Extractivismo verde: la otra cara de la transición energética

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Un reciente informe de Greenpeace revela las oscuridades detrás de la inversión y el extractivismo verde europeo en el sur global. En el norte de África exportan energía limpia y utilizan combustibles fósiles en su vida diaria.

La transición verde es una de las principales apuestas globales para revertir el cambio climático. Pero los buenos propósitos y loables metas pueden sustentarse en hechos y prácticas no tan nobles. El informe de Greenpeace  Más allá del extractivismo alerta sobre la “transición verde» y su potencial para perpetuar dinámicas coloniales en el sur global.

El análisis se centra en dos casos de estudio: Egipto y Marruecos, claves en la estrategia europea para diversificar su suministro energético. El informe desvela cómo las inversiones concebidas como “verdes» y mutuamente beneficiosas podrían reforzar un «colonialismo verde» cuyos beneficios fluyen hacia el norte global y los costos ambientales y sociales se eternalizan en el sur.

Oriente Medio y África del Norte transitan una crisis climática sin precedentes. Se calientan el doble de rápido que el promedio global con eventos climáticos extremos y estrés hídrico. Países importadores netos de energía, como Egipto y Marruecos, se ven particularmente afectados. Deben satisfacer una creciente demanda de energía y reducir su dependencia de combustibles fósiles importados.

Han tratado de aprovechar su ubicación estratégica y su potencial solar y eólico para posicionarse como socios en la diversificación del suministro energético europeo, pero requieren inversiones en proyectos energéticos. Se estima que Marruecos necesitará más de 120.000 millones de dólares para sus planes de energía renovable e hidrógeno verde para inversiones climáticamente inteligentes en el sector energético para 2030.

Extractivismo en la era del “colonialismo verde”

A pesar del potencial mutuamente beneficioso, afloran contradicciones entre los intereses europeos y las necesidades locales. Greenpeace detalla que las inversiones europeas en Egipto y Marruecos, relacionadas con petróleo y gas, energías renovables, hidrógeno verde y agricultura, perpetúan prácticas extractivistas propias de la era colonial y refuerzan dinámicas de poder desiguales.

«Aunque estas inversiones a menudo se enmarcan como mutuamente beneficiosas o ‘verdes’, la realidad es que sirven principalmente a los mercados europeos», señala Greenpeace.

Explica que el extractivismo tiene raíces históricas en los sistemas coloniales que saquearon y exportaron recursos naturales del sur global a Europa. Impulsaron la industrialización a costa de imponer en las regiones colonizadas costos ambientales y socioeconómicos duraderos. «Las estructuras neocoloniales persisten en el sistema global y perpetúan la desigualdad, el desplazamiento y la explotación. El colonialismo verde continúa las relaciones de saqueo en la era de las energías renovables», señala

Puntualiza que las inversiones europeas en energías renovables, hidrógeno verde y agricultura responden a las  demandas de recursos de Europa para seguir manteniendo un estilo de vida basado en el crecimiento. Mientras, se imponen sacrificios ecológicos y sociales a sur global. Su población soporta, sin beneficios significativos, el impacto de las necesidades europeas de energía y de consumo.

Diversificación energética europea

En Marruecos y Egipto el modelo extractivista prioriza las exportaciones sobre las necesidades locales. Los proyectos de hidrógeno verde y renovables están dirigidos a los mercados europeos, al igual que los recursos de gas de Egipto.

En el sector agrícola, las inversiones europeas priorizan cultivos comerciales para la exportación y privan a las poblaciones locales de recursos esenciales para su seguridad alimentaria y su resiliencia ecológica. Los programas de ajuste estructural impuestos Marruecos y Egipto los forzaron a priorizar la exportación de materias primas para atender deudas externas.

En lugar de diversificar sus economías, los países quedaron atrapados en un patrón de dependencia de recursos, vulnerables a las fluctuaciones en los precios de las materias primas globales que perpetúa la dependencia de financiación externa y obstaculiza la estabilidad económica.

Beneficios desiguales

Aunque el comercio global de recursos naturales se multiplicó por seis en apenas una década, pasó de 600.000 millones de dólares en 1998 a 3.700 millones en 2008, no se ha traducido en prosperidad para los países ricos en recursos. Han luchado por recaudar niveles apropiados de ingresos, pero sus sistemas fiscales débiles o regresivos, cargas de deuda insostenibles y flujos financieros ilícitos, incluida la corrupción y la evasión fiscal, lo ha impedido.

Además, la dependencia excesiva de los ingresos extractivos obstaculiza la diversificación económica y los victimiza con choques económicos y volatilidad de precios.

Las ganancias generadas por las industrias extractivas favorecen a las corporaciones multinacionales y a los gobiernos del norte global, pero las comunidades del sur soportan las cargas ambientales y sociales: desplazamientos, erosión de sus medios de vida y conflictos. 

Si bien las ganancias se multiplican a lo largo de las cadenas de suministro para tecnologías verdes en el norte global -autos eléctricos, turbinas eólicas y paneles solares-, el acceso a estas tecnologías sigue siendo altamente desigual. Las comunidades que sufren el impacto directo de la extracción son privadas de sus beneficios.

Impacto en las mujeres

En industrias masculinizadas como la minería y la extracción de petróleo, las mujeres están más expuestas a peligros ambientales y económicos, aunque son minoría en la fuerza laboral. Sufren de manera desproporcionada la contaminación ambiental, el reasentamiento involuntario, la pérdida de acceso a la tierra y de financiamiento, y la carencia de atención médica. 

La marginación de las mujeres empeora en la medida que la violencia de género se intensifica en la minería artesanal e informal. Millones de mujeres y niños trabajan en condiciones peligrosas y a expensas de su educación y bienestar.

La falta de equilibrio de género en la formulación de políticas para la energía perpetúa la marginación de las mujeres y sus necesidades en la industria.

Colonialismo verde

El impulso global hacia el hidrógeno verde y las energías renovables, especialmente con fines de exportación, ha desencadenado una el «colonialismo verde». Greenpeace lo define como la continuación en la era de las energías renovables de las antiguas relaciones coloniales de saqueo y despojo. Mantienen los mismos patrones de producción y consumo intensivos en energía, pero los costos socioambientales son desplazados a países y comunidades periféricas.

Por ejemplo, los proyectos de hidrógeno verde en el norte de África priorizan las necesidades del mercado europeo sobre las poblaciones locales, lo que les disminuye los recursos hídricos y genera disparidades en el acceso a la energía. El enfoque neocolonial trata como mercancías para exportación los recursos energéticos e hídricos del norte de África; con poco respeto por las necesidades básicas de las comunidad y por la protección de ecosistemas frágiles.

En el contexto de la transición energética, el sur global se considera un centro de recursos para el beneficio del norte global. La Unión Europea intenta dominar las cadenas de valor y tecnología, pero traslada los costos socioambientales a países periféricos.

Las poblaciones se ven obligadas a soportar los costos de un sistema económico que prioriza el lucro sobre las personas y el planeta. La lógica extractivista considera la naturaleza y las vidas humanas como recursos desechables que deben ser explotados para obtener ganancias económicas.

Zonas de sacrificio

Las zonas de sacrificio son áreas designadas en el sur global para la destrucción ambiental y la dislocación social en las cuales se eternizan patrones de consumo que causan grave degradación ambiental, pobreza y agitación social. Las poblaciones se ven obligadas a soportar los costos de un sistema económico que prioriza el lucro sobre las personas y el planeta.

La lógica extractivista considera la naturaleza y las vidas humanas como recursos desechables que deben ser explotados para obtener ganancias económicas. De tal modo que las zonas de sacrificio no se limitan al sur global, se manifiestan como disparidades racializadas, de género y socioeconómicas.

En Suecia, los proyectos de minería y energía eólica están vulnerando las tierras ancestrales y el estilo de vida de los pastores de renos sami.

Egipto y Marruecos

Marruecos y Egipto comparten problemas climáticos y energéticos. En 2021, la producción de gas de Marruecos alcanzó los 110 millones de metros cúbicos. Una cifra modesta comparada con los 6.940 millones de pies cúbicos diarios producidos por Egipto. Ambos son importadores netos de energía con una alta dependencia de combustibles fósiles que establecieron metas para la integración de energías renovables en sus mezclas energéticas. En Marruecos, 52% para 2030; y en Egipto, 40% para 2035.

Los dos luchan por obtener la financiación necesaria para realizar una renovación sustancial de la infraestructura. No obstante, la deuda externa es un desafío crítico. En 2022, la de Marruecos alcanzaba el 50% de su PIB nominal, mientras que la de Egipto aumentó en 2023 a casi el 42% de su PIB.

Las dificultades para pagar sus deudas se remontan a sus tiempos coloniales. Recién independizados heredaron economías extractiva y frágiles. La deuda externa se agravó en la década de los años setenta por el aumento de los precios del petróleo y de las tasas de interés. En las siguientes dos décadas por los programas de ajuste estructural forzaron a Marruecos y Egipto a priorizar la exportación de materias primas y recursos naturales para atender las deudas externas. Se perpetuó la dependencia de financiamiento externo.

¿Oportunidad o explotación?

La inversión extranjera en Egipto y Marruecos revela una compleja interacción de intereses económicos más allá del atractivo superficial de la energía verde y el desarrollo sostenible. Aunque han atraído inversiones sustanciales en proyectos renovables, la realidad apunta a una relación extractivista con los inversores del norte global.

En Egipto, el volumen total de inversión extranjera directa alcanzó 55.500 millones de dólares entre 2016 y 2023, con un stock acumulado de 158.700 millones en 2023. Las inversiones de la Unión Europea ascendieron a 38.500 millones de euros en 2020. En 2023, el sector de petróleo y gas recibió 5.600 millones de dólares en inversiones directas enfocadas en hidrógeno verde para la exportación.

Las exportaciones egipcias de gas de petróleo, fertilizantes nitrogenados y petróleo refinado alcanzaron 53.900 millones de dólares en 2022, pero se incrementó la escasez de gas para consumo doméstico.

Exportar renovables, importar fósiles

Marruecos atrajo inversiones significativas en proyectos de energía verde y tecnología. Hubo anuncios de 15.000 millones de dólares, pero persiste la desconexión entre las inversiones y las realidades locales. Marruecos sigue dependiendo de los combustibles fósiles importados, mientras exporta energía renovable a Europa por 46.700 millones de dólares (ácido fosfórico, fertilizantes y electricidad).

En Egipto y Marruecos, el modelo extractivista perpetúa daños ecológicos y refuerza dinámicas económicas desiguales y dependencias neocoloniales. Las operaciones de petróleo y gas han contaminado el aire y el agua y ha afectado gravemente los ecosistemas y la salud humana.

El uso de combustibles pesados como el mazut (una mezcla de hidrocarburos tóxicos) aumentó para liberar más gas destinado a la exportación a Europa. La práctica contamina el aire con sulfuros y metales pesados.

En áreas como Ras Ghareb, la sobreexplotación ha erosionado del suelo y contaminado fuentes de agua subterránea. La degradación ambiental resultante tiene implicaciones directas en la salud. La falta de salvaguardias ambientales adecuadas dejan indefensas a las comunidades.

Hidrógeno verde, ¿transición justa?

Las industrias extractivas, aunque intensivas en capital, generan pocos empleos entre las comunidades locales. Los trabajos disponibles son de baja remuneración y precarios, con condiciones laborales deficientes y medidas de seguridad inadecuadas.

«Los beneficios económicos de estas actividades se concentran en manos de unos pocos, mientras que la población en general sufre las consecuencias ambientales y sociales», destaca el informe.

La tendencia también se observa en el sector de las energías renovables. Por ejemplo, la Planta Solar Noor en Ouarzazate, Marruecos, una de las instalaciones de energía solar concentrada más grandes del mundo, generó 1.000 empleos durante su construcción. Pero solo 60 puestos permanentes para operaciones y mantenimiento. Un patrón que refleja la desconexión entre las inversiones en energía renovable y la creación de oportunidades económicas significativas para las comunidades locales.

La producción de hidrógeno verde en Marruecos ilustra cómo las inversiones europeas pueden perpetuar dinámicas extractivistas. A pesar de la urgente necesidad de una transición energética doméstica, los proyectos de hidrógeno verde en el país están orientados a la exportación. Diseñados para satisfacer las demandas energéticas de Europa en lugar de abordar las necesidades locales.

Además, imperan iniciativas que desvían recursos como tierra y agua de otros sectores vitales. Marruecos destinó un millón de hectáreas a proyectos de hidrógeno verde y se estima que requerirá 92 millones de metros cúbicos de agua. Una cifra preocupante en un país que enfrenta una alta presión hídrica.

Se han propuesto plantas de desalinización, pero las tecnologías son costosas, energéticamente intensivas y pueden causar daños ambientales significativos en ecosistemas marinos y costeros.

«La estrategia de Europa de externalizar los costos climáticos de su consumo energético en lugar de reducir su propio uso de energía traslada la carga ambiental a Marruecos. Explota sus recursos naturales sin contribuir de manera significativa al desarrollo sostenible del país.

El caso de Eni en Egipto

El informe de Greenpeace examina el caso de la gigante energética italiana Eni en Egipto, con inversiones que superan los 13.000 millones de dólares entre 2015 y 2019 y un compromiso adicional de 7.700 millones para los próximos cuatro años a partir de 2023.

Su portafolio abarca proyectos «upstream y downstream» que reflejan un enfoque estratégico para mejorar la producción de gas y explorar nuevas reservas». Pero las prometedoras inversiones en hidrocarburos, presentadas como transformadoras, se topan con una realidad marcada por la disminución de la producción, degradación ambiental y profundas desigualdades socioeconómicas.

El Campo Zohr, descubierto en 2015 en el mar Mediterráneo, fue considerado un hito transformador para la seguridad energética de Egipto. Con reservas estimadas en 30 billones de pies cúbicos de gas y una capacidad de producción proyectada de 2,7 billones de pies cúbicos por día, podía reducir dependencia de los combustibles importados. La realidad fue muy diferente.

En 2023, la producción en Zohr era 2,3 billones de pies cúbicos por día y cayó a 1,9 billones en 2024. Hubo sobreexplotación. Eni comprimió el cronograma de producción a 28 meses y descartó los 6 a 8 años aconsejados. «La extracción acelerada causó filtraciones de agua en el campo que afectan la producción», señala un informe de 2023 de MEES.

Seguridad energética comprometida

La respuesta de Eni al declive fue intensificar la perforación en áreas adyacentes y aumentar en un 29% los residuos peligrosos: 2,7 millones de toneladas en 2022. La compañía afirma que el agua contaminada la trata en plantas especializadas antes de su disposición final, pero hay muchas suspicacias y preocupaciones sobre lo que realmente está ocurriendo.

La disminución en la producción del Campo Zohr tiene repercusiones para Egipto. Los cortes de electricidad y apagones son más frecuentes en las horas de máxima demanda e interrumpen la vida diaria y las actividades económicas. Pese a la disminución de la producción, Egipto continuó exportando gas en 2023 y aumentó el volumen en 2024. Provocó una fuerte escasez de gas doméstico en el verano que obligó a importar

Desigualdades Económicas y Sociales

Aunque las inversiones de Eni generaron ingresos significativos y fortalecieron las reservas de divisas de Egipto, los beneficios económicos no se han distribuido de manera equitativa. Se han concentrado en unas pocas élites y corporaciones multinacionales. Mientras que la población en general enfrenta riesgos ambientales y dificultades económicas.

Los datos oficiales indican que el 29,7% de la población egipcia vivía en pobreza en 2019. El índice de desigualdad Gini aumentó ese año a 31,9.

Sed agroexportada

La agricultura es el principal consumidor de agua, representa el 70%. En el norte de África la producción de alimentos se ha convertido en un motor de escasez hídrica y degradación ambiental. Las prácticas agrícolas impulsadas por la demanda de cultivos de exportación de alto rendimiento requieren cantidades sustanciales de agua que agotan los recursos hídricos y no beneficia a la población. En Marruecos, el sector agrícola consume el 85% del agua disponible y la sobreexplotación de acuíferos y la degradación de los recursos hídricos son problemas críticos.

Las inversiones de agencias de la UE y bancos de desarrollo multilaterales priorizan cultivos comerciales como los cítricos, los tomates y el algodón, destinados a la exportación a los mercados europeos. Todos cultivos intensivos en consumo de agua,

 «La dependencia excesiva del Nilo para el riego amenaza no solo la sostenibilidad agrícola, también el acceso al agua para uso doméstico de millones de egipcios», asienta el informe.

Impactos ambientales y sociales

El modelo agroexportador además de agotar los recursos hídricos, tiene graves consecuencias ambientales y sociales. En Marruecos, el monocultivo ha reducido la biodiversidad y aumentado la vulnerabilidad a plagas y enfermedades por el uso extensivo de fertilizantes químicos y pesticidas.

En Egipto, megaproyectos agrícolas como el Toshka desplazaron poblaciones originarias, como los nubios, en aras de la producción agrícola de exportación. Una dinámica de despojo y marginación en la que las comunidades pierden el acceso a la tierra y los recursos en beneficio de intereses corporativos. Las empresas agroindustriales, que monopolizan la tierra cultivable y los suministros de agua, dejan a los pequeños productores sin medios vida y amenazan la alimentaria local.

En Egipto, grandes extensiones de tierra cultivable están dedicadas a cultivos comerciales. Mientras que el país tiene problemas para garantizar el acceso a alimentos básicos.

Alternativa: la economía del bienestar

El paradigma económco tradicional, obsesionado con el crecimiento perpetuo y la abundancia material, impulsa la agenda extractivista de Europa en regiones como Marruecos y Egipto.

Ante un modelo a todas luces insostenible Greenpeace plantea en su informe un nuevo enfoque: la economía del bienestar basada en la suficiencia. El cual desafía frontalmente la lógica convencional. Propone una reorientación fundamental del propósito económico: servir a las personas y al planeta. No a la inversa.

En su núcleo, la economía de la suficiencia se basa en la premisa de que «justo lo suficiente es mucho». Se centra en satisfacer las necesidades esenciales de la población dentro de los límites ecológicos del planeta. Al tiempo que  promueve la equidad social y la sostenibilidad ecológica.

Se trata de alcanzar un estado equilibrado, en el cual las necesidades individuales y sociales se cubren de manera modesta pero suficiente. En oposición a la incesante búsqueda de crecimiento económico y exceso material.

El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático define las políticas de suficiencia como «medidas y prácticas cotidianas que evitan la demanda de energía, materiales, agua y tierra. A la vez que brindan bienestar humano para todos dentro de los límites planetarios».

La economía del bienestar basada en la suficiencia representa un contraste radical con el paradigma macroeconómico dominante. El cual descansa sobre la base del crecimiento continuo y el consumo creciente. Mientras los modelos económicos capitalistas tradicionales asumen que “más producción y consumo equivalen a mejores niveles de vida, según Greenpeace, la suficiencia se alinea con las corrientes de pensamiento post-crecimiento. 

Los cuales reconocen que “el consumo y el crecimiento excesivos no son necesarios ni deseables para lograr una alta calidad de vida».  En cambio, prioriza “la necesidad de operar dentro de los límites ecológicos del planeta”. Y “un estilo de vida que respete tanto los límites sociales como ambientales».

Posible y urgente

Dos marcos clave que lo sustentan la economía del bienestar son el decrecimiento y la sostenibilidad fuerte. El decrecimiento aboga por una reducción intencional de la actividad económica y el consumo de recursos para mantenerse dentro de los límites ecológicos.

«El crecimiento económico perpetuo no es ni factible ni deseable, dados los recursos finitos del planeta», señala el informe. En su lugar, se propone una economía de «estado estacionario». En la que el bienestar y la suficiencia reemplazan al crecimiento como objetivo central.

La sostenibilidad fuerte, por su parte, enfatiza que el capital natural (como bosques y sistemas fluviales) no puede ser sustituido por completo por capital económico o manufacturado. «Conservar entornos ricos en valores ecológicos y sociales es esencial para garantizar funciones biológicas, recreativas y de absorción de la contaminación», puntualiza el documento.

Investigaciones recientes sugieren que proporcionar un nivel de vida decente para 8.500 millones de personas requeriría solo el 30% del uso actual de recursos y energía. «Demuestra que un modelo basado en la suficiencia no solo es posible, también urgente», concluye el informe.

Fuente: Cambio 16

Temas: Crisis energética

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