Ecofeminismos y agroecología en diálogo para la defensa de la vida
"Las propuestas teórico-políticas desde los ecofeminismos tienen una relación profunda con la agroecología, ya que desde distintas reflexiones, enfoques y acciones están ligadas con la crítica al modelo capitalista y al sistema agroalimentario industrial. Sus análisis están vinculados a contextos donde estas propuestas se desarrollan y han aportado al cuestionamiento de las relaciones entre sociedad y naturaleza, identificando los sesgos etnocéntricos, antropocéntricos y androcéntricos, que han construido imaginarios y legitimado prácticas desiguales, colocando a las mujeres en situaciones de desventaja y vulneración de sus derechos."
Ecofeminismo(s)
El concepto de ecofeminismo se le atribuye a Françoise D’Eaubonne a través de su escrito “Le féminisme ou la mort” (1974), donde hace una crítica a la modernidad y a las formas de explotación de la naturaleza y la de las mujeres. Actualmente se habla de ecofeminismos como corriente plural ligada al contexto histórico, geográfico, cultural y político desde donde se enuncia. Las principales representantes forman parte de disciplinas como la epistemología, ética, filosofía política, economía y agroecología, pero también se ha nutrido con la praxis de movimientos políticos y sociales. Por lo tanto, la corriente ecofeminista es parte de un proceso de continua discusión y elaboración teórico-práctica (Puleo, 2001).
Resumen
Las propuestas teórico-políticas desde los ecofeminismos tienen una relación profunda con la agroecología, ya que desde distintas reflexiones, enfoques y acciones están ligadas con la crítica al modelo capitalista y al sistema agroalimentario industrial. Sus análisis están vinculados a contextos donde estas propuestas se desarrollan y han aportado al cuestionamiento de las relaciones entre sociedad y naturaleza, identificando los sesgos etnocéntricos, antropocéntricos y androcéntricos, que han construido imaginarios y legitimado prácticas desiguales, colocando a las mujeres en situaciones de desventaja y vulneración de sus derechos. Algunos ecofeminismos resaltan la cercanía de las mujeres con la naturaleza y su cuidado, otros por su parte, cuestionan las visiones esencialistas y se orientan al análisis de la construcción social respecto a las relaciones de género y de la naturaleza. Los puntos de encuentro de los ecofeminismos tienen que ver con las relaciones que se construyen entre sociedad y naturaleza, así como entre las mujeres y aquellas relaciones con otros seres vivos y con los sistemas biogeofísicos. En ambas, se incorporan las implicaciones y afectaciones de estas relaciones, así como los procesos históricos y culturales. Con los aportes de otros feminismos y movimientos sociales como los campesinos, afrodescendientes e indígenas, el ecofeminismo ha incorporado en sus reflexiones la importancia de las imbricaciones respecto a género, etnia, clase, edad y ubicación geográfica, entre otros. Asimismo, se construye un entramado de análisis sobre el sistema económico capitalista y patriarcal y las implicaciones que tiene en las vidas, los cuerpos y los territorios; pero también en sus estrategias y luchas, y en el papel protagónico de las mujeres como productoras y reproductoras; en la importancia del trabajo de cuidados para la sostenibilidad de la vida; en la defensa y gestión de los bienes comunes como el agua, la biodiversidad y las semillas; así como en el entrecruzamiento entre lo personal y lo político, que ha impulsado a las mujeres a crear condiciones para su participación y formación política en los movimientos desde la base de sus comunidades y que está ligado a las luchas por los derechos como mujeres, indígenas y campesinas principalmente. En este texto se retoman los aportes de los Ecofeminismos de acuerdo con su contexto histórico y destacando su relación con el análisis de los sistemas agroalimentarios y la agroecología.
Introducción
A partir de la década de los sesentas se mostraban cada vez más evidencias de los problemas ambientales a causa de la industrialización, el desarrollo de la energía nuclear, el impulso de la Revolución Verde, y el uso de fertilizantes y plaguicidas. Al respecto, Rachel Carson en su libro La primavera silenciosa (1962), enfatizó los problemas a la salud y el ambiente a causa de la industria química. Posteriormente en el Informe Los límites del crecimiento (1972), se habló de los problemas ambientales, sociales y sobre todo económicos, que causaría el incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción industrial de alimentos y la explotación de los recursos naturales. Desde este contexto, los movimientos ecologista y feminista comenzaron a articular sus debates.
El concepto de ecofeminismo se le atribuye a Françoise D’Eaubonne a través de su escrito “Le féminisme ou la mort” (1974), texto que hace una crítica a la modernidad y a las formas de explotación de la naturaleza y de las mujeres, donde los hombres deciden tanto sobre la fertilidad de la tierra como sobre la fecundidad y, el sistema capitalista, depreda los recursos naturales y limita el derecho de las mujeres al control sobre sus propios cuerpos. En ese sentido, D’Eaubonne destaca que las mujeres tienen el potencial para realizar una revolución ecológica y feminista (Warren, 2003).
El ecofeminismo o feminismo ecologista, es en realidad una corriente plural que depende del contexto histórico, geográfico, cultural y político desde donde se enuncia. Constituye a su vez, una propuesta filosófica y política cuyos puntos de encuentro están ligados al análisis de las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, dentro de sistemas de dominación. Dentro de sus alcances está dilucidar las implicaciones en las vidas de las personas y particularmente de las mujeres, que históricamente han experimentado distintos tipos de subordinación y que, paralelamente se han llevado a cabo procesos sistemáticos de dominación de la Tierra.
En ese sentido, los estudios ecofeministas han puesto énfasis tanto en las voces de las mujeres, como de colectivos diversos, lo cual ha enriquecido las reflexiones, por ejemplo, cuando se vincula con los efectos de la crisis ecológica desde la perspectiva de género; cuando se ven las potencialidades con la economía feminista, la ecología política, los planteamientos descoloniales y la agroecología. También, han abierto la posibilidad de denunciar la urgencia de la revisión crítica del proceso de desarrollo de la ciencia y tecnología occidentales (Fernández, 2010), como pieza clave dentro del proceso de dominación, colonización y expansión del capitalismo patriarcal.
En este texto se retoman los aportes de los Ecofeminismos de acuerdo con su contexto histórico, destacando su relación con el análisis de los sistemas agroalimentarios y la agroecología. De este modo distintos planteamientos son revisados como parte de la teoría feminista y ligados a la práctica política, en donde se toman en cuenta las perspectivas de las mujeres como parte integral para los análisis, así como el interés de preservar los ecosistemas, dado que existe una red biosférica de relaciones (Warren, 2003) en ecodependencia (Pérez, 2014). De igual forma, se analiza cómo se han nutrido las reflexiones al identificar las complejas interconexiones entre género, sexo, clase, etnia, edad lugar, y su interacción con los sistemas de dominación como el racismo, el clasismo, etarismo, etnocentrismo, imperialismo, colonialismo y sexismo. Por último, revisaremos los aportes desde la praxis que se realiza en movimientos políticos y sociales campesinos, indígenas y populares, que da cuenta de un proceso de activa discusión y elaboración (Puleo, 2001). Cabe decir, que no se consideran los ecofeminismos como una propuesta donde cabe todo, sino que está vinculada de distintas formas con otros procesos teóricos, políticos y prácticos.
Enfoques ecofeministas
Retomando a Gloria Patricia Zuluaga, agroecóloga, feminista y latinoamericana, los ecofeminismos son de suma importancia debido a que “ofrecen conexiones conceptuales para el análisis en interacción con los asuntos sociales y medioambientales, involucrando el género” (Zuluaga et al 2014:67).
Como concepto, el ecofeminismo fue tomando fuerza a lo largo del tiempo debido a que conjuga las luchas ecológicas y feministas, principalmente a partir de la década de los setenta. El llamado ecofeminismo clásico o escencialista se desarrolló en el mundo anglosajón con la propuesta de Mary Daly en su obra Gyn/Ecology, así como con Susan Griffin, las autoras más conocidas de entonces. Sus planteamientos han sido cuestionados desde muchos puntos de vista, ya que se encontraron reflexiones esencialistas que justifican la proximidad de las mujeres a la naturaleza, independientemente de su clase, etnia y geografía. Además, se ha comentado que estos planteamientos socavan las luchas por los derechos de las mujeres, naturalizando su subordinación y reforzando roles y estereotipos de género (Puleo, 2001).
Posteriormente, surge un ecofeminismo desde el sur, específicamente en la India, con Vandana Shiva quien imprime el carácter espiritualista y multiculturalista. Su planteamiento critica al modelo de desarrollo, se denuncia la destrucción de los modos de vida de los pueblos indígenas y de campesinas/os así como la desigualdad entre el llamado primer y el tercer mundo. Su apuesta es la justicia ambiental y evidenciar los impactos diferenciados del modelo de desarrollo en la vida de las mujeres. Dentro de sus aportes se destaca la valorización del trabajo y los conocimientos de las mujeres en la conservación de la biodiversidad, ya que, analiza que son ellas quienes trabajan en una multiplicidad de tareas, producen y reproducen, consumen y conservan a través de la agricultura. No obstante todo ello se considera un “no-trabajo y no-conocimiento a pesar de que están basados en prácticas culturales y conocimientos científicos complejos” (Shiva, 1998:19). También, señala que son las mujeres quienes encabezan la defensa de los bosques, el agua y las semillas, teniendo un papel importante como mujeres activistas ecologistas (Zuluaga et al 2014: 79). Vandana Shiva encuentra en la agricultura y otras actividades afines, la principal fuente de subsistencia para las mujeres del tercer mundo y cuestiona las medidas del libre comercio a través del ‘General Agreement on Tariffs and Trade’ (GATT por sus siglas en inglés), como un atentado que tiene repercusiones negativas para ellas, ya que, son las empresas trasnacionales quienes entran a los países para invertir, producir mercancías agrícolas y comerciarlas; mientras que las mujeres ven limitadas sus posibilidades de producir, transformar y consumir alimentos de acuerdo con las necesidades económicas, ambientales y culturales. Además, se crea una dinámica de más explotación de las mujeres en las grandes fincas agroindustriales y se crean las condiciones para el despojo de las semillas, que las mujeres se han encargado de proteger a través de la innovación y resguardo de los recursos genéticos (Shiva, 1998). Otras autoras que coinciden con algunos planteamientos de Vandana o se adscriben a esta corriente son María Mies e Ivonne Gebara.
Al igual que los feminismos son heterogéneos, y en algunos casos contienen planteamientos opuestos e inconmensurables, en el ecofeminismo existe una corriente que ha sido criticada debido a su tendencia reaccionaria y de derecha, se trata del ecofeminismo liberal. De acuerdo con Siliprandi y Zuluaga (2014), como con Puleo (2011), podría llamarse también ambientalismo y género, ya que está basado en el feminismo de la igualdad y la teoría de conservación. Esta postura juzga el deterioro ecológico como el resultado de un modelo de desarrollo que no considera sus impactos negativos, no utiliza adecuadamente los recursos naturales y no cuenta con legislación al respecto y le apuesta a una mejor aplicación de la tecnología y la ciencia. Se trata de una postura más apegada a las instituciones y organismos internacionales que toman en cuenta la voz de expertas/os más que de las mujeres en su heterogeneidad y de los movimientos sociales. Además no problematiza la relación mujer-naturaleza, ni critica la ciencia, la tecnología o el modelo de desarrollo (Zuluaga, 2014; Puleo, 2011).
Por su parte, el ecofeminismo constructivista emerge en los noventa y sus principales representantes son Mary Mellor, Dianne Rocheleau, Alicia Puleo, Sandra Harding y Donna Haraway. Sus aportes hablan desde el análisis de los sesgos antropocéntrico, androcéntrico y etnocéntrico (Siliprandi et al 2014). Le apuestan a la construcción de un nuevo paradigma ecológico, sistémico e inclusivo, capaz de superar el paradigma de la razón utilitaria y mecanicista (Zuluaga en Siliprandi et al 2014). Asimismo, resaltan la importancia de considerar el conocimiento diferenciado por género como conocimiento situado (Haraway, 1991; Harding, 1986).
También se encuentra el análisis del ecofeminismo desde la ecología política feminista, señalando que hay una brecha no resuelta sobre los derechos de las mujeres, así como en el acceso desigual a los recursos, su control, la toma de decisiones, las responsabilidades y los impactos diferenciados en las mujeres; tomando en consideración al género como variable crítica que interactúa con la clase, la etnia y la cultura, entre otras. En sus estudios destacan los trabajos que realizan las mujeres desde distintos lugares a favor del ambiente, así como los movimientos sociales en los que se encuentran construyendo desde la base, configurando lo que Rocheleau denomina ciencia de subsistencia y la ecología política feminista señalando “la convergencia del género, la ciencia y el ambiente en el discurso académico y político, además de en la vida cotidiana y en los movimientos sociales que han dado nueva luz a esta cuestión” (Rocheleau et al 2004). Otras autoras son Karen J. Warren, Dianne Barbara Thomas-Slayer y Esther Wangari.
En los últimos años, la economía, el feminismo y la ecología han tenido una combinación importante: Ecofeminismo y sostenibilidad de la vida. Amaia Pérez Orozco habla sobre su postura como anticapitalista, ecofeminista, queer y postcolonial, a través de “la configuración de un horizonte de utopía frente a la crisis civilizatoria” (Pérez, 2014). Hace un análisis agudo en cuanto a la economía clásica que pone en el centro el mercado y no la vida, y llama a pensar en la gestión de la interdependencia y la ecodependencia. Para lo cual es necesario mirar ese trabajo de cuidados, que ha sido histórica y estratégicamente no visibilizado, no reconocido, no pagado y puesto al servicio de la acumulación del capital. Menciona que es necesario decrecer globalmente en el uso de materiales y energía y en la generación de residuos; redistribuir y democratizar los hogares acabando con la división sexual del trabajo y convirtiendo en responsabilidad colectiva el objetivo último de la economía, el buen vivir o la sostenibilidad de la vida (Pérez, 2014).
Yayo Herrero ( ver aquí), también realiza una crítica al capitalismo neoliberal, como un modelo económico que soslaya sus efectos y afectaciones directas a los cuerpos y territorios. Cuestiona la forma en que todo se mide en función de lo que sirve para el mercado, en términos monetarios. Retoma la importancia de asumir los límites de la biosfera y la imposibilidad del crecimiento ilimitado, así como cuestionar cuáles son los trabajos y actividades socialmente necesarios para el mantenimiento de la vida humana y no humana (Herrero, 2012).
Junto con ellas, Ana Bosch, Cristina Carrasco y Elena Grau, reflexionan acerca de los puntos de encuentro y desencuentro entre feminismo y ecologismo. En particular en lo que se refiere al trabajo de las mujeres y la utilización de los llamados recursos naturales, aportando a la crítica del pensamiento económico convencional dominante y ampliando la mirada hacia la sostenibilidad humana, social y ecológica, señalando que una relación armónica entre sociedad y naturaleza, implica necesariamente la equidad y la satisfacción no sólo de necesidades biológicas y sociales, sino de las emocionales y afectivas (Bosch et al 2005: 327). En ese sentido, en su análisis proponen que “las condiciones ambientales y el trabajo de las mujeres están en la base de la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales” (Bosch et al 2005: 330). Su propuesta es la conjunción de la economía del cuidado y la economía ecológica[2], con el propósito de visibilizar y sobre todo problematizar que se trata de economías que no responden a la lógica del mercado y que no son monetarizables, pero sí vitales. No obstante, tanto el trabajo de cuidados, como el cuidado y los bienes que obtenemos de la naturaleza, han sido invisibilizados por el sistema económico como si se tratara de fuentes inagotables.
Siguiendo los debates acerca de la crisis económica y ecológica, junto con las desigualdades, la subordinación y exclusión histórica de las mujeres en la toma de decisiones, aparecen otros vínculos entre feminismos y ecologismos para seguir abonando a la construcción de un marco teórico que trascienda los sesgos de la economía clásica y el androcentrismo. La propuesta del decrecimiento desde el Norte global, se presenta como movimiento teórico y político que cuestiona el crecimiento económico y en general al sistema económico-tecno-científico (Latouche, 2007; Leff, 2008). Por otro lado, el buen vivir, es una filosofía que responde a las cosmovisiones de los pueblos originarios de Abya Yala[3]. Resalta la importancia de construir colectivamente (Gudynas, 2008) una nueva economía para la vida (León, 2010), que parta de principios de complementariedad, reciprocidad y solidaridad con la naturaleza y con los seres humanos. El buen vivir y el feminismo tienen puntos en común al poner atención en el cuidado de la vida. Desde las mujeres indígenas se busca el reconocimiento de sus derechos civiles y políticos como mujeres, pero también de sus derechos colectivos. El Sumak Kawsay[4] habla de la reforma agraria como condición para enmendar la precarización de la vida campesina, tomando en cuenta a las mujeres para que tengan acceso al derecho a la tierra. También habla de la transformación de la sociedad y de las relaciones patriarcales y capitalistas. Además reconoce la importancia del trabajo reproductivo y de cuidados realizado por las mujeres, y se muestra el compromiso de velar por el reparto equitativo de las tareas de cuidado entre Estado, hombres y mujeres. Finalmente, en cuanto al objetivo de soberanía alimentaria al que se aspira, se le concede valor al conocimiento de las mujeres (León 2009; 2010).
A continuación se sintetizan en la figura 1, los enfoques ecofeministas analizados
Ecofeminismos y agroecología en diálogo ¿Y dónde estaban antes las mujeres?
A lo largo del recorrido por los enfoques ecofeministas es posible ver cómo han nutrido al análisis de los sistemas agroalimentarios y de las relaciones sociales construidas a partir de las diferencias sexuales que dan lugar a los géneros. Asimismo, se evidencian las repercusiones del capitalismo, el neoliberalismo y el patriarcado en los cuerpos de las mujeres, en la vulneración de sus derechos y sobre sus territorios.
Pero ¿Qué pasó antes que hizo de las mujeres un colectivo invisibilizado? ¿En qué punto de la historia se negó su papel como productoras y reproductoras? ¿Cuál es la importancia y la insistencia de los feminismos y otros movimientos sociales por devolver la visibilidad sobre su papel y sus luchas? Al respecto, el análisis marxista-feminista ha contribuido al tema, señalando que la acumulación originaria del capital se ha valido de esconder y naturalizar intencionalmente la esfera de la reproducción (Federici, 2004). Federici analiza los cambios que introduce la acumulación primitiva en la posición social de las mujeres y en la producción de la fuerza de trabajo entre los siglos XV y XVIII, siendo la división sexual del trabajo, la colonización, la expropiación de las tierras del campesinado y la degradación de las mujeres a través de distintos mecanismos de violencia, condiciones intrínsecamente relacionadas y necesarias para el desarrollo capitalista. Señala en su análisis que anterior al capitalismo,
“las mujeres trabajaban en los campos, además de criar a los niños, cocinar, lavar, hilar y mantener el huerto; sus actividades domésticas no estaban devaluadas y no suponían relaciones sociales diferentes a las de los hombres, tal y como ocurriría luego en la economía monetaria, cuando el trabajo doméstico dejó de ser visto como trabajo real”. (Federici, 2004:41)
El recuento histórico lo hace en Europa, África, Asia y América, encontrando que antes del capitalismo, las mujeres tenían acceso a la tierra, tenían un papel principal en la producción agrícola y podían gestionar los bosques, el agua, los huertos y otros cultivos. Sin embargo, la privatización de la tierra y la expansión de las relaciones monetarias tuvieron fuertes repercusiones en la vida de las mujeres, en su autonomía e independencia económica y, por lo tanto en las formas de organización social para la producción de alimentos. Con ello “se ha perdido un enorme corpus de conocimientos, prácticas y técnicas que salvaguardaron durante siglos la integridad de la tierra y el suelo y el valor nutricional de los alimentos” (Federici, 2009). A su vez, la agricultura de subsistencia ha sido degradada a favor de la agroindustria y con ello la introducción de cultivos comerciales y monocultivos, sin considerar las consecuencias tanto de la variedad y calidad de los alimentos, como de la reproducción de la vida social y cultural.
Las mujeres alimentan al mundo
Ha sido precisamente a partir de las reivindicaciones y las luchas desde las mujeres indígenas campesinas y afrodescendientes que la alimentación y la soberanía alimentaria retoman fuerza y amplían las discusiones. Especialmente a través de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, que en la década de los noventa crea una comisión de mujeres de distintas organizaciones y países, logrando establecer la Asamblea de Mujeres del Campo ( aquí) en donde sostiene:
“Nosotras, las mujeres provenientes de 18 países de las Américas, representadas por cerca de 400 delegadas de organizaciones campesinas, rurales, afrodescendientes e indígenas, que luchamos por un cambio profundo y estructural de nuestra sociedad, por el fin de toda forma de explotación, opresión subordinación, discriminación y exclusión, y por una agricultura campesina e indígena que garantice el buen vivir de los pueblos del campo, que siga alimentando a la humanidad y cuidando a la madre tierra, nos hemos reunido en el marco del VI Congreso de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, CLOC-Vía Campesina y desde nuestra V Asamblea de Mujeres, reafirmamos nuestro compromiso de seguir luchando por cambiar el sistema capitalista-patriarcal que prioriza los intereses del mercado y la acumulación por sobre los derechos y bienestar de las personas, la Naturaleza y la Madre Tierra” (CLOC-Vía Campesina)
Las mujeres de La Vía Campesina ( https://viacampesina.org/es/) hablan de la importancia del acompañamiento en el empoderamiento de las mujeres campesinas, indígenas y afrodescendientes, así como de la defensa de sus derechos para lograr la soberanía alimentaria. Entendiendo a ésta última como “un principio, una ética de vida, una forma de ver el mundo y construirlo basado en la justicia social y la igualdad… que incluye a las mujeres, sus necesidades y reivindicaciones que permitan el desarrollo de capacidades en la producción agrícola y alimentaria” (La Vía Campesina, 2009:10). Hacen también un llamado a la autodeterminación y a la justicia de género en la lucha por la soberanía alimentaria, para lograr una transformación social, de cambios culturales e ideológicos a favor de la cooperación, las relaciones solidarias y que posibilite el acceso para todas y todos de los recursos necesarios para la vida.
A partir de sus planteamientos se recalca que las mujeres alimentan al mundo y lo han hecho a través de la experimentación por milenios. Ejercicios como la hibridación[5] y mejoramiento de las semillas, la selección y domesticación de las especies comestibles, preservación de los alimentos, y creación de dietas variadas, de acuerdo a los contextos locales, la gastronomía y el arte culinario. Por otro lado, el desarrollo de procesos y herramientas tanto para la producción de alimentos como para su preparación son importantes contribuciones. No obstante, denuncian cómo en la actualidad existe una desigualdad en la distribución del poder de gestión y de propiedad de la tierra, desigualdad que no las favorece a ellas sino a los hombres. Asimismo, denuncian que el capitalismo y los tratados de libre comercio han favorecido la agroindustria a través del sesgo patriarcal de las políticas internacionales y a costa del empobrecimiento del campesinado, colocando en situaciones de precariedad, pobreza y hambre, a las mujeres en particular, aunque sean ellas las principales productoras de los cultivos básicos de todo el mundo: arroz, trigo y maíz.
A su vez, “las leyes de mercado, los acuerdos de libre comercio, el poder de las transnacionales y la carta blanca para sus negocios, otorgada por las normativas de la Organización Mundial de Comercio (OMC), la prospección biogenética y la biopiratería son las más omnipresentes amenazas sobre los conocimientos de las mujeres, sobre su relación con la tierra, la agricultura, la producción alimentaria y la vida” (La vía campesina, 2009:21).
Saberes en diálogo: Las mujeres como actoras, agricultoras, sujetas de derechos y defensoras de su cuerpo-territorio.
Otros feminismos también han aportado a la forma de hacer ciencia con el fin de desarrollar conocimientos nuevos, distintos y en diálogo con distintas realidades para poder leer, escuchar, observar y analizar, tomando en cuenta las categorías de: género, colonialidad, patriarcado, cuerpo-territorio, opresión de las mujeres y trabajos, así como las experiencias vividas como “indicadores significativos de la realidad” (Blazquez, 2012). Asimismo, cada vez más en la ciencia se abordan sus aportes por investigadoras/es sin adscribirse necesariamente a ningún feminismo, pero contribuyendo al reconocimiento de las mujeres como actoras. En el caso de la agroecología como disciplina científica también se han realizado aportes importantes como veremos algunos ejemplos a continuación (Blazquez, 2012).
El feminismo decolonial y comunitario pone sobre la mesa el concepto cuerpo-tierra, haciendo énfasis en que el proceso de colonización y los que han derivado de este, han atentado directamente contra los territorios, utilizando el despojo y la violencia para extraer bienes comunes, conocimientos, todo ello a través del control y opresión de los cuerpos de las mujeres racializadas (Cabnal, 2010; Cruz, 2016). A su vez, el cuerpo-territorio es leído desde como lugar de resistencia y resignificación, en ese sentido, “la enunciación cuerpo-territorio es una epistemología latinoamericana y caribeña hecha por y desde mujeres de pueblos originarios que viven y ponen en el centro lo comunitario como forma de vida” (Cruz, 2016).
Por su parte, el feminismo campesino y popular señala que su lucha es contra el capitalismo, el patriarcado y el racismo, abarca también la defensa de la relación con la tierra, su cuidado y las acciones concretas, que contribuyan a acabar con la propiedad privada, que impulsen el derecho a la tierra y el territorio, por la reforma agraria; lo cual implica repensar las formas de organización, la toma de decisiones y las estrategias para la formación política, partiendo de los contextos en los que viven: comunidades, granjas y hogares en el campo. Hablan de la importancia de tener conciencia de clase y de género “para cambiar a la vez las relaciones entre personas y medio ambiente, y entre hombres y mujeres” (LVC, 2018).
Agroecosistemas, agrodiversidad y alimentación
En agroecosistemas como los cafetales, milpas y huertos se han encontrado riqueza y abundancia de especies vegetales, debido a la heterogeneidad que se sostiene por el manejo humano (Soto, 2015), como parte de ejemplos locales y cercanos. En particular las mujeres contribuyen con sus trabajos en distintos espacios físicos como la parcela, el traspatio, la casa y en los mercados para la venta de sus productos y/o excedentes (Trevilla, 2015; Escobar, 2017). Asimismo, las y los productores mantienen especies vegetales útiles en el agroecosistema para la alimentación humana y animal; la obtención de leña para la preparación de los alimentos; especies medicinales, material para construcción (Escobar, 2017), junto con otras prácticas que aportan beneficios ambientales y ecosistémicos. Las mujeres siembran y recolectan plantas medicinales y hortalizas, además de criar animales domésticos (Trevilla, 2015). Su participación en los agroecosistemas y en los sistemas agrosilvopastoriles, son de suma importancia para la soberanía alimentaria, la conservación genética, la agrodiversidad, ligado a su vez, con la reproducción de la cultura, la cosmovisión, la conservación biocultural. Y al mismo tiempo como una de las formas de garantizar la reproducción social de las familias indígenas y campesinas a través de la alimentación y auto-abasto de la producción.
Defensa del territorio y los comunes
El concepto de los comunes ha sido enunciado por los movimientos sociales en contraposición al de recursos naturales. En palabras de Mina Lorena Navarro “el hacer común se organiza para la satisfacción colectiva de necesidades; la creación y el cuidado de comunes materiales e inmateriales para beneficio del nosotros” (Navarro, 2015:108). Las mujeres como agricultoras saben la importancia de tener acceso a la tierra, el agua, las semillas, los bosques para garantizar la supervivencia; por su parte, algunas mujeres en las urbes se involucran cada vez más en los huertos a través de la apropiación y gestión de espacios públicos o privados. En conjunto, se puede hablar de prácticas a favor de la defensa del territorio y los comunes, condición necesaria para la soberanía alimentaria. Así como de estrategias a favor del interés colectivo y los lazos de apoyo mutuo. Tan solo en México (pero como una tendencia en los países del sur global) existen distintas luchas en defensa de la tierra que se ligan con la oposición a proyectos de hidrocarburos, gaseoductos y/o energéticos, infraestructura de transporte, minería, agroindustria, zonas económicas especiales, deforestación, agua, urbanización, por mencionar algunos, y que atentan contra la salud y la vida de la Tierra y de las personas[6].
Ciencia y agroecología
La agroecología puede contribuir como una herramienta convivial, es decir, a través de la creación de espacios conviviales para compartir experiencias y conocimientos (Giraldo, 2016:158). Un ejemplo de lo anterior es la Alianza de Mujeres en Agroecología AMA-AWA, iniciativa que surge en 2013 durante un congreso de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA). Esta alianza surge con el propósito de “visibilizar el trabajo que realizan las mujeres agroecólogas y acompañar a las nuevas generaciones con su experiencia, para que su trabajo sea reconocido y no tengan que enfrentar los obstáculos que han tenido sus colegas mayores como son la discriminación y el acoso de sus compañeros de trabajo, tanto en la academia, como en el campo y en el activismo” (Morales, 2018). De igual forma, como grupo, se espera que “con nuestras investigaciones y acciones, las mujeres que trabajamos la agroecología desde la parcela, la academia y desde el activismo queremos co-construir y co-elaborar proyectos de vida que estén basados en la agricultura limpia, sana, cercana y sustentable, que recupera saberes y conocimientos tradicionales, que incorpora conocimientos también desde la academia y contribuye en general a la soberanía alimentaria de nuestras comunidades y de nuestros pueblos, así como también a conservar la diversidad, tanto biológica como cultural” (Entrevista ECOSUR, 11 marzo de 2018).
Junto con esta propuesta, los movimientos sociales y la academia proponen la construcción de puentes para contribuir y nutrir las propuestas hacia sistemas agroalimentarios justos y sostenibles. Es por ello que también se habla de la contribución a través de metodologías participativas y de formación política con movimientos y organizaciones de mujeres, como parte del vínculo entre ecofeminismos, feminismo indígena, campesino, popular y agroecología. Otro ejemplo importante es el Grupo de investigación sobre la masificación de la agroecología (https://www.ecosur.mx/masificacion-agroecologia/), conformado por investigadoras/es con una visión transdisciplinaria para analizar los procesos socio-ambientales que posibiliten que la agroecología se amplíe territorialmente, para lo cual trabajan en diálogo con organizaciones, campesinas/os y otros actores.
En la figura 2 se muestra el entrelazamiento de algunas temáticas y aportes de las mujeres a la agroecología.
Conclusiones
¡Sin feminismo(s) no hay agroecología!
Se escucha la consigna cada vez más para hacer visible que otros posicionamientos desde las mujeres indígenas, agricultoras, afrodescendientes, van caminando y encontrándose con los feminismos blancos y de ciudad, siempre cuestionándose, algunas veces contrapuestos, pero poniendo como eje los derechos de las mujeres como colectivo diverso. Dice Francesca Gallargo (2014):
“Las mujeres somos la mitad de todos los pueblos. Y en todos los pueblos, hemos generado un pensamiento crítico a la organización desigual de los poderes entre hombres y mujeres, en beneficio de los primeros. Si las mujeres de los pueblos originarios le llaman feminismo o no, en buena medida, es un problema de traducción.”
El reconocimiento de los saberes campesinos y el diálogo horizontal al que le apuesta la agroecología, implica enfatizar la capacidad de las mismas comunidades de experimentar, innovar, evaluar y ampliar su acervo de conocimientos y aptitudes de innovación (Giraldo, 2016: 160). En ese sentido, los saberes de las mujeres diversas como agricultoras, pescadoras, recolectoras, cazadoras, científicas, indígenas y activistas son vital para nutrir la lucha a favor de la soberanía alimentaria y la defensa de la vida.
En ese sentido, los ecofeminismos surgen del diálogo entre movimientos ecologistas y feministas en la década de los sesenta, sin embargo, se han nutrido de análisis interdisciplinarios y con base en los contextos históricos, culturales y sociales, configurando posicionamientos políticos e impulsando reflexiones tanto en el activismo, como en la academia y a través de planteamientos teórico-políticos más amplios, así como de propuestas concretas. Estos diálogos han contribuido a la discusión sobre cómo se organizan los sistemas agroalimentarios, los aportes, conocimientos y prácticas de las mujeres indígenas y campesinas para la conservación de la agrodiversidad como, por ejemplo, a través de los cultivos para auto-abasto y los huertos familiares. Ahora mismo, al ligar estos aportes con la agroecología, es posible analizar su participación en la soberanía alimentaria, a través de las distintas actividades y trabajos que contribuyen a reproducir la vida humana y no humana, en las dimensiones personal, familiar y comunitaria.
La defensa de la tierra y el territorio, el trabajo de cuidados y la sostenibilidad de la vida, las implicaciones de las políticas neoliberales sobre sus cuerpos y territorios, la defensa y gestión de los bienes comunes, como el agua, la biodiversidad y las semillas; así como el entrecruzamiento entre lo personal y lo político, son ejemplo de las luchas que se dan a favor de la vida de las mujeres y encaminadas hacia sistemas económicos y agroalimentarios más justos y sostenibles. La visibilización y valoración social de los trabajos, tiempos y el conjunto de actividades que realizan las mujeres indígenas y campesinas, contribuye en primer lugar a considerarlas como actoras sociales fundamentales para que continúe su cultura, la supervivencia de los ecosistemas y sobre todo como agentes de transformación de sus propias condiciones, y aportar al camino de su reconocimiento jurídico y consuetudinario como sujetas de derechos (Trevilla, 2015:137).
Considero que a través de este análisis es posible identificar que la agroecología como una propuesta teórico-política precisa del conocimiento de las experiencias de las mujeres desde sus distintos contextos, ello implica el reconocimiento de sus problemáticas específicas, así como de sus demandas y propuestas. En ese sentido, la academia, las organizaciones y las y los campesinos, son capaces de articular esfuerzos para cerrar brechas de desigualdad y fortalecer los movimientos en defensa de los derechos tanto de las mujeres, como de los humanos y de la tierra, para construir otras alternativas de vida digna.
Por último, vale decir que la agroecología y los ecofeminismos, tienen el potencial de recuperar el conjunto de prácticas que históricamente han realizado las mujeres. Asimismo, de posicionarse ética y políticamente a favor del diálogo entre los conocimientos local-tradicionales y los conocimientos científicos desde la interdisciplinariedad, con el propósito de sostener la vida e impulsar la justicia social y ambiental. Para ello, resulta importante la apertura hacia los propios debates con otros movimientos sociales y planteamientos epistemológicos y políticos.
Septiembre, 2018
Por Diana Lilia Trevilla Espinal [1]
Literatura citada
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Notas
[1] Estudiante de doctorado en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable de El Colegio de la Frontera Sur. Departamento Agricultura, Sociedad y Ambiente moc.liamg@allivert.anaid
[2] La economía del cuidado se refiere a considerar los trabajos y procesos dentro o fuera del mercado que contribuyen a la reproducción social, como el trabajo doméstico y de cuidados. Por su parte, la economía ecológica es un campo interdisciplinario, donde toma lugar la economía vista como un subsistema dentro de un sistema más amplio como la biósfera terrestre, por lo cual es importante considerar variables ambientales y sociales.
[3] Es el nombre que la naciones indígenas sobre todo de los Andes, le dan al continente antes de la colonia y que se reivindica en contraposición a la designación de continente americano. Es también una forma de nombrar y producir conocimiento desde teorías no occidentales. Véase Gallargo, F. (2014). Feminismos desde Abya Yala. Ideas y proposiciones de las mujeres de 607 pueblos en nuestra América. Ed. Corte y confección. México.
[4] Palabra en kichwa ecuatoriano y expresa la idea de una vida buena; Suma Qamaña es aymara boliviano e ,introduce un ideal comunitario, por lo que pudiera traducirse como “buen convivir” (Gallargo, 2014).
[5] La hibridación es el cruce de organismos y/o especies diferentes, para la reproducción de una nueva raza. Puede ser hibridación natural, cuando no interviene la mano humana; o bien, de manera que intervienen los seres humanos, por métodos artesanales o en laboratorios.
[6] Para conocer a detalle un mapeo puede consultarse el trabajo del colectivo geocomunes: http://geocomunes.org
Fuente: Revista Agroecóloga