Camboya: Donde salvar los bosques es una cuestión de vida o muerte
"Un país que ha perdido más del 75% de su superficie forestal como consecuencia de la tala que se viene practicando durante las tres últimas décadas. El comercio de la madera de Camboya ha generado miles de millones de dólares, pero el dinero termina casi siempre en los bolsillos de magnates cleptocráticos, generales corruptos y delincuentes comunes".
Publicado originalmente en Equal Times:
“Tras los asesinatos, casi nadie se atrevía a adentrarse en la jungla”, escribe Ouch Leng en un correo electrónico.
Leng ganó en 2016 el prestigioso Premio Goldman del Medio Ambiente por su labor, ejemplo de valentía, que permitió sacar a la luz las actividades de defoliación y deforestación de su Camboya natal, un país que ha perdido más del 75% de su superficie forestal como consecuencia de la tala que se viene practicando durante las tres últimas décadas. El comercio de la madera de Camboya ha generado miles de millones de dólares, pero el dinero termina casi siempre en los bolsillos de magnates cleptocráticos, generales corruptos y delincuentes comunes.
Los que han pagado el precio más alto son los habitantes de la selva y los defensores del medio ambiente de Camboya que se encuentran despojados, privados de sus medios de vida y que en ocasiones terminan siendo asesinados.
Leng es consciente del peligro que corre cada día, pero afirma que seguirá poniendo su vida en juego para “luchar lo mejor que pueda contra la tala ilegal y el comercio de la madera”.
Las últimas víctimas mortales de la deforestación de Camboya han sido Thul Khna, un activista del medio ambiente que trabajaba en la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS, por sus siglas en inglés), Teurn Soknai, un guarda forestal del Ministerio de Medio Ambiente, y su escolta de la policía militar Sek Wathana.
Al atardecer del 30 de enero varios disparos rompieron con la estampa de normalidad en la Reserva Natural de Keo Seima. Los tres hombres se encontraban patrullando los bosques –cada vez más reducidos– de la provincia de Mondulkiri, al este de Camboya.
Según una declaración hecha pública por la WCS tres días después, los hombres murieron cuando “regresaban de la zona fronteriza de O’huoc tras haber localizado un campamento de tala ilegal y confiscado varias motosierras y motocicletas que se utilizaban para transportar madera” (ver aquí).
El Gobernador regional, Svay Sam Eng, declaró al Phnom Penh Post que murieron tras enzarzarse en un tiroteo con la policía local de fronteras. El portavoz del Ministerio de Medio Ambiente camboyano, Eang Sophalleth, rechazó nuestra petición de hacer comentarios sobre el suceso.
Una perspectiva desde primera línea:
Las muertes no supusieron sorpresa alguna para Marcus Hardtke, un ecologista alemán que ha estado estudiando y realizando un seguimiento de las actividades de tala ilegal en Camboya durante más de 20 años.
“Normalmente son otros ‘uniformes’. No son los madereros locales los que recurren a la violencia”, constata. “Nuestra experiencia por lo general es que se trata sobre todo de historias de dinero o deudas que acaban mal. Hay personas que talan los árboles y pagan dinero a los hombres de uniforme, y luego viene otra persona de uniforme y se lleva la madera. Los madereros dicen: ‘¡Oiga, que nosotros ya hemos pagado!’. Y la situación se va complicando así”.
Hardtke, que ha sido deportado de Camboya más de una vez debido al trabajo que realiza, dice que los asesinatos de enero no le van a impedir continuar. “Lo que quiero decir es que ya se han producido otros asesinatos antes. En la provincia de Preah Vihear, no hace mucho tiempo, dos hombres que estaban de patrulla fueron asesinados cuando dormían en la selva”, dice.
“Es circunstancial. Nunca vas a estar completamente seguro de no encontrarte con algún idiota que va por ahí armado, vinculado al ejército. En ese sentido es bastante peligroso”.
A principios de la década de 2000, Hardtke pasó cinco años estudiando los delitos forestales para Global Witness, una ONG de investigación que documentaba la corrupción en el sector de los recursos naturales hasta que el Gobierno la expulsó del país en 2005. Su delito fue elaborar un informe exhaustivo, titulado Taking a Cut – Institutionalised Corruption and Illegal Logging in Cambodia’s Aural Wildlife Sanctuary, en el que se identifican los claros vínculos que existen entre la tala ilegal y las élites políticas y empresariales del país (ver aquí).
Mientras trabajaba con Global Witness, Hardtke colaboraba a menudo con Chut Wutty, ex agente de la policía militar camboyana. Apenas un par de años después, la ONG fue expulsada por el Gobierno, y Hardtke y Wutty montaron un estudio propio, haciendo lo que se les daba mejor: recopilar pruebas de primera mano de los delincuentes que están arrasando las selvas de Camboya, que tan frondosas fueron en el pasado.
“Yo trabajaba con él, le conseguía financiación y le daba apoyo”, recuerda. “Hasta que en 2012 le mataron”.
En abril de aquel año Wutty había estado escoltando a dos periodistas del Cambodia Daily (un periódico actualmente cerrado) a través de los bosques de la provincia de Koh Kong, y fue abatido por la policía militar. La causa judicial fue desestimada en menos de seis meses, y los asesinos no han sido llevados jamás ante la justicia.
Mucho dinero, muchos riesgos:
No todo el mundo en Camboya se muestra tan despreocupado como Hardtke con respecto a los riesgos que implica el tratar de frenar la ola de deforestación. Un antiguo miembro del personal de alto rango de una organización internacional dedicada a cuestiones de conservación, que ha solicitado permanecer en el anonimato, declaró a Equal Times: “Cuando hay tanto dinero por medio, vale la pena matar, y eso es exactamente lo que está sucediendo. Y si usted menciona mi nombre en el artículo, le estará dando a alguien una razón para matarme a mí también. Así que le ruego que tenga cuidado”.
Después de cuatro años –“los años de trabajo más duros de mi vida”– tratando de preservar la selva de Camboya, esta persona cree ahora que el esfuerzo es inútil.
“Dado el grado de avaricia que existe, al final todo va a desaparecer. Es solo cuestión de tiempo. Ningún guardabosques sensato va a poner su vida en peligro por un sueldo de 200 dólares USD (unos 162 euros) al mes. Salvar el bosque no reporta ninguna gloria”.
La destrucción de la selva y el asesinato de quienes tratan de evitarla no es un problema exclusivo de Camboya. Global Witness informó en febrero que, solo el año pasado, 197 defensores de la tierra y el medio ambiente fueron asesinados.
Y de alguna manera Camboya ha tenido suerte. El aislamiento económico autoimpuesto de los Jemeres Rojos, seguido de la negativa por parte de la comunidad internacional a involucrarse con el Gobierno de la ocupación vietnamita que gobernó después en los años 1980, mantuvieron las reservas de madera del país relativamente a salvo de las intromisiones del capitalismo global. Pero en el momento en que esas barreras desaparecieron, hubo partes interesadas, tanto dentro como fuera del país, que aprovecharon rápidamente la oportunidad.
En las pruebas presentadas ante la Cámara de los Comunes del Reino Unido, Global Witness señala que, tras las primeras elecciones celebradas en el país desde el final de la guerra, las empresas de madera tailandesas aprovecharon sus contactos con los Jemeres Rojos –cuya resistencia para aquel entonces estaba emprendiendo una campaña de guerrillas desde la selva de Camboya– para conseguir entre 10 y 20 millones USD (unos 8 a 16 millones de euros) de madera cada mes.
“Este comercio se mantuvo con el pleno conocimiento de las Naciones Unidas durante su periodo administrativo en Camboya, y fue también el tema de diversas Resoluciones de la ONU que reclamaban acabar con este comercio”, añade Global Witness. “Sin embargo la comunidad internacional no hizo nada para plantear efectivamente la cuestión a los tailandeses”.
El Gobierno camboyano no tardó en sacar tajada. Empezó otorgando a sus aliados empresariales nacionales e internacionales masivas concesiones económicas de tierras que para finales de 2013 abarcaban el 14% de la masa terrestre de Camboya.
Las concesiones económicas de tierras eran en teoría una iniciativa para inyectar capital extranjero en una economía que había permanecido gravemente estancada durante décadas. En los años 1990 se concedieron a las empresas grandes extensiones de terreno con arrendamientos muy bajos a cambio de la promesa de acondicionar el terreno para el cultivo a escala industrial. Se acordó que, para que la tierra pudiera cultivarse en Camboya, país densamente boscoso, sería necesario cortar algunos árboles. Sin embargo, en realidad, muchas de las concesiones terminaron siendo poco más que mecanismos para el blanqueo de madera talada de forma ilegal. Un estudio de 2014 elaborado por la ONG Nature, Economy and People Connected concluía que el 90% de los productos de madera del país se derivaban de este tipo de esquemas.
Próximas elecciones y más allá:
Aunque la aniquilación de la masa forestal de Camboya es una cuestión delicada tanto dentro como fuera del país, es probable que las próximas elecciones generales de este año no se vean afectadas por ello. El primer ministro Hun Sen es uno de los líderes del mundo que más años lleva en el poder, habiendo gobernado Camboya de una forma u otra desde 1985. Su permanencia en el cargo se debe en gran medida a la repartición de los recursos económicos y naturales del país que hace entre sus aliados políticos.
En consecuencia, tratar de acabar con la deforestación sería destruir uno de los pilares de su poder. Y las probabilidades de que sufra una derrota en las urnas son prácticamente nulas, puesto que el año pasado disolvió el único partido significativo de la oposición.
Mientras la mafia de la explotación forestal y sus patrocinadores políticos arrasan los bosques y tratan de eliminar a todos los que se interponen en su camino, hay personas que creen que los donantes internacionales y las organizaciones de conservación son de alguna manera parte del problema.
El politólogo australiano Andrew Cock pasó varios años ejerciendo de asesor en materia de política forestal para la ONG camboyana Forum, y su libro de 2016 Governing Cambodia’s Forests es quizás el mejor que se ha publicado sobre este tema.
A la pregunta de si los donantes internacionales y las organizaciones benéficas de conservación han “contribuido u obstaculizado” las tentativas locales para detener la deforestación, Cock explica a Equal Times que “eso depende de cómo se defina el objetivo (…). Estas organizaciones parecen estar principalmente interesadas en especies importantes, y menos preocupadas por la tala de árboles”.
Cock explica que los donantes internacionales y el Banco Mundial procuran no importunar al Gobierno en lo tocante a la reforma forestal, por miedo a que este deje de trabajar con ellos. En consecuencia, nunca se ha puesto realmente sobre la mesa cómo acabar por completo con la destrucción de las selvas camboyanas.
“Ese fue el debate general sobre la tala: que se tiene que entregar al Gobierno el valor económico de los bosques”, explica. “Siempre nos habían dicho lo pobre que era el Gobierno y lo pobre que era la gente y que el Gobierno tenía que conseguir dinero de otra parte. Ese era el plano en el que los donantes podían ejercer influencia debido a la imposibilidad del Gobierno de acceder a una divisa fuerte”.
La solución de los donantes, escribe Cock en su libro, quedó perfectamente encapsulada en una política del Banco Mundial denominada Gestión Forestal Sostenible (GFS). Antes de que la GFS ganara actualidad a principios de los años 1990, el Banco Mundial había buscado activamente proyectos que permitieran mejorar la eficacia de las iniciativas de “explotación forestal”. Más tarde, a medida que la opinión pública se decantaba a favor del medio ambiente, fue necesario un reposicionamiento de marca: de ahí el nacimiento de la GFS.
“Su mayor logro fue pensar que si se cortaba un árbol, se plantaba un árbol, lo cual funciona en una plantación pero no en una selva”, declara Hardtke.
“Además los donantes están demasiado próximos al Gobierno. No tienen ojos ni oídos propios sobre el terreno. Confían simplemente en los guardas forestales, los cuales trabajan para la otra parte [el Gobierno]”, añade. “Nadie les culpa por no ganar, pero al menos queremos ver que lo intentan –en lugar de escabullirse tan pronto como alguna escoria de alto rango de la mafia de Phnom Penh se siente ofendida–”.
Leng, el activista ganador del Premio Goldman, es igual de contundente en sus observaciones enviadas por correo electrónico: “Lo que necesito es más apoyo por parte de los donantes para contribuir a la protección forestal, en lugar de que utilicen mi información sin proporcionarme ninguna ayuda”.
La situación parece desesperada, quizá porque efectivamente lo es. Ya han pasado casi tres décadas desde que Camboya y sus selvas se abrieron al comercio internacional. A principios de los años 1990, los asesores blancos del Banco Mundial y las Naciones Unidas, montados en Range Rovers, acudieron en masa al país para difundir la buena palabra sobre el nuevo mundo feliz, posterior a la Guerra Fría, del libre comercio y “un hombre, un voto”.
Tres décadas después, el resultado ha sido un sistema de gobierno calificado el año pasado como uno de “descenso a una dictadura absoluta”; una economía que, a pesar de reiteradas advertencias, concentra la riqueza del país en manos de unos pocos; y el saqueo total de su principal recurso natural: los bosques.
En la mayoría de los casos, a quienes se atreven a desafiar estos cambios radicales se les suele pagar por sus molestias con la cárcel o un tiro. Mientras tanto, la comunidad internacional –que hace apenas unos años había soñado con convertir Camboya en el paradigma de su nueva manera de hacer negocios– deja a los más valientes de ellos, como por ejemplo Ouch Leng, sin los medios financieros necesarios para contener el curso de los acontecimientos.
Dicho sea en su favor, la comunidad internacional ha tratado, a lo largo de los años, de enmendar la situación con centenares de iniciativas, casi todas ellas redactadas por asesores extranjeros. A pesar de que algunos de ellos han cumplido sus objetivos autodefinidos, no hay nada que haya contribuido a preservar los bosques de Camboya. A principios de este año, las líneas aéreas Virgin Atlantic se retiraron de un sistema de créditos de carbono después de que saliera a la luz que “se ha producido una extensa deforestación en el bosque que el proyecto había dicho que iba a salvar”. Uno de aquellos asesores extranjeros escribió: “Todo va a desaparecer. Es solo cuestión de tiempo”.
- Foto por Scott Rotzoll.
Fuente: Desinformémonos