Cuidadoras del fuego. Cuerpo-territorio en resistencia frente al saqueo
"Hablar de cuerpo-territorio nos permite ampliar la noción del despojo al que intenta someternos el extractivismo. Implica reconocer que la violencia desplegada sobre los espacios comunes incluye las violencias a que son sometidos los cuerpos de cada quién y el cuerpo colectivo que los habita".
La realidad que viven los pueblos afectados por el extractivismo como los megaproyectos mineros o la extracción de hidrocarburos es cruel, sin embargo no desconocida. El término “Zona de Sacrificio” fue utilizado por primera vez durante la Guerra Fría para referirse a las áreas contaminadas por procesos mineros. Latinoamérica está atravesada por este tipo de proyectos imbricados en lógicas internacionales de extracción y exportación de commodities, cuyas consecuencias en términos ambientales y socioeconómicos han sido ampliamente documentadas y contra los que las comunidades presentan tenaz resistencia.
Menos conocidos son la serie de impactos que la irrupción de grandes contingentes de trabajadores asociados a estos proyectos, en su enorme mayoría varones, o las reconfiguraciones de la matriz productiva de los lugares, tienen sobre el cuerpo-territorio al asociarse con las dinámicas patriarcales preexistentes.
Cambios en la matriz productiva
Durante la fase inicial de los proyectos existe una demanda intensiva de mano de obra, que en general es cubierta por hombres que migran al territorio, y en su mayoría llegan solos. De esto da cuenta el manual “ Hablemos de Megaminería” elaborado por la Unión de Asambleas Ciudadanas de Chubut (UACCH) que enumera como uno de los impactos negativos de estos proyectos la invasión de población ajena a la región.
Karina Martinelli de grupo ProEco de Famatanca (Santa María, Catamarca) cuenta como es la realidad dónde vive, “Si bien fue un cambio cultural en todos lados, aquí el desconectarse de la tierra y tener el único anhelo de ´volverse minero´, ir a trabajar a la minera, cambia el hábito porque la gente dejó de estar en la finca donde el trabajo mal que mal era bastante familiar o comunitario. Y ahora el hábito es estar 15 días en la minera, dejando a la mujer y los hijos.”
Las actividades extractivas anulan posibilidades productivas tradicionales de las que participaban tanto hombres como mujeres, y en paralelo abre posibilidades laborales a las que acceden casi exclusivamente varones. Esto refuerza lógicas patriarcales de ´macho proveedor´, socava la autonomía y modifica el lugar de las mujeres en la comunidad.
Lidia Campos de la Asamblea Permanente del Comahue por el Agua nos dice: “en Allen (Río Negro) la producción de frutas y verduras daba trabajo a 8.000 personas aproximadamente. Había 30 – 35 galpones de empaque. Mientras en el petróleo, la empresa que más personas tomó fue 350 obreros. La empresa que trabaja en la actividad petrolera no toma a cualquier persona, sino a mano de obra especializada y a la mayoría de los vecinos de Allen no los recibían. De esas 8.000 personas de la producción de frutas y verdura el 60% eran mujeres, que en su mayoría trabajaban en los galpones de empaque, ya que se necesita delicadeza para trabajar la fruta y que se aproveche la mayor cantidad. En Allen hay muchas mujeres que son jefa de hogar, y trabajan desde enero que comienza la cosecha hasta mayo. Eso le da la posibilidad a la mujer de tener un sueldo diferente, poder mandar a sus hijos a la escuela y pagar el alquiler. Pero muchas perdieron el trabajo por los cambios que trajo la actividad extractiva. Y muchas tuvieron que irse”.
En contextos de explotación minera y petrolera existe una ‘masculinización’ de los territorios (Solano Ortiz, 2015; García Torres, 2014; Miradas Críticas al Territorio desde el Feminismo, 2013) en la que se reconfiguran los espacios comunitarios y la vida cotidiana alrededor de los deseos y valores de una masculinidad hegemónica. ( Extractivismo en América Latina – FAU, 2016)
Cuerpos sacrificados
La reconfiguración general que plantea el extractivismo tiene impacto directo en los cuerpos feminizados.
“La llegada de hombres jóvenes en busca de trabajo y la pérdida de soberanía económica empuja a muchas mujeres a prostituirse. Aumentan los casos de violación y los riesgos de contagio por enfermedades sexualmente transmisibles. La violencia hacia las mujeres aumenta drásticamente por el gran aumento del consumo de alcohol y drogas” ( Zorrilla, Zacher, Acosta – 2012)
Una integrante de la Asamblea Centenario Libre de Fracking, nos cuenta que “La prostitución esta de hace añares. Yo no tengo un registro de si aumentó. Yo supongo que por la cantidad de obreros que están trabajando, lo más probable es que haya aumentado el tema de la prostitución. No hay una organización que esté trabajando exclusivamente ese tema. Las organizaciones feministas lo denuncian. Nosotros sabemos que la ruta del petróleo es la ruta de la trata, la ruta de la cocaína”.
La violencia sufrida por los territorios se corresponde con la sufrida por los cuerpos feminizados, como relata Karina Martinelli: “lo que nos pasa en nuestros cuerpos, y lo que nos han querido hacer en nuestros cuerpos, es lo mismo que le hacen al territorio cuando avasallan un cerro, lo mismo cuando avasallan nuestros cuerpos”.
Mujeres en la resistencia, las cuidadoras del fuego
La resistencia al extractivismo en cualquiera de sus formas viene siendo protagonizada por mujeres. Basta recorrer mentalmente los conflictos para reconocerlas al frente de las luchas.
Corina Milán de la Asamblea No a la Mina de Esquel, “la asamblea está llena de mujeres y creo que las más laboriosas, las más aguerridas, son todas mujeres. Obviamente participan chicas, chicos, chiques, hombres y todos los géneros pero hay un protagonismo cuantitativo. Es muy notable lo que pasa. Obviamente hay un vaivén, unas idas y vueltas en los momentos de lucha. Hay momentos que son muy calientes y está todo el mundo, y hay momentos que son de meseta en la movilización. En esos momentos amesetados suelen ser las mujeres más grandes, las mamás, las abuelas, las jubiladas de la asamblea, a las que yo llamo las ´cuidadoras del fuego´, las que siguen estando”. Y continúa: “Las primeras que se dan cuenta de esta historia son mujeres. Una química y una bioquímica, profesoras de la Universidad de la Patagonia, que tiene sede acá en Esquel. Que empezaron a investigar qué químicos se usaban y cómo eran los métodos de explotación y de lixiviación, los impactos ambientales, y compartieron el conocimiento con otras vecinas y vecinos de Esquel”.
Otros modos de vivir
El futuro de tierra arrasada que el extractivismo dibuja en el horizonte de la mano de prácticas patriarcales, al mismo tiempo nos revela la potencia de tejer la defensa del territorio con el empoderamiento de las mujeres y las reivindicaciones que sostienen los feminismos.
Las mujeres no sólo defienden los territorios con sus cuerpos sino que desarrollan prácticas sostenidas por lógicas del cuidado y reproducción de la vida incompatibles con el modelo de saqueo. En esas prácticas laten alternativas que refutan el “fatalismo productivo” que enarbolan las empresas para instalarse y que repiten los poderes estatales. Esos discursos sobre la “única posibilidad productiva” de una región genera confusión y fragmentación en las comunidades lo que a su vez es aprovechado por las empresas. Cabe preguntarnos también por las lógicas preexistentes que invisibilizan y desvalorizan esas prácticas ancestrales y productivas, sostenidas sobre todo por mujeres. Aun así ellas logran obstaculizar la implementación de los megaproyectos extractivos.
Karina Martinelli expresa: “Al alejarnos de las fincas se cambian los hábitos de alimentación. Se deja de comer lo que producen las manos de las personas de aquí y se termina comprando en los supermercados como si estuviéramos en una ciudad. Comida que no es sana, que viene de otro lado con muchísimos agrotóxicos, procesadísima. Creo que ese es parte del impacto del modelo extractivo en los pueblos que cambian los modelos de alimentarse y de vincularse con el cerro. De hecho hay niños que viven aquí y no conocen lo que es una mazamorra. Entonces, hay mucho impacto: desde el maltrato, desde lo alimenticio, desde lo identitario. Porque todo lo que vincule a la persona con la tierra, con la pachamama, se lo ataca. Porque una persona vinculada, sensible, conectada con lo vital, con la vida; es alguien que va a ser un defensor del agua, de la tierra. Entonces ese mensaje de conexión se lo tira para abajo y se lo ve como algo que es retrogrado, que no es moderno, que no es progreso”.
La voz de estas mujeres nos devela un escenario más complejo del que avizoramos al comienzo. Mientras se entrelazan los extractivismos, aflora la necesidad de construir colectivamente otros modos de vivir, donde se valore el vínculo con la tierra y la naturaleza, y cristalicen otros modelos productivos.
Desafíos
¿Es posible problematizar las formas que el extractivismo despliega en los territorios para el saqueo, omitiendo las lógicas patriarcales de dominación? ¿podemos concebir un anti-extractivismo que no cuestione también al patriarcado? Y en paralelo, ¿podemos problematizar plenamente las violencias que sufren los cuerpos feminizados sin territorializarlos? ¿el anti-extractivismo puede estar ausente entre las reivindicaciones feministas?
Hablar de cuerpo-territorio nos permite ampliar la noción del despojo al que intenta someternos el extractivismo. Implica reconocer que la violencia desplegada sobre los espacios comunes incluye las violencias a que son sometidos los cuerpos de cada quién y el cuerpo colectivo que los habita.
Desde esta perspectiva enfatizamos el camino que los feminismos comunitarios y populares, campesinos y originarios, vienen desplegando a través del protagonismo de tantas que enfrentan los proyectos extractivos y defienden los modos de vida (y la vida) de las comunidades de las que son parte.
En tiempos de revolución feminista, de amplificación y revalorización de las cosmovisiones de las comunidades y los modos de vida en armonía con la naturaleza, late el desafío de profundizar los aprendizajes que nos dejan las luchas, de desplegar la complementariedad de las miradas alrededor del fuego del aquelarre, buscando hacer realidad el anhelo de que ni las mujeres ni la tierra seamos territorios de conquista en ningún lugar.
Catamarca – Neuquén – Río Negro – Chubut – Buenos Aires
entre julio y septiembre de 2019