¿Cuál decenio de los pueblos indígenas? ¿Cuál fracaso?, por Francisco López Bárcenas

Ver para creer. A dos meses de que termine el decenio de los pueblos indígenas proclamado por la Organización de las Naciones Unidad, las personas que más se beneficiaron de ello son las que se adelantan a proclamar que fue un fracaso. El asunto no queda ahí, porque junto con su juicio negativo los declarantes proponen a los estados que forman parte de la ONU declaren otro decenio más, para ver si ahora salen adelante los planes que no prosperaron en el primero

No es descabellado que la ONU les tome la palabra, y si esto sucede ellos podrán seguir viajando al extranjero, en nombre de los pueblos indígenas, no importa que dentro de otros 10 años declaren, sin un balance serio, una autocrítica de su responsabilidad y sin rubor alguno, que ha sido otro fracaso.

Esto reflexionaba en voz alta en días pasados cuando se me acercó otro indígena y sorprendido me cuestionaba: "¿Cuál decenio de los pueblos indígenas? Nosotros nunca nos enteramos que hubo 10 años dedicados a nuestros pueblos y menos que después de esa declaración se hubiera hecho algo por nosotros. En esa situación, ¿cuál es el fracaso? Porque no se puede hablar de fracaso cuando no supimos ni qué se propusieron realizar en nuestro nombre". No supe qué responderle. Pero su reflexión me llevó a la cuenta que el mentado decenio de los pueblos indígenas no fue de ellos sino de algunos "líderes" que hablan en su nombre. Ellos tal vez sí puedan hablar de fracaso, porque se propusieron objetivos que finalmente no alcanzaron, aunque lo paseado nadie se los quita.

Pero la ausencia de logros en el ámbito internacional, sobre todo la no aprobación de la Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos Indígenas, no puede ser la única forma de medir el decenio. Existen otras, más concretas y visibles, donde los pueblos indígenas, sus comunidades y organizaciones han ido tejiendo su resistencia. Y aunque no han logrado todos sus objetivos, ellos no hablan de fracaso porque saben que la resistencia es permanente y de ella se aprende para seguir avanzando en la construcción de su futuro.

Después de 1992, la fecha en que se cumplieron 500 años de la invasión de nuestra América, los pueblos indígenas han protagonizado una serie de luchas que los colocan a la vanguardia de las protestas en toda América Latina, no sólo por lo novedoso de sus demandas, que han pasado de los reclamos generales a otras más cualitativas que le dan su especificidad.

Autonomía, territorio y gobierno propio son algunas de ellas, a las cuales han unido la defensa de los intereses nacionales. De igual manera han innovado en las formas de movilizarse dejando atrás las anquilosadas organizaciones corporativas, a las que han sustituido por las propias, sorprendiendo a propios y extraños. Ahí están los levantamientos pacíficos en Ecuador y Bolivia, las grandes movilizaciones mexicanas alrededor del levantamiento zapatista y, más recientemente, la marcha de los indígenas colombianos.

En éstas igual han reclamado el reconocimiento de su derecho a ser pueblos que han protestado contra las políticas neocoloniales expresadas en el Plan Puebla-Panamá, el Plan Colombia o el Acuerdo de Libre Comercio de América. En estas condiciones ¿cómo hablar de fracaso? Si algo queda claro en estas posturas es que existen dos visiones de entender y enfrentar el asunto de los derechos de los pueblos indígenas frente a los estados nacionales que los niegan. Una, la que habla de fracaso, pone énfasis en las discusiones que se realizan en los organismos internacionales, donde la representación fundamental es la de los estados, mientras la indígena es marginal. Es en esos espacios donde algunos indígenas realizan lobby tratando de conseguir lo que no alcanzan en los espacios nacionales, con lo cual, aunque no logran empujar las agendas que ellos mismos proponen, obtienen algunos dividendos al interior de sus países.

Otra distinta es la que construye su agenda en las comunidades tratando de dar soluciones concretas a demandas específicas. Quienes han elegido estas estrategias muchas veces se ganan la animadversión gubernamental o, en el peor de los casos, la amenaza y la represión. Pero no les importa, pues saben que la razón está de su lado y que finalmente el triunfo será de ellos. A éstos no les preocupa si hubo un decenio y fue un fracaso o si habrá otro para hacer lo que no se hizo en el primero. Su lucha se mide con otros tiempos. El de la lucha diaria, que es también la del futuro.

Fuente: La Jornada, México

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