Historias de mujeres indígenas que trabajan en plantaciones de palma
Las plantaciones de palma aceitera son uno de los espacios más inseguros para las mujeres, no solo por su vulnerable situación laboral sino también por el potencial de violencia y acoso sexual que las acecha.
Un lugar peligroso para las mujeres. Historias de mujeres indígenas que trabajan en plantaciones
de palma aceitera en Papúa
A diez metros de distancia vi a una trabajadora, parada, que cargaba un balde en la mano derecha y una hoz en la mano izquierda. Nos miramos fijamente durante unos momentos. Luego giró su cuerpo, como si nos estuviera esquivando. Robertus, uno de los residentes locales que me acompañó mientras realizaba una investigación de campo sobre los múltiples impactos de las plantaciones de palma aceitera en Anggai Village, le gritó: “Mama Maria, soy yo, Robertus”. Entonces ella miró hacia atrás, entrecerrando los ojos: “Ah, ¿eres tú, Robertus?” Resultó que nos había evitado porque pensó que yo era una funcionaria de la compañía realizando una verificación de campo, y le dio miedo.
Mama MY nos invitó entonces a ingresar a su bloque de trabajo, que era un tramo de plántulas de palmeras que tienen entre uno y dos años de edad. Las trabajadoras de la empresa PT. Merauke Rayon Jaya generalmente trabajan en los viveros. El vivero es una parcela en la que crecen las palmas aceiteras jóvenes hasta que son lo suficientemente grandes como para plantarlas en el palmeral. La tarea principal de estas trabajadoras es cuidarlas, regarlas, fertilizarlas y protegerlas de insectos y enfermedades. Casi ningún hombre está asignado a esta sección, ya que en su mayoría trabajan en la preparación del terreno, en la tracción en terreno (producción de los árboles de palma y reparación de transporte) y en la tala. Probablemente la razón de que las mujeres sean destinadas a los viveros parte de la suposición general de que son buenas para los cuidados.
En mis visitas conocimos a otras trabajadoras además de Mama Maria. Una de ellas es Mama PM, una mujer indígena de la tribu Awyu que ha estado trabajando en el vivero de PT. Merauke Rayon Jaya desde 2014.
La empresa ya deforestó el 10% del área total de la concesión, alrededor de 3.000 hectáreas, y la deforestación continúa hasta hoy.
PT. Megakarya Jaya Raya (MJR) es una subsidiaria del Grupo Menara, con sede en Malasia, con una concesión de 39.920 hectáreas de bosques. MJR ha estado realizando sus actividades en la zona de Kampung Anggai, distrito de Jair, Regencia Boven Digoel, Papua, desde 2013. La empresa ya deforestó el 10% del área total de la concesión, alrededor de 3.000 hectáreas, y la deforestación continúa hasta hoy. Esta empresa fue mencionada en una investigación transfronteriza de los grupos periodísticos del Proyecto Gecko, Mongabay, Tempo y Malaysiakini, como parte de una agenda de expansión de las mega plantaciones, conocida como el proyecto de palma aceitera Tanah Merah. Esta investigación revela los sucios métodos empleados por quienes, por intermedio del dinero, el poder y las posiciones políticas, controlan el destino de los bosques de Indonesia. (1)
La jornada laboral de Mama PM se extiende desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde. Cuando le pregunté cuál era su mayor motivación para permanecer en este trabajo, respondió: “Mama dejará de trabajar algún día, recién cuando mi hijo se gradúe de la universidad”. Su hijo acaba de ingresar al tercer semestre de especialización en agricultura en una universidad local y Mama PM está profundamente decidida a que su hijo se gradúe en agricultura. “Puede que yo no vaya a la escuela, pero los niños sí”. No quiere que su hijo sufra la misma suerte que ella: sin educación y trabajando como jornalera para la empresa de palma aceitera. Tiene la esperanza de que la educación pueda cambiar la vida de su hijo, aunque haya un alto precio que pagar.
Mama PM realiza todas las tareas del hogar antes de las seis de la mañana. A veces se las arregla para prepararse el almuerzo, de lo contrario, se queda sin comer y con hambre hasta que regresa a su casa. Para llegar a la plantación, lo hace caminando; la empresa no proporciona transporte a los trabajadores. Si fuera en moto sólo demoraría de 15 a 20 minutos en llegar a la plantación. Pero a pie, con un camino mayoritariamente de arcilla que se convierte en barro cuando llueve, tarda aproximadamente una hora. Todos los días pasa al menos dos horas caminando hacia y desde el lugar.
Mientras estaba en el vivero noté que solo algunas de las trabajadoras usaban botas de goma; el resto andaban descalzas y casi ninguna llevaba equipo de protección, como máscaras o incluso guantes. Esto es ciertamente preocupante, ya que las trabajadoras de la división viveros manipulan productos químicos peligrosos. Todos los días realizan actividades de fertilización con urea, NPK, Anderson y otros productos por el estilo. Especialmente cuando llueve, existe el riesgo de que los ojos o la piel se expongan a los químicos, causando irritación y picazón. ¿Pueden creer que no usan protección ni para sus manos?
En los primeros tiempos, la empresa todavía daba a los trabajadores algunas herramientas de trabajo para las tareas de plantación, pero últimamente ya no más. Los guantes amarillos descartables que se supone se utilizan en las actividades de fertilización, deben cambiarse todos los días, pero el personal de campo de la empresa no toma la iniciativa de reemplazarlos. “Somos nosotras quienes tenemos que preguntarles primero”, contó una mujer.
Próximo a una estructura de madera que sirve de lugar de descanso para las trabajadoras hay un pequeño arroyo que habitualmente se utiliza para lavarse las manos y limpiar los útiles de trabajo. Sin embargo, el canal no es muy higiénico y posiblemente también está contaminado con fertilizantes químicos. Esto también podría afectar gradualmente la salud y seguridad de las trabajadoras.
Antes de comenzar a trabajar en la plantación de palma aceitera, Mama PM cubría sus necesidades diarias vendiendo verduras y recolectando Sagoo, un alimento básico de los indígenas de Papúa. “Éramos libres de trabajar como quisiéramos, sin jefe, sin reglas, pero los ingresos que obteníamos eran inciertos”. Pensó que el trabajo en las plantaciones le permitiría tener un salario mensual, algo que no tenía con el trabajo de cosecha y recolección. Pero, ¿hasta qué punto esto es cierto?
En su condición de trabajadora ocasional y temporal del aceite de palma, Mama PM recibe diferentes salarios dependiendo de la cantidad de días que trabaja cada mes. Además, Rina, la funcionaria administrativa del vivero PT MJR que se encarga de pagar los salarios, es al mismo tiempo dueña de un pequeño almacén que vende productos básicos como arroz, azúcar, café, té, fideos instantáneos y cigarrillos. Cada mes, Rina descuenta de los salarios la cantidad que los y las trabajadoras adeudan a su tienda. Si Mama PM trabaja un mes completo (25 días), se llevará a casa aproximadamente dos millones de rupias (casi 140 dólares), de los cuales le descuentan la deuda mensual con la tienda de Rina, que suele oscilar entre 600.000 y un millón de rupias (entre 42 y 70 dólares).
A esto se agrega que todavía mantiene una deuda por las herramientas de trabajo, que deben ser compradas por los trabajadores y pagadas en cuotas mensuales que se deducen de sus salarios. A veces, la empresa puede proporcionar un par de botas de goma y máscaras, solo si el o la trabajadora lo solicita.
El ingreso mensual fijo, uno de los principales motivos de Mama PM y otros y otras para trabajar en las plantaciones de palma aceitera, es más una ilusión que una realidad. La servidumbre por deudas, así como la condición de “trabajador/a ocasional y temporal” sabotea la renta fija. Mientras tanto, volver a las actividades de recolección es casi imposible: el bosque se ha convertido en plantaciones.
Y esto no es una excepción a la regla. Los investigadores Julia & Ben White (2) también encontraron motivos similares en las mujeres indígenas Hibun Dayak que decidieron convertirse en trabajadoras de las plantaciones: la necesidad de contar con dinero en efectivo compitió con el deseo de conservar sus medios de producción. Las empresas de plantaciones de palma aceitera en Indonesia plantean numerosos peligros para las trabajadoras. YK, una mujer indígena de la tribu Moi, ha estado trabajando desde 2008 como obrera en una empresa de aceite de palma en la provincia de Papúa Occidental. Además de sufrir por las normas mínimas en materia de seguridad laboral, considera que las plantaciones también son lugares llenos de peligro. Un día, mientras talaba un árbol, fue atacada por un grupo de abejas. Corrió lo más rápido que pudo en busca de agua, luego se escondió el tiempo suficiente bajo el agua para engañar a las abejas que la perseguían. “Contuve la respiración durante mucho tiempo; mi amiga me gritó que siguiera escondiéndome porque las abejas aún no se habían ido. Al rato, cuando salí del agua, me desmayé y desperté en el hospital”. Tuvo fiebre varios días después del incidente. “Nadie de la empresa me visitó en el hospital. Nadie”, contó.
RK, otra trabajadora de la misma plantación que YK, relata una historia similar. Comenzó a trabajar en 2014 como trabajadora temporal para fumigar una superficie de dos hectáreas utilizando componentes químicos como Vienna, Gallon y Sloar. Tenía que fumigar aproximadamente ocho carriles con 30-32 árboles cada uno, por lo que el total de árboles a fumigar diariamente era de alrededor de 240 árboles. En 2019 decidió dejar su trabajo, después de trabajar durante cinco años rociando fertilizantes.
El motivo principal de su renuncia fue el asma que comenzó a padecer en enero de 2019. El diagnóstico del médico en ese momento fue que el asma se debía al ácido del estómago. Además de eso, el asma también fue supuestamente causada por el exceso de aplicación de fertilizantes químicos. RK debió ser hospitalizada durante dos semanas. Ella y su esposo tuvieron que pagar la cuenta porque el seguro de la compañía no se aplicaba a las clínicas de la aldea. No hubo colaboración entre la empresa y la clínica, por lo que RK gastó casi 1,4 millones de rupias (casi 100 dólares) en los tratamientos médicos. Mientras estuvo hospitalizada, ningún directivo de la empresa se preocupó por ella ni la visitó. Este abandono e indiferencia la animó a dejar el trabajo en la plantación.
Un lugar que no es para mujeres
Otro peligro potencial y muy real que acecha específicamente a las trabajadoras en las plantaciones de palma aceitera es la violencia sexual. Conocí a una mujer joven, MG, una mujer indígena de la tribu Yei, que también es una ex trabajadora ocasional y temporal de una plantación de palma aceitera que opera alrededor de Bupul y Muting, regencia de Merauke, provincia de Papúa. La empresa la despidió por tomar su licencia menstrual. Según ella, la empresa aplicaba reglas estrictas especialmente para los y las trabajadoras ocasionales, y no aceptaba ninguna excusa si faltaban.
MG, madre soltera con dos hijos, tiene que dejarlos en casa mientras trabaja en la plantación. Sabe que es demasiado arriesgado para sus dos hijos, pero no tiene otra opción porque es el único soporte vital de esta pequeña familia. Cuando lograba que parientes se quedaran con sus hijos, a veces se quedaba a dormir en la barraca de la empresa para evitar los viajes, pero no era algo que hacía con demasiada frecuencia. Una vez, un guardia de la barraca del campo de la plantación abusó verbalmente de ella, la trató como un objeto sexual cuando MG se negó a responder a su comportamiento. MG quedó con miedo de dormir sola en la barraca. El perpetrador a menudo estaba borracho y una vez forzó la puerta para entrar a su habitación. Esta desagradable experiencia la traumatizó mucho.
Las plantaciones de palma aceitera son uno de los lugares más inseguros para las mujeres, no solo por su condición laboral vulnerable, principalmente como trabajadoras ocasionales, sino también por el potencial de violencia sexual que las acecha dentro y alrededor de los campos de plantaciones.
Además de toda esa situación, es importante señalar que la herencia de la tierra consuetudinaria, que en Papúa generalmente sigue el linaje masculino, les niega a las mujeres Indígenas el derecho a poseer la tierra. Si bien las mujeres todavía tienen derecho a manejar y utilizar la tierra como medio de subsistencia, esto se complica cuando la tierra consuetudinaria es mercantilizada.
Las empresas del rubro del aceite de palma llegan a los pueblos prometiendo prosperidad y progreso con la siguiente condición: “dame tu tierra”. Las mujeres rara vez participan del proceso por el cual las empresas adquieren tierras consuetudinarias para transformarlas en tierras de monocultivo, y sus opiniones no son escuchadas. Además de quedar marginadas y excluidas desde el comienzo del proceso de transferencia de los derechos sobre la tierra, las mujeres indígenas de Papúa pierden el acceso a sus bosques y a sus medios de vida debido a la deforestación y el desmalezamiento de las tierras. Y al final no tienen otra opción que caer en la precariedad de las plantaciones de palma aceitera, con las peligrosas condiciones de trabajo que ofrecen.
Notas:
(1) The secret deal to destroy paradise, 2018.
(2) Julia & Ben White. (2012) Gendered experiences of dispossession: oil palm expansion in a Dayak Hibun community in West Kalimantan, The Journal of Peasant Studies, 39:3-4, 995-1016, DOI: 10.1080/03066150.2012.676544
Por Rassela Malinda, investigadora de Yayasan Pusaka Bentala Rakyat, Indonesia.
Fuente: Artículo compartido en el Boletín 257 del Movimiento por los Bosques Tropicales (WRM), el 27 de setiembre de 2021. Este artículo también está en Bahasa Indonesia. Se puede leer la investigación completa de Rassela Malinda en Bahasa Indonesia en: Mama ke Hutan, 2020.
Fuente: Servindi