Extractivismo en el agro y alternativa agroecológica
La crisis del sistema agroalimentario mundial está vinculada al cambio climático global, ambos son consecuencia de las profundas transformaciones ambientales y socio culturales, que el capitalismo ha promovido desde la revolución industrial, pero que se han profundizado en las últimas décadas.
La economía y su consumo (alimentos y otros materiales, energía, agua y bienes naturales) crecen mucho más que la propia expansión de la especie humana. Pero también, va más allá de los límites materiales y productivos del planeta. El cálculo del overshoot day, día de la deuda ecológica, o día de sobregiro, se hace estimando la huella ecológica y la productividad en un año, e indica el día en que el planeta ya ha consumido lo que es capaz de producir anualmente. Este índice se adelanta cada año, en los ‘80 rondaba en diciembre y para 2022 fue el 28 de julio.
Las actividades agrícolas y ganaderas no son una excepción. El modelo agropecuario industrial se ha impuesto violentamente, generando cambios enormes y sustanciales en la matriz productiva, en un proceso largo que se inicia en la década de los 70. Pero tiene su antecedente en la conocida “revolución verde”, en tiempos de posguerra, momento en el que se impone el mejoramiento genético moderno de las semillas (y con ello, su apropiación a través del derecho de obtentor o el patentamiento) y se difunde el uso masivo de los agrotóxicos y de los fertilizantes químicos.
Con la agricultura industrial se masifican nuevas tecnologías como la siembra directa, que requiere de altos volúmenes de herbicidas y fertilizantes, las semillas transgénicas y la digitalización del agro. Además, los elevados niveles de consumo de fertilizantes y combustibles fósiles utilizados a escala global significan un aporte importante al calentamiento global y al cambio climático. Los altos costos o externalidades de este modelo son soslayadas por quienes acumulan las grandes ganancias: los fondos de inversión y las empresas multinacionales.
El modelo agropecuario industrial es el extractivismo en el agro. Esto sucede porque el capitalismo plantea un vínculo de uso con la naturaleza, considera a los bienes comunes como recursos para el negocio y en consecuencia los mercantiliza. Con este modelo, puede o no haber crecimiento económico pero el costo ambiental y social es muy alto. Por otro lado, el hambre avanza a pesar de las altas producciones mundiales, lo que da cuenta de que el problema está en la distribución y el acceso de los alimentos (1).
En la agricultura, la fotosíntesis que realizan los cultivos representa simplemente la conversión de energía solar en energía química, acumulada en biomasa (alimento, energía y otros materiales), que es destinada para sostener la demanda global creciente, especialmente de los países del norte. En ese contexto, América Latina es un gran productor y exportador de biomasa (1).
Hoy los daños de este modelo son innegables: contaminación ambiental, desertificación de los suelos, expulsión de miles de productores y productoras del sistema, concentración de la tierra, pérdida de biodiversidad (general y cultivada), daños en la salud humana, etc.
Además, como resultado de este modo de producir en el agro se han cambiado fuertemente los hábitos alimenticios de la población. Las dietas se han homogeneizado en el mundo, sólo 20 especies producen el 90 % de los alimentos y 3 cereales (trigo, arroz y maíz) proveen dos tercios de toda la energía vegetal consumida (2). Además, los alimentos ultraprocesados han reemplazado la comida casera y los productos sin procesar que consumimos contienen residuos de productos agrotóxicos que muchas veces superan los límites autorizados.
El agronegocio en Argentina
La agricultura industrial o el agronegocio es dominante en nuestro país. Argentina, es un gran productor de biomasa para la exportación (con ello exporta agua, tierra y nutrientes) y no está en el promedio de la adopción de este modelo, es el país donde más agrotóxicos se utilizan y es una base de operaciones de las multinacionales para hacer experimentos masivos con la población, aprovechando la falta de regulaciones del Estado. Por ejemplo, somos el primer país que se animó a aprobar un trigo transgénico, a pesar de los reparos de la mayoría de los países del mundo y los fuertes reclamos de diversos sectores de nuestra sociedad (consumidores, ambientalistas, pero también empresarios de la industria molinera).
El proceso de agriculturización se inició en nuestro país a mediados de los años 70, desplazando la producción tradicional ganadera de muchos establecimientos mixtos. Luego, la rentabilidad en el corto plazo de la soja, determinó el reemplazo de las producciones tradicionales por ese cultivo (“sojización”). En este proceso tuvo fuerte influencia la aprobación de la soja transgénica resistente al herbicida glifosato, en el año 1996. Con este proceso, se generó una importante restricción de la oferta tecnológica y se impusieron los paquetes tecnológicos por parte de las multinacionales de agronegocios. Se naturaliza la idea de considerar erróneamente a las nuevas tecnologías, buenas “per se”. Los nuevos paquetes tecnológicos son una asociación de semillas transgénicas con insumos externos (fertilizantes y agrotóxicos) y siembra directa.
La aprobación de la soja transgénica en el año 1996
Este nuevo modo de producir determinó también la entrada del capital financiero en la actividad productiva de Argentina, los fondos de inversión siembran anualmente cientos de miles de hectáreas de soja en tierras propias, pero también alquiladas a pequeños y medianos productores, se configura así el agronegocio y una agricultura sin agricultores. Así, Grobocopatel (el conocido “rey de la soja”, dueño de uno de los primeros pooles de siembra y empresas multinacionales del agro) se declara un “sin tierra”.
Como consecuencia de este modelo, hoy en nuestro país, hay 64 millones de hectáreas aptas para la producción agropecuaria, con proceso de erosión hídrica y eólica. Además, en las zonas áridas y semiáridas, el 10% de la superficie está en proceso de desertificación grave y el 60 % entre moderado y grave (1).
El uso masivo de agrotóxicos ha sido clave en el desarrollo del modelo y en las ganancias de las empresas. Desde que se aprobó la soja transgénica se ha quintuplicado la cantidad aplicada anualmente (3) y hoy Argentina es el país con mayor uso de glifosato por habitante por año del mundo (4). En nuestro país, son numerosos los productos usados que se consideran altamente peligrosos (5) y según datos de SENASA en los años 2017 y 2019 se confirmó presencia de agrotóxicos en 48 frutas, verduras y hortalizas, en el 31% de los casos se superaron los límites legales y el 47% de ellos eran principios activos prohibidos en Europa (6). También se ha encontrado restos de glifosato y su metabolito AMPA en el cuerpo de personas de distintas poblaciones, en el lecho de los ríos, el agua de lluvia y en productos algodón de uso doméstico y medicinal (4). En este sentido, es importante destacar que en Argentina el control de toxicidad de estos productos se hace de modo individual (en cada producto aislado) y a través de la DL50 (cantidad de plaguicida que en laboratorio produce la muerte del 50% de los animales expuestos al mismo), Esto desconoce el comportamiento que tienen esos productos en mezcla (uso más habitual) y el efecto de acumulación en los organismos vivos, cuando se expone a bajas dosis.
Por otro lado, el modelo determinó la expansión de la frontera agrícola y la concentración de la tierra con la desaparición de miles de establecimientos familiares en las últimas décadas. En este marco, el campesinado tradicional y el capitalizado o chacarero, son víctimas del modelo y sujetos de resistencia.
En la ganadería la actividad de cría fue desplazada a zonas marginales y una parte muy importante del engorde y terminación de vacunos se empezó a realizar en condiciones de confinamiento (feed-lot). Este mismo sistema de ganadería industrial, se empezó a utilizar en la producción porcina, en la avicultura y la piscicultura (salmoneras). Las granjas de engorde apelan a la utilización masiva de antibióticos y, en algunas especies, a hormonas de crecimiento. Se los responsabiliza de la mutación de virus como el de la peste porcina y el coronavirus y de la afectación de la salud de la población. A modo de ejemplo, se ha confirmado que las hormonas que se emplean en la producción avícola afectan los procesos de desarrollo de las niñas adelantando la entrada a la pubertad.
La producción familiar en Argentina
La producción familiar en la región pampeana de nuestro país se desarrolló desde sus inicios con una fuerte vinculación con los mercados de productos, no como producción de autoconsumo. Estxs productores autoexplotan su fuerza de trabajo, son dueñxs de los medios de producción, producen mercaderías vinculadas al mercado internacional y tienen la posibilidad de acumular capital. Pero las relaciones internas de estos establecimientos no están regidas por la lógica capitalista, sino por otros principios relacionados con la condición de familiar, y deben considerarse sujetos importantes para la transición agroecológica. Ellxs mantienen y valoran el saber local, tienen un conjunto de conocimientos propios transmitidos de generación en generación y entre productores, tienen como objetivos la integración entre la unidad doméstica y unidad productiva, la conservación del patrimonio familiar y un proyecto de vida vinculado a la actividad agropecuaria y el modo de vida rural. Respecto de las tecnologías utilizadas, se puede decir que estxs productores, desarrollan una hibridación tecnológica de resistencia, y si optan por las propuestas que impone el modelo dominante, lo hacen siempre parcialmente y mediando sus saberes y convicciones. Ello determina la existencia de múltiples y valiosas experiencias de sistemas extensivos agroecológicos o en transición en la región pampeana.
Pero también, es importante destacar la existencia de experiencias agroecológicas más allá de la pampa húmeda, vinculadas a otras producciones como: cultivos regionales, fruticultura y horticultura. En este último caso es frecuente que, a través del trabajo realizado por diferentes organizaciones e instituciones del estado, se promueva y se adopte la transición agroecológica, buscando producciones saludables para las familias productoras y los consumidores, pero también, escapando de los altos costos de los insumos que demanda la horticultura industrial. En consecuencia, existen muchas experiencias que llevan sus productos a los mercados locales, importantes espacios de encuentro entre consumidores y productores.
Las falsas salidas que ofrece el capitalismo
Frente a la crisis ambiental, productiva y alimentaria actual, el capital presenta falsas soluciones que profundizarán el daño planetario, pero garantizarán la acumulación de ganancias para las empresas multinacionales. A modo de ejemplo, cuando se empezó a utilizar el glifosato para combatir las malezas se advirtió que la aplicación masiva de este herbicida traería como consecuencia la aparición de una nueva generación de malezas resistentes. Monsanto descalificó estas apreciaciones, pero cuando se convirtieron en irrefutables, propuso agregar otros productos producidos por la empresa que resolverían el problema. La misma actitud tomó cuando aparecieron las primeras denuncias de que el glifosato era cancerígeno. Pagó a científicos para respaldar sus intereses. Cuando perdió esa batalla, planteó que el problema no era la toxicidad del herbicida, sino las malas prácticas en su aplicación.
El capitalismo permanentemente defiende el modelo y cuando queda rebasado por hechos indiscutibles propone falsas soluciones. En los últimos tiempos ha promovido que las respuestas están en manos de los consumidores, y que evitando determinados alimentos quedarían a salvo de las consecuencias del modelo agroindustrial. Para quien elija ese camino el sistema tiene su oferta: A modo de ejemplo, la empresa Bioceres que es la que lanzó al mercado el trigo transgénico está trabajando en la producción de alimentos simil carne para que se puedan consumir hamburguesas veganas.
La disociación entre productores y consumidores se inscribe dentro de una de las reglas predilectas del capitalismo, que es fragmentar para evitar una comprensión global de los procesos.
El modelo de agricultura industrial conduce inexorablemente a la desertificación que ya abarca un 75% de los suelos del planeta. Y en los desiertos no se producen alimentos. La respuesta a estos problemas no está en manos de los consumidores, sino que corresponde a los modelos productivos dominantes.
Cuando se analizan las propuestas para la regeneración de suelos, nos encontramos con los aportes del ecólogo zimbabuense Alan Savory (7) que fundamenta que unas de las mejores herramientas para combatir la desertificación que produce la agricultura industrial, es la ganadería pastoril, apelando a manejos ganaderos armónicos con la naturaleza como es el pastoreo racional o regenerativo, de los que hay una vasta experiencia en nuestro país. Un muy buen material audiovisual de este autor, que se llama Reverdecer los desiertos, sirve para comprender esta problemática (8).
Frente a las fuertes críticas a las semillas transgénicas, de la mano de la difusión de la soja y el glifosato y sus enormes daños sobre la salud humana y ambiental, las empresas multinacionales proponen otra técnica de mejoramiento de los cultivos, llamada edición génica, que pretenden imponer como no transgénica. Esto es una trampa, para sortear los controles (por demás laxos en nuestro país), porque si bien no consiste en mezclar genomas de diferentes especies, debe considerarse a los productos de esta tecnología organismos genéticamente modificados (OGM) porque consiste en la edición “a la carta” y significa una fuertísima intervención sobre los genomas de las especies cultivadas, suponiendo enormes riesgos. Es importante también aclarar que otra trampa para imponer estos métodos de mejoramiento consiste en comparar con técnicas similares usadas en la medicina para resolver problemas de la salud humana. La gran diferencia soslayada es que en los cultivos estos cambios se liberan masivamente (una sola hectárea de cultivo puede tener cientos de miles de plantas, todas con la misma modificación), lo que significa un efecto enorme sobre el ambiente.
Otra de las falsas soluciones que ha venido proponiendo el capitalismo es generar algunos cambios que no alteran la matriz productiva, pero se presentan como producción agropecuaria “verde”. Por ejemplo, la producción industrial de bioinsumos, con ellos, las empresas se apropian y patentan microorganismos naturales presentes en los ecosistemas, que han venido siendo valorados y manejados por campesinos durante años, y de los que se reconoce los servicios ecosistémicos que realizan. El cuidado de la salud del suelo con diferentes prácticas productivas favorece la presencia de estos valiosos microorganismos (múltiples especies de adaptación local). Este es un ejemplo de tecnología de procesos desde la perspectiva agroecológica. En un sentido inverso, las empresas proponen la aplicación masiva de los bioinsumos que fabrican, uniformando la práctica sin tener en cuenta características locales y atentando contra la biodiversidad microbiana de los suelos.
Por otro lado, los programas para desarrollar una “agricultura de carbono” son diseñados para beneficiar a empresas multinacionales y a los países que realizan más emisiones que promueven el cambio climático. Las empresas incorporan a sus plataformas digitales formas de enganchar a agricultores, para que hagan cambios que puedan ser clasificados como agricultura que “secuestra” carbono. Gracias a esos bonos de carbono generados en países de bajas emisiones, los países que más contaminan pretenden compensar sus daños al medio ambiente. Como bien señala la investigadora Silvia Ribeiro en su artículo Colonialismo Climático (9), esto no ocurre porque a estas empresas “… de pronto les haya entrado conciencia social, ambiental o climática, es otra forma de aumentar sus ganancias. …. la limitada suma que pagan a quienes cuidan bosques y campos, es porque sus actividades pueden generar ‘créditos de carbono’, que luego las empresas pueden vender por muchas veces el valor pagado inicialmente. Además, justifican seguir con sus actividades contaminantes, por lo que mantienen y aumentan el caos climático”.
La alternativa productiva para la soberanía alimentaria
Queda claro que el consumo global mundial es mayor que lo que el planeta puede producir de manera sustentable. Para revertir esto será necesario usar los recursos renovables según su tasa de renovabilidad y garantizar la estabilidad de los servicios ecosistémicos, de sus interacciones y las prestaciones que realizan a todas las especies (1).
Los pueblos vienen planteando con claridad la alternativa para la soberanía alimentaria, entendida como: “el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de comercialización y de gestión de los espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental”, tal como lo definiera el Foro mundial por la Soberanía Alimentaria (integrado por 400 delegados de organizaciones campesinas, indígenas, asociaciones de pescadores y diferentes organismos, pertenecientes a 60 países de todos los continentes) en septiembre del año 2001 en La Habana Cuba.
En el marco de la crisis actual, la necesidad de mejorar la sustentabilidad agraria, en diferentes dimensiones: ecológico-productiva, socio-cultural y económica, es urgente. La agroecología aporta las bases científicas y metodológicas para las estrategias de transición hacia una agricultura sustentable, poniendo en cuestión a las tecnologías. El manejo sustentable de los agroecosistemas plantea el reemplazo de la tecnología de insumos (que promueve la agricultura industrial), por las tecnologías de procesos en las que juegan un interesante rol, los saberes localmente adaptados y diversas prácticas de manejo agronómico.
En América Latina, el conocimiento de los sistemas de tipo campesino e indígena, de pequeña escala han sido aportes fundamentales para el desarrollo de la propuesta agroecológica. En Argentina el estudio de esta disciplina se desarrolló particularmente en sistemas de tipo campesino o producción familiar de pequeña escala, principalmente en regiones extrapampeanas. Sin embargo, hoy hay muchas experiencias agroecológicas en la región pampeana, en sistemas de diferentes escalas productivas. En esas experiencias, que se iniciaron por diferentes razones (cuestionamientos de contaminación y enfermedad, económicos, etc), muchas familias de pequeñxs y medianxs propietarixs rurales han logrado permanecer en la producción superando relativamente, las presiones e imposiciones del modelo. Estas prácticas productivas tienen, sin duda, gran valor para la construcción de alternativas al modelo dominante.
En la actualidad, frente a los reconocidos daños que la agricultura industrial genera, se multiplican luchas a lo largo y ancho de nuestro país. Sin embargo, no siempre se entiende que no alcanza con limitarse a denunciar los efectos del modelo, o promover experiencias locales, es importante construir un proyecto alternativo de producción bajo un nuevo paradigma agroecológico, que plantee un claro proceso de transición y sus etapas.
Algunos pasos indispensables para una transición hacia la agroecología en Argentina
La Argentina es un país que ha contado desde su constitución como Nación la ventaja comparativa de contar grandes extensiones de tierra aptas para la producción de alimentos. El modelo que fue imponiendo la oligarquía, que se apropió de las conquistas de las luchas independentistas, promovió una continuidad del modelo colonial basado en la exportación. Como principal producción vendida en el exterior los cueros fueron desplazados por la carne y después se agregaron los granos. Con ese proyecto de país. diseñado por las elites y utilizando la herramienta del Estado para ser ejecutado, se promovió el endeudamiento externo que después se pagaría con exportaciones de frutos de la tierra.
Para derrotar al agronegocio, y transitar hacia formas de producción de alimentos, es necesario disponer de la tierra, el agua y las semillas, bienes comunes indispensable para la producción de alimentos. Pero, además, deberá plantearse en el marco de un nuevo modelo social, un proyecto de país en manos de los trabajadores y los oprimidos, alternativo al capitalismo. La intervención estatal deberá aportar a la transición agroecológica, diseñando políticas y generando marcos legales, pero desde nuevos espacios políticos participativos, donde será central el aporte de los productores familiares, campesinos, pueblos originarios, trabajadores rurales, contratistas, e incluso consumidores. Nuevos sujetos que, aportando sus saberes y experiencias, tomarán las grandes decisiones económicas y políticas para transformar el presente y planificar el futuro.
Es importante destacar la idea de transición porque el sistema de agropecuario industrial que ha echado raíces, se ha naturalizado como única alternativa o una alternativa infernal, tal como lo plantea Cecilia Gárgano (10). Los múltiples condicionamientos y/o consecuencias que ha generado este modelo (de asistencia estatal, productivos y de abastecimiento, privatización-disponibilidad de los bienes comunes, etc.) no pueden ser removidos de la noche a la mañana.
Pero será necesario plantear con claridad algunos rumbos en relación a diferentes aspectos del sistema agroalimentario, tanto para la producción (uso y tenencia de la tierra, uso de agua y semillas) como para la comercialización y el consumo. La decisión de qué y cómo se produce no puede estar en manos de un grupo de multinacionales proveedoras de insumos y del mercado mundial, son decisiones soberanas que debe tomar el pueblo y deben ser coherentes con un proyecto de país. Se debe orientar la producción a alimentar el pueblo, a generar trabajo genuino y a desconcentrar los grandes centros urbanos eliminando los bolsones de pobreza e indigencia.
Será imprescindible revisar la propiedad de la tierra, empezando por las grandes extensiones en manos de empresas extranjeras y por el latifundio, generando nuevos marcos jurídicos. Sólo se puede garantizar el acceso a la tierra de pequeñxs productores y familias campesinas, si esas tierras cambian de dueño. Hay que poner límites a la dimensión de las explotaciones agropecuarias y propiedades, considerando la potencialidad de uso del suelo. En ese proceso de redistribución de la tierra debe ser contemplado el reclamo de comunidades originarias de tierras ancestrales, pero también se debe reparar el daño que significó la expulsión de miles de familias de campesinxs y pequeñxs productores, víctimas del modelo agropecuario industrial, y promover su vuelta al campo.
Debe prohibirse alquilar tierras a los fondos de inversión (pooles de siembra), para terminar definitivamente con la agricultura sin agricultores que generó el agronegocio, y se deben propiciar contratos de larga duración, que obliguen al inquilino a cuidar el bien locado (especialmente los suelos), prohibiendo los contratos de corta duración que existen en la actualidad (uno o dos años).
Como el agua es uno de los bienes comunes necesarios para la vida y la producción de alimentos, se debe promover su uso racional de modo integral, así como legislar para frenar el avance extractivista (minería, desarrollo inmobiliario, ganadería industrial, etc) que arrasa con los humedales y las fuentes y reservas de agua dulce.
Las semillas, son otro bien común que hoy dominan las corporaciones multinacionales del agro. Hoy las instituciones del estado (INTA, universidades, etc) trabajan mejorando la genética de los cultivos, pero las grandes ganancias de la comercialización se las llevan las semilleras privadas. Debemos promover una Ley de semillas que consagre “semillas libres” a aquellas que están en manos de los y las agricultoras (semillas nativas, criollas y acriolladas) y también a aquellas en cuyo desarrollo haya participado alguna institución del estado. En este sentido, es muy valioso conocer la Ley de semillas de Venezuela, que fue consagrada luego de un largo proceso de debate popular (11).
De la misma forma en que el estado propició la consolidación del modelo agropecuario industrial, en particular la producción sojera, debe actuar, pero en sentido inverso, desalentando ese cultivo con mayor presión impositiva, otorgando subsidios y créditos blandos a quienes desarrollen producción agroecológica y a quienes priorizan la producción de alimentos para consumo interno. Hay que “desojizar” nuestro agro y fortalecer la producción de tipo familiar y mixta (agrícola y ganadera), orientada prioritariamente a la alimentación del pueblo. La agroecología a diferencia de la agricultura industrial no difunde recetas, por lo tanto la promoción de diversificación productiva deberá hacerse colectivamente y en clave regional, local y cultural
Debe reconocerse y potenciar el trabajo de las universidades públicas y los organismos estatales que aportaron al desarrollo de nuevas variedades, pero con una nueva orientación: el mejoramiento, multiplicación y cuidado de semillas libres junto con las comunidades. Estas instituciones deberán también difundir prioritariamente tecnologías de procesos y prácticas agroecológicas, para lo cual será necesario que el pensamiento científico se nutra de saberes locales y ancestrales, promoviendo un diálogo que nos permita avanzar en el nuevo modelo.
Considerando que va a ser imposible la eliminación abrupta de herbicidas y fertilizantes, el Estado debe controlar su importación, producción y comercialización, tratando de reducir los costos de estos insumos externos y poder gestionar la transición hasta que se consiga poder prescindir generalizadamente de ellos.
En el caso de la ganadería debe prohibirse el confinamiento en grandes feed lot, manteniendo por un tiempo los encierres a corral caseros, que permitirán ir atenuando los baches de comercialización.
Para el consumo interno, se deben promover los circuitos cortos y locales de comercialización y abastecimiento, acercando a productores y consumidores. Se deberá subsidiar la instalación de Ferias, mataderos municipales o cooperativos y emprendimientos de productos elaborados con materia prima local, como por ejemplo quesos y conservas, que puedan abastecer regionalmente.
Para el comercio internacional, el estado nacional, las y los trabajadores de la agroindustria y portuarixs, quienes trabajan en transporte y acopio de granos y otros productos primarios y lxs pequeñxs y medianxs productores deben participar en el control de las exportaciones con la creación de un ente mixto de intervención, que además sustente la reestatización de los puertos privados y la recuperación de la soberanía del curso de agua del Paraná.
Una interesante propuesta de Walter Pengue, para trabajar territorialmente la transición agroecológica son los escudos verdes (12) “un sistema ambiental productor de biomasa en condiciones agroecológicas que a su vez actúa como elemento protector, conservador y recuperador de servicios ambientales importantes para la sociedad y que a su vez evita la aparición de afectaciones a la salud”. En ellos se disponen alrededor de los pueblos o ciudades franjas a partir de la periferia con: bosques y áreas verdes, hortalizas y frutales, ganadería y agricultura.
Para estimular la vuelta al campo, además de garantizar el acceso a la tierra a quienes la producen, se deberán mejorar las condiciones de vida para las familias rurales y promover el crecimiento de los pequeños pueblos vinculados a la ruralidad dotándolos de los servicios básicos. Estas políticas de estímulo pueden aportar directamente a la desconcentración de los grandes conglomerados urbanos y el regreso de millones de originarios, campesinos y productores a su lugar de origen. El proyecto de producción agroecológica propone repoblar el campo y generar trabajo rural.
Para este nuevo modelo, es importante también el rol de lxs consumidores. Se debe promover el consumo de una dieta equilibrada y diversa, que contemple las condiciones locales y las preferencias culturales de la población, con alimentos sanos de distinto origen, producidos local o regionalmente, y priorizar el consumo de productos de estación, promoviendo la comida casera no industrializada y desalentando el consumo de alimentos exóticos o cuyo consumo supone fletes de largas distancias.
Finalmente, y como no partimos de cero, entendemos que el nuevo proyecto productivo de base agroecológico, para garantizar la soberanía alimentaria de nuestro pueblo, deberá construirse entre todas y todos y teniendo en cuenta como base las numerosas y diversas experiencias en desarrollo en nuestro país (producción intensiva y extensiva agroecológica, mercados locales, sistemas de certificación participativa, redes de agroecología y de distribución comunitaria, etc.)
Abordar el extractivismo agropecuario tiene sus complejidades, sobre todo en un país como la Argentina, que es un centro de experimentación y de difusión del modelo, y en consecuencia, un lugar privilegiado para impulsar falsas alternativas. La solución también es compleja, porque la perspectiva agroecológica, que no funciona con recetas, exige un conocimiento profundo de cómo funcionan los ciclos de la naturaleza y tomar en cuenta no sólo los aspectos ecológicos o climáticos, sino también los sociales, culturales, económicos y políticos. Estas dificultades, no deberían desalentarnos frente a la urgencia de las decisiones que deben tomarse ante la profunda crisis ambiental y alimentaria que enfrentamos. En resolver la crisis, nos jugamos la vida de las próximas generaciones.
Algunas bibliografías consultadas:
- Pengue, Walter y J Fal. (2020). Tajos en la tierra. http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20210716030945/Tajos–tierra.pdf
- Aguirre, Patricia (2022). Devorando el Planeta. Ed. Capital Intelectual
- Cabaleiro, Fernando (2022). Praxis jurídica de agrotóxicos en Argentina. https://www.academia.edu/76664100/PRAXIS_JUR%C3%8DDICA_SOBRE_EL_USO_DE_AGROT%C3%93XICOS_EN_LA_ARGENTINA_5_Edici%C3%B3n_2022
- Marino, Damián (2019). https://investiga.unlp.edu.ar/cienciaenaccion/cientificos-de-la-unlp-advierten-que-el-glifosato-esta-en-todos-lados-10058
- Souza Casadinho, Javier. Informe de Plaguicidas altamente peligrosos. https://ipen.org/sites/default/files/documents/argentina_hhp_final_7-03-19red.pdf
- Naturaleza de Derechos. https://www.facebook.com/naturalezadederechos/photos/a.819769728105416/1876244905791221/
- Savory, Alan (2019). Manejo Holístico. Una revolución del sentido común para regenerar nuestro ambiente. Ed Libros Cóndor
- Savory Reverdecer los desiertos. https://www.youtube.com/watch?v=0hv0fbEKflU
- Ribeiro, Silvia. Colonialismo climático. La Jornada, Mexico. https://tinyurl.com/5n76zhra
- Gárgano Cecilia El campo como alternativa infernal. Pasado y presente de una matriz productiva ¿sin escapatoria? https://www.edicionesimagomundi.com/producto/el-campo-como-alternativa-infernal/
- Ley de semillas, ley de todxs. Venezuela. https://www.biodiversidadla.org/Documentos/Ley_de_Semillas_de_Venezuela2
- Pengue, Walter. Escudos verdes. https://www.studocu.com/es-ar/document/universidad-nacional-de-mar-del-plata/nutricion/pengue-et-al-2018-escudo-verde-agroecologia/7985487
Fuente: Contrahegemonía