, porque supone robustecer la economía local y pactar precios, y esto da mucha seguridad. La metodología se adapta a cada territorio manteniendo sus fundamentos».

Ricardo, participante histórico en las luchas campesinas, explica que cuando el capital saca la producción de las comunidades hacia las ciudades la transfiere a los mercados mayoristas y a la dinámica de los intermediarios. Para esquivar este circuito tiene que haber planificación, organización y equipos de trabajo. «En todo este proceso no interviene para nada el estado, no estamos adscritos a ningún gobierno. Queremos que esto se visibilice a nivel nacional e internacional porque implica un nuevo modelo para la vida. Los alimentos como un derecho humano, no como una mercancía».

Hablar del campo en Venezuela es hablar de un sector muy golpeado. Las compañeras del plan nos cuentan que las estructuras que lo atendían con Chávez ya no existen y no hay políticas en el sector. «Ahora no tienen dónde colocar su producción, no tienen financiamiento, y se suma el aumento del precio del gasoil, que se debe en gran parte a las sanciones y al bloqueo. Prácticamente no tenemos salario en nuestro país, pero con una política de distribución acertada hemos demostrado que es posible hacer viable el trabajo. Nuestro pueblo está haciendo un esfuerzo enorme, está llevando sobre sus hombros este proceso de revolución y de cambio», afirma Ricardo.

Pueblo a Pueblo en las escuelas

Cuando el plan empezó a crecer, para Laura fue evidente que había que actuar en las escuelas. «El programa de alimentación escolar fue extraordinario en la época de Chávez, pero con el tiempo fueron entrando las mafias y pocos proveedores se encargan de la alimentación de todas las escuelas y no dan comida de calidad». Nació entonces, en 2018, el Pueblo a Pueblo en las escuelas, que proporcionaba frutas, verduras y hortalizas para garantizar almuerzos saludables, de procedencia cercana y sin intermediarios.

En 2019, el plan en las escuelas recibió el premio de las organizaciones populares reunidas en la Alianza Estadounidense por la Soberanía Alimentaria. La visibilidad que alcanzó hizo que el gobierno de Maduro concediera una asignación económica para que el programa de alimentación escolar siguiera la metodología Pueblo a Pueblo. «Hasta hoy, con muchas trabas burocráticas pero con el plan estabilizado, hemos atendido 283 escuelas de 7 estados, con más de 100.000 niños, niñas y adolescentes y más de medio millón de kg de rubros frescos repartidos. Además, ofrecemos acompañamiento para diversificar y equilibrar los almuerzos escolares e involucramos en ello a toda la comunidad», cuenta Laura. Para Ricardo, debería convertirse en una política pública que acabara de consolidarlo, sin la incertidumbre de que dependa de la voluntad del gobierno.

Consolidar verdaderos procesos de cambio

La metodología del Pueblo a Pueblo se complementa con líneas transversales, como las escuelas agroecológicas de campo, según Patricia, uno de los proyectos más importantes: «Es una forma de consolidar procesos formativos de transformación de la conciencia, de revertir las prácticas capitalistas y descolonizar las ciencias agrícolas». Allí se forma en la producción de semillas, bioinsumos y artes de pesca, en procesado de alimentos, crianza apropiada de animales y memoria histórica. Además, se organizan multitud de encuentros, ferias y festivales; y en todas estas actividades, así como en las unidades productivas, el liderazgo de las mujeres es muy visible.

Estas líneas transversales también están al otro lado de la escalera. Nos lo explica Ricardo: «Ciertamente, ahora mismo conviven dos modelos radicalmente opuestos de alimentación, por eso no se trata solo de llevar los alimentos a las familias, hay un trabajo de rearme ideológico. Pretendemos construir otra manera de relacionarnos y esto depende fundamentalmente de cómo se va creando conciencia en los territorios. Se trata de qué es lo que tiene que nacer y qué debe morir». 

 Lo que hay que impulsar es la metodología de la organización popular, no depender de esos agentes que buscan el lucro.  

A pesar del crecimiento sostenido del plan y sus logros, el equipo es plenamente consciente de todo lo que queda por delante. «Ahora estamos atendiendo una parte mínima de los territorios de nuestros productores, pero la mayoría siguen siendo explotados por el capital. Conversamos con el ministro de comunas y nos comentaba que el grave problema a resolver es ese, porque ellos producen y esperan a que lleguen los intermediarios. Lo que hay que impulsar es la metodología de la organización popular, no depender de esos agentes que buscan el lucro». Admiten que suena fácil, pero no han encontrado la fórmula para casos como la siembra de grandes extensiones, donde tienen toneladas de harina almacenada y no saben cómo colocarla. «Podemos llegar con la harina a la ciudad y ponerla a un precio bajo, pero no funciona así, no es la fórmula. Puedes vender una parte, pero ¿qué haces con el resto? Hay que planificar conjuntamente».

En algunos elementos, la filosofía del plan coincide con la del gobierno, pero la principal lucha en este sentido es en el enfoque agroecológico. «Confrontamos una crisis climática y nos reinventamos continuamente para diseñar nuevas formas de sembrar, de actuar ante ciclos de lluvia modificados, sequías extendidas, degradación de suelos, semillas transgénicas…», explica Patricia. «Dentro del Pueblo a Pueblo hay un proyecto bandera de rescate de semillas, también de manejo agroecológico de suelos, plagas y enfermedades y la sistematización constante de buenas prácticas. Todo esto es también parte del plan. Una forma antigua, rescatada y valorada de entender la producción, incorporando nuevos procesos que vayan en armonía con la madre tierra, con la participación de la comunidad, no depender de insumos externos y mantener procesos permanentes de formación».

Laura termina de pintar el escenario actual. Dice que vienen más sanciones y que la lucha por los recursos de Venezuela va a ser más fuerte. «Tenemos que estar preparados para la resistencia. Hemos demostrado que el pueblo venezolano tiene una capacidad de resiliencia muy grande y sabemos que la organización popular y autónoma es la lucha que tenemos que dar en este momento».

Fuente: Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas

Temas: Soberanía alimentaria

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