Construcción colectiva de saberes
"En el trabajo en la Sierra Huichol donde estuvimos involucrados entre 1996 y 2006, desarrollamos una 'metodología' de trabajo que denominamos metodología del sujeto. También la llegamos a llamar free-jazz, ya que estaba basada en el diálogo permanente de saberes. La llamamos así porque cuestionaba frontalmente la dinámica que imponía la metodología oficial (por así llamarla) de 'el proyecto' sobre el sujeto."
Por Yessica Alquiciras, José Godoy y Evangelina Robles (Colectivo por la Autonomía)
Julio, 2018
Del trabajo en la sierra al entramado del saber. En el trabajo en la Sierra Huichol donde estuvimos involucrados entre 1996 y 2006, desarrollamos una “metodología” de trabajo que denominamos metodología del sujeto. También la llegamos a llamar free-jazz, ya que estaba basada en el diálogo permanente de saberes. La llamamos así porque cuestionaba frontalmente la dinámica que imponía la metodología oficial (por así llamarla) de “el proyecto” sobre el sujeto. Una dinámica que negaba permanentemente el objeto o contexto de la realidad social, ambiental, técnica, cultural, espiritual, al mismo tiempo que discriminaba las grandes capacidades del pueblo huichol para autogestionar su territorio.
Los programas y proyectos siempre se han creado en instituciones ajenas a la realidad local, regional y nacional a la cual se pretenden aplicar y promover.
En cambio, los resultados del modo de trabajo conjunto y autogestionario con las comunidades derivaron en un autoreconocimiento y crecimiento generalizado de las capacidades técnicas (geográficas, legales, ecológicas, etcétera), económicas y organizativas. Las asambleas crecieron en presencia en un 1000% (de 200 a 2000 comuneros activos en una comunidad) al comenzar a solucionar una amplia gama de problemáticas internas y externas para la “reconstitución integral de su territorio”, recuperando y ocupando efectivamente 60 mil hectáreas en 300 juicios; haciendo un trabajo de vinculación “igualitaria” con profesionistas de todas las ramas del conocimiento y otros pueblos. Todo con la firme creencia de que, antes que otros, cada quien es protagonista de su propia realidad.
Esta experiencia de reconstitución territorial sería imposible de llevar a cabo sin el conocimiento histórico, jurídico, geográfico, ambiental del problema, por parte de las comunidades y sus propias autoridades tradicionales. Esto no se reconoce fácilmente aunque sea obvio.
Encontramos en las prácticas narrativas una herramienta para poner en interlocución nuestros paradigmas y reconocer la historia que nos lleva a la práctica colaborativa. Busquemos dar algún contexto de nuestra práctica.
Es importante hacer el esfuerzo práctico de reconocimiento de las diferentes epistemologías, (principios, fundamentos y métodos del conocimiento humano): rural, urbano, infantil, indígena, etcétera. Preguntarnos qué se conoce, como se conoce y cuál es el universo que conoce. Cuál es su experiencia de vida que define su relación con lo que se conoce.
Cómo es la formación de individuos capaces de elaborar conocimiento y saberes colectivamente y desde diferentes fuentes. Cuáles son los principales retos personales y grupales; incluso institucionales.
Cómo enfrentamos el racismo, la marginación y el desprecio que afectan la percepción y validez que otorgamos a una aportación cognitiva. Cuándo nos “imaginamos” que el otro no sabe.
Un ejemplo que poníamos como reto a los “manejadores y ordenadores territoriales” era que comprendieran la concepción del suelo y el ciclo del agua de los wixaritari (así se llaman los huicholes a ellos mismos), lo cual implicaba poner en juego todas las capacidades técnicas y los paradigmas científicos y éticos. A la vez que encerraba en gran medida sus saberes técnicos ancestrales y la garantía de su prevalencia como pueblo —más el ejercicio de un idioma diferente y el establecimiento de mecanismos de traducción.
La transdisciplinariedad nos lleva también a crear nuevos conceptos.
Es un reto a la creatividad establecer un lenguaje que nos comunique efectivamente y describa realidades como, también, las provocadas por la agroindustria.
Es mucho más urgente la investigación transdisciplinaria para resolver problemas que para crearlos. Las ciencias y tecnologías “aisladas” que generan una “solución” en su laboratorio sin voltear a ver el contexto en el que se desarrollará su “Frankenstein” deberían pasar por un filtro multidisciplinario que revisara los límites de las soluciones aisladas. Ejemplos de esta situación hay miles en la industria.
Sin embargo la solución al problema generado demanda una complejidad y una integralidad de saberes y conocimientos que superan o exigen grandes esfuerzos transdisciplinarios y colaborativos.
Desconozco las discusiones sobre la subjetividad del conocimiento científico. Pero creo que es importante reconocer la impronta subjetiva del conocimiento científico. Nos parece ilustrativo el debate de los últimos años sobre el cáncer que provocan los alimentos transgénicos y su consecuente paquete tecnológico de agroinsumos. Unos científicos “demostraron” que no causaba cáncer dando maíz OGM tres meses a ratas. Otros demostraron que sí causaba cáncer dándolo 6 meses en ratas. Como mexicanos con sentido común diríamos: “ni somos ratas, ni consumimos 3 o 6 meses, ni en cantidades despreciables” ya que lo consumimos mucho y toda la vida. Y pensábamos: qué pasa cuando la investigación la hace un chino o un nórdico, ¿influye la experiencia y el interés personal, es decir la subjetividad? Entonces en gran medida ¿los límites y temas los impone la experiencia subjetiva y el interés político y económico?
Uno entiende la alarma y preocupación de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad en México y de la doctora Elena Álvarez-Bullya cuando descubren con apoyo de comunidades indígenas y campesinas de todo el país que los productos de maíz “comunitario” son mucho más limpios en términos de glifosato y transgénicos que los productos industrializados que se encuentran en las tiendas de conveniencia y que están en un 80% o más contaminados y la gente los consume masivamente como botanas, cereales, etcétera.
Es mucho más probable que sean los saberes ambientales populares los que nos saquen del atolladero o crisis ambiental global actual que la suma de políticas y programas o “falsas soluciones” a esta crisis. Los valores y principios que implican las nuevas formas de diálogo, investigación y práctica son un asunto de supervivencia.
Como ejemplo en el ámbito alimentario y ambiental el saber indígena, campesino y popular sobre el agua, el viento, el suelo, los bosques y las selvas es el que puede, región por región, alimentar a los habitantes del planeta, limpiarlo y ofrecer calidad de vida, y orientar la investigación y la praxis científica y técnica hacia verdaderas soluciones prácticas y que, de forma colaborativa, alcancen a ver y prever sus limitantes y sus límites, así como a pensar con responsabilidad la capacidad de responder a la pregunta de quién puede reparar o dar mantenimiento a la herramienta generada. Sea ésta producto de la ingeniería, el derecho, etcétera.
Con temor a ser insistentes sería bueno elaborar la pregunta: ¿Qué implicaciones o problemas propicia una innovación o propuesta técnica-científica? Y ¿qué disciplinas tendrán que conjuntarse para resolverla?
Un reto es arribar, cada vez más, a la creación transdisciplinaria, dialógica y colaborativa. Que se refleje en el reforzamiento del sujeto, como individuo con capacidad de proyecto, y en el objeto, como contexto donde se resuelve colectivamente la crisis de la existencia del sujeto.
Nosotros encontramos en la asamblea indígena el espacio de diálogo, definición de problemas y búsqueda de soluciones en un contexto de intercambio de saberes igualitario donde la palabra de todos no sólo es necesaria sino indispensable en el desarrollo de las actividades humanas. Es la experiencia más amplia que hemos conocido del diálogo multitudinario y la construcción colectiva del saber. Es en la asamblea (del pueblo wixárika) donde hemos conocido y comprendido la creación, identificación de prioridades y análisis de contextos más creativa, de la cual se desprende la práctica comunitaria.
La perspectiva transdisciplinaria y colaborativa también nos propicia la amistad. La necesidad de enamorarse de la disciplina, el saber y la práctica de el otro.
No son precisamente las metodologías, modelos y conceptos sino los valores y capacidades generadas lo que genera los resultados de este tipo de investigación. Lo que Iván Illich en su “sociedad desescolarizada” llamaba el curriculum oculto de la educación, los valores intrínsecos que produce la vida académica, es esa especie de bullyng que nos hace sentir ignorantes y no complementarios entre las materias y los grados de estudio.
Es en efecto, “otra estética cognitiva”, de las emociones la que plantea relaciones horizontales en la búsqueda de información y supuestos o hipótesis, así como del desarrollo de sus argumentos.
Vista desde fuera, la ciencia “dura”, “formal”, o como quiera que podamos llamarla, reprime aparentemente la subjetividad a tal grado que tiene más claro “lo que no le toca” que “lo que le toca”. El discurso que conlleva esa represión puede manifestar una negación de las consecuencias o alteridades de la estricta percepción científica.
Se podría pensar en un glosario y en algún tipo de evaluación-preparación para el trabajo transdisciplinario (diálogos, talleres, charlas, viajes de prueba), donde se comprendan, por ejemplo la trascendencia de las bases epistemológicas y subjetivas, las capacidades de escuchar, la curiosidad por el otro.
Así lo hacía Iván Illich en sus talleres de verano del Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), por allá en la década de 1960, donde llegaban los misioneros del desarrollo del primer mundo a “prepararse” para su dispersión por América Latina. En estos seminarios se estudiaban idiomas y se discutía críticamente el concepto de desarrollo y la sociedad industrial, logrando que la mayor parte de los promotores en vez de seguir su llamado colonizador se regresaran a sus países de origen a revisar más en detalle lo que iban a proponer, logrando volver a revisar introspectivamente su práctica hasta 90% de los candidatos.
Igual la experiencia en la sierra huichol era de ida y vuelta: los teiwaris (mestizos) se preguntaban ¿Cómo pueden vivir así los wixaritari?, mientras los wixaritari se preguntaban ¿Cómo pueden vivir así los teiwaris? Muchísima gente, más de la que imaginamos, no aguanta esto. Eso nos llevó a pensar que lo que pasa en un territorio se gestiona fundamentalmente al modo y con el saber y la sabiduría del pueblo involucrado.
La imaginación es ilimitada (sobre todo cuando se jugó mucho de pequeño) y nos facilita crear y creer en mundos y formas diferentes. Propicia nuestra libertad y hace florecer la sabiduría popular. Como dice John Berger “El ingenio popular es generalmente invisible. Algunas veces, cuando se lo recobra para alguna acción política, se visibiliza. El resto del tiempo se utiliza a diario para la supervivencia personal clandestina”.
Es importante definir o explorar los límites de la perspectiva monodisciplinar para el objeto de estudio e iniciar una crítica que justifique la alternativa propuesta. Que se refleje en el reforzamiento del sujeto, como individuo con capacidad de proyecto, y en el objeto, como contexto donde se resuelve colectivamente la crisis de la existencia del sujeto.
Reconocer quién ejerce o ha sido afectado en su soberanía en un territorio concreto para establecer un vínculo legítimo con el derecho histórico de los sujetos (colectivos).
En nuestra práctica también han sido importantes los talleres de saberes y geopolítica. La construcción colectiva del mapa local o regional, en el contexto global para enfocar mejor las decisiones y prácticas en torno (por ejemplo) a la defensa ambiental contra represas, trasnacionales agroalimentarias, mineras, industrias. Y en la construcción de alternativas agroecológicas, cooperativas, etcétera.
Quién ejemplifica mejor la transdisciplinariedad y colaboración es la comunidad en cualquiera de sus dimensiones. En nuestra experiencia la mejor manera de elaborar sistemas de información geográfica (SIG) para la defensa del territorio es la formación técnica de las comunidades, que sumada a las capacidades adquiridas desde la infancia dieron resultados espectaculares que simplemente habrían sido imposibles en nuestras manos. Los talleres que realizamos en el Instituto Técnico de Educación Superior de Occidente (Iteso) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) sobre estos temas fueron de gran construcción e intercambio de saberes.
Creemos que la oportunidad y habilidad de descubrir otros o nuevos lenguajes es uno de los retos “académicos” de una investigación.
Es crucial describir las limitaciones, obstáculos, contradicciones y marginaciones generadas por el Estado que trasgreden las relaciones reales entre individuos (y propician la deshabilitación del sujeto) para influir en su entorno imponiendo falacias que suponen que las comunidades desconocen por falta de pericia, especialización o autoridad. Puede pensarse un indicador para reconocer el nivel de intervención del Estado y las instituciones privadas directamente derivado de esta ceguera.
Del documento de estudio se puede derivar un principio que nos ha parecido fundamental en la investigación colaborativa: la investigación y el conocimiento que surge de lo social es colectivo, comunitario, es la mejor defensa de los resultados de la investigación, dejarlos efectivamente en la comunidad o el ámbito social que los vuelva aprovechables y los sume al bagaje del conocimiento o del saber para todos.
Jalisco gigante agroalimentario (la “agricultura empresarial”.
“gigantes pero ecológicos”.)
Dos imágenes:
1. Invernaderos y granjas en edificios inocuos y con sistemas electrónicos de iluminación y riego de lujo para plantas y animales. A un lado albergues precarios para jornaleros sin ningún servicio y trabajo acasillado o esclavo.
2. Se promueve la inocuidad en el campo y rocían glifosato sobre las poblaciones rurales de México: la gente se pregunta ¿estamos en guerra?
La desocupación del campo para establecer sus soluciones agroindustriales, que incluyen la generación súper contaminante de “energías limpias” como los biocombustibles, la energía solar o eólica, ya es forzada o bajo amenaza, ya sea de los promotores oficiales o de los grupos criminales. Una vez establecida esta dinámica comienza la trata de personas y la entrada de estupefacientes para aguantar las jornadas y condiciones de trabajo promovidas por los emprendedores y promotores de la transformación del trabajo campesino en asalariados proletarizados. Posteriormente se ve un paisaje desolado, aunque con una gran presencia de infraestructura de metal y plástico, la contaminación, la disolución del tejido social, la enfermedad, la miseria y la muerte.
La agroindustria de Jalisco el “gigante agroalimentario de México” produce empaquetados de aguacate, bayas, moras, azúcar, agave, forrajes, papas para frituras y carne con clembuterol. Por si alguien pensaba que producen alimentos.
“El trabajo del campesino es pesado y poco productivo”: éste es el argumento de los funcionarios defensores de la agroindustria para promoverla. Sí, es pesado, pero no te mata, te da satisfacción y es falso que no sea productivo. En cambio el trabajo en la agroindustria es pesado, intoxica y en largo periodo mata y no es tan productivo como parece.
Incluso tienen que hacer zonas económicas especiales para justificar la explotación y la miseria.
Las comunidades que resisten hacen un doble esfuerzo para seguir reproduciendo sus alimentos y su forma de vida de un modo independiente. Están resistiendo esta agresión que penetra la comunidad y la familia y seguir haciendo comunidad para resguardar los saberes y en algún sentido la especie de utopía postindustrial de la que hablaba illich hace cuarenta años. Cuando en su libro La convivialidad dice: “Las dos terceras partes de la humanidad pueden aún evitar el atravesar por la era industrial si eligen, desde ahora, un modo de producción basado en un equilibrio postindustrial, ese mismo contra el cual las naciones superindustrializadas se verán acorraladas por la amenaza del caos”.
Vemos en Facebook la infografía de dos grandes soluciones tecnológicas juntas: un plantío de 3 mil hectáreas de celdas solares transformando altiplanos, selvas o bosques en áridas zonas desertificadas, bañadas de glifosato para “sellar” el suelo. Y la segunda: un súper invento de transformar toda la basura plástica de la ciudad en una “pintura” blanca que supuestamente reduzca el calor en 3 grados. Los usuarios de la red lo reproducen y se desviven en likes a las soluciones “ecológicas”.
¿En qué momento perdimos el sentido común y pensamos que un plantío de esta naturaleza es una propuesta ecológica? Cualquier concentración, retomando a Illich, cualquier superproducción industrial de un bien o servicio tiene resultados catastróficos que se revierten a la propia solución.
Me quedo pensando, volviendo a los resultados catastróficos, que en la escuela nos enseñaron que en esa selva o bosque sólo viven ositos y leones: cuando en realidad hay toda esa riqueza natural junto con comunidades que son arrancadas de esos territorios. En el caso de Jalisco hay una comunidad que antiguamente fue un bosque y ahora se dedican al monocultivo de maíz y alguna que otra moda agroindustrial. Los jóvenes se han organizado porque se imaginan que su comunidad llamada Palos Altos vuelva a ser un bosque con producción campesina. Ahora a los padres endeudados por la agroindustria les ofrecen sembrar celdas solares por varias décadas, ya que el precio del maíz no les está resultando. Los jóvenes ven que conforme creció la oferta tecnológica se fue hundiendo su sueño.
Volviendo a Illich, en nuestra propia instrumentación “resulta difícil imaginar una sociedad de herramientas simples, en donde los humanos pudieran lograr sus fines utilizando una energía puesta bajo su control personal. Nuestros sueños están estandarizados, nuestra imaginación industrializada, nuestra fantasía programada. No somos capaces de concebir más que sistemas de hiperinstrumentalización para los hábitos sociales, adaptados a la producción en masa”. La celda solar tendría que adaptarse según el espacio, donde realmente se requiriera.
Por miles de años la técnica fue una herencia de la humanidad para cultivar el alimento, calentarse, hacer el techo o la vivienda, sanarse, y convivir con las bestias.