Bienes comunes, urgencia de protegerlos

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La base material de la vida en el planeta se reduce a ritmo acelerado. Viejas fuerzas con redobladas energías -tanto en el centro como en la periferia- se hallan al mando de ese proceso de “destrucción no creativa”. Se trata de un esfuerzo renovado y sin parangón de explotar, privatizar y mercantilizar las potencias de la naturaleza.

El problema de fondo se halla en la raíz misma del capitalismo, así como en todas las formas de sobrevivencia que utiliza este sistema de estructuración de las relaciones sociales, incluyendo la conculcación de los derechos humanos y de la naturaleza.

1. Diagnóstico general: la crisis del capitalismo

El problema básico que históricamente ha traído consigo el capitalismo a las relaciones sociales se llama acumulación primitiva, que no se limita a una etapa inicial, primigenia o primitiva de acumulación, sino que se refiere a los primeros movimientos de todo proceso de acumulación, incluso de aquellos que precisamente hoy están empezando. La característica esencial de dicho primer paso en todo proceso de acumulación radica en todas las formas de apropiación y expropiación que la mente y los mecanismos capitalistas logran inventar o elucubrar a diario, a fin de realizar su desbocado afán de acumulación. Un acompañante permanente de estos procesos de despojo es la violencia, no importa con qué traje o disfraz se presente, sea legal, ideológico, económico o la tradicional y desembozada violencia ejercida mediante cuerpos legales o mercenarios de cualquier laya.

En el transcurrir del desarrollo del capitalismo ha habido intentos y empeños por tratar de darle un rostro más humano, más social a este sistema, razón por la que se ha desarrollado una doctrina, un cuerpo de leyes e instituciones que tomen en cuenta las necesidades más elementales de la población particularmente requerida por el sistema. El llamado estado de bienestar y la economía social de mercado son dos ejemplos o manifestaciones de dichos intentos. Por cierto que la población que no cumple con dichos requerimientos es tratada como superpoblación excedente o sobrante, o ejército de reserva, que es dejada a merced de la informalidad o la miseria.

No obstante, la crisis económica y financiera actual ha puesto al desnudo los límites de estos intentos de aproximar el modo de producción capitalista y sus reglas de funcionamiento a las necesidades de la sociedad. La tesis marxista acerca de la tendencia secular a la caída de la tasa de ganancia se ha hecho visible y presente como nunca antes, y lo ha hecho de un modo abrupto y masivo, al estallar la crisis financiera catalizada por las subprimes (activos tóxicos o fraudulentos) y todos los enjuagues financieros relacionados.

Las masas de capital desempleado andan a la búsqueda de nuevas oportunidades de realización de su valor. Una de las más importantes que han encontrado radica en la explotación y valorización de los recursos naturales y de todas sus funciones ambientales. Por ello, podemos decir que uno de los ámbitos en los que el capital busca continuar con su desembocada carrera de acumulación, va centrándose cada vez más y con renovada energía en la expoliación de estos recursos. Para lograr este propósito, el capital no se detendrá ante los derechos humanos y los derechos de la madre tierra. Todo el edificio de derechos que se ha venido construyendo a nivel internacional –los derechos humanos, sociales, económicos, ambientales, culturales- y de modo particular después de la segunda guerra mundial, empieza a ser verdaderamente puesto a prueba, ya que fue construido en una fase en la que el capital se creía con poderes tan omnímodos y absolutos que hasta podía darse el lujo de admitir ciertas limitaciones a su poder.

En esta nueva etapa, en la que está haciendo grandes esfuerzos por instaurar una nueva doctrina, una nueva manera de ver el mundo, ha centrado toda su atención en la llamada “economía verde” con el fin de justificar su masiva y agresiva intervención en la explotación de los recursos naturales y la privatización de las funciones ambientales. Si bien el capitalismo nunca se contuvo cuando se trató de explotar la naturaleza, ahora la dimensión y el grado de peligrosidad y de amenaza planetaria que representa un capitalismo angustiado, desbocado, enfrentado de modo radical a sus propios límites y contradicciones, rebasa toda experiencia previa.

Por estas consideraciones, es preciso y elemental que las sociedades se preparen para enfrentar los embates que ya se hallan en plena operación. Los ejércitos que se han movilizado para esta hazaña de conquista y sometimiento son incontables y muy diversos, tantos que puede resultar muy fácil subirse al bote equivocado.

Hasta aquí hemos dedicado unas reflexiones para describir el problema general. Ahora debemos concentrarnos en el problema específico, el relacionado con la explotación de la naturaleza, es decir, de los recursos naturales y las funciones ambientales.

2. Diagnóstico específico: la verdadera tragedia de los comunes

Aquí el término clave es bienes comunes. Los bienes comunes son, por empezar, todos aquellos que la naturaleza nos ha regalado, ha creado o, si se prefiere, ha puesto a disposición para hacer posible la vida. Sin todos esos ingredientes, como el aire, el agua, la tierra, la vegetación, los bosques, la biodiversidad, las funciones ambientales, la vida no sería posible en este planeta, prácticamente la de ningún ser vivo. Ello significa que todos los seres vivos, incluidos los humanos, somos aire, agua, tierra, bosque, y a la vez somos el producto de sus frutos.

¿Por qué enfatizar todo ello? Simplemente porque si existe alguna forma de aniquilar, de acabar con un adversario, no consiste simplemente en matarlo, sino en liquidar las bases mismas de su vida, sus bases de sustentación y perpetuación. Al presente, a las leyes de funcionamiento clásicas del capitalismo, se han sumado aquellas que operan en su fase de declive y caída en la que se halla actualmente, las que amenazan con arrasar con toda forma de vida conocida.

El problema que se avizoró inicialmente en relación a los bienes comunes fue lo que se dio en llamar la “tragedia de los comunes”, con lo cual se quería señalar que sin reglas de funcionamiento apropiadas y respetadas por todos, los bienes comunes –como ser lagos, ríos, praderas de pastoreo, etc.- terminarían siendo presa de nuestra propia acción depredatoria. Si bien fenómenos de ese tipo han podido registrarse en todo tiempo y lugar, la verdadera tragedia de los comunes no radica en la voracidad circunstancial de unos pastores o en la escaza capacidad de concertar reglas de juego de pescadores en un lago o de beneficiarios de una fuente de agua. Esos son problemas que la propia acción colectiva de los pueblos y comunidades del mundo ha ido encarando y resolviendo paulatinamente, unas veces con mejor fortuna que otras, lo cual ha demostrado a su vez que el problema de los bienes comunes no se halla allí. [1]

a) La pobreza como pretexto para la depredación

Posiblemente una breve reflexión en torno a la pobreza y la acción depredatoria que suele asociarse a ella, nos ayude a comprender cabalmente las raíces de la verdadera tragedia de los comunes. Frecuentemente se supone que los pobres no apoyan programas y proyectos de preservación ambiental porque su ejecución les limitaría su acceso a los bienes comunes, lo cual iría en contra de sus intereses, dado que ellos estarían dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de mitigar o resolver su pobreza, por lo que los pobres serían los principales depredadores ambientales. Bien vistas las cosas, son intereses inescrupulosos los que se valen de la pobreza para sus fines de explotación y expoliación, ya que cuentan usualmente con medios y recursos que los pobres no están en capacidad de movilizar. Los mecanismos de cooptación, soborno y muchos otros empleados en estas circunstancias son archiconocidos. De modo general puede advertirse que son intereses ajenos a los pobres los que usualmente se hallan en la base o la raíz de los problemas de depredación y saqueo de la naturaleza.

A partir de ello, podemos concluir que la verdadera tragedia de los comunes no radica en el uso depredatorio de recursos comunes por parte de sus directos usuarios, tampoco en la inefectividad de reglas comunes de manejo de dichos recursos por parte de sus beneficiarios, sino en la acción de esos intereses inescrupulosos, mezclados con la lógica de acumulación primitiva, actualmente desbocados por la crisis terminal del capitalismo, que se involucran en la “gestión” de dichos bienes.

Es en relación y respecto a dichos intereses, a dichas fuerzas de destrucción, frente a los cuales los pueblos y comunidades deben prepararse para defender su patrimonio ecológico, el patrimonio que verdaderamente interesa preservar en beneficio de todas las especies vivas.

b) La privatización y la mercantilización de la naturaleza

Las fuerzas del capitalismo –ahora con nuevos bríos en el marco de su “economía verde” en el centro y del extractivismo en la periferia– apuntan a apoderarse de los recursos naturales, como medio de expropiar las funciones ambientales y todos los acervos y riquezas relacionados con ellos. Si explotan unos minerales, lo hacen por acceder a otros, más raros y escasos, menos conocidos, pero muy apreciados. Si se interesan por unas semillas, es por apoderarse del valor y el esfuerzo de muchas generaciones, introduciéndoles mutaciones que les permitan cobrar por el empleo de las mismas. El acceso a los bosques también es por aprovechar las maderas, pero primordialmente por apoderarse de sus funciones ambientales, su biodiversidad, el banco genético que se halla allí depositado. La investigación de nuevos yacimientos y recursos por supuesto que está también a la orden del día –como es el caso del fracking- todo con tal de maximizar el rendimiento de sus inversiones.[2] De ese modo, de a poco, se va produciendo un proceso de empobrecimiento de la naturaleza y de apropiación y concentración de los recursos de la naturaleza, en una palabra, se va privatizando la naturaleza, y de paso se van expropiando sus recursos y sus servicios ambientales.[3]

De este modo, los bienes comunes pasan a convertirse en bienes privados mediante la implantación de diversas formas de exclusión. Aquí es donde aparece en su forma más pura el pensamiento neoliberal y todas las corrientes centradas en el perfeccionamiento de los derechos propietarios, que se ocupan de discernir qué es de uno y del otro, ya que sin poder especificar la propiedad, es decir, sin definir y establecer cercamientos y formas de exclusión diversas, no es posible movilizar el interés individual, por lo que no se puede atraer inversiones, etc. De este modo podemos ver como las reglas de funcionamiento del capitalismo se hallan plenamente operantes en la verdadera tragedia de los comunes.

3. ¿Qué hacer? Mecanismos de defensa de los bienes comunes

Como nunca antes la humanidad se halla confrontada con su destino de una manera tan cruel y perversa, al punto que casi todo lo que haga o deje de hacer puede contribuir a liquidar sus propias bases de sustentación y ello como aliada de las fuerzas más regresivas que se han desatado alguna vez sobre la faz del planeta. Por ello, ya no hay espacio para la sorpresa ni el asombro, mucho menos para los desentendidos. Lo más complicado y grave del asunto es que el enemigo puede hallarse en nuestras propias historias y experiencias, en nuestras propias formas de pensar, actuar y reaccionar, razón por la que al mejor estilo de los movimientos sociales más avanzados, maduros y consecuentes, debemos empezar por una tarea de descolonización de nuestras formas de pensar, recurriendo incluso a poner en cuestión absolutamente todo y sólo aceptarlo cuando todas la premisas y fundamentos de cada asunto o cuestión hayan sido meticulosamente chequeadas y aceptadas, al estilo de René Descartes, el racionalista francés. Esa tarea no es simple ni rápida, pero el tiempo apremia. Necesitamos respuestas para el corto y mediano plazo. El calentamiento global y su principal secuela, el cambio climático, nos señalan que nos hallamos en cuenta regresiva. Como dice Brad Werner, uno de los científicos más connotados de nuestro tiempo, la catástrofe es casi inevitable, excepto que surja una fuerza de “resistencia” o “fricción” capaz de confrontar el curso actualmente ineludible de las cosas. Dicha fuerza de fricción es la participación ciudadana, sin la cual no es posible ralentizar la maquina económica que “está escapando a todo control”.[4]

Si todos los elementos señalados anteriormente son correctos, entonces tenemos un conjunto de premisas que puede ayudarnos a ordenar nuestra acción temporal, de modo de evitar que la situación imperante en materia de liquidación de nuestros fundamentos de vida se agrave y podamos estructurar líneas y estrategias de acción mucho más meditadas y sistemáticas.

Recapitulemos brevemente y veamos cuáles son esas premisas:La naturaleza ha puesto a disposición una gama de bienes comunes (como aire, el agua, la tierra, la vegetación, los bosques, la biodiversidad, las funciones ambientales) indispensables para la vida, por lo que todos los seres vivos, incluidos los humanos, somos aire, agua, tierra, bosque, y a la vez somos el producto de sus frutos, por lo que dependemos esencialmente de la forma de gestión de dichos bienes. La magnitud de la crisis actual del capitalismo muestra que está dispuesto a recurrir a toda forma de acumulación que le permita reproducir el capital. La acumulación primitiva se concentra ahora con marcado énfasis en la naturaleza, sus recursos y funciones ambientales mediante el nuevo esquema de la “economía verde” y el extractivismo. Dicha concentración del capital está directamente asociada con la apropiación y expropiación de las energías, activos y potencias que alberga la naturaleza, con su privatización y mercantilización.

La conclusión de estas premisas nos indica de modo vehemente que es indispensable la acción colectiva concertada de los pueblos, que las bases de sustentación de la vida se hallan comprometidas y que la vida misma en el planeta está en cuestión.

4. Líneas de acción para preservar los bienes comunes

Todo lo anterior nos debe inducir a pensar en la gama de respuestas y líneas de acción que se requiere articular para hacer frente a esta hecatombe.

Lo primero y fundamental radica en comprender las premisas críticas señaladas y estar de acuerdo con ellas. De otro modo nuestra aceptación o rechazo sería un acto meramente formal o mecánico, sin una base de convencimiento propio.

Lo segundo es comprender que no puede haber intervención en la naturaleza que no sea de muchas maneras aceptada y apoyada por los seres humanos y sus legítimas organizaciones. Sin dicha aceptación, no puede ni debe haber intervención alguna. La lógica de esta línea de acción es muy clara y merece unas advertencias. La primera es que la voracidad capitalista y sus esquemas de mercantilización de todo lo que tiene algún valor aprovechable o redituable en el mercado constituyen la esencia del ataque a las bases de sustento de la vida. Aquí no hay contemplación alguna toda vez que un objeto cualquier cae bajo la mirada mercantilista. Una segunda advertencia: la lógica depredadora en la fase actual no es producto únicamente de determinadas limitaciones técnicas, de las exigencias de una supuesta competitividad o la connivencia de gobiernos y corporaciones en relación a los grados de polución o de calentamiento global. En la fase actual es el capitalismo mismo, sus capacidades de reproducción y perpetuación, las que se hallan en entredicho, razón por la que la irresponsabilidad y la mercantilización de todo cuanto pueda arrojar algún valor redituable en el mercado, han ocupado el primer plano de la escena.

Tercero, es crucial estudiar y analizar todas las formas de evitar la injerencia, avasallamiento o intervención de fuerzas foráneas, interesadas en mantener a cualquier costo la reproducción ampliada del capital. Por foráneo no se quiere decir connacional de otro país, sino extraño al interés general de las colectividades. Por ello, parte de la preocupación debe consistir en estar atentos también a los ataques internos, aquellos que vienen de adentro, pues allí también pueden prepararse otros escenarios de avasallamiento.

Cuarto, la participación ciudadana es el elemento esencial que permitirá finalmente dirimir el futuro. [5] O se imponen las fuerzas destructivas y regresivas imperantes en aras de su propio rescate y de salvar sus propios esquemas de perpetuación, o es la ciudadanía organizada la que logra preservar las bases de sustentación de la vida y de este modo actúa como defensor intransigente de todas las formas de vida aún existentes. La organización de la acción colectiva cooperativa, el fortalecimiento de todas las organizaciones ciudadanas y movimientos sociales en defensa de la vida y la naturaleza, y la participación de todas estas formas organizadas de defensa de la vida en todos los asuntos en que sea necesario, son apenas algunas de las modalidades en las que hoy más que nunca la ciudadanía está convocada a actuar en todos los frentes que las circunstancias así lo demandan.

Quinto, el punto anterior implica a su vez varias cosas de gran importancia. Es importante reflexionar continuamente acerca de las vías, formas de organización y contenidos de las demandas que se emplean en toda acción colectiva, ya que detrás de cada acción pueden estar no sólo los agentes de todas las formas de apropiación, expropiación y mercantilización de la naturaleza, sino también puede haber esquemas profundamente equívocos que nos conduzcan por vías nefastas y reprochables a poner en bandeja de oro la explotación de las potencias y funciones de la naturaleza a fuerzas regresivas. Pretender que hay una vía nacional, nacionalista o progresista, de naturaleza extractivista, de aprovechamiento de la naturaleza, ya es haber dado mucho más de medio paso para poner la naturaleza al alcance de las fuerzas regresivas y destructivas, simplemente porque la ruta extractivista es la ruta de la degradación, de la entrega, de la pérdida de todo vestigio de soberanía, sea por la vía de la directa extranjerización de los recursos o de la proliferación de infraestructuras de todo tipo en condiciones de dependencia estructural de los mercados derivada de las funciones de producción empleadas en los centros hegemónicos, ya que la economía nacional es convertida en un simple resorte de esas formas de avasallamiento, es ponerla a completa disposición de otros intereses, fuerzas y proyectos de vida.

Sexto, aquí frente a esos esquemas, sólo queda la participación ciudadana, la consulta ciudadana, que pasan indefectiblemente por un factor clave y esencial: la manifestación ciudadana, es decir, el deber y la obligación de los ciudadanos de informase, reflexionar y de expresarse, de dar a conocer sus puntos de vista y estar prestos a defenderlos y sustentarlos en cualquier momento. El caso del TIPNIS muestra de cuerpo entero no sólo la lucha que se libra a escala planetaria, sino las fuerzas que se han involucrado, las justificaciones que se han movilizado, los medios y recursos que se emplean, aspectos que nos permiten asistir a un despliegue relativamente inédito o temprano de las armas y medios que salen relucir en este conflicto universal por preservar las bases de sustento de la vida. Pero de algo podemos estar seguros: toda vía de penetración es una vía de expoliación que se activa desde el mismo momento en que se inicia dicha penetración, tanto en el plano físico de construcción de una obra como en los planos ideológico, político, doctrinario, etc. Ello significa que toda forma de aprovechamiento de las potencias y energías que posee la naturaleza, debe ser efectuada en el marco del interés colectivo, el cual sólo puede forjarse en función de la preservación de la naturaleza y del equilibrio ecológico. Ello exige a su vez una continua y celosa vigilancia de toda forma de aprovechamiento, lo cual pasa por limitar las intervenciones al mínimo indispensable e inevitable. En todo caso, la actitud vigilante, como la han puesto de manifiesto de modo heroico y valeroso los hermanos del TIPNIS, es un ejemplo sólo comparable a los más emblemáticos que se han registrado en todo el Orbe, como es el caso de las mujeres que se abrazaban a los árboles para evitar su derribe o los luchadores durante la guerra del agua.

Séptimo, también es indispensable implantar una gama de medidas y líneas de acción concretas que permitan calificar la participación ciudadana, a fin de construir una mecánica fina en lo relativo a la consecución de las metas y objetivos que se propongan los ciudadanos y sus organizaciones. Entre esas medidas más especificas, pueden mencionarse las siguientes.

-Bienes públicos y colectivos. No puede existir una acción colectiva prometedora que prescinda de instrumentos que faciliten y hagan posible dicha acción colectiva. Los bienes públicos y colectivos constituyen un medio importante para la protección de los bienes comunes, ya que permiten complementar los propios recursos y esfuerzos puestos al servicio de la protección de los bienes comunes con otros varios y diversos que usualmente no se hallan al alcance de los participantes. Ejemplos de esta simbiosis son las escuelas de gestión de bienes comunes (pescadores, pastores, recolectores, etc.), desarrollo de tecnologías apropiadas, marcos legales coherentes con el aprovechamiento sostenible de dichos bienes, desarrollo de medios y plataformas de información y de apoyo al desarrollo de una cultura relacionada con la protección de los bienes comunes, etc. Todos y cada uno de estos medios o ingredientes son bienes o servicios públicos o colectivos que facilitan y contribuyen a hacer posible la gestión cooperativa de los bienes comunes.

-Ordenamiento Territorial. Es indispensable aplicar la Constitución Política en lo relativo a los planes y políticas de ordenamiento territorial que deben ser formulados en el marco de una cuidadosa protección de los recursos naturales y el medio ambiente. Bolivia posee mayormente tierras relativamente pobres y frágiles, estamos muy lejos de la calidad de las tierras argentinas. Sólo el 5% del territorio nacional posee buenas tierras, sin limitaciones significativas, por lo que la gestión de todo el territorio es una cuestión estratégica, a fin de evitar su degradación y desertificación.

-Prevención de riesgos. De igual modo, es crucial implantar y consolidar de una vez por todas, una política integral de prevención de riesgos de desastres, ya que es indispensable para preservar todas las bases de sustento de la vida y las funciones ambientales derivadas de ellas. Además, es la mejor política social que se puede aplicar, ya que es sabido que los desastres afectan casi exclusivamente a la población más pobre de la sociedad y a los territorios más marginados.

- Modelos de participación ciudadana. Uno de los instrumentos esenciales que poseen las sociedades y las comunidades es su capacidad de participación, ya que sin ella, muchos poderes fácticos y no fácticos fácilmente harían lo que les viene en gana con los recursos naturales. Por ello, es indispensable cuidar y preservar este instrumento, pues no vaya a ser que su permanente menoscabo y desacreditación muevan a la desidia y a la indiferencia de la ciudadanía, lo cual puede ser fatal en las actuales circunstancias. En este marco, es preciso contar con esquemas y modelos idóneos para cualificar dicha participación. Existen temas y asuntos en los que la participación y toma de decisión puede efectuarse por mayoría simple o calificada. En cambio hay otros temas o asuntos en los que no basta o no es apropiada una aprobación por mayorías, ya que pueden comprometer otros esfuerzos. Ejemplos de ello son la provisión de bienes públicos de reconocido beneficio común, como el escudo epidemiológico, o la provisión de servicios que demandan el concurso colectivo (reforestación, gestión de riesgos, atención de desastres, etc.). La expresión, "la fórmula de la glucosa no se decide por votación" (F. Mayor), posiblemente ayuda a destacar la idea de la necesidad de diseñar modelos o procedimientos pertinentes para cualificar la participación ciudadana.

Las nuevas generaciones ya están aquí y van tomando conciencia rápidamente de la situación en que las viejas generaciones les están dejando el planeta. De a poco van construyendo respuestas de todo tipo, desde aquellas que ven una debacle final inevitable a todo el desmadre que hemos producido y en el que nos hallamos, hasta aquellas otras que muestran que no se resignan y dan batalla desde todos los frentes, pasando por todos esos esfuerzos individuales que les permitan armonizar proyectos de vida personales con aportes prácticos y concretos que van desde el cuidado de niños abandonados, hasta el apoyo a pobres despreciados.

La defensa, protección y gestión colectiva responsable de los bienes comunes es indispensable en el tiempo actual donde ya no queda espacio para filosofar o polemizar en torno a la responsabilidad o la culpa colectiva. La indiferencia colectiva es fatal para el futuro de la vida en el planeta, incluso a corto plazo, por la pérdida de la diversidad ecológica y de muchas funciones ambientales, todo ello particularmente ligado a la irreversibilidad de las consecuencias de diversas intervenciones.

Carlos Rodrigo Zapata C. Economista, analista en planificación territorial.

Fuente: Bolpress

Temas: Tierra, territorio y bienes comunes

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