COP 15: Injusticia, desigualdad y cambio climático
Comenzó este Lunes 7, en Copenhague, Dinamarca, un nuevo episodio del culebrón titulado Cumbre del Clima, entre otras denominaciones. En el desarrollo de la misma y hasta el día 18 de Diciembre, el fiel de la balanza oscilará entre la ceguera y necedad de seguir adelante con un modelo capitalista inviable y la capacidad, racionalidad y voluntad de aquellos que intentan trabajar en beneficio de un destino común, más justo y solidario.
Sin duda que todo dependerá de qué pese más a la hora del balance final, aunque de acuerdo a indicios previos, no nos podemos permitir el lujo de ser optimistas.
Desde la iniciación del evento, que ha concitado amplias expectativas, muchos especialistas, periodistas, medios de comunicación y corifeos de toda laya, en sintonía con el discurso preeminente, analizan las implicancias del problema, sus alcances, compromisos asumidos o por asumir por los países, hacen apostillas casi siempre con visiones catastróficas y calamitosas sobre las consecuencias del cambio climático en ciernes, apelando por lo general a la responsabilidad común sobre el tema y en muchos casos proponiendo soluciones de dudosa eficacia, impredecibles, cuando no reiterando los mismos mecanismos mercantilistas que originaron la crisis.
En coincidencia con los intereses de los países y empresas responsables del descalabro planetario, no sólo en materia ambiental, en los grandes medios de comunicación ganan espacios las posiciones de los que siempre fijan las agendas en función de sus propias conveniencias y que casi nunca, a la luz de como van las cosas, permiten que lo que seriamente se debería analizar y ejecutar, se analice o se ejecute.
En virtud de ello y como es saludable separar la paja del trigo, deberíamos hacer alguna disquisición o distinción entre lo que se discute en esta Cumbre y lo que efectivamente se debería discutir, si en serio se quiere tratar de solucionar los graves problemas que aquejan a nuestro planeta.
En la agenda de discusión de la COP 15, existen algunas premisas que se imponen como eje del debate, que desde mi punto de vista entiendo que no son las más correctas para centrar el mismo, y de las cuales se desprenden infinidad de caminos, variantes, proposiciones y mecanismos para encararlas.
En ese esquema, el meollo de la discusión, se puede resumir en lo siguiente: 1.- Reducción de emisión de gases de efecto invernadero, causante del cambio climático global, aunque los porcentajes varían de acuerdo a las conveniencias y necesidades de cada país; 2.- Como esta reducción implica un costo económico, no está claro quien se hará cargo de pagar la factura de una fiesta, en la que muy pocos comieron y segundo a cuánto asciende este monto.; y 3:- Toda la humanidad tiene responsabilidad en el cambio climático y por tanto debe hacer un esfuerzo conjunto en esa dirección.
Después se verá cuales son las políticas de instrumentación, de distribución de fondos, sistemas a implementarse y tecnologías a utilizarse.
Temas a simple vista, no menores, ni pacíficos, sobre todo por la falta de sinceridad y voluntad política de quienes tienen el poder para cambiar las cosas.
Con respecto a lo primero, se afirma que para limitar el cambio climático a un aumento de 2 grados centígrados, los países desarrollados deberían reducir en 2020 sus emisiones de gases de efecto invernadero (gei) de 25 a 40% respecto a los niveles de 1990, según los científicos.
Premisas casi imposibles de lograr, ya que la ausencia de compromiso y decisión de los causantes del problema, los lleva a reafirmar su matriz productiva y consumista, aún a riesgo de generar mayores daños globales.
En referencia al punto segundo: Quién paga y cuánto, el tema se complica aún más, ya que todos amagan, pero nadie mete la mano en la cartera y como bien dijo el ministro polaco de Asuntos Europeos, Mikolaj Dowgielewicz : "Nadie quiere pagar en Copenhague".
Se afirma que el monto a destinarse a la atención del problema, sería equivalente a los gastos que tiene EE.UU. en sus guerras de Irak y Afganistán. Lamentablemente el premio Nobel de la Paz, Sr. Obama, es más proclive a seguir enviando tropas y recursos a esos países, que tratar de paliar el hambre y la miseria en el mundo. Evidentemente que los intereses de los lobbys financieros, belicistas y petroleros son más fuertes que la paz y la vida.
No estaría de más que en la Cumbre se le exija al Nobel, la devolución del galardón obtenido.
Una gran hipocresía es la cuestión de la responsabilidad común, ya que cuando se afirma que: “todos somos responsables, nadie es responsable y las responsabilidades se diluyen”. Sin perjuicio que uno pueda o deba adherir a un compromiso global y realizar esfuerzos dentro de las posibilidades en pos de la sanidad planetaria.
Sepamos y digamos claramente, que desde 1950 en adelante, en forma egoísta y mayoritaria, el pequeño grupo de países privilegiados que se comieron y comen el Planeta, emitieron el 85 % de las porquerías que hoy afectan el clima global, para abastecer una demanda irracional y un despilfarro energético nunca visto, que elevó su consumo a niveles intolerables, mientras que gran parte de la humanidad no conseguía, ni consigue, lo mínimo indispensable para su subsistencia.
Vaya picardía, así que ahora todos somos responsables!!!
Los victimarios, que disfrutan del confort, los artículos suntuarios, arrasan países, inician guerras homicidas e injustas, o hacen del mercado y el consumo casi una religión, hoy se quieren poner en un plano de igualdad con las víctimas, reclamándoles reducciones o ajustes en sus procesos de búsqueda de una mejor calidad de vida, mientras tanto los ahogan con el peso de las ilegítimas e ilegales deudas externas, imparables e impagables además.
Decía al comienzo que discutir estas cuestiones es erróneo, cuando no falso, ya que nos llevaría a la equivocación de creer que los problemas del mundo podrían desaparecer producto de la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero.
Algunos ingenuamente creen que los discursos y promesas de mitigación, adaptación, MDL, transferencia de tecnologías, mercados de carbonos y otras variantes, son una oportunidad de cambio, otros en cambio, saben que constituyen una huída para adelante, pero también la posibilidad de un enriquecimiento grupal o personal.
Debemos hacer entender que los (gei), son nada más que un efecto o síntoma de una enfermedad, mucho mayor y más perversa, como seguidamente veremos.
Supongamos por un instante y que como por arte de magia, las economías más poderosas del mundo, acordaran (hecho poco probable) la reducción de esos gases y mutaran su matriz industrial productiva, sus medios de transporte y su producción y uso de energía, hacia formas más limpias, sustentables o no agresivas. Qué cambiaría sobre la faz de la tierra? Desde mi punto de vista, prácticamente nada.
En consecuencia, el esfuerzo debe estar orientado a precisar qué és lo que realmente y en forma prioritaria se debe discutir en ésta y en todas las cumbres, lo que configura la madre de todas las discusiones.
Por ello, estoy convencido como muchos, que el verdadero desafío es discutir y cambiar el modelo de apropiación, utilización, consumo y reparto de los recursos planetarios. Esto tiene que ver con una equitativa distribución de la riqueza y en definitiva con una verdadera justicia global en lo económico, político, ambiental y social.
Mientras los poderosos quieran seguir soslayando este debate, la miseria, el hambre, el autoritarismo, la guerra, la violencia, el descalabro ambiental y la desigualdad, seguirán enseñoreándose y multiplicando las calamidades sobre la Tierra.
Los problemas del mundo tienen un solo nombre ¡¡¡INJUSTICIA!!!
La reducción de los gases que afectan el clima, son sólo un paliativo, que a lo sumo pueden mitigar algunos efectos, pero que no curan, es como una aspirina para el cáncer.
Esta injusticia, es la que posibilita que el 20 % de la población enriquecida del planeta, consuma el 80% de los alimentos y el 85 % de la energía que se produce y que el cambio climático que no provocamos, pero que sufrimos, mate 1 persona en aquellos países, pero 60 en los nuestros. Y como si eso no fuera bastante, acaparen el 90 % de los científicos del mundo y el 94 % de las patentes de invención (propiedad intelectual) que amplían la brecha y las desigualdades entre sectores enriquecidos y pueblos empobrecidos.
A los que “creen que la Tierra es una pista de carreras y la naturaleza un obstáculo a vencer”, al decir de Eduardo Galeano, debemos decirles que no creemos en sus propuestas y soluciones, que su soberbia e impunidad los lleva a borrar con el codo lo que escriben con la mano y por ello han incumplido el Protocolo de Kyoto.
Decirles que sabemos que ven en el cambio climático una nueva y más perversa oportunidad de más negocios, y para ello es necesario seguir mercantilizando el clima, el agua y todo el patrimonio común.
Por último, en el convencimiento de que: “el éxito o fracaso en las políticas de preservación del Planeta, no dependen tanto de las acciones de los gobiernos, como de la decisión y la toma de conciencia de los pueblos”, les digo que Copenhague no es el final de nada, sino el principio de una lucha más seria y más lúcida por mejores condiciones de vida, con solidaridad, dignidad y justicia social.
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Docente e Investigador U.N.L.