El campesinado y la agricultura en pequeña escala son quienes siguen alimentado al mundo
"Si los formuladores de políticas comprendieran completamente la importancia de la red campesina de provisión de alimentos, ello tendría profundas implicaciones para el futuro de las políticas de alimentación y desafiaría la creencia y las inversiones en la agricultura industrial. Que los productores pequeños o grandes alimenten al mundo, por lo tanto, realmente importa al establecer políticas para combatir el hambre global".
Introducción: ¿Setenta o treinta por ciento?
En un informe de 2009 titulado ¿Quién nos alimentará?, el Grupo ETC calculó, por primera vez, que la diversa producción campesina es la principal fuente de nutrición de aproximadamente el 70% de la población mundial.
En aquel momento, esa cifra puso en tela de juicio las suposiciones de los responsables políticos de que eran las grandes empresas agroindustriales las que alimentaban al mundo. La estimación del 70% fue posteriormente recalculada y verificada por el Grupo ETC en otras dos versiones de su informe (la más reciente, de 2017) y fue ampliamente confirmada y apoyada mediante trabajos posteriores de GRAIN y otros, incluido el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), que estimó que la producción en pequeña escala proporciona el 80% de los alimentos en vastas áreas del mundo en desarrollo.
Esta cifra del “70%-80%” se ha citado ampliamente desde entonces, incluso por las agencias de Naciones Unidas, como un atajo estadístico para reafirmar que campesinas, campesinos y muy diversos productores en pequeña escala alimentan al mundo. Sin embargo, recientemente, un par de estudios académicos acapararon titulares al cuestionar la cifra del 70% y proponer una conclusión muy diferente. En particular, la publicación de 2018 del científico de datos Vincent Ricciardi y sus colegas de la Universidad de Columbia Británica (Ricciardi et al.) se propuso directamente desacreditar el cálculo del 70% usando un modelo construido con datos formales de producción de cultivos.
Ese estudio calculó que la contribución de la producción agrícola en pequeño se acercaba a suministrar sólo el 30 % de los alimentos. En 2021, otro documento (de Sarah K Lowder et al.), se publicó como investigación de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Éste último concluía de forma similar que la agricultura campesina y en pequeña escala sólo contribuye en 35% al suministro mundial de alimentos. ¿Qué está en juego?
Supuestos políticos
Los autores de ambos estudios rechazan tajantemente la afirmación de que la producción agrícola campesina y en pequeña escala sea la principal fuente de seguridad alimentaria mundial. Además, comentaristas con intereses particulares y verificadores de hechos en los medios están promoviendo los estudios, como si quisieran eliminar la afirmación de que comunidades campesinas y de producción agrícola en pequeña escala alimentan al mundo. Es el caso de Our World In Data (OWID) un sitio web con sede en Oxford, especializado en producir “datos para las políticas”, que dirige el economista neoliberal Max Roser, y es financiado en gran medida por la Fundación Bill y Melinda Gates. OWID publicó en agosto de 2021 el artículo “Los agricultores en pequeño producen un tercio de los alimentos del mundo, menos de la mitad de lo que afirman muchos titulares”
Ese artículo fue escrito por Hannah Ritchie, directora de negocios de una empresa emergente de biotecnología y antigua consultora de los mercados del carbono, que ahora trabaja en la escuela de negocios de Oxford.ⁱ El artículo se apoya en el estudio de Ricciardi et al. para asegurar, de forma retórica y condescendiente, que la agricultura en pequeña escala es “un trabajo agotador con escasos beneficios” y que “un país no puede dejar atrás la pobreza profunda cuando la mayoría de la población trabaja como agricultores en pequeño”. Pese a su antipatía hacia la producción campesina, la autora de OWID tiene claro el significado político del cálculo del 70%, porque “…podría convencernos de que un mundo de agricultores en pequeño es lo que necesitamos. Si produjeran casi todos los alimentos del mundo, tal vez sea un futuro que querríamos mantener. Podría preocuparnos el futuro del sistema alimentario mundial si los países optaran por una agricultura de mayor escala. A medida que los países se enriquecen, el tamaño medio de las explotaciones tiende a aumentar. Entonces, si la mayoría de los alimentos del mundo vienen de fincas pequeñas, tal vez debemos preocuparnos”.
Lo que Ritchie presenta como diferencias entre las fincas grandes y las pequeñas es en realidad una reflexión, que pretende ser más profunda, sobre dos modelos alimentarios en competencia: la cadena industrial de producción de alimentos y la red alimentaria campesina. Hoy, la metáfora de la cadena industrial domina la toma de decisiones sobre la alimentación, al punto de que muchos legisladores apenas reconocen las redes campesinas de suministro de alimentos que existen (y preexisten) a su lado. Durante los últimos 80 años, la agroindustria ha construido con éxito una narrativa en la imaginación popular: que la mayoría del mundo obtiene sus alimentos de la cadena industrial. Sin embargo, como muchas comunidades rurales saben, y el Grupo ETC lo hizo visible con el cálculo del 70%, esta historia de la cadena alimentaria industrial de la nutrición global es incorrecta. De hecho, lo más certero es que la red alimentaria campesina preexistente, aún alimente a la mayoría de la población mundial, particularmente fuera del Norte industrial. Esto es especialmente evidente cuando se tiene en cuenta la ineficiencia de la cadena.
Como reconoce Ritchie (pero lo descarta ideológicamente), este malentendido tiene consecuencias. Si los formuladores de políticas comprendieran completamente la importancia de la red campesina de provisión de alimentos, ello tendría profundas implicaciones para el futuro de las políticas de alimentación y desafiaría la creencia y las inversiones en la agricultura industrial. Que los productores pequeños o grandes alimenten al mundo, por lo tanto, realmente importa al establecer políticas para combatir el hambre global. Por esta razón, se justifica una mirada más cercana a estos dos estudios.
Sin embargo, ese escrutinio revela que su diseño, su marco conceptual, los objetos que cuentan, los datos en los que se basan y lo que omiten, sistemáticamente borra, oscurece y distorsiona las contribuciones reales a la seguridad alimentaria mundial realizadas por los productores de alimentos en pequeña escala, lo que podría sesgar considerablemente la cifra final de la comida que ponen en la mesa de todos. Esto es particularmente preocupante, ya que uno de estos documentos viene de la Organización para la Agricultura y la Alimentación y, por lo tanto, puede tener un impacto directo en la política de seguridad alimentaria mundial.
De hecho, los autores de la FAO hacen un llamado explícito para que su informe genere una mayor atención hacia las grandes explotaciones agrícolas para abordar la futura demanda mundial de alimentos. Afirman (pero no fundamentan) que la política alimentaria actualmente está demasiado sesgada hacia la agricultura en pequeña escala.
En una carta a la FAO, varias organizaciones de la sociedad civil argumentan en contra de este llamado y observan que, por el contrario, en muchos contextos, la política y las inversiones en agricultura y alimentación ya están enmarcadas de manera autoritaria para facilitar la producción agrícola a gran escala, especialmente para el comercio y la exportación. Al final, con un estudio más minucioso, puede ser que 70% no sea el número exacto con que contribuye la producción en pequeña escala a la seguridad alimentaria mundial, aunque ETC defiende firmemente ese cálculo. Nos parece muy poco probable que 30-35% sea una cifra precisa. Además, estas cifras sólo cuentan la mitad de la historia. Es de igual importancia medir con precisión las contribuciones de las grandes explotaciones de la cadena alimentaria industrial.
Ésta debe evaluarse rigurosamente para determinar a cuántas personas realmente alimenta ese modelo al final del día, en comparación con los billones de dólares en infraestructura, inversión y los considerables costos de salud, ambientales y de cambio climático asociados con la agroindustria. Lo que se necesita con urgencia es un acuerdo común sobre cómo reconocer, contar y evaluar de manera justa no sólo quién alimenta realmente al mundo hoy (y a qué costo) sino, lo que es más importante, quién estará mejor capacitado para seguir alimentando al mundo en un futuro cada vez más incierto y constreñido.
- Para descargar el informe completo (PDF), haga clic en el siguiente enlace:
Fuente: Grupo ETC