Chiapas: Maíz criollo en red
"Sembrar la triada mesoamericana en un mismo terreno, maíz-frijol-calabaza, se hace a contracorriente de los agroquímicos, fertilizantes y semillas híbridas de la revolución verde, paradigma tecnológico neoliberal que los centros de investigación agrícola y las instituciones de desarrollo rural repiten cual dogma de fe desde hace 40 años."
La milpa es la base material, cultural y agroecológica que permite la reproducción social campesina, la soberanía alimentaria y la construcción de alternativas locales a la crisis climática. Así se resume el planteamiento político de los productores de maíz para autoconsumo de Chiapas y muchas otras regiones de Mesoamérica.
Sembrar la triada mesoamericana en un mismo terreno, maíz-frijol-calabaza, se hace a contracorriente de los agroquímicos, fertilizantes y semillas híbridas de la revolución verde, paradigma tecnológico neoliberal que los centros de investigación agrícola y las instituciones de desarrollo rural repiten cual dogma de fe desde hace 40 años.
La práctica milpera sigue siendo la acción más importante de miles de familias de escasos recursos que, al seleccionar las semillas de maíz según su tamaño, color, raza o dureza, reafirman su arraigo a la tierra y dan vigencia a los conocimientos heredados por padres y abuelos.
La producción de milpa es diversa y no aplican fórmulas de trabajo; por ejemplo, en una misma comunidad como Emiliano Zapata, Yajalón, en los límites de Los Altos con la Selva Tzeltal-Chol, hay dos sistemas milpa: en la parte alta se siembra maíz con frijol y en la baja sólo frijol. Esto es por los tipos de suelos, por lo que podemos afirmar que la milpa es una serie de agroecosistemas creados por el ser humano tras siglos de adaptación.
Para los milperos tradicionales, el legado más importante son las semillas nativas, criollas o autóctonas, más valioso incluso que la tierra, aunque hablamos de un valor intangible y no comercial. Es el caso de los descendientes de los pueblos mam, quienes salieron de Guatemala hace 150 años para internarse a México; dejaron sus tierras, pero no sus semillas. Un puñado de ellas en la bolsa fue suficiente para reproducir variedades que el banco de germoplasma del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP) en Tuxtla Gutiérrez no tiene registradas, como el maíz jarocho.
El debate está abierto: Néstor Espinosa, del INIFAP, afirma que en el ámbito internacional se han presentado estudios que comparan la resistencia y productividad de las semillas nativas con las híbridas o mejoradas patentadas por laboratorios. En tiempos de estabilidad climática, como fue hace 40 años, cuando empezó la revolución verde, las semillas híbridas eran más productivas que las criollas, pero hoy, con el cambio de régimen de lluvias, sequía y vientos huracanados propios de la crisis climática, las criollas tienen mayor capacidad de resistencia por llevar siglos e incluso milenios de adaptación climática micro-regional.
Un factor adicional hace más viable la producción de semillas nativas que las híbridas o transgénicas: el financiero. Los paquetes tecnológicos de la revolución verde –fertilizantes químicos, herbicidas, semillas mejoradas y ahora incluso transgénicas–, acompañados de créditos al productor para impulsar el maíz como monocultivo, con uso de tractores, máquinas semilleras e infraestructura de riego y contratación de jornaleros, no son viables en México y son el origen de la pérdida de la soberanía alimentaria y el inicio de la dependencia tecnológica: los productores que se dejaron engañar por este sistema, como los de la Fraylesca, el Soconusco y el Valle del Grijalva, las regiones de “alta productividad” de Chiapas, cargan una deuda con la banca de desarrollo rural que resulta impagable, y no pueden romper tan fácilmente la dependencia, pues los suelos se han hecho adictos a los fertilizantes.
Los suelos con alta carga de fertilizantes se vuelven ácidos, y los insectos que logran sobrevivir se salen de control, volviéndose plagas, como el gusano Gallina Ciega. Los ríos arrastran residuos de agroquímicos y las aguas dulces se vuelven ácidas, al grado que en las costas del Golfo de México y del Pacífico hay zonas sin vida marina o sistemas lagunares azolvados, contaminados, lo que aumenta el riesgo de inundaciones.
Los ácidos de nitrógeno, azufre y otros derivados de los agroquímicos, como el protóxido de nitrógeno (N2O) y el metano, son gases que provocan el cambio climático, tan peligrosos como el CO2, según el plan de acción climática del gobierno mexicano. Y sin embargo, en lugar de limitar la explotación petrolera, apoyar la transición a la agricultura sustentable y reconocer e invertir en las técnicas agroecológicas de los productores de autoconsumo, se promueve la producción de agrocombustibles, lo que amenaza ampliar la frontera agrícola contra las selvas y los bosques que sobrevivieron a la colonización del trópico húmedo, la deforestación, la ganadería extensiva y la urbanización de los 30 años anteriores.
En el diseño de las políticas climáticas que supuestamente reducirán la emisión de gases de efecto invernadero, los funcionarios ignoran los riesgos de los agrocombustibles y los promueven, y se ofrece que 125 mil hectáreas de maíz dejarán de sembrarse para entrar en un proceso de reconversión productiva a frutales. Sin maíz, ¿qué comerá la población? ¿Manzanas?
Una técnica que también permite la reconversión productiva pero sin abandonar la milpa es la sugerida por investigadores del Colegio de Posgraduados y del INIFAP: la milpa intercalada con árboles frutales (MIAF). Si se invirtiera en procesos de capacitación y experimentación en los dos mil 500 municipios del país, se demostraría la efectividad de la MIAF en mucho más que las 125 mil hectáreas que el gobierno propone para reconversión, pero se haría con base en la milpa, y no en contra de la población, su economía y cultura.
Se requieren metas de largo plazo, como la restauración ambiental de las comunidades. Las prácticas campesinas de manejo de laderas con sistemas artesanales de riego, lo que denominamos milpa sustentable, son un excelente inicio. La diversidad de cultivos, la milpa, que se basa en maíz-frijol, y que puede incluir decenas de plantas medicinales, hortalizas, árboles frutales y maderables e incluso flores ornamentales, es la base para recuperar la soberanía alimentaria por familia.
Para que los productores de maíz en monocultivo, los maiceros, rompan su dependencia financiera y tecnológica, tendrían que iniciar una transición a la agricultura orgánica, con base en el sistema milpa y reducir paulatinamente los fertilizantes químicos al tiempo que incorporan cada vez más abonos orgánicos y bacterias que dinamicen el suelo y lo desintoxiquen. Es más fácil iniciar la transición a la agricultura sustentable con los productores de autoconsumo, los milperos, pues su pobreza no les permitió adquirir los insumos de la revolución verde.
Una demanda central de los milperos es que se les reconozca el trabajo de selección de semillas nativas. En Chiapas, dos mil productores de 50 comunidades indígenas de la Red Maíz Criollo han logrado que subsidios como los del programa Maíz Solidario sean transformados en un proceso de transición a la agricultura sustentable con base en la reproducción de las semillas nativas. Por otro lado, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), instituyó en 2009 el Programa Maíz Criollo, con muchas limitaciones de cobertura geográfica, pues se limita a las zonas protegidas. Tenemos el reto de cambiar el planteamiento original del ambientalismo por uno nuevo, que permita pasar de la conservación de la biodiversidad a la reproducción de la misma, con base en la agrobiodiversidad no sólo de la milpa, sino también del potrero y otros agroecosistemas.
Emanuel Gómez "El Pino", Chiapas, México. Investigador social, activista, humanista.
27-07-10
Fuente: Ecoportal