Guerrero: centro de origen de maíces nativos y biodiversidad
Al cultivar el maíz, el hombre también se cultivó…El maíz ha sido un alimento básico y fundamental de las culturas indígenas y campesinas, es una planta humana en el sentido más profundo de la expresión -no es capaz de reproducirse por sí misma- porque fue creada por el trabajo humano. Esta relación tiene una historia que data entre nueve mil y diez mil años, a partir de un proceso de domesticación que se inició en México; uno de los principales centros de origen del maíz y de la biodiversidad genética en el mundo.
Domesticación y biodiversidad genética
El estado de Guerrero por su vasta biodiversidad de maíces nativos, le permite ser un territorio diverso cultural y biológicamente en el país. Aquí se siembran más de 30 razas de maíces nativos de un total de 64 identificadas y más de 300 variedades. Lo que también representa el 29 por ciento de las 220 razas que existen en América Latina. El mayor rasgo histórico de este proceso de domesticación se encuentra en el refugio rocoso/montañoso de Xihuatoxtla, cerca de Iguala; al sur hasta llegar a Arcelia y Teloloapan al norte de Guerrero. Recién se encontró evidencia molecular en la cuenca del río Balsas, que indica que el ancestro silvestre del maíz teocintle es nativo del trópico seco. Al mismo tiempo, fueron encontrados fitolitos de maíz, calabaza pipián, chile y de otras plantas, asociadas con depósitos y herramientas de piedra (puntas, hachas, lascas y bases para moler), las cuales dieron vida a los primeros agroecosistemas mexicanos -como la milpa-, la agricultura de subsistencia y la evolución de las sociedades agrícolas.
Cada región donde se ha domesticado y cultivado esta gramínea fue adaptada a las condiciones locales de altitud, relieve orográfico, clima, abundancia o escasez de agua, tipo de suelo, flora y fauna; asimismo de recibir la influencia de aspectos culturales y alimenticios, como el gusto de las poblaciones por seleccionar ciertos tamaños, sabores y características del grano; sin olvidar el tiempo de maduración de la planta en cada lugar, ya que de manera simultánea, van generando nuevas razas y numerosas variedades de una peculiar selección libre y natural.
La diversidad del maíz se incrementa cada vez más, pues no sólo aparecen los cruzamientos entre razas sino entre éstas y las variedades mejoradas, o bien se presentan los híbridos acriollados. A nivel nacional se reconoce la existencia de cuatro grupos de razas: 1) indígenas antiguas; 2) exóticas precolombinas; 3) mestizas prehistóricas; y 4) modernas incipientes. De las cuales, en Guerrero se han identificado las siguientes: Ancho, Bolita, Celaya, Chalqueño, Conejo, Cónico, Elotes cónicos, Elotes occidentales, Olotillo, Pepitilla, Ratón, Reventador, Tabloncillo, Tepecintle, Tuxpeño, Tuxpeño norteño, Vandeño, Zapalote grande, Mushito; también introgresión sobre estas razas, principalmente influyen Pepitilla, Ancho, Olotillo, Vandeño y Tepecintle. Dentro de los maíces de color se ubican: Pepitlla, Ancho, Mushito, Chalqueño, Conejo, Olotillo, Reventador, Tepecintle, Bolita, Elotes occidentales y Elotes cónicos.
Las razas y variedades nativas no se encuentran estáticas en bancos de germoplasma y centros de investigación, sino todo lo contrario, el proceso de conservación y preservación es generacional (hereditario) en manos campesinas y la importancia de su resguardo está intrínsecamente relacionada con la disposición de su riqueza biológica para formar mejores semillas directamente en las milpas.
Esta biodiversidad es el resultado de un proceso de observación, experimentación y germinación de conocimientos que permitieron una mejor selección y adaptación de las condiciones locales. La variación es un continuo en la expresión de las diferentes características de los maíces nativos, atribuible principalmente a prácticas artesanales de selección empleadas por las familias -considerando aquellas que tengan tallo más fuerte, hojas anchas, resistencia a las plagas, elote a la mitad de la planta, buen anclaje de su raíz, y las que se desarrollen en condiciones de más competencia, rendimiento, maduración, tamaño y demás- adaptando maíces para múltiples escenarios ambientales (pendientes y altitudes) prevalecientes en las siete regiones. Donde estos conocimientos y saberes se crean y se recrean en los propios procesos de las comunidades guardianas de semillas.
Entre la erosión y la sobrevivencia: un debate actual
Los maíces nativos son un legado de la naturaleza y de las diversas culturas, reconocidos como reservorios genéticos vivientes, donde su siembra y cosecha es un acto de resistencia y de autonomía. Lamentablemente la producción de maíz nativo no es impulsada desde las políticas públicas, por el contrario, éstas causan un desplazamiento mancomunado con corporaciones transnacionales que promueven tecnología sofisticada que también abre la puerta a los maíces híbridos como parte del paquete de la revolución verde; además de las amenazas de contaminación con el maíz genéticamente modificado, situación que pone entre la encrucijada al grano milenario, así como los saberes ancestrales que preservan la biodiversidad, hábitos culinarios y socioculturales.
Según datos oficiales, Guerrero ocupa el sexto lugar en producción de maíz a nivel nacional, y durante el 2019-2021 registró una cosecha de un millón 335 mil 918 toneladas, con 90 por ciento de grano blanco y el resto amarillo o azul. Aún así, se carece de autosuficiencia alimentaria, dado que el propio maíz que se produce en las diferentes regiones guerrerenses, es acaparado y transformado en harina para ser repatriado a su lugar de origen con otra envoltura, etiqueta y precios de usura. En este aspecto, nuestro país se convirtió en el principal importador de maíz (18 millones de toneladas), en el periodo 2020-2021, pese a las decenas de razas y cientos de variedades de maíz nativo que tienen su origen aquí.
Actualmente, los maíces nativos y la milpa son bandera del movimiento nacional en favor de la soberanía alimentaria y derechos campesinos. Ejemplo de ello, han sido estos últimos 9 años de resistencia y defensa de comunidades y organizaciones contra el binomio corporativo Bayer-Monsanto por introducir los cultivos transgénicos y suprimir el libre intercambio de semillas. Por esta razón, se mantiene el rechazo a la reforma de Ley Federal de Variedades Vegetales (LFVV), ya que es privatizadora y viola los derechos humanos culturales para una alimentación adecuada. Entre su articulado están consideradas costosas multas, penas de cárcel, e incluso la quema de las cosechas, si los campesinos intercambian libremente las semillas que han heredado y domesticado por siglos; añade que las empresas transnacionales podrían tener los derechos de propiedad intelectual de las semillas y otras partes de las plantas. Es decir, es falso el argumento que México debe adherirse a la versión 1991 del Convenio UPOV, y dejar de mantenerse en UPOV 78, porque se requiere para atender la entrada en vigor del Tratado comercial con Estados Unidos y Canadá (T-MEC). En consecuencia, sólo son instrumentos que legitiman el despojo de los recursos genéticos, y ejercen la privatización legal de los bienes comunes, que se encuentran en un peligro constante. Por eso, hoy la disputa es por la protección de los maíces nativos y la sobrevivencia de nuestro patrimonio biocultural… Porque, sin maíz no hay país, y sin la milpa tampoco.
Fuente: La Jornada del Campo