El EZLN, inspiración de los guardianes indígenas de México
29 aniversario. El pequeño ejército indígena del sureste, que cumplió 29 años este 17 de noviembre, sigue siendo valladar y garantía. Con su práctica y su ejemplo, los pueblos zapatistas y su ejército insurgente inspiran a los guardianes indígenas de México.
Por Hermann Bellinghausen y Gloria Muñoz Ramírez
Foto: Raúl Ortega
Un recorrido por estos 29 años del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), permite ver la coherencia y congruencia de un movimiento iniciado por un grupo de tres indígenas y tres mestizos que llegaron a la Selva Lacandona en el otoño de 1983. No todo empezó con el levantamiento armado con el que se dieron a conocer la madrugada del primero de enero de 1994. Diez años precedieron el momento en el que se darían a conocer al mundo entero y casi 19 han pasado desde que lanzaron la Primera Declaración de la Selva Lacandona. De este proceso se ha hablado y escrito mucho, pero valga el aniversario para recordar retazos de la historia de un movimiento que se instaló en la vida política del país y del mundo, y que sigue siendo un referente de organización para innumerables movimientos que luchan, como ellos, por libertad, democracia y justicia.
Hace algunos años, el teniente coronel Moisés resumía en sencillas palabras el proceso en el que los primeros zapatistas se encuentran con las comunidades indígenas y transforman su visión revolucionaria tradicional, a partir de una sencilla fórmula: escuchar a los pueblos: “De 1983 a 1993 la organización encontró la forma de encontrar a la gente. Nuestro EZLN supo adaptarse a nuestros pueblos indígenas, o sea que la organización supo hacer los cambios que se necesitaban para poder crecer. En el modo de reclutamiento era que nosotros nos teníamos que adaptar como comisarios políticos… Los compañeros tienen una forma de vida y encontrarles su modo hizo que avanzara mucho el trabajo para tener cada vez más pueblos”.
Entrevistado en ocasión del 20 aniversario zapatista, el mando insurgente explicó entonces cómo se organizaron con los pueblos y cómo se daban las pláticas políticas. “Se les dice que estamos en contra del gobierno, que luchamos contra el sistema que nos tiene jodidos. Explicamos cada punto de por qué luchamos. El problema de cuando explicamos nuestra lucha es, por ejemplo, que les decimos de la salud y la educación, y ellos entienden que luego luego va a haber buena salud y buena educación. Entonces viene la explicación de que la lucha es larga…Les explicamos lo que de por sí viven ellos y pues ellos saben que de por sí así está su situación y nos preguntan qué hay que hacer. Y nosotros les explicamos las luchas de Villa, de Zapata, de Hidalgo y cómo se han conseguido las cosas, les explicamos que gracias a esos movimientos se consiguieron algunas cosas, pero que falta”.
El EZLN desplegó sus propósitos y escuchó las necesidades y formas de lucha de los pueblos. Ese fue el secreto. Saber escuchar y actuar en consecuencia. Moisés recordó: “Entonces les explicamos a los pueblos nuestro sueño. Y les decimos que luchamos por buena educación, buena salud, buen techo y todo por lo que de por sí luchamos…La organización creció tanto que tuvieron que crearse nuevos mecanismos de comunicación. Porque antes el enlace era caminando y se tardaban hasta días en contactarnos, pero luego la organización era tan grande que se tuvieron que empezar a usar los radios y así ya se tenía comunicación entre ellos y con nosotros en la montaña”
La explicación que se daba a los pueblos hace 29 años es totalmente vigente y se puede aplicar a cualquiera de las luchas que actualmente se libran en Wirikuta, en la Montaña y Costa guerrerense, en el Istmo oaxaqueño, en los pueblos de la meseta purhépecha o en la tribu yaqui de Sonora. Relata Moisés: “Los pueblos se dan cuenta que los proyectos que el gobierno les daban a las comunidades no eran decisión de la gente, nunca les preguntan qué quieren. El gobierno no quiere sacar adelante las necesidades de los pueblos, sólo quiere seguirse manteniendo. Y ya desde ahí nace la idea de que hay que ser autónomos, que hay que imponerse, que hay que ser respetados y que hay que hacer que se tome en cuenta lo que los pueblos quieren que se haga. El gobierno los trataba como si no supieran pensar”.
La lucha zapatista, conformada mayoritariamente por indígenas tzotziles, tzeltales, tojolabales, choles, zoques y mames, no nació con reivindicaciones puramente indígenas. Desde un principio, cuentan los insurgentes, se planteó la lucha nacional. En 1983 se preguntaba el EZLN “¿cómo le vamos a hacer para conseguir buena salud, buena educación, buen techo, para todo México? Todo esto es un compromiso demasiado grande. Y pues así lo veíamos. En esos primeros diez años adquirimos muchos conocimientos, experiencias, ideas, formas de organizarnos. Y pensábamos ¿Cómo nos va a recibir el pueblo de México (porque no le llamábamos sociedad civil)? Y pues pensábamos que nos van a recibir con alegría porque de por sí vamos a pelear y a morir por ellos, porque queremos que haya libertad, democracia y justicia para todos. Pero al mismo tiempo pensábamos ¿Cómo será? ¿Será que si nos van a aceptar?”.
Después vino la guerra con todo y sus dolores, y la irrupción civil del pueblo de México. Siguieron estos ya más de 18 años de lucha pública, de encuentros y desencuentros, de definiciones y toma de posturas. El subcomandante Marcos aseguró en 2003 que “si no hubiera iniciado el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional muchas cosas en beneficio de los pueblos indios y del pueblo de México, incluso del mundo, no se hubieran dado de la forma en que se han dado. Era la única forma para que cambiaran las cosas…”. Sin duda falta mucho y los retos son mayores, pero no se pueden ni se deben regatear las conquistas de 29 años de organización.
Antes del 94…
Al tiempo que se funda en la selva Lacandona el EZLN, en 1983, gobierna Chiapas el general Absalón Castellano Domínguez. Tres años antes, en la primavera de 1980, cuando era jefe militar de la zona, tropas del Ejército federal a sus órdenes ejecutaron la mayor masacre de los tiempos modernos en Chiapas. Golonchán (o Wolonchán) fue el nombre de la comunidad destruida y dispersada, en el municipio tzeltal de Sitalá. Aunque no se conocieron al final cifras ciertas (“en ese entonces no había organismos de derechos humanos que contaran a los muertos”, se ha dicho varias veces), las víctimas fueron más que en Acteal. Y Golonchán ya no existe.
El operativo del general Castellanos fue a favor de los finqueros ofendidos por la indiada, siguiendo la inercia de una sociedad dominante acostumbrada a abusar de los indígenas de múltiples maneras: como peones, ejerciendo derechos territoriales y de pernada, cobrando impuestos ilegales y matándolos llegado el caso. Todavía en 1993, los ganaderos podían decir sin pudor que la vida de una gallina valía más que la de un indio. Lo que repetía, también sin pudor y ya en enero en 1994, el ganadero de Altamirano, Jorge Constantino Kanter.
Cuando los fundadores del EZLN llegaron a la selva, y formalizaron su existencia como grupo armado que lucha por la liberación nacional, tal vez no contaban con lo profundos que eran los agravios sufridos por las comunidades indígenas de Chiapas. Germinaba en ellas el “¡Ya basta!” de 1994. Y se encontraron con el hecho de que los pueblos mayas de las montañas habían iniciado de por sí la marcha de su liberación selva adentro, fundándose en las monterías abandonadas de la arrasada Lacandona. Pueblos jóvenes de tzeltales, tzotziles, tojolabales y choles, procedentes de sus pueblos viejos, incluso ancestrales en los Altos, la zona Norte, Chilón y Comitán, que se adentraron en los que entonces eran los inmensos municipios de Ocosingo y Las Margaritas, el “Desierto de la Soledad” de los frailes misioneros que iba a terminar en el Petén guatemalteco.
La Revolución Mexicana apenas había rozado Chiapas, la última esquina del país. El poder lo detentaban unas cuántas familias de finqueros y políticos de donde había salido el general Castellanos Domínguez, siendo su antecesor Juan Sabines Gutiérrez, y su sucesor, Patrocinio González Garrido, emparentado con el poder por todos lados. Más atrás estuvieron Manuel Velasco Suárez, la momia de Salomón González Blanco, prominente priísta (bueno, priístas todos). Y más adelante Juan Sabines Guerrero y Manuel Velasco Coello. Pareciera que en 2012, las mismas familias detentan el poder institucional y político de Chiapas. Pero ya no es igual. Aquella lenta marcha de liberación de los pueblos indígenas acabó creando la que es hoy mayor y más longeva experiencia de autonomía intranacional y en resistencia en el mundo. Los miles de hectáreas de las viejas fincas ganaderas cuya posesión detentaban estas y otras cuántas familias en los años 80 del siglo XX, hoy se encuentran en manos de los indígenas, sus habitantes ancestrales, quienes además las gobiernan.
Desde fines de los años ochenta la propiedad caxlana, incluso su presencia, se fue borrando en la región de los Altos, en Bachajón, aunque conservaron sus ranchos y latifundios en los valles y cañadas de Ocosingo, Las Margaritas, Altamirano, Palenque, Comitán. La liberación interior de los pueblos devino progresivamente territorial, con un notable componente religioso a través de la peculiar diócesis de San Cristóbal de las Casas a cargo de Samuel Ruiz García, y al calor de las sucesivas experiencias de lucha campesina de inspiración comunista (las históricas CIOAC, CNPA, OCEZ), el cooperativismo se supone que maoísta que alimentaría a la ARIC y similares, y otros frentes más de lucha y resistencia, reprimidos/cooptados sistemáticamente pero que no dejaban de brotar por los intersticios, como hormigas. Así se denominaría precisamente la última llamada de atención pacífica antes del levantamiento del EZLN, con la marcha de Xi’Nich de Palenque a la capital de la República en 1992, el año de gracia que vería caer la estatua del conquistador Diego de Mazariegos en la plaza de Santo Domingo, en San Cristóbal de las Casas, durante una marcha indígena de inusitada contundencia en la que participaban, después se supo, quienes dos años después se identificarían como zapatistas.
Un secreto había crecido en las montañas de Chiapas. Algo más que una guerrilla: un ejército campesino, con el arraigo local que ello implica. Algo más que una organización política tradicional y las trampas de negociación/control a las que están expuestas. Algo más que un efecto de la lectura liberacionista del Evangelio cristiano, no exclusivamente católico por cierto. Una inédita estructura comunitaria y militar, nucleada en el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI) del EZLN, que invertía la habitual organización revolucionaria y militar de inspiración marxista-leninista, para poner el mando, la Comandancia, en manos de los propios pueblos que, cada vez más colectivamente (en la medida que la organización clandestina se extendía), designarían a los mandos militares, paradójicamente civiles, responsables de la preparación de la guerra y las fechas y condiciones para el levantamiento, finalmente ocurrido el año nuevo de 1994.
Sin abundar mucho aquí en la riqueza simbólica y discursiva del zapatismo, esa sí abundantemente registrada, escudriñada e imitada a lo largo de los últimos 18 años en todo el mundo, cabe señalar la captura, prisión y juicio público realizados al general Castellanos Domínguez las semanas inmediatamente posteriores al alzamiento en la cañada de Las Margaritas. Detenido en una de sus fincas aquel año nuevo, el impresentable descendiente del doctor Belisario Domínguez conoció un nuevo (antiquísimo) tipo de justicia popular que lo condenó a cargar con la vergüenza por sus crímenes, y de manera más amplia, los de la clase dominante que él representaba en toda su brutalidad y estrechez intelectual. Antes de ser entregado a los representantes del gobierno en víspera de la primera negociación entre los sublevados y el Estado el Miércoles de Ceniza de 1994, el general conoció el arma más demoledora: la dignidad de los pueblos y una ética revolucionaria que lo obligaría a cargar con el perdón de sus víctimas.
“Nos hablan con la realidad”
El amanecer de 1994 acelera todo. Pone en evidencia, a escala masiva y universal, el trato que la Nación ha dado a sus pueblos indígenas. Revela la profundidad de las raíces, la convicción y la determinación de los pueblos insurrectos. Su inédita modernidad ofrece un nuevo camino y habla, por primera vez desde la caída del socialismo soviético, el aparente triunfo del capitalismo neoliberal y el fugaz “fin de la Historia”, de que otro mundo es posible, uno donde quepan muchos mundos. A la vez que “nos hablan con la realidad”, como dijera Carlos Monsiváis, los zapatistas efectúan una auténtica reforma agraria desde abajo al recuperar cientos de miles de hectáreas y repartirlas de manera organizada y puntual siguiendo sus avanzadas leyes revolucionarias. Por lo demás, el impacto de la rebelión llevó a muchos indígenas más, incluso oficialistas (que en la época, como hoy, siglas más/siglas menos eran priístas), a tomar las tierras que acaparaban los ganaderos, caciques y terratenientes en buena parte del estado. Una ironía demoledora ante el anuncio del gobierno nacional priísta de que el reparto agrario, iniciado tras la Revolución Mexicana, estaba concluido.
En Chiapas volvía a comenzar, y daba origen a un nuevo ciclo histórico de la liberación: la autonomía de los pueblos indígenas. La lucha es por la tierra, y también por la autodeterminación. En un país y un mundo donde las funciones de gobierno se convierten cada vez más en estructuras delincuenciales e ilegítimas, la rebelión zapatista es la piedra fundacional de nuevas formas de buen gobierno que mandan obedeciendo y se significan por servir y no servirse del cargo, que es encargo y no canonjía, una responsabilidad y no una recompensa. Y se manifiesta la paradoja de que un ejército (el EZLN) permite la existencia de gobernabilidad, justicia y autodeterminación pacífica. El mundo de las luchas de abajo encontró que, parafraseando a Sartre, el zapatismo es un humanismo.
Este es el largo viaje de aquella célula originaria que creyó que iba a hacer una revolución y acabó por hacer otra: original, igualitaria, ejemplar, y sobre todo, posible.
Los zapatistas no han perdido el tiempo. En diciembre de 1994 el subcomandante Marcos anuncia en Guadalupe Tepeyac la creación de nuevos municipios, rebeldes y autónomos. El gobierno de Zedillo finge intenciones negociadoras y las traiciona apresuradamente el 8 de febrero de 1995 al desatar una ofensiva de las fuerzas armadas que militariza de golpe centenares de comunidades, que se declaran en resistencia. Meses después se pactan en San Miguel los diálogos de paz a celebrarse en San Andrés Larráinzar, que ya para entonces ha sido rebautizado por los rebeldes como San Andrés Sakamchén de los Pobres. En medio de presiones, engaños y penurias, en abril de 1996 se firman los primeros acuerdos sobre cultura y derecho indígenas, y Zedillo se retracta pocas horas después aduciendo la ebriedad de su secretario de Gobernación y dejando en el ridículo a su delegación negociadora.
Los acuerdos fueron una conquista ya no sólo de los zapatistas de Chiapas, sino también decenas de representantes indígenas de todo México. Pero serán los zapatistas quienes primero los conviertan en ley y en base a esto construyan una experiencia autonómica con cinco Juntas de Buen Gobierno organizadas en cinco Caracoles y decenas de municipios y regiones autónomas en rebeldía. Contra tal experiencia han combatido los sucesivos gobiernos federales y estatales a partir de entonces, con el despliegue sostenido de tropas federales, policías y, donde han podido, grupos civiles armados (paramilitares). Una ofensiva en forma de los comandantes supremos Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón, abierta en otros frentes: económico, propagandístico, des-educativo.
En términos estrictos, vale la pena recordarlo, la organización autónoma de los pueblos zapatistas no arranca en 2003 con la creación de los cinco Caracoles ubicados en la cada una de las regiones bajo su influencia. Ni tampoco con el anuncio de la nueva demarcación hecho el 19 de diciembre de 1994, junto con la ruptura del cerco. De la autonomía ya se hablaba y, lo más importante, ya se trabajaba, desde la llegada de los primeros insurgentes a los pueblos de las cañadas de la selva.
La salud y la educación, dos de los pilares de la autonomía y, sobre todo, el concepto del mandar obedeciendo, principio con el que se organizan los gobiernos autónomos, se incuba en ese periodo de reconocimiento entre los pueblos y la guerrilla. Más adelante toma forma en una nueva geografía y a partir del 2003 en gobiernos formalmente conformados en las Juntas de Buen Gobierno, donde se practica la democracia comunitaria, como la denomina el filósofo Luis Villoro.
“Nosotros ya teníamos un territorio controlado y para organizarlo fue que se crearon los municipios autónomos”, explicó en su momento el entonces mayor Moisés. “Nosotros hicimos los municipios autónomos y después pensamos en una Asociación de Municipios, que es el antecedente de las Juntas de Buen Gobierno. Esta Asociación es una práctica, es un ensayo de cómo tenemos que ir organizándonos. De aquí nace la idea de cómo ir mejorando y así se da la idea de la Junta de Buen Gobierno. Nosotros de por sí tenemos una idea y la llevamos a la práctica. Pensamos que son ideas buenas pero ya en la práctica vemos si tienen problema, o como vamos a ir resolviendo los problemas”.
Años más tarde, el comandante Moisés, perteneciente a la zona de Los Altos y fallecido en un accidente, sintetizó la historia de la autonomía de la siguiente manera: “Nosotros quisimos dialogar, quisimos hacerlo todo, pero ya ven lo que pasó con los Acuerdos de San Andrés (firmados en febrero de 1996 y hasta la fecha incumplidos). Por eso no pedimos permiso y empezamos a construir. Vemos que lo más esencial es la organización del pueblo y no el dinero, porque el dinero si es en exceso corrompe, pero la organización no se corrompe. La idea que se hace para buscar la vida no se destruye en la cárcel ni se destruye en la muerte…”
En 2012 la autonomía de estos pueblos continúa siendo un referente inédito en el mundo. No hay una experiencia equiparable, y seguramente no se trata de que la haya, pero su existencia es el motor de muchas de las luchas que se libran en México y en muchas partes del planeta. Hoy, por ejemplo, una red de médicos y activistas enfrentan la crisis y los recortes en Grecia a través de la organización de un hospital autogestivo en Salónica, inspirado en esta forma organizativa. Una foto de la clínica La Guadalupana, de Oventik, adorna una de las paredes de los consultorios.
Ejemplos como el anterior hay muchos, sobre todo en los pueblos indios de México que actualmente libran mil batallas contra el despojo del que son objeto. La resistencia y muchas de sus formas organizativas tienen inspiración zapatista y hay orgullo en reconocerlo.
Pudiendo haber sido de otro modo, el desafío de los indígenas zapatistas a partir de 1994 llevó al gobierno a la apuesta criminal por destruirlos. Guiado por los manuales de guerra irregular yanquis, y con guerrilleros traidores como asesores (Joaquín Villalobos de El Salvador, Tomás Borge de Nicaragua y un puñado de locales ex miembros de la Liga 23 de Septiembre y anexas), el gobierno salinista, y sobre todo el zedillista, decidieron jugar a la contrainsurgencia, encontrando que las recetas aplicadas en Guatemala y Vietnam no servían ante un ejército campesino y popular que además, al escuchar sabiamente el clamor por la paz en el país, silenció sus armas y se dispuso a defender sus demandas, que se generalizaron en los pueblos y movimientos del país. Por su voz hablaron los sin voz.
La estrategia de contrainsurgencia se actualizó en lo militar, mientras el Estado inundó de recursos, inversiones y promesas a Chiapas, permitiendo el enriquecimiento de las mismas familias de siempre, ahora en su papel de administradoras del caudal económico de la Federación. También sembró las semillas perversas de la división, la paramilitarización y la corrupción política a escala comunitaria. Incapaz de resolver el desafío indígena, el gobierno de Carlos Salinas de Gortari no superó su mezquindad en los diálogos de paz y heredó a Ernesto Zedillo una rebelión pródiga en sorpresas.
Los pueblos no han retrocedido. Su experiencia de gobierno ha hecho que, al menos de dientes para afuera, los gobernadores “opositores” pero priístas Pablo Salazar Mendiguchía y Juan Sabines reconocieran la probidad y la eficacia de los consejos municipales autónomos y la Juntas de Buen Gobierno. Muchos pueblos indígenas mexicanos han intentado establecer autonomías similares (amuzgos, nahuas, mixtecos, purépechas) y han sufrido criminalización, represión, cárcel y muerte sin lograrlo plenamente. La autonomía de tzeltales, tzotziles, choles, tojolabales, mames y campesinos de Chiapas ha sido posible por la magnitud de su territorio y su organización, y la existencia de un ejército propio, donde los insurgentes y los milicianos son hijos e hijas de esos pueblos. Un ejército que, honrando la tregua a que se comprometió con la sociedad civil mexicana, no combate, pero tampoco depone las armas.
El nuevo gobierno priísta de Ernesto Peña Nieto se encuentra con una declaración de guerra en pie y hereda la responsabilidad por un rosario de crímenes y traiciones gubernamentales contra los pueblos rebeldes de Chiapas. Es la herencia maldita de ser un mal gobierno, como expresan repetidamente los zapatistas. También enfrentará el desafío constructivo, alternativo y viable de gobiernos autónomos que tarde o temprano conducirán al reconocimiento de México como país plurinacional y multicultural, y en una más de las paradojas que prodiga esta revolución indígena, serán garantía de que sigamos siendo una Nación libre y soberana, y no la trágica comedia con que hoy desagarra a México el servil neoliberalismo gubernamental y pone en serio riesgo el futuro nacional.
El pequeño ejército indígena del sureste, que cumplió 29 años este 17 de noviembre, sigue siendo valladar y garantía. Con su práctica y su ejemplo, los pueblos zapatistas y su ejército insurgente inspiran a los guardianes indígenas de México en Guerrero, Sonora, Michoacán, Jalisco, Oaxaca y muchas partes más.