Desplazamientos involuntarios por los agronegocios en Uruguay
La expansión de los monocultivos en América Latina es consecuencia de la consolidación de un proyecto productivo, extractivo y de transferencia de Naturaleza de los países del Tercer Mundo a los países industrializados en función de la acumulación de ganancias.
Patricia P. Gainza y Mariana Viera Cherro
Introducción. La expansión de los monocultivos en América Latina es consecuencia de la consolidación de un proyecto productivo, extractivo y de transferencia de Naturaleza de los países del Tercer Mundo a los países industrializados en función de la acumulación de ganancias. Orquestada por los grandes bloques económicos, esta forma de producción se impuso en muchos países de la región de la mano de las empresas transnacionales —Uruguay no es la excepción—, e invade no sólo las formas de trabajo, sino las construcciones cultural y subjetiva de las comunidades afectadas. Altera las formas de verse a sí mismas y de relacionarse con el medio en que conviven.
En el caso uruguayo, es una constante la venta o arriendo de la tierra a las empresas del agronegocio para tales monocultivos. El efecto son desplazamientos involuntarios que, como otros procesos migratorios, son la consecuencia de decisiones políticas, económicas, sociales y ambientales que se enfrentan de manera diferente según las condiciones de los diversos colectivos.
En América Latina, las migraciones son producto de la destrucción de los bosques, de la implantación de los monocultivos, de la minería, del cambio climático y tienen origen en el colonialismo, la colonización económica y el racismo ambiental.
En el caso de la agricultura familiar uruguaya estamos frente a un proceso de desterritorialización que se produce, no debido a que estas familias pertenezcan a “todos los lugares”, sino que por el contrario, como dice Octavio Ianni, “ya no son de ningún lugar”. Son movilizados, desplazados de los lugares donde han desarrollado su vida, en muchos casos más de cincuenta años.
Un proceso de investigación-acción participativa realizado a lo largo del 2008 con víctimas del desplazamiento por los agronegocios sojero y forestal (editado bajo el titulo Estamos rodead@s ,*) recogió los testimonios de las personas afectadas sobre los impactos del desarrollo de esa lógica productiva y financiera de los agronegocios sobre algunas poblaciones rurales de Uruguay, específicamente en los departamentos de Rocha y Río Negro.
Punto de partida. La nueva modalidad de ocupación del espacio rural, denominada monocultivo, sea de soja o eucaliptos, genera desplazamientos de poblaciones y una subsecuente violación a sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.
Indagamos entonces las razones planteadas por mujeres y hombres rurales para arrendar o vender sus tierras, y para no hacerlo, las trayectorias migratorias de quienes vendieron sus tierras, y los factores previos que llevaron a tal decisión —haciendo énfasis en aquéllos de tipo productivo y en los impactos sobre la posesión de la tierra, la subjetividad y los aspectos culturales, la salud, la pérdida de servicios y otros.
Poner énfasis en los monocultivos de soja y las plantaciones de árboles se debe a la amplia incidencia que estas dos expresiones del agronegocio han tenido en Uruguay en las últimas décadas y a su importante proyección a futuro. El crecimiento de las explotaciones forestales en la década de 1990 fue de 570%. A ello se suma el cada vez mayor número de fábricas de procesamiento de pulpa de celulosa que gestionan su instalación en Uruguay. El crecimiento de la soja ha sido exponencial, pasando de 8 mil hectáreas en 1998 a 600 mil hectáreas en la actualidad, y su exportación creció de 10848 toneladas en 2000, a más de 700 mil en 2008.
Se enfocaron localidades siguiendo el aumento en la cantidad de tierras arrendadas o vendidas en la última década, la existencia de cambios en el uso del suelo, el desplazamiento de otros tipos de producción más sustentables en términos sociales, ecológicos, económicos y culturales, los datos sobre movilidad poblacional en cada uno de esos territorios y la existencia de redes sociales en la zona. Esto nos llevó a los departamentos de Rocha y Río Negro: espacios donde desarrollamos este intercambio con las y los pequeños productores familiares.
Impactos sobre las familias. A lo largo del proceso se encontraron una larga serie de impactos y consecuencias de estos tipos de producción sobre la vida, la cultura y la salud de los hombres y mujeres: desposesión de la tierra, afectación sobre otros tipos de producción, pérdida de identidad rural, desvalorización del estilo de vida rural imperante, pérdida de soberanía alimentaria, cambio del paisaje y sentimiento de encierro y aislamiento, escasez de agua, malas condiciones de salubridad en los alrededores y surgimiento de plagas, disminución o pérdida de servicios, afectación por el uso de agroquímicos, inexistencia de nuevas fuentes de trabajo, insuficiencia de políticas públicas para la producción familiar y la alimentación, escasez de recursos económicos, necesidad de buscar oportunidades de mejor calidad de vida (que incluye acceso a derechos económicos, sociales, culturales y ambientales y servicios y ocio), entre otros.
La emigración de las familias del campo uruguayo a raíz del aumento de las hectáreas dedicadas a la soja y la forestación, en algunas situaciones involucra aspectos volitivos —pero no es en ningún caso voluntaria. La venta o arriendo de los campos para estos dos agronegocios son, en todos los casos explorados, consecuencia de tener que enfrentar condiciones ambientales y productivas adversas, para las cuales tampoco el Estado da las respuestas que los pequeños agricultores familiares esperan y necesitan.
La amplia mayoría de las familias que deja el campo lo hace en condiciones de precariedad, lo que pone en jaque la realización de sus derechos económicos, sociales y culturales, y también afecta la dimensión cultural y de pertenencia. Esto provoca un resquebrajamiento del tejido social que, en algunas zonas, específicamente en la Sierra de Rocha, se comienza a rearmar en torno a algunos productores jóvenes que se han asentado en estos últimos años con emprendimientos, en su mayoría, de tipo turístico. De todas formas encontramos una corriente generalizada hacia la desarticulación de la pertenencia a esa cultura y a ese lugar.
Es indispensable que Uruguay retome un debate sobre el territorio, las formas de ser y estar en los territorios que debemos defender y promover, y los derechos colectivos sobre el mismo. Esto es fundamental para construir las soberanías alimentaria y energética de nuestro pueblo.
El abandono de los proyectos productivos vinculados a la agricultura familiar son evaluados por las personas entrevistadas como una pérdida de sentido en su quehacer socio-económico-cultural, en el sentido amplio: con respecto a lo que “toda la vida se ha hecho”, o “lo único que saben hacer”.
La pauperización de la agricultura familiar a pequeña escala continúa y el vínculo identitario con la vida agraria continúa desvalorizándose frente a otras formas de vida. Las nuevas generaciones abandonan cada vez más el medio rural y los que intentan retomarlo encuentran muchas trabas para lograrlo, como el elevado precio de la tierra.
Los agricultores familiares de Uruguay se ven obligados a abandonar sus tierras porque son rodeados por grandes empresas transnacionales o grandes productores que compran cientos y miles de hectáreas para monocultivos o porque se van quedando solos en el campo (con las repercusiones que esto tiene en la pérdida de servicios públicos) hasta que la situación se devela insostenible. El desplazamiento de estos agricultores desde sus territorios originales genera movimientos que en primera instancia van hacia las periferias de las ciudades más cercanas. Éste es sólo el primer paso. Quien siente la presión de las periferias y la mayoría de las veces no tiene acceso a los servicios básicos (al tiempo que sus derechos son vulnerados), comienza a vislumbrar nuevas rutas y la cultura migratoria se asienta como una estrategia más de supervivencia. La presencia y las políticas depredadoras de las empresas transnacionales en los territorios y la Naturaleza de los países latinoamericanos son la principal causa de las migraciones al norte y sur-sur. La única forma de detener estos procesos (basada en la realización de derechos) es garantizar la tenencia de la tierra a las personas y familias que trabajan en ella. Sólo políticas tendientes a construir y fortalecer la soberanía alimentaria, y a diversificar la agricultura para el autosustento y los mercados locales, con base en los saberes, la cultura y las preferencias locales, detendrán el éxodo de las familias del campo al norte global.