Cada vez que respiras. Pensamiento de los arhuaco y kogi de Colombia
"Comprendemos ahora que nuestra lucha y nuestro sufrimiento son compartidos por todos los indígenas colombianos. No estamos pidiendo ayuda. Estamos al lado de los demás indígenas y trabajamos juntos por nuestra tierra y nuestra cultura. Hemos visto que cuando el hombre blanco habla de progreso e integración quiere decir desdicha y privación... Incorporarse a su sociedad es perder todo lo que es nuestro. Podemos ver esto con claridad y sabemos que nosotros, solos, debemos encargarnos de nuestro destino"
En el comienzo de los tiempos, Kaku Seranjua creó la Tierra, la hizo fértil y la tomó como su esposa. El mundo estaba sostenido por dos grupos de cuatro hilos de oro entrelazados y sujetos a los cuatro puntos cardinales. Donde se cruzan los ocho hilos de oro yace el corazón del mundo. Ése es nuestro hogar, la Sierra Nevada, señalada por la línea negra que define su límite y la separa de las bajas llanuras. Las cumbres nevadas y los lagos sagrados fueron situados en medio de las montañas; ésta, la zona más alta, es chundua.
Las cumbres son como personas, como nosotros en muchos aspectos, como guardianes de honor. Son nuestros padres y madres. También son padres y madres del hombre blanco, pues nuestro dios es su dios. Se colocó un mamo en cada cumbre para que vigile y cuide. Cada cumbre tiene un mamo, al igual que cada casa tiene alguien que vive en ella. Las cumbres son nuestros templos.
Cuando Kaku Serankua distribuyó la tierra, conservó la Sierra como un lugar sagrado donde residiría la sabiduría, de modo que un día pudiese ser enseñada de nuevo a la humanidad. Ahí es donde Kaku Serankua vive ahora, observando su creación. Antes de hacer el mundo creó el agua que alimenta a la Tierra como las arterias del ser humano nutren su cuerpo. También hizo las estrellas, el sol y la luna. Y todo. Cuando se decidió a crear a los seres vivos, dio leyes a los cuatro tipos de personas: los blancos, los amarillos, los cobrizos y los negros. Sus colores son los mismos que los cuatro mantos de la tierra: bunnekän, la tierra blanca; minekän, la tierra amarilla; gunnekän, la tierra roja; y zeinekän, la tierra negra.
Nuestra respiración es el mismo hálito que brota del mundo; es el aire, los vientos y la brisa. Todas las razas son iguales; a cada una se le dieron sus propios derechos y sus propias leyes de manera que no dañasen a sus hermanos y hermanas. A cada uno de nosotros se le ha dado un sendero por el que puede acercarse a Dios, y reconocerle y amarle.
Se nos enseñó cómo respetar todo esto. No creamos esta ley nosotros mismos: fue dada a nosotros por Kaku Serankua, nuestro padre. Él también nos enseñó cómo cultivar la tierra, cómo compartir nuestros bienes por igual, cómo cuidar de los bosques, de las distintas especies de animales, de las aguas, de las colinas, cómo cuidar del sol, de las estrellas, de la luna, de las estaciones seca y lluviosa, cómo curar la enfermedad y tratar las dolencias, él nos dio conocimiento de los terremotos y de todo lo que ocurre en el mundo. Todo esto fue para beneficiar a la humanidad en todas partes, en cada zona de la Tierra.
Así es cómo vivíamos. No conocíamos el egoísmo, no abusábamos unos de otros, ni codiciábamos los objetos de nuestro hermano, ni lesionábamos sus derechos; no conocíamos el orgullo, ni que alguien fuese inferior a los demás.
Estas leyes se nos dieron para que nos ayudásemos unos a otros con igualdad, justicia y comprensión. Si una persona era débil, los demás le darían fuerza.
La vida, la sabiduría y la ley tienen todas ellas su origen en chundua, las cumbres nevadas y los lagos. Dependemos de la naturaleza que nos da vida, y cada cosa que existe tiene su propio espíritu. Dependemos de chundua. Pero chundua depende de nosotros, para mantener el equilibrio.
Cada animal y cada árbol, cada río y cada piedra, el sol, la luna, las estrellas: todo tiene una vida espiritual, todo necesita sustento tal como nosotros necesitamos alimento. Si ellos no lo obtienen, morirán: los ríos se secarán, los árboles se marchitarán, el sol mismo morirá. Todo necesita sustento tal como nosotros necesitamos alimento.
*** Pero el hombre blanco desconoce todo esto. Quienes solamente saben cómo destruir la vida, más que crearla, encontrarán todo esto imposible de creer. El hombre blanco ha atacado a sus hermanos arhuaco y nos ha forzado a alejarnos cada vez más de la línea negra. Él se ha separado de la naturaleza, y porque no sabe cómo conservarla ha utilizado su conocimiento para destruirla. Se ha separado él mismo. No tiene respeto alguno por sus propios hermanos, y hace leyes para acosarles y quitarles sus tierras.
Si el hombre blanco sigue acumulando deudas con la Tierra, viviendo de ese modo, traerá su propia destrucción. Esto debe ser así. Desde que el hombre blanco apareció por vez primera, ha deseado apoderarse de nuestra tierra y privarnos de nuestras propias leyes tradicionales y verdaderas de manera que pueda imponer las suyas. Sus innumerables promesas se han convertido en nada. Hace algunos años nos prometió que la tierra de nuestros padres sería respetada y que el territorio que había sido robado sería devuelto, pero esto nunca ha ocurrido.
Debemos recuperar la tierra que Kaku Serankua nos dejó porque es nuestra madre, la fuente de nuestra vida y sustento. Ella ha sido sometida a abusos por el hombre blanco. Debemos recuperar la tierra porque la necesitamos para vivir. Es sagrada, y a través de ella los mamos mantienen el orden del universo, un orden basado en la igualdad de todas las personas. Debemos recuperar a nuestra madre de modo que podamos mantener nuestra cultura y nuestras tradiciones.
No tenemos fe alguna en las leyes del hombre blanco y nada esperamos de él. Todo lo que él nos ha dado siempre han sido promesas incumplidas y mentiras. Sus leyes siempre explotan a los indígenas. Abusa de nosotros y solamente está de acuerdo cuando quiere algo nuestro (tal como votos para los políticos locales que prometen mucho y nada hacen). El hombre blanco nos ha enseñado necesidades nuevas y falsas, separándonos poco a poco de nuestras tradiciones y nuestros modos antiguos de producir lo que necesitamos. Ha traído su propio modo de pensar a nuestra comunidad. Pero sus pensamientos son malos e incluso hacen que algunos de nosotros nos sintamos avergonzados de ser indígenas, lo que debería ser nuestro mayor orgullo.
Ser indígena es como estar en la raíz de las cosas. Muchos arhuaco creen en las falsas promesas y se venden a los políticos y a los terratenientes. Algunos incluso han traicionado a sus propios hermanos. Los hombres blancos no han respetado nuestro gobierno interno. Por otro lado, nosotros siempre hemos respetado al gobierno nacional colombiano, y exigimos que respete el nuestro.
Se nos debería consultar para aprobar cualquiera ley sobre nosotros que el gobierno esté deliberando para aprobar. Exigimos el derecho a elegir a nuestros propios dirigentes del modo que siempre hemos hecho. Exigimos ser consultados antes de que cualquiera sea autorizado a entrar en nuestra tierra. No queremos más hombres blancos que vengan y profanen nuestros lugares sagrados, nos vean como un espectáculo turístico o trabajen aquí sin nuestra aprobación.
Siempre hemos deseado vivir en paz según nuestras tradiciones. Siempre hemos esperado que los hombres blancos, nuestros hermanos más jóvenes, entenderían nuestro punto de vista y trabajarían con nosotros. Pero han transcurrido muchos años y todo lo que han hecho ha sido intentar estafarnos. Comprendemos ahora que nuestra lucha y nuestro sufrimiento son compartidos por todos los indígenas colombianos. No estamos pidiendo ayuda. Estamos al lado de los demás indígenas y trabajamos juntos por nuestra tierra y nuestra cultura. Hemos visto que cuando el hombre blanco habla de progreso e integración quiere decir desdicha y privación. El hombre blanco no nos escucha. No quiere que nosotros elijamos nuestro propio futuro. Incorporarse a su sociedad es perder todo lo que es nuestro. Podemos ver esto con claridad y sabemos que nosotros, solos, debemos encargarnos de nuestro destino.
(Basado en testimonios directos recogidos en Colombia por la organización Survival Internacional entre 1974 y 1994).