El bosque indonesio sacrificado
El acelerado ritmo de deforestación del bosque tropical indonesio, consecuencia del monocultivo de palma, provoca un fuerte impacto tanto medio ambiental como socio-económico. Mientras para algunos campesinos este cultivo resulta un beneficio económico inigualable, la mayoría sufre el deterioro de su calidad de vida.
Por Cédric Gouverneur, enviado especial
Traducción: Gustavo Recalde
Los cazadores-recolectores se reúnen en un semicírculo en la claridad del amanecer. Los hombres, en taparrabos, observan a los visitantes. Detrás de ellos, las mujeres amamantan a sus bebés y tranquilizan a los niños intimidados por los intrusos. Menti, un hombre robusto y apuesto de unos sesenta años, el más anciano y jefe de este grupo de cinco familias, se dirige al antropólogo indonesio que nos acompaña: los Orang Rimba quieren responder a las preguntas. Pero habrá que hacerlo rápido: pronto será momento de salir a cazar. Los animales escasean debido a la desaparición de su hábitat; el bosque de la isla de Sumatra se reduce... El principal predador: el monocultivo de palmas aceiteras.
El aceite de palma, utilizado en la industria de la alimentación y en la cosmética, encontró un nuevo mercado: el Ester Metílico de Aceite Vegetal (EMHV), un biocombustible. Entre 1998 y 2007, Indonesia extendió oficialmente sus plantaciones de 3 a 7 millones de hectáreas, convirtiéndose en el primer productor mundial de esta oleaginosa, seguido por Malasia. Yakarta, para responder a la explosión de la demanda de aceite de palma (40 millones de toneladas previstas para 2020 contra 22,5 millones en la actualidad), alimenta proyectos faraónicos: en 2020 deberían destinarse 20 millones de hectáreas a este cultivo. Es decir, 200.000 km2: el equivalente a un tercio de la superficie de Francia. En Sumatra, donde el bosque se redujo de 2,2 millones de hectáreas a sólo 400.000 entre 1999 y la actualidad, se sumarían 850.000 hectáreas más a las 450.000 actualmente cultivadas.
Con el estómago vacío por la escasez de animales de caza, algunos Orang Rimba contribuyen a la desaparición de su propio ecosistema a cambio de algunos billetes: “Nos enteramos de que un clan del oeste vendió el bosque a los javaneses. Aparentemente piensan convertirlo en plantaciones de palmas”, cuenta Menti. Esta declaración genera la indignación de los cazadores y el estupor de sus visitantes: ¿cómo, en el corazón de un parque nacional supuestamente “protegido”, los Orang Rimba pueden “vender” tierras –que no poseen, pero que utilizan– a plantadores que no tienen ningún derecho a comprarlas? Ante este ejemplo, las promesas del Ministro de Medio Ambiente indonesio, Rachmat Witoelar, suenan vacías. ¿Acaso no aseguraba el 23 de marzo de 2007 en Yakarta, durante la presentación del informe Stern sobre la economía del cambio climático, que “los millones de hectáreas de palmas de aceite no sacrificarían los bosques”?
Empresas vs. medio ambiente
A pocos kilómetros de Menti y los suyos, Kardeo, de 54 años, nos recibe en el patio de su enorme mansión con columnas de estuco pintadas de rosa. “Antes vivía allí –dice, señalando un casita de madera ubicada cerca del lugar–. La palma de aceite me trajo la felicidad”. Kardeo es lo que aquí se denomina un transmigrasi (transmigrante). Entre 1950 y 2002, Yakarta incitó a más de 6 millones de javaneses pobres a probar suerte en las islas periféricas para aliviar la superpoblada isla de Java (1). Una política que genera tensiones permanentes con los autóctonos, quienes perciben a los transmigrantes, en el mejor de los casos, como intrusos privilegiados y, en el peor, como colonizadores que consolidan la histórica dominación de Java en el archipiélago. En 2001, cientos de javaneses –incluyendo mujeres y niños– fueron masacrados en Borneo por guerreros dayaks, quienes reafirmaron entonces su reputación de cortadores de cabezas.
“Abandoné Java a fines de 1984. El gobierno me dio una casa de madera, tres hectáreas y ayuda material durante un año”, explica Kardeo. Fueron comienzos muy difíciles antes de que apareciera la lucrativa palma de aceite. “Actualmente cultivo 16 hectáreas. Cada una produce 1,6 toneladas por mes, y cada kilo de granos cuesta entre 700 y 1.700 rupias, según la cotización –resume–. Mi plantación me reporta 45 millones de rupias por mes”, es decir, 3.500 euros mensuales. “Habiendo empezado con nada”, Kardeo vive confortablemente e incluso envía a sus hijos a la universidad. Como la palma de aceite es una plantación que requiere poco mantenimiento y menos salarios para pagar, Kardeo emplea en su finca de 16 hectáreas a tan sólo seis personas. Los plantadores que encontramos confiesan que la reducción de la masa salarial los motivó a reconvertir sus plantaciones de heveas (más respetuosas del medio ambiente) en campos de palmas. “Y con los fertilizantes y los pesticidas de Monsanto, el rendimiento es aún mejor”, se alegra Kardeo. ¿Nunca escuchó hablar de los daños de la palma de aceite al medio ambiente? Su respuesta tiene el mérito de la franqueza: “Mi nivel de vida y la economía de mi país dependen de la palma de aceite. Entonces el medio ambiente...”.
Si bien Kardeo pudo salir adelante, el pequeño campesinado de Sumatra no comparte demasiado su entusiasmo. Cientos de aldeas a lo largo de todo el archipiélago, decepcionadas por las promesas, empobrecidas por un producto que supuestamente los enriquecería, habiendo visto sus tierras robadas y sus ríos contaminados, resisten físicamente a las empresas y a las fuerzas del orden. La asociación Walhi contabiliza doscientos veinticuatro conflictos entre las comunidades de aldeanos y las compañías de aceite de palma en Sumatra, y unos quinientos en todo el archipiélago.
Teóricamente, la concesión de un terreno a un inversor supone el respeto de algunas obligaciones legales, como por ejemplo un estudio de impacto ambiental. Sin embargo, Serge Marti, director de la asociación suiza LifeMosaic, y autor de un informe sobre las consecuencias del monocultivo de palma de aceite (2), calcula que “un soborno de 50 millones de rupias (3.900 euros) basta para autorizar una plantación de 20.000 hectáreas”. En todas partes del archipiélago “las empresas desembarcan en las aldeas acompañadas por funcionarios y policías para intimidar a los habitantes. Conozco casos de aldeanos que, como en los tiempos de Suharto, eran acusados de ‘comunismo’ si se negaban a ceder sus tierras al ‘proyecto de desarrollo nacional’ que supuestamente constituye la palma de aceite (3)”. El derecho de propiedad en Indonesia es de lo más ambiguo: el Estado siempre se ha reservado la posibilidad, desde los colonos holandeses hasta el presente, de expropiar en nombre del “desarrollo” o del “interés público”.
Promesas incumplidas
Antes de 1999, una época añorada, los dos mil quinientos habitantes de Karang Mendafo vivían de sus arrozales y sus heveas, y se autoabastecían. El jefe de la aldea, Mohammed Rusdi, explica: “Una empresa del grupo Sinar Mas –uno de los conglomerados indonesios– vino a talar el bosque con la ayuda de policías y soldados. Sinar Mas se apoderó de 600 hectáreas y las convirtió en plantaciones de palmas de aceite. Ya no tenemos tierras. Y ya no hay bosque. Siete aldeas vecinas tienen exactamente el mismo problema”. En diciembre de 2007, Rusdi fue a exponer el caso de su aldea en la conferencia de Bali (4). Sin éxito.
Indemnización, participación en las ganancias de la plantación, trabajo asalariado, construcción de rutas y una escuela... Sinar Mas hizo “muchas promesas”, señalan furiosos los aldeanos. Aún esperan las inversiones anunciadas y la mayoría vio caer sus ingresos, a veces hasta en un 80%. Sayuti, de 42 años, casado y padre de tres hijos, cuenta: “Antes de 1999, tenía 1,5 hectáreas de heveas, cuyo caucho me reportaba 1.200.000 rupias por mes (unos 100 euros)”. Hoy, siendo un pequeño accionista de la plantación, Sayuti gana apenas 225.000 rupias (17 euros)... La vida cotidiana se monetizó: actualmente los aldeanos deben comprar las frutas y verduras que antes cultivaban. Los ríos se están volviendo estériles: fertilizantes y pesticidas diezmaron a los peces. Y si el policultivo y la jungla retienen el agua, el monocultivo lava el suelo: las inundaciones arrastran el asfalto de las rutas. Los aldeanos, desmoralizados, optan por la acción directa: varias veces por semana, decenas de ellos, armados con intimidantes goloks (machete local), rodean la plantación y toman alegremente frutos de la palma para venderlos en el mercado.
Más al norte: la aldea de Logu Mandesa y sus dos mil hogares. En 2006, el grupo Sinar Mas obtuvo una concesión del gobierno para transformar las tierras de los aldeanos en plantaciones. “A las autoridades les importa un bledo que estas tierras nos pertenezcan –explica Supino– jefe de uno de los caseríos de la aldea. La compañía se apoderó así de 500 hectáreas, y nosotros seguimos esperando las compensaciones prometidas”. Al borde de un ataque de nervios, los aldeanos reaccionaron: el 28 de diciembre de 2007, cientos de hombres atacaron las instalaciones de la compañía, quemaron once topadoras y una 4x4. Los medios de comunicación cubrieron la revuelta –filmada con teléfonos celulares– y la opinión pública tomó partido por los rebeldes. La policía detuvo a veintidós personas, nueve de las cuales permanecieron detenidas durante mucho tiempo. “La compañía sólo piensa en las ganancias, no en la preservación de la naturaleza para varias generaciones. Ningún partido político nos apoya. La Comisión Indonesia de Derechos Humanos no hace nada por nosotros”, señala Supino.
Unos tres mil quinientos Orang Rimba viven aún de la caza y la recolección en lo que queda de las junglas del centro de Sumatra. En 1966, el bosque tropical indonesio cubría 144 millones de hectáreas, es decir, el 77% de la superficie del país. Hoy, el 80% desapareció (5). Tanto en Sumatra como en Kalimantan (parte meridional de la isla de Borneo) y en la Papua indonesia, el ritmo de deforestación se estima en cuatrocientas canchas de fútbol por día, un récord mundial. Según Naciones Unidas, el bosque indonesio –supuestamente “protegido”– se verá “severamente degradado (6)” en 2012.
“No tenemos nada que perder –señala furioso un joven de Logu Mandesa–. Quemaremos otras topadoras”.
1 127 de los 220 millones de indonesios viven en Java (138.800 km2, menos del 10% del territorio indonesio).
2 “Losing Ground”, informe de LifeMosaic (Suiza), Sawit Watch (Indonesia) y Friends of the Earth (Reino Unido), febrero de 2008.
3 Entre 500.000 y un millón de comunistas fueron masacrados en 1965-1966 por el régimen del “Nuevo Orden” de Suharto.
4 Esta conferencia sobre cambio climático, que reunió del 3 al 14 de diciembre de 2007 a 180 países bajo la égida de la Organización de las Naciones Unidas, se caracterizó por la ausencia de compromisos.
5 Véase www.agrocarb.fr, dirigido entre otros por el Comité Católico contra el Hambre y por el Desarrollo (CCFD), Amigos de la Tierra, Oxfam.
6 “The last stand of the orangutan”, informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), febrero de 2007.
Le Monde Diplomatique – Edición Conosur