Chile: los mapuche en la mira
Ignorar la existencia de los pueblos originarios [mapuche, altiplánicos, rapa-nui] con identidad histórica y territorial propias, es arrastrar indefinidamente conflictos y hechos de sangre que se seguirán repitiendo en la Araucanía y en otras partes del territorio nacional.
1. El movimiento mapuche de reivindicación de tierras es parte de un proceso secular que se confunde, en sus etapas más recientes, con las luchas sociales de los siglos XX y XXI y la formación misma de la nacionalidad chilena. Durante casi tres siglos y medio, se mantuvo en pie de guerra la sociedad mapuche, pre agraria y pre mercantil del siglo XVI, donde la forma más compleja de organización sigue siendo la familia. En el siglo XIX suceden comunidades importantes con autoridades permanentes y aún hereditarias [cacicazgo]. La guerra de Arauco supone como un imperativo de carácter político una organización estatal incipiente. Situación que se da durante la época de la integración progresiva del pueblo mapuche al Estado chileno en formación. Proceso anterior a la paz oficial de las últimas dos décadas del siglo XIX. Concluido el estado de guerra, la radicación de la población mapuche en tierras cuyos títulos son las mercedes, conduce a toda clase de exacciones por parte de los colonizadores chilenos y europeos que en colusión con las autoridades locales intervienen en el proceso de concesión de tierras. A ello sigue el despojo de las tierras atribuidas mediante el engaño, la usurpación y la violencia. Los diarios de la época relatan los procesos por marcaciones a fuego, mutilaciones, asesinatos e incendios… en fin, amedrentamientos y acosos en tierras mapuches circundadas por los nuevos propietarios y donde la comunicación entre las comunidades generaba -antes de la construcción de caminos de acceso- disputas, violencia y mayor humillación para pueblos que siempre circularon libremente en esos territorios. En las reservas así constituidas, el pueblo mapuche se repliega y se convierte en agricultor, se campesiniza. A la dinámica de un pueblo tensado por la confrontación guerrera sucede la realidad de comunidades aisladas, en donde el cacicazgo fenece en cuanto autoridad política y social, reduciéndose a su prestigio moral de jefe de familia.
La radicación del pueblo mapuche implica simultáneamente un acto de interrogación y de auto convencimiento. Esto es, abertura o predisposición a adaptarse a algo que se supone superior: la cultura del invasor. Gambito fatal en que la cesión de tierras y de hijos de caciques, entregados en garantía de las buenas intenciones de sus padres [los jefes militares Cornelio Saavedra y Gregorio Urrutia recibieron muchos de ellos] no correspondió a las expectativas que se fijó la comunidad mapuche.
2. Más que una ley de protección a la integridad de las comunidades, la ley del 20 de Enero de 1883 -que ampliaba las disposiciones del artículo 6º de la ley del 4 de Agosto de 1874, que prohibía a los indígenas la enajenación de sus terrenos, la prohibición de hipotecar, arrendar o constituir en anticresis, ponía en evidencia las implicaciones del acto de enajenación de propiedades que por su exigüidad condenaban al campesinado mapuche a la auto subsistencia.
La historia de los siglos XX y XXI está plagada de contradicciones. La apuesta original consiste en conservar la tierra o perecer. Sin excedentes comercializables la reducción mapuche recrea fatalmente un círculo de pobreza pero es también un principio de defensa elemental en donde las comunidades así acorraladas, defienden la tradición familiar, su religión y su cultura. Por otra parte es en la conciencia de un pueblo a la defensiva que se fortalecen las prácticas tradicionales de la sucesión en donde se preserva la integridad de la reducción pues la tierra permanece en el seno de una misma familia.
En ese que hacer de confrontación permanente se genera un proceso de involución social y cultural que si bien da estabilidad social a las comunidades mapuches, impide el paso del progreso material, al menos como lo entiende el colonizador que circunda las comunidades.
Es en medio de severas limitaciones sociales y económicas en que viven las reducciones mapuches, que surge la resistencia al huinca, lucha que resume la historia del pueblo mapuche del siglo XX y en lo que va del siglo XXI. Resistencia por tierras, por educación, por salud, en fin por bienestar social…que en la ciudad del invasor se entiende de manera muy diferente a como se entiende por el pueblo mapuche. No olvidemos que la reivindicación territorial del pueblo mapuche forma parte de un discurso religioso-cultural.
3. La conciencia de la situación del pueblo mapuche es voceada a comienzos del siglo XX por algunos partidos políticos [Democrático entre otros] y la FOCH. Discurso que en las postrimerías del siglo XX se traduce en el reclamo por la identidad histórica y cultural del pueblo mapuche y que en sus alcances políticos más inmediatos aparece ligado al destino de las clases más empobrecidas y explotadas de la sociedad chilena.
La relación del campesinado pobre mapuche con los movimientos populares chilenos y el discurso político de estos últimos por cambios profundos en la sociedad chilena, liga la resistencia del pueblo mapuche al destino de las reivindicaciones populares de las clases más pobres del pueblo chileno [artesanos, pequeños propietarios y comerciantes, dueñas de casa en regiones rurales, trabajadores agrícolas temporeros, cesantes, emigrados, en fin exiliados sociales]. Bloque social heterogéneo, que en sus características esenciales aparece más cercano a un contrapoder social que a una fuerza social políticamente organizada. Cuestión que durante la Unidad Popular se intentó resolver con la entrega de tierras que sumaron 500 mil hectáreas. Tierras que al término de la dictadura suman 300 mil hectáreas.
4. Dieciséis años de dictadura, dos décadas de neoliberalismo concertacionista en proceso de transición democrática y ya en las postrimerías del gobierno de la Alianza han anestesiado la sociedad chilena a los problemas de poder que implica la formación misma del Estado de Chile: hoy el interés se vuelca al logro, la eficiencia económica y el escalamiento social. La excepcionalidad de las movilizaciones estudiantiles pone un paréntesis de interrogantes acerca de otras formas de hacer política y un cuestionamiento radical a la clase política tradicional. Sin embargo, queda un largo camino por recorrer.
Algunos hablan de entregar tierras, otros se inclinan por la capacitación del campesinado mapuche y en fin los ideólogos puros y duros del neoliberalismo tratan de embutir la realidad a sus principios: proponen que los mapuches se conviertan en empresarios agrícolas y forestales. Intención claramente desechada por las comunidades que respondieron a Piñera directamente y al programa ADI en Ercilla [Enero 2013] cuando expresaron, sin condicionamientos, la tierra que forestales y particulares deben devolver a las comunidades.
Existe un problema de fondo. Cualquier interrogante futuro, planteado por las reivindicaciones de un pasado reciente, como son los casos de Ralco y forestal Mininco en Traiguén supone el reconocimiento por el Estado de Chile de su realidad multinacional. Ignorar la existencia de los pueblos originarios [mapuche, altiplánicos, rapa-nui] con identidad histórica y territorial propias es arrastrar indefinidamente conflictos y hechos de sangre que se seguirán repitiendo en la Araucanía y en otras partes del territorio nacional.
Concretamente esta visión del Estado de Chile obliga el reconocimiento de chilenos mapuches, chilenos altiplánicos, chilenos rapa nui, esto es, entender la nacionalidad chilena en su diversidad histórica, social, cultural, económica y su realidad territorial en la cual, las comunidades, deberán acceder al autogobierno.
Eso conlleva la delimitación de su territorio, la denominación, organización y sede de las instituciones autónomas propias y el fin las competencias de dichas instituciones.
Nada de eso pone en riesgo la existencia del Estado, por el contrario significa asumir y reafirmar por ello mandatos consagrados en la Carta Fundamental que vocean la igualdad de todos los chilenos cualquiera que sea su origen en el ejercicio de los derechos y en el cumplimiento de los deberes constitucionales.
A 122 años de los últimos parlamentos en territorio mapuche conviene reflexionar sobre las bases en que se planteó la integración del pueblo mapuche a la nacionalidad chilena. ¿Es posible construir la nacionalidad chilena a partir de la usurpación de tierras y peor aún la negación histórica del conflicto? El despojo falsea cualquier propósito histórico de paz en la Araucanía. Obliga, y sobre nuevas bases, el proceso de integración de los pueblos originarios en la nacionalidad chilena y la organización política del Estado de Chile.
Fuente: Desinformémonos