Cuidado que te protegen. Dos modelos de vida en el río Uruguay

Idioma Español
País Uruguay

Con el actual modelo productivo, la proliferación de áreas protegidas puede convertirse en una suerte de folclorismo ambientalista, una muestra de lo que pudo ser pero fue depredado por la inacción estatal y el conformismo social. Dos modos de habitar la tierra –la reproducción de la vida y la acumulación de riqueza– conviven en torno al Parque Nacional de Farrapos, en Río Negro, visibilizados en un libro del antropólogo Carlos Santos.

"Botnia fue un retroceso para el movimiento ambientalista, porque se retornó a la preocupación por el caso local, perdiendo de vista todo lo demás, el modelo de país, los afectados, los que no pueden seguir viviendo como antes", dispara Carlos Santos, antropólogo y autor del libro ¿Qué protegen las áreas protegidas? (Trilce, 2011), presentado el 9 de noviembre, donde realiza un minucioso análisis del Parque Nacional Esteros de Farrapos e Islas del Río Uruguay, una de las zonas (6.300 hectáreas) que ingresó en 2008 al Sistema Nacional de Áreas Protegidas.

Encabeza el texto una cita del discurso de José Mujica durante la toma de posesión como presidente, en la que destaca la tensión entre la expansión productiva y el cuidado del ambiente. Con ella, Santos da a entender que su trabajo entra de lleno en el debate político y que no concibe un ambientalismo desgajado de los conflictos sociales y las luchas de poder.

"Me interesó el Parque de Farrapos –dijo a Brecha– porque desde 2004 buscaba investigar las prácticas del conservacionismo y este parque presenta un caso particular: a diferencia de otros, como la Quebrada de los Cuervos y las lagunas de Rocha, es un área donde no hubo ninguna intervención estatal, lo que permite observar en directo qué puede generar un área protegida. Por otro lado, hay un conflicto con el agronegocio, ya que la soja y la forestación están pegadas al área protegida y no hay mediación posible. No creo que exista otra área tan rodeada de sistemas intensivos como ésta."

La tensión mencionada por el presidente y el conflicto social y ambiental generado por la expansión de la soja, conforman el guión que transita el autor para desbrozar el sistema legal de áreas protegidas (su genealogía y los modos como se implementa); para finalizar con la palabra de los pobladores de los esteros, pescadores artesanales y apicultores, pequeños ganaderos y cazadores furtivos que componen el tapiz de los silenciosos y silenciados, los afectados por un modelo que no eligieron pero padecen.

Por dónde se corta el hilo

Dos paradojas abren el libro de Carlos Santos. La primera es la constatación de que el sello "Uruguay Natural", que se estampa en el pasaporte de toda persona que ingresa al país, fue acuñado en pleno neoliberalismo, en la década de 1990, como sello de distinción de una supuesta vocación verde, y se mantuvo bajo los dos gobiernos progresistas pese al crecimiento geométrico de la soja y la obstinada omnipresencia de la forestación. La segunda es que el Parque Nacional de Farrapos se encuentra a pocos quilómetros de la planta upm-Botnia.

Territorios homogéneos, vueltos agronegocio por la producción de commodities, donde la diversidad del paisaje fue sustituida con intervenciones verticales y externas, ergo, autoritarias. Santos utiliza el concepto de territorio para comprender y, sobre todo, visibilizar las relaciones de poder que esconden los diferentes espacios. Farrapos puede ser un laboratorio de observación crítica del entorno y de prácticas productivas diferentes a las hegemónicas, pero puede terminar siendo arrasado en el largo plazo por la colonización productivista. De algún modo, el área protegida de Farrapos es un vertedero de agrotóxicos que se escurren por las cañadas y los desniveles del terreno.

"Si se mantiene el uso intensivo de la agricultura va a resultar imposible mantener el área de protección, sobre todo por la soja. Por lo menos en la forestación se sabe quiénes son los empresarios, pero en las áreas de soja son desconocidos, no hay controles ni nadie que verifique dónde y cuánto se fumiga", explica Santos. En ese sentido sostiene que uno de los mayores desafíos que enfrenta el Sistema de Áreas Protegidas consiste en el monitoreo, ya que "para saber lo que pasa en el parque natural hay que monitorear lo que sucede afuera. Para eso hay que involucrar a la gente del lugar".

El mayor problema que enfrenta un área protegida como Farrapos es estar en el corazón de la producción agrícola. No puede limitarse a conservar; debería ser un espacio-laboratorio donde experimentar tecnologías productivas adecuadas que incluyan a los vecinos y productores. Sin embargo, la urgencia pasa por controlar las fumigaciones ya que, como señala uno de los apicultores entrevistados por Santos, "estos años de invasión de la soja ha habido una verdadera crisis de producción en la miel, nuevas enfermedades, mortandades masivas de abejas y bajas históricas en la producción. Todo lo que sabíamos lo tuvimos que desaprender". Por eso apunta que las áreas protegidas deberían "convertirse en el espacio de control del grado de avance de la depredación".

La mitad de las colmenas fueron destruidas por los agrotóxicos, pero los apicultores no hicieron denuncias: "El problema es que el apicultor coloca las colmenas en el terreno de un propietario que le presta el campo, pero si lo denuncia puede perderlo". Lejos de este tipo de prácticas apegadas al territorio, los técnicos estatales actúan como verdaderos paracaidistas. Santos relata: "La mayor parte de las veces que vi a técnicos discutir la planificación del área, aun con participación de actores locales, fue a partir de mapas e imágenes satelitales, hablando desde afuera y analizando el territorio con relación a algo que podrían llamar la productividad de los ecosistemas". Dos cosmovisiones y dos modos de vivir y habitar el entorno.

Ecologismo popular

Una de las virtudes mayores del trabajo de Santos es que busca aterrizar el ecologismo en la realidad de los sujetos sociales afectados por el modelo hegemónico. No habla de ambiente en abstracto sino que destaca a los seres humanos que están siendo despojados de sus medios de vida por el crecimiento exponencial de la acumulación de riqueza a través de la sobreutilización del recurso tierra. Por eso se pregunta: "¿Tiene más sentido un área protegida con límites 'virtuales' y un entorno degradado ('fumigado') donde se prohíbe la caza, que un área protegida donde se realice un manejo controlado de la caza y se prohíba la fumigación y la aplicación de agrotóxicos?".

La pregunta apunta al mentón del Sistema de Áreas Protegidas. El libro denuncia que la Dinara ha aumentado los controles sobre la pesca artesanal aplicando vedas a la captura entre setiembre y febrero de cada año, para preservar la reproducción de las especies. Eso ha llevado a los pescadores a buscar otras actividades para asegurar su subsistencia. Sin embargo, no existe ninguna política para el control del uso de agrotóxicos en los entornos del área protegida ni en las localidades donde se practica la pesca y la apicultura.

Por eso habla de justicia ambiental, que es sinónimo de "defensa de los pobres", puesto que postula que las desigualdades deben ser prioritarias en la agenda ambiental. En palabras de Santos, el objetivo central pasa por "la subsistencia de los grupos humanos, principalmente de los pobres y marginalizados, a partir de integrar visiones de clase y raza".

Defiende un ambientalismo encarnado en sujetos que han sido excluidos del acceso a la tierra, como es el caso de una parte de los apicultores y pescadores que sobreviven en los entornos de Farrapos. "Me preocupa que el movimiento ambiental uruguayo no haya incorporado un ecologismo popular, lo que esperaba que sucediese luego del plebiscito del agua. Botnia fue un retroceso", insiste.

La capacidad de mostrar, sobre todo en el audiovisual que acompaña el libro, las dos territorialidades, la del agronegocio y la de los apicultores y pescadores, es un logro que debe ser resaltado, sobre todo en una sociedad que ha sido escasamente receptiva a las problemáticas que encarnan los grupos subalternos. Debe reconocerse que tanto el sistema político –de izquierda y de derecha– como la academia han legitimado el discurso del actor dedicado a la acumulación de capital, aquel que muestra año a año cifras que avalan el progreso material contante y sonante.

Cuando llegue el momento de debatir un plan de manejo de Farrapos, apunta Santos, las dos territorialidades chocarán. La visión del territorio "desde arriba", la del agronegocio, y la visión "desde abajo" de los recolectores y productores artesanales. Hasta ahora las autoridades han hecho su opción, pese a la conciencia de esa tensión que manifestó el presidente el día de la toma de mando. Nada impide, empero, a la academia y a los ciudadanos de a pie hacer la suya. "Cuando el ecologismo se abra a los pobladores afectados habrá más posibilidades de avanzar, de que surjan sujetos afectados por la contaminación y el modelo de desarrollo. Creo que hay una base muy fuerte para un movimiento ambiental pero aún no ha cuajado."

Desde cualquier lugar que se lo mire se trata de una opción ética, en un mundo donde es cada día más evidente que debe optarse entre la vida y la acumulación de riqueza, entre los que pescan para sobrevivir y los que fumigan para acumular. Quizá sea el momento de abrir debates como el que ambicionan investigadores como Santos, capaces de visibilizar los dolores que genera el modelo hegemónico para construir un movimiento ecologista comprometido con los que necesitan preservar el ambiente para seguir siendo.

Las tres colonizaciones: de Hernandarias a la soja

(Con base en el Capítulo II de "¿Qué protegen las áreas protegidas?”)

El "humedal con islas fluviales" en las márgenes del río Uruguay, como Santos define al Parque Nacional Esteros de Farrapos, es utilizado como "pastoreo público" y fuente de recursos por habitantes de las localidades de San Javier y Puerto Viejo. La zona arrastra una historia que se remonta a la Guerra Grande (1839-1851), cuando fue una estancia propiedad de la familia Espalter.

Recibe su nombre porque fue zona de refugio del ejército separatista de Río Grande del Sur durante la Guerra de Farrapos (1835-1845) que enfrentó a republicanos y partidarios del imperio. Farrapos era el nombre de los rebeldes, posiblemente inspirado en los sans culottes franceses, aunque otras versiones aseguran que se debe a las ropas rústicas que utilizaban. Lo cierto es que la estancia y la zona recibieron ese nombre que llegó hasta nuestros días.

Luego de la primera y extensa ocupación del ganado vacuno, a mediados del siglo pasado comenzaron a llegar colonos alemanes y rusos a la zona. Hacia 1859 se constituyó la estancia Nueva Melhem, en Río Negro, que potenció la modernización de la producción agrícola de la mano de los hermanos alemanes Wendelstadt. En 1875 fundaron Nuevo Berlín en una zona salpicada de carbonerías y saladeros. En 1913 llegaron 750 colonos rusos del Cáucaso que no sólo fundaron San Javier sino que transformaron el entorno natural a través del uso colectivo de la tierra.

En 1953 la Estancia de Farrapos, que tenía 17 mil hectáreas, fue expropiada y pasó al Instituto de Colonización. El área no fue intervenida porque era difícil llegar a ella al tratarse de pantanos, pero en la zona se crearon diversas colonias conformadas por menonitas alemanes y rusos dedicados a la agricultura y la lechería.

La tercera colonización es reciente, tiene nombre y apellido: agronegocio y soja. Uno de los problemas más graves del área protegida es que no existe una zona de amortiguación que la separe de los cultivos intensivos forestales y sojeros. "La principal transformación –escribe Santos– ha sido la trasnacionalización de la producción agrícola, con la emergencia de grandes empresas que compran tierras (en el caso de la forestación) o las arriendan (en el caso de la soja) en grandes extensiones, aplicando paquetes tecnológicos de diseño".

En el área de influencia de los Esteros de Farrapos viven 4.555 personas: 1.680 en San Javier, 2.483 en Nuevo Berlín y el resto dispersa en el medio rural. El aterrizaje del agronegocio fue un verdadero terremoto para este puñado de uruguayos. Entre 2000 y 2009 el 52 por ciento de la superficie de Río Negro cambió de manos y el 42 por ciento fue arrendada. La superficie forestada pasó de poco más de 3 mil hectáreas en 1989 a 104 mil en 2008. La explosión de la soja fue más rápida e implicó extensiones aun mayores: de las 55 mil hectáreas cultivadas en 2004 se pasó a 151 mil en 2010.

Frente a actores multinacionales como la finlandesa Forestal Oriental, la sueco-chileno-finlandesa Eufores, las sojeras argentinas El Tejar y Agronegocios del Plata, los vecinos de Nuevo Berlín han creado una cooperativa de pescadores con nueve familias (Copesnube) y un grupo de apicultores que se proponen instalar una planta de almacenamiento y proceso primario de miel. En San Javier funciona el Comité Ramsar (por la Comisión Ramsar de las Naciones Unidas que protege los humedales), integrado por la Fundación Roslik, vecinos, técnicos que trabajan en el área protegida, y un grupo de 39 ganaderos que utilizan esos campos para la cría.

El Estado, a través del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (snap), está presente de forma directa con un equipo de tres personas conformado en 2010, con guardaparques y guardaislas. La Comisión Asesora Especial, dirigida por la Dinama e integrada por la Policía, la Prefectura, la Intendencia, delegaciones ministeriales y cuatro organizaciones sociales, realiza reuniones esporádicas. Los testimonios de pescadores y apicultores en el audiovisual Islas de naturaleza, dirigido por Álvaro Adib, reflejan la tremenda desigualdad entre quienes fumigan para acumular riqueza y quienes cazan carpinchos de forma ilegal para sobrevivir. "¿Por qué no se puede cazar y sí se puede fumigar?", dispara un furtivo.

Paradojas

La expansión de las áreas protegidas es un fenómeno global. Mientras crecen de forma exponencial, el modelo económico multiplica la depredación. En la década de 1960 había mil áreas protegidas oficiales en todo el mundo. En 2006 ya eran más de 108 mil las áreas protegidas, un 12 por ciento de la superficie del planeta, más de 30 millones de quilómetros cuadrados. En ese lapso todos los indicadores señalan que el ambiente se ha degradado como nunca antes. En Uruguay la paradoja es similar. En 2000 fue aprobada la ley que creó el sistema de áreas protegidas. Fue reglamentada en 2005 y los primeros lugares ingresaron al sistema en 2008. En ese período, señala Santos, "ocurrieron profundas transformaciones económicas, productivas, sociales y ambientales en el campo uruguayo". Nunca antes la tierra y las personas habían sufrido tan severa agresión. Las preguntas son casi obvias: ¿para qué y para quién sirve tener un sistema de áreas protegidas?

Botnia: Sabremos cumplir

Carlos Santos establece un vínculo estrecho entre la iniciativa del Parque Nacional de Farrapos y la instalación de Botnia. "El asesor legal del mvotma es Marcelo Cousillas, quien redactó la ley de medio ambiente y le sugirió a la Dinama dejar de lado las islas al instalar el Parque de Farrapos, porque algunas de esas islas son argentinas y resultaba más prudente integrarlas una vez que se hubiera superado el conflicto por upm-Botnia. Por otro lado, a partir del informe de impacto ambiental que presentó Botnia, la Dinama le exigió medidas compensatorias del daño ambiental, y una de ellas era crear un área de conservación que está muy próxima a Farrapos y ahora es gestionada por Forestal Ambiental".
Raúl Zibechi
Periodista uruguayo, escritor, responsable por la sección internacional de Brecha. Profesor e investigador en Multiversidad Franciscana de AL

[Publicado em Brecha. Lunes 21 de Noviembre de 2011 - Comcosur / Montevideo]

Fuente: ADITAL

Temas: Agua

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