El Perú: país agrícola

Idioma Español
País Perú

Tenemos una cultura agrícola forjada durante 10,000 años. Entre otras cosas vivimos en lo que fue uno de los ocho centros mundiales de domesticación de plantas alimenticias. Nuestros antepasados domesticaron 182 especies, entre ellas 3,000 variedades de papa. Esto no se debe a que seamos más inteligentes que otros, sino a que tenemos la fortuna de vivir en un territorio con diversos climas y microclimas.

 

Tenemos:

 

Parte de la selva tropical más grande del mundo, la Amazonía. La cordillera andina con su diversidad de alturas; que además tiene la ventaja de estar en dirección norte-sur y no este-oeste, lo que hace que el clima en una altura de 1,500 metros en el norte, cerca de la línea ecuatorial, sea diferente del clima a la misma altura en el sur, lejos del ecuador. Tenemos la costa, que pese a su aridez, agrega la vegetación de otros microclimas.

 

Como si esto fuera poco disfrutamos de una rica fauna marina, pues siendo un país que está en el trópico, por nuestro mar circula la corriente fría de Humboldt, la que provoca que las aguas calientes del fondo asciendan a la superficie, produciéndose por lo tanto no sólo un movimiento horizontal del agua, sino también vertical. Las aguas llevan consigo el fitoplancton y el zooplancton (flora y fauna microscópicas) que alimentan a gran variedad de peces.

 

Viviendo en ese paraíso era natural que nuestras culturas desarrollaran una rica agricultura.

 

El incanato fue sólo la última parte de ese desarrollo, todavía se puede ver:

 

El campo experimental agrícola de Moray en el que hay diferentes temperaturas a diversas alturas.

 

Las terrazas o andenes en las laderas para evitar la erosión.

 

Restos de “waru-waru” en el altiplano frío de Puno, que son franjas alternas sobre el nivel del suelo y por debajo de él. Si es año muy lluvioso el agua se deposita en las franjas inferiores sin afectar a los cultivos de las franjas superiores, si es año seco el agua depositada en las franjas inferiores sirve para regar las franjas superiores. Además el calor solar acumulado durante el día por las aguas de las franjas inferiores, sirve para contrarrestar el frío de la helada en la noche.

 

Las ruinas de Raqchi que muestran restos de gran cantidad de almacenes para las épocas de hambruna.

 

Restos de canales.

 

Las ruinas de Tipón que son un poema arquitectónico al agua.

 

Hubo planificación centralizada de la agricultura a nivel del Tawantinsuyo (lo que se denomina “imperio incaico”), que determinaba qué se debía cultivar en cada microzona y a dónde debía ir gente para cultivar.

 

Comunidades de media altura enviaban rotativamente parte de su población a la ceja de selva a cultivar coca y otra parte a la alta puna a criar alpacas.

 

Invasión europea

 

Las huestes de Pizarro tienen el honor de ser los iniciadores de la depredación de nuestro territorio que ahora es continuada en forma y ritmo monstruosos por las empresas multinacionales que usan como sus sirvientes a los gobiernos de turno.

 

Los españoles destrozaron la planificación agrícola, rompieron los canales, destrozaron los waruwaru, maldijeron a los productos de debajo de la tierra por estar cerca del demonio, principalmente a la papa, pues el demonio había hecho que llevara el mismo nombre que el Santo Padre, por eso cambiaron el nombre a patata, que es el que ha pasado al inglés y otros idiomas, maldijeron a la kiwicha (amaranto) y la coca porque eran adoradas por los nativos.

 

Los incas eran una casta opresora, pero, aunque no era una sociedad democrática, el eje de la economía era cubrir las necesidades de los habitantes del Tawantinsuyo atendiendo al cuidado y a la preservación de la naturaleza.

 

Con la invasión ese dejó de ser el eje. El objetivo de la economía fue la producción de oro y plata para España. Pasó a ser pues cobertura de las necesidades de nuestros amos.

 

Ese objetivo continúa siendo el mismo. Luego de lograda la independencia de España pasamos a ser colonia económica del imperio británico, después, con el debilitamiento de éste por las dos guerras mundiales, devinimos en colonia económica de Estados Unidos y ahora producimos lo que nuestros actuales amos, las grandes empresas multinacionales requieren de nosotros.

 

Desde la invasión española hasta ahora no interesan las necesidades de nuestro pueblo sumido en la miseria ni la preservación de la naturaleza, lo único que importa es cubrir las necesidades de nuestros amos.

 

Antes de la invasión, la tierra en el continente no pertenecía a la gente, era la gente la que pertenecía a la tierra.

 

Los españoles trajeron consigo el sistema feudal de trabajo agrícola, que estaba al servicio del eje minero de la economía. Instituyeron las encomiendas y repartimientos para hacer trabajar a los indígenas en latifundios que habían convertido en su propiedad. Para el trabajo agrícola de latifundios de la costa, importaron esclavos africanos.

 

Fueron reconocidas las comunidades indígenas como propietarias de los territorios despreciados por los latifundistas.

 

La república

 

Con la “revolución de la independencia” el indígena no fue liberado, las encomiendas y repartimientos pasaron a ser “haciendas” donde los indígenas continuaban trabajando gratuitamente por el derecho a cultivar para sí una pequeña parcela en el latifundio del hacendado o “gamonal”. Esto fundamentalmente en la sierra.

 

Esta relación sometía al indígena a una condición de colono servil, pues incluía que el indígena y su compañera hicieran servicio doméstico para el hacendado, además estaba obligado a conducir las acémilas con el cargamento de la hacienda a la ciudad. En la práctica el hacendado era autoridad en sus dominios, castigaba físicamente a los indígenas, violaba a las mujeres, etc.

 

Las comunidades indígenas continuaron siendo propietarias de sus territorios, sin embargo éstos fueron cada vez más cercenados, de hecho y a través de procesos judiciales en los que los latifundistas eran los favorecidos.

 

En la selva se reconoció la propiedad de las comunidades nativas, a las que también permanentemente se les cercena su territorio.

 

En la costa fueron establecidas haciendas capitalistas que usaban obreros agrícolas y otras con el sistema de “yanaconaje” que consistía en que el pago por la parcela de propiedad del latifundista que trabajaba el campesino, no era en trabajo sino en especies, el campesino era más libre que en la sierra, no existía el servilismo.

 

Parte de la historia de depredación agrícola fue el criminal saqueo del fertilizante guano de isla usado por nuestros antepasados, para fertilizar el suelo de Inglaterra. Por ese saqueo se dice que Castilla fue el mejor presidente del Perú.

 

Fin del sistema de hacienda

 

La revolución que derrumbó este sistema en México, tuvo influencia en el Perú. Surgió una corriente indigenista en la clase media urbana que influyó en la literatura, en la música, en la pintura, pero no llegó a sacudir a la población indígena.

 

Siempre hubo rebeliones indígenas, pero fueron derrotadas.

 

En Brasil y otros países el sistema de hacienda fue sustituido paulatinamente por la explotación capitalista de los latifundios. En el Perú el debilitamiento del sistema de hacienda producido por el avance capitalista fue aprovechado en su favor por la población indígena. Explicamos lo sucedido en el departamento (el Perú se divide en departamentos y éstos en provincias) del Cusco.

 

Una hacienda fue comprada por capitalistas ganaderos que usaron establos y proletariado agrícola, intentaron expulsar a los colonos, pues necesitaban la tierra y no los siervos. Éstos que por generaciones habían vivido en la hacienda, aunque explotados, pero trabajando pequeñas parcelas para ellos, no aceptaron la expulsión “legal”.

 

Más extenso fue el problema en la denominada “ceja de selva” (provincia de La Convención y un valle adyacente), el inicio en la sierra de la selva amazónica:

 

En la zona podían producir cultivos exportables: café, cacao, té. Los hacendados obtuvieron que el gobierno les cediera a precios ínfimos extensas extensiones de terreno para “colonizar”.

 

Los nativos amazónicos, como eran “salvajes” no entendían la costumbre civilizada de trabajar para otro, por lo tanto prefirieron replegarse al interior de la selva.

 

Para conseguir los brazos que necesitaban, los hacendados tuvieron que reclutar indígenas de la sierra, con el incentivo de que iban a ganar mucho dinero cultivando productos de exportación. Hubo colonos y comuneros que se trasladaron a las haciendas de “ceja de selva”.

 

El sistema de trabajo fue llevado de la sierra: El colonato servil. El hacendado entregaba al indígena una parcela para que éste trabaje para sí, como pago de alquiler el indígena debía trabajar determinado número de días para el patrón.

 

El sufrimiento inicial fue excesivo: Los indígenas de la sierra fría se trasladaron a un clima diferente al suyo, a comer productos a los que no estaban acostumbrados. Se encontraron con enfermedades nuevas y no conocían medicinas naturales, las mujeres persistían en vestirse como en la sierra fría. Hubo gran mortandad por el paludismo. Además el trabajo era muy rudo, había que talar la selva y esperar cuatro años a que comience a producir los frutos codiciados.

 

Adicionalmente, la ambición de los hacendados hizo que a algunos indígenas, luego que se habían esforzado trabajando cuatro años, cuando comenzaban a disfrutar de la esperada cosecha, los expulsaran. Esto no lo hacían en la sierra, pues los cultivos son anuales, las plantas mueren; en la “ceja de selva” tomaban gratis una plantación.

 

En las haciendas de la sierra el número de días de trabajo para el hacendado y las otras obligaciones, llevaban décadas o siglos de establecidos, en la “ceja de selva” era reciente su establecimiento de acuerdo al capricho de cada patrón.

 

El hacendado necesitaba que el indígena trabaje la mayor cantidad de días posible para él. Por otra parte el indígena necesitaba trabajar lo menos posible para el patrón para dedicar el tiempo a su cultivo.

 

Esta contradicción llevó a la fundación de sindicatos y luego de una federación.

 

Las reclamaciones llevaron a discusiones a través de los abogados sobre la disminución de días de trabajo para el hacendado, respeto a las 8 horas de trabajo determinadas por la ley, que no hubiera trabajos adicionales, etc. Se firmaban los acuerdos y los indígenas trabajaban en mejores condiciones.

 

Sin embargo hubo un problema que no se pudo resolver.

 

Los hacendados de mentalidad más arcaica consideraban que era inconcebible que ellos discutieran con “sus indios” la forma en que ellos debían servirle. Decían que la solución era “meter en la cárcel a los cabecillas”. Lo que realmente practicaron pues tenían a su servicio al poder judicial y a la policía.

 

El campesinado de la zona en su conjunto se movilizaba con mítines, marchas, paralizaciones del tráfico, etc. en demanda de libertad de los presos, lo que conseguía, pero se mantenía el problema de la negativa absoluta de dichos hacendados a reconocer a los sindicatos y discutir con ellos las condiciones de trabajo. Como en las haciendas de la sierra, la autoridad en la hacienda era ejercida por el hacendado, quien aplicaba castigos físicos y otros atropellos a “sus indios”.

 

Ante eso la única medida que le quedó al campesinado indígena fue la “huelga”, que consistió en no ir a trabajar en los cultivos de la hacienda.

 

Si comparamos esta “huelga” con la del empleado o el obrero, salta a la vista la diferencia: Mientras que el obrero o empleado hace el sacrificio de dejar de percibir el salario o sueldo durante la huelga, el campesino indígena para quien el trabajo era la forma de pago por la parcela ocupada por él y que por lo tanto no percibía salario o sueldo, no significaba ningún sacrificio; todo lo contrario, tenía el beneficio de disponer de más tiempo para atender el trabajo en la parcela que ocupaba.

 

Sin darse cuenta, con la “huelga” estaba iniciando la “reforma agraria”, o sea que la tierra sea de quien la trabaja, sin ninguna carga.

 

De modo que los campesinos indígenas cuyos patrones se habían negado a reconocer los sindicatos, estaban mejor que quienes habían firmado pactos con los hacendados sobre disminución de obligaciones.

 

Naturalmente que los hacendados de las haciendas en “huelga” se indignaron, comenzaron a andar armados dando tiros al aire y amenazando matar a los “indios ladrones”. Cuando los campesinos indígenas se quejaron a la policía por dichas amenazas, ésta dijo que los patrones tenían razón y que estaban en su derecho de matarlos “como a perros”. Los campesinos se quejaron a la asamblea de la Federación de la zona, la que acordó que, ante la amenaza de los hacendados y la aquiescencia de la policía hacia ellos, el campesinado indígena debía organizar su autodefensa armada. Como sabían que el sindicato al cual yo pertenecía, “Chaupimayo”, que era el más amenazado, ya estaba preparando la autodefensa, me nombraron por unanimidad para organizar y dirigir la autodefensa.

 

Al enterarse de esto los hacendados dejaron de amenazar pero hicieron que el gobierno (la dictadura militar presidida por el general Pérez Godoy) decidiera reprimir mediante la policía, la “huelga”, el inicio de la reforma agraria.

 

El gobierno combinó esta represión con la emisión de una “ley de reforma Agraria” (Reforma Agraria no es sólo redistribución de la tierra, sin embargo acá usamos la denominación en ese su restringido sentido) solamente para la zona, que no pensaba cumplir. La Federación de sindicatos campesinos de la región acordó declarar la huelga general mientras esa ley no se aplicara.

 

Era el año 1962.

 

La represión gubernamental tuvo que enfrentarse a la resistencia armada decidida por el campesinado de la zona. Murieron policías y campesinos. La mayor fuerza de la policía se impuso, disolvieron la autodefensa campesina indígena y nos encarcelaron a sus miembros.

 

Sin embargo el gobierno comprendió que iba a ser muy difícil lograr que los indígenas volvieran a trabajar para los patrones luego de haber estado muchos de ellos durante meses sin hacerlo, de modo que decidió realizar la reforma agraria que había legislado, que, entre otras cosas, señalaba que había que dejar en manos del patrón una parte del terreno.

 

En algunas haciendas se aplicó esta ley, en otras se aplicó lo que impuso el campesinado indígena, que al hacendado no se le dejaba ni un palmo.

 

Extensión nacional de la “Reforma Agraria”

 

Legalizando en la práctica la liquidación del sistema de hacienda en la provincia de La Convención y un valle adyacente, realizado por el campesinado indígena, el gobierno pacificó esa zona, pero provocó la protesta en el resto del país. Durante el gobierno de Belaúnde, que sustituyó a la junta militar, se produjeron numerosas “tomas de tierra” de haciendas por campesinos que exigían que a ellos se les entregaran las tierras como se hizo en La Convención.

 

El gobierno contestaba con balas, masacrando campesinos.

 

En esa época surgieron dos movimientos guerrilleros que también fueron aplastados.

 

Ante este panorama los militares decidieron evitar que Belaúnde incendie el Perú, en 1968 optaron por tomar el poder y extender a todo el país lo que habían hecho en La Convención en 1962.

 

El gobierno de Velasco Alvarado liquidó las haciendas, no sólo las que practicaban el colonato servil de la sierra sino también las haciendas industriales de la costa.

 

Las haciendas de la costa las convirtió en cooperativas. Como no eran democráticas se corrompieron, se hundieron, y la mayor parte volvió a manos privadas. Este proceso de reprivatización fue impulsado por gobiernos posteriores.

 

En la sierra devolvió muchas haciendas a las comunidades indígenas. Otras las concentró en gigantescas empresas cooperativas: Sociedad Agrícola de Interés Social (SAIS), Cooperativa Agraria de Producción Social (CAPS) y Empresa Rural de Propiedad Social (ERPS). Teóricamente estas gigantescas cooperativas trabajaban para todos los indígenas que pertenecían a ellas, sin embargo en la práctica eran organismos burocráticos que trabajaban al servicio de una cúpula compuesta por el Gerente, el Presidente y un puñado más a su alrededor. Los campesinos indígenas querían que estas tierras pasasen a ser propiedad de las comunidades.

 

El régimen de Velasco fue sustituido por el golpe de derecha dado por Francisco Morales Bermúdez el año 1975.

 

Durante este gobierno se inició la recuperación de tierras de las cooperativas burocráticas en la provincia de Anta, Cusco. Posteriormente me tocó participar, en tanto dirigente de la Confederación Campesina del Perú (CCP), en la recuperación de 1millón, 250 mil hectáreas en poder de las cooperativas burocráticas que fueron tomadas por las comunidades campesinas del departamento de Puno durante el primer gobierno de Alan García (1985-1990). Fue una lucha contra el gobierno, contra la Confederación Nacional Agraria (CNA) fundada por Velasco para apoyar su reforma agraria y contra la organización armada Sendero Luminoso (SL) que nos acusaba de traidores al campesinado por decir que había otra forma de lucha que no era la lucha armada, SL mató dirigentes de las tomas de tierra.

 

Actualmente quedan algunas cooperativas burocráticas.

 

A pesar de los retrocesos, este proceso de reforma agraria hizo que el Perú fuera el país de América Latina con mayor porcentaje de pequeños propietarios, ya sea en forma individual o comunitaria.

 

Ofensiva neoliberal

 

El neoliberalismo comenzó a imponerse con fuerza alrededor de 1992 con la dictadura de Fujimori.

 

Fue la época de la guerra interna entre el gobierno y la organización armada Sendero Luminoso (SL).

 

Esta organización decidió desatar la lucha armada para erradicar la fuerte desigualdad social que había en el país. En un principio tuvo el apoyo de sectores pobres, principalmente del campesinado pobre del interior del país que sufría los atropellos de los ricos y de las autoridades policiales, judiciales, políticas.

 

El surgimiento de esta organización al comienzo de la década de los 80, dio pretexto a los gobiernos de Belaúnde, García y Fujimori para cometer masacres, fundamentalmente de campesinos indígenas pobres, pero también de gente urbana. Posteriormente también SL cometió matanzas en el ámbito rural y urbano de todos a quienes consideraba sus enemigos. Posteriormente surgió otra organización armada, el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), que no tuvo las características sanguinarias de SL.

 

Esa circunstancia dio pretexto al presidente electo Fujimori para hacer un “autogolpe” disolviendo el parlamento e implantando su dictadura.

 

En la guerra interna que duró 20 años murieron 70,000 peruanos, la mayoría campesinos indígenas, lo que debilitó a las confederaciones campesinas, debilitamiento del cual hasta hoy no se recuperan.

 

Fujimori emitió una ley disolviendo la comunidad indígena, la que ha tenido éxito relativo, hay comunidades que se mantienen. Esto lo hizo para que el campesinado indígena atomizado fuera víctima fácil de los usurpadores de tierras y de otros atropellos (en esa misma época Salinas en México sacó una ley parecida).

 

Como en la mayor parte del mundo el neoliberalismo ataca fuertemente a la naturaleza y a la población en general:

 

Privatización de servicios públicos y de los fundamentales recursos naturales. Legislación anti-laboral y favorable al ingreso de grandes capitales multinacionales.

 

Ataque a la naturaleza

 

En la selva se envenena el agua con la extracción de hidrocarburos.

 

Se tala la selva amazónica para saquear la madera, para implantar la ganadería, para implantar las plantaciones de palma aceitera y otros biocombustibles, plantaciones de coca para la extracción de cocaína (por otra parte hay represión al uso indígena tradicional de la hoja de coca).

 

En la sierra la agresión a la naturaleza se da mediante la minería a cielo abierto que destruye montañas, roba el agua de la pequeña agricultura y la envenena.

 

También se roba el agua de la pequeña agricultura para hidroeléctricas al servicio de la minería.

 

La proyectada Hidroeléctrica de Inambari requiere el desalojo de miles de indígenas y otros campesinos de tres departamentos para construir una represa que dote de electricidad a Brasil.

 

Otra agresión a la naturaleza es la agroindustria que usa la técnica y la ciencia no en función del consumidor, sino de la ganancia de la empresa y nos envenena con transgénicos y productos químicos. Mientras el campesinado pobre usa fundamentalmente fertilizantes orgánicos, practica la rotación de cultivos y los cultivos asociados que son prácticas ecológicas, la agroindustria practica el monocultivo y el uso intensivo de agroquímicos: fertilizantes, insecticidas, herbicidas. Con eso mata el suelo, pero no le importa, pues luego se irá a otro país u otro continente a seguir matando el suelo.

 

Otro fuerte ataque neoliberal a la pequeña agricultura ha sido la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Por una parte favorece el cultivo agroindustrial de espárragos y alcachofas, que absorben mucha agua, para el mercado norteamericano. Los beneficios arancelarios no favorecen a la población pobre peruana sino a las grandes empresas multinacionales agroindustriales. Por otra perjudica al campesinado indígena productor de trigo y de harinas en general, pues no puede hacer competencia al trigo norteamericano producido por grandes empresas subsidiadas por su gobierno. Al campesinado pobre peruano nadie le subsidia. Esto ha bajado el nivel de nutrición de nuestro pueblo, cuya actual base alimenticia ya no son los nutritivos productos nativos: tarwi, qañiwa, kiwicha (amaranto), etc., sino fideos elaborados con trigo transgénico subsidiado de EEUU, que es lo más barato.

 

Si el pueblo peruano permite que el robo del agua expulse del campo al pequeño agricultor que le alimenta, pasará a ser nutrido por la “industria alimentaria” que nos llena de transgénicos y sustancias químicas nocivas a la salud. Es pues el interés directo de la población urbana, impedir que el agua sea robada a la pequeña agricultura.

 

Así, como dijimos arriba, continúa el modelo de desarrollo colonial implantado por Pizarro: Producimos lo que el amo de turno requiere, sin importar la población ni la naturaleza peruanas. Por la insaciable avidez de ganancias del capital multinacional el ataque es cada vez más feroz.

 

Resistencia

 

Hoy día, las luchas fundamentales en el Perú son las de la pequeña agricultura. Los campesinos, indígenas o no, combaten y mueren en defensa del agua, de la vida, en defensa de la naturaleza. Esa es la actual realidad rural peruana.

 

Aún ahora se recuerda el triunfo de hace una década de la población de Tambogrande, Piura, contra la minera Manhatan, la lucha incluyó un plebiscito, en el que el ¡NO a la mina! Alcanzó más del 98%. Incluyó también el asesinato del dirigente Godofredo García, el ataque de la policía, la solidaridad de estudiantes de la capital y de ecologistas de Canadá, país de la compañía.

 

El 5 de junio del 2009, día mundial de la defensa del medio ambiente, por orden de Alan García fueron asesinados alrededor de 200 indígenas (las cifras oficiales dijeron 10) que defendían la Amazonía.

 

En abril de este año García hizo asesinar 3 defensores de la vida en Islay, Arequipa.

 

El día del campesino, 24 de junio de este año, hizo matar 6 campesinos indígenas en Juliaca, Puno.

 

Hace unas semanas se ha organizado el Frente Macrosur de defensa del agua y de la vida, que une a los combatientes del sur del país que luchan por el agua y la vida, además de pequeños agricultores incluye a las poblaciones urbanas de Tacna y Moquegua, afectadas ya por el robo minero del agua.

 

Nuestra lucha es la misma de los huicholes defendiendo Wirikuta en México, o de los habitantes de Mendoza, Argentina, contra la mina San Jorge, o los de las manifestaciones en Santiago y las principales ciudades de Chile protestando contra la construcción de hidroeléctricas en Patagonia, o los dongria kondh en la India defendiendo su montaña sagrada, o los de la cadena humana de 120 kilómetros en Alemania contra la energía atómica, o los italianos votando en el plebiscito por el NO a la energía atómica y ratificando que el agua es un bien público que no se debe privatizar.

 

Somos los pueblos indígenas quienes estamos en primera línea en esta lucha. ¿Por qué? Porque aunque nadie puede vivir sin los productos de la naturaleza, son los pueblos indígenas los más conscientes de que su vida depende de ella. En reconocimiento de esto es que la revista de los verdes de Francia se llama “Pachamama” (Madre Tierra en quechua) y los ecologistas catalanes usan ese mismo término con naturalidad.

 

Pero no es sólo el amor y la defensa de la naturaleza lo que nos une, los indígenas del mundo tenemos otros principios comunes:

 

“Los problemas de la colectividad, es la colectividad quien debe resolverlos”. En cualquier continente donde hay indígenas, hay comunidad indígena, una organización horizontal, democrática. En algunos países hay organizaciones de segundo nivel, comunidad de comunidades: El Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) en Colombia. Los indios Kuna en las islas de Panamá. Los municipios autónomos y los caracoles zapatistas.

 

Lo que se ha dado en llamar “el buen vivir”: La felicidad no se consigue con mucho dinero ni acumulando bienes, se logra viviendo satisfactoriamente.

 

El amor a los antepasados y a los descendientes. Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía en 2009, dijo que estaba muy agradecida a los indígenas norteamericanos porque le habían enseñado que piensan en la séptima generación y actúan hoy evaluando si su acción ha de beneficiar o perjudicar a ella. Esto se diferencia de la ética actual en que mucha gente sabe que sus nietos ya no tendrán agua pero no les importa.

 

El respeto a la diversidad. En la lucha amazónica del Perú se unieron diversas nacionalidades con múltiples lenguas. Esto es contrario a la intolerancia a la diversidad en que nos educa el sistema capitalista actual.

 

El hecho de compartir en diferentes continentes la misma ética, que es más fuerte en los pueblos más primitivos, nos hace pensar que fue la ética originaria de la humanidad.

 

En mi opinión la humanidad está en un dilema de vida o muerte: O retorna a su ética primigenia o fenece antes de 100 años.

 

El sistema capitalista está en su crisis final: Económica, ecológica, política, ética. Es segura su muerte. Lo que no se sabe es si morirá desplazada por la sociedad humana en su conjunto o morirá matando a toda la humanidad, incluidos los capitalistas.

 

Retornar a la ética primitiva no significa volver a la vida primitiva. La ciencia y la técnica que dejarán de estar al servicio de los grandes capitales y pasarán al servicio de la humanidad, dirán de qué beneficios de la civilización se puede continuar disfrutando sin poner en peligro la supervivencia de la especie.

Fuente: Servindi

Temas: Agricultura campesina y prácticas tradicionales

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