La agricultura en la mira: ¿quiénes están detrás de la agricultura biotecnológica? El ejemplo de la soja
Una vez que el modelo de producción de la “revolución verde” da señales de agotamiento, el capitalismo ha iniciado un nuevo patrón tecnológico basado en la biotecnología y en la manipulación genética, como mecanismo para elevar la productividad de los vegetales y animales y de esta manera aumentar las ganancias de las agro-industrias
Quizá el mejor ejemplo de aplicación del nuevo modelo constituye la Argentina soyera, como lo describe el informe del Grupo de Reflexión Rural.
En el 2003, Argentina fue después de Estados Unidos el país de mayor desarrollo agrícola basado en semillas transgénicas. Sólo en soya transgénica se sembraron en ese país entre el 2001 y 2002 cerca de 13 millones de hectáreas. Para el 2003 pasaron a ser 14 millones, las mismas que representan el 52% de la cosecha total de granos: 38 millones de toneladas, de un total de 70 millones.
En consecuencia, miles de hectáreas que se dedicaban antes a la variada producción de alimentos tradicionales, y a la producción lechera y de carne, han sido desplazadas y desaparecidas, y con ellas 200.000 productores entre 1990 y 2001 han sido expulsados a las ciudades, principalmente Buenos Aires.
(El negocio de Syngenta son varios tipos de plaguicidas y semillas que incluyen las transgénicas. Syngenta introdujo por primera vez el maíz transgénico en EE.UU. Según el mapa, Syngenta espera hacer negocio con la soya en el cono sur.)
El negocio del glifosato y el fin de la pampa argentina…
Como nunca antes, Argentina es hoy un país insumo-dependiente pues sólo de Glifosato, herbicida vendido por Monsanto, se usaron en el 2003 unos 150 millones de litros. Además, el monocultivo de soya transgénica, con la repetición irracional del sistema de siembra directa, sin rotación ni laboreo, con un uso obligado, continuo y creciente de plaguicidas, provoca una desertificación biológica del suelo, como se evidencia ya en grandes áreas de la pampa argentina y en otras menos fértiles.
Según comentarios del INTA (equivalente al INIAP) es previsible un escenario con el suelo pampeano agotado por completo en unos 30 años aproximadamente, como consecuencia del monocultivo soyero. Para el genetista vegetal argentino Walter Pengue el perjuicio que sufre su país por el empobrecimiento del suelo originado en el cultivo de soya es comparable a unos 2.000 millones de dólares anuales.
Por otro lado, las fumigaciones de los plaguicidas sobre estos cultivos se hacen sin discriminación también sobre las viviendas y sobre la población, con lo que se ha producido cáncer, lupus, alergias, púrpura y otras enfermedades vinculadas a la afectación del sistema inmunológico, en varias zonas.
Una agricultura sin agricultores
Otro aspecto tiene que ver con el proceso de concentración de la tierra que está despoblando el campo e imponiendo una agricultura sin agricultores, tanto por la destrucción de las unidades de producción llamadas “tambos” cuanto por la casi nula demanda de mano de obra: cada hectárea de soya apenas produce 1 puesto de trabajo.
El control de la alimentación
El complejo de la soya también uniformiza las prácticas alimentarias y de salud de millones de personas: en la Argentina de hoy, un 70% de los alimentos industrializados tiene fuertes proporciones de soya transgénica, ya sea como harinas, lecitina o como proteínas y aceites vegetales.
Más aún, se usa la soya para alimentar a los pobres con el programa privado Soya Solidaria, que puede considerarse un genocidio alimentario en la medida que afecta seriamente la salud. Sin embargo, organizaciones como CARITAS persisten en distribuirlo en los comedores de indigentes…
La soya transgénica no es un alimento apto para uso humano sino un componente del alimento balanceado de los animales y que numerosos informes pediátricos, nutricionales y hasta gubernamentales insisten en la inconveniencia de usar la soya para alimentar a menores de 5 años, a mujeres embarazadas, a enfermos, a ancianos, y a indigentes.
LA SOYA TAMBIÉN SE EXTIENDE EN BRASIL
Similar a Argentina, podría surgir el Brasil soyero. Desde 1998 este país viene aumentando su producción de soya en base a expandir la frontera agrícola sobre áreas naturales generando un fuerte impacto ambiental y pérdida de biodiversidad. Según el uruguayo Gerardo Evia, la soya brasileña es muy competitiva porque el costo bajísimo de la tierra prácticamente no cuenta, siendo ésta su “ventaja” principal. En otras palabras, el departamento del Tesoro de Estados Unidos subsidia a sus productores con dólares, y el gobierno de Brasil permite destruir la biodiversidad.
Todo esto tiene que ver con el plan de convertir al Cono Sur en una cuenca soyera con el impulso dado por el Banco Mundial, desde fines de los años 80 cuando identificó las tierras bajas bolivianas como lugar ideal para el cultivo de soya.
El BID hizo su parte diseñando la Hidrovía, un mega-proyecto rechazado desde hace años por miles de campesinos, pescadores, movimientos sociales y ecologistas, que busca conectar el sistema de ríos que confluyen en la zona del Paraguay-Paraná, dragando y alterando profundamente partes de estos ríos, para contar con una ruta fluvial apta para embarcaciones de mayor calado.
En esos mismos años, la empresa estadounidense Cargill, una de las mayores comercializadoras mundiales de granos, adquirió un puerto sobre el río Paraná para sacar la soya boliviana. Más tarde, otras dos empresas de EE.UU., American Comercial Barge Lines y Ultrapetrol S.A. se unen para establecer un puerto en Morrinhos, en el estado brasileño de Matto Grosso.
EL MAIZ Y EL GIRASOL, LOS NUEVOS PRODUCTOS EN LA MIRA TRANSNACIONAL
Antes de la proliferación de la soya transgénica no se realizaron estudios de evaluación de riesgos ni se respetó el principio de precaución, afirma Pengue, y advierte que las consecuencias de esas omisiones son en buena medida irreparables. Sin embargo, aquí no acaba el problema pues está por pasar lo mismo con el maíz y el girasol, productos en los que ya está puesta la atención de las corporaciones transnacionales, sin que el estado ni las universidades hagan los estudios necesarios antes del desarrollo de esa producción, pese a que están para eso.
Fuente: Boletín No. 2 ConSumo Cuidado con el Libre Comercio
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