Ayuda en semillas, agroempresas y crisis alimentaria
La crisis alimentaria mundial, que quienes están en el poder se apresuraron a definir como un problema de insuficiencia en materia de producción, se ha convertido en un caballo de Troya para introducir semillas, fertilizantes y, subrepticiamente, sistemas de mercado en los países pobres. Lo que parece una “ayuda en semillas” en el corto plazo puede enmascarar lo que en realidad es la “ayuda para el agronegocio” en el largo plazo. Damos un vistazo a lo que ocurre.
GRAIN
A principios del año, los dirigentes políticos y económicos, inducidos por los medios de comunicación empresariales, se apresuraron a explicar la actual crisis alimentaria mundial como una “tormenta perfecta” de varios factores: problemas meteorológicos, el desvío de los cultivos hacia los biocombustibles, aumentos del precio del petróleo y alguna gente pobre que se vuelve menos pobre y consume más productos animales. Quieren hacernos creer que la crisis alimentaria se originó en un problema de producción. Muchas voces rebatieron ese argumento y demostraron que las responsables son las actuales políticas económicas enfocadas al comercio mundial y la desregulación. Sin embargo, empresas, gobiernos y organismos internacionales promovieron la falsa solución de aumentar la producción, principalmente consiguiendo semillas “de mayor rendimiento” para los agricultores.
Qué semillas. De dónde. Qué impacto tendrán en las comunidades vulnerables y en la biodiversidad local. Es difícil encontrar datos confiables, pero existe el grave riesgo de que esa respuesta simplista a la crisis mundial —y que evita formular las preguntas que en verdad ponen en entredicho las políticas— provocará una nueva ola de erosión genética e inseguridad en los medios de vida y sustento en tanto que avasalla los sistemas locales de semillas de las comunidades. Las consecuencias para la supervivencia de las familias rurales de todo el mundo, y para la producción de alimentos, podrían ser en extremo desastrosas.
El “coro perfecto”. Se prometen grandes sumas de dinero para enviar con urgencia semillas y fertilizantes a los países del Sur afectados por la crisis alimentaria. En mayo, el Banco Mundial (BM) puso en marcha un fondo de financiamiento de 1 200 millones de dólares destinado a movilizar apoyo financiero “para el rápido suministro de semillas y fertilizantes a los pequeños agricultores”. Durante la cumbre del Grupo de los Ocho países más ricos del mundo, realizada en Japón a principios de julio, el presidente del BM, Robert Zoellick, dijo a esas personas poderosas que una de las principales prioridades de la lucha contra la crisis alimentaria mundial es “dar a los pequeños agricultores, especialmente en África, acceso a semillas, fertilizantes y otros insumos básicos”. En las instancias previas de la reunión, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, ofreció mil millones de euros en “fertilizantes y semillas para ayudar a los agricultores pobres de los países en desarrollo”. El presidente de Estados Unidos, George Bush, anunció mil millones de dólares en efectivo para la crisis alimentaria y declaró que convencería a otros dirigentes del mundo de tomar medidas para aliviar el hambre “aumentando los embarques de alimentos, fertilizantes y semillas a los países necesitados”. Dos semanas antes, el secretario general de Naciones Unidas, Ban KiMoon, llevó el mensaje a la Asamblea General en Nueva York: “Debemos actuar de inmediato para impulsar la producción agrícola. La forma de hacerlo es suministrando urgentemente las semillas y fertilizantes que se necesitan para los próximos ciclos de plantación, especialmente para los 450 millones de agricultores a pequeña escala de todo el mundo”. ¡Imaginen! Miles de millones de dólares desembolsados repentinamente para distribuir semillas a los agricultores más pobres del planeta —un grupo cuyas necesidades nunca antes figuraron entre las preocupaciones prioritarias de esos dirigentes.
Previamente, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) había lanzado su propia iniciativa dirigida a “demostrar que incrementando el suministro de insumos agrícolas clave, semillas y fertilizantes, los pequeños agricultores serán capaces de aumentar rápidamente su producción alimentaria”. La Iniciativa de la FAO ya incluye a 35 países, en el orden de los 21 millones de dólares, mientras que otros 54 países son apoyados de modo semejante en el marco del Programa de Cooperación Técnica al costo de 24 millones de dólares. La Iniciativa también apunta a “alentar a los donantes, instituciones financieras y gobiernos nacionales a apoyar la dotación de insumos en mayor escala”. Organizaciones que van de la Fundación Bill & Melinda Gates a la Cruz Roja se superponen para formular programas tendientes a entregar semillas y fertilizantes en respuesta a la crisis alimentaria actual.
Lecciones de la “ayuda” en semillas. El impacto de la ayuda en semillas —que significa entregar semillas a zonas en crisis— es un tema de arduo debate desde hace varios años. Muy a menudo los programas de desarrollo se han enfocado en reemplazar lo que consideraban “variedades locales de bajo rendimiento” por algunas semillas llamadas de alto rendimiento obtenidas en el laboratorio. Los organismos de socorro que en situaciones de emergencia distribuían ayuda en semillas siguieron por lo general el mismo modelo. No se hizo casi ningún esfuerzo por comprender las variedades locales: por qué los agricultores las han seleccionado y por qué continúan usándolas. Hoy, las ventajas de las variedades locales son más evidentes. Se ha reconocido que, entre otras cosas, tienden a dar mejores respuestas en condiciones de bajos insumos, a resistir las presiones locales, a ofrecer además del grano, otros productos (como paja para forraje), a tener rendimientos estables con bajo riesgo a lo largo del tiempo y a tener mejor sabor o mejores condiciones de cocimiento. En otras palabras, son apropiadas, cultural y agronómicamente.
También crece el consenso sobre las desventajas de introducir semillas de fuentes foráneas. Hace unos meses, Louise Sperling, David Cooper y Tom Remington presentaron un informe que subraya lo que los críticos han estado diciendo por años*: “Con frecuencia no es necesario introducir semillas del exterior, ya que en general los sistemas locales de semillas suele disponer de ellas, aun en periodos de crisis. La distribución directa de semillas no es muy efectiva, ya que los agricultores tienden a preferir sus propias fuentes. Si se reitera, la ayuda en semillas puede provocar dependencia, socavar los sistemas locales de semillas y erosionarlos.”
Este cambio de pensamiento ha provocado un cambio de política en Afganistán, donde las más destacadas organizaciones de ayuda adoptaron un código de conducta para las semillas distribuidas en emergencias que establece que éstas deben producirse localmente, que todo suministro emergente no debe distorsionar los sistemas locales de semillas y que éstas deben adaptarse al ambiente local. No hay razón para dudar de que las ONG pequeñas o independientes involucradas actualmente en proyectos de ayuda en semillas como respuesta a la crisis alimentaria estén adoptando este criterio. Pero la historia puede ser diferente con aquellos organismos de ayuda más grandes, a los que les pagan por hacerse cargo de suministrar las semillas a los gobiernos.
Funcionarios de FAO aseguraron a GRAIN que los proyectos de ayuda en semillas que armaron en respuesta a la crisis mundial actual apuntan a suministrar semillas locales de mercados y comerciantes locales, y que evitan híbridos y variedades transgénicas. Pero los comunicados de la propia FAO envían un mensaje diferente y más escalofriante. Hablan de “una caravana de camiones cargados con más de 500 toneladas de semillas” que partió de la capital de Mauritania hacia el interior y que “han repartido entre los agricultores empobrecidos de Burkina unas 600 toneladas de variedades de semillas mejoradas”. Hay pues una discrepancia entre la retórica oficial y lo que ocurre en los hechos en algunas zonas. A más largo plazo la situación es aún más preocupante. Con los miles de millones de dólares arrojados a organismos humanitarios para repartir con urgencia semillas y fertilizantes a los agricultores en el nombre de la crisis alimentaria, con la FAO que hace un llamado al “suministro de insumos a una escala mucho mayor”, y con los mensajes que dan dirigentes e instituciones financieras del mundo de que es tiempo de llevar las nuevas tecnologías a los pequeños agricultores para aumentar su producción, los sistemas locales de semillas de los agricultores pueden verse amenazados en varias partes del mundo.
¿Y el sector privado? Hace veinte años la ayuda en semillas se habría apoyado en gran medida en el sector público: las semillas habrían provenido de los sistemas públicos de fitomejoramiento, producción y distribución, tal vez a cambio de nada, y los campesinos que las recibían habrían podido guardar semillas de sus cultivos y compartirlas con sus vecinos. Ahora el sector público está dividido, cercado, privatizado. Unas cuantas empresas multinacionales de plaguicidas controlan más de la mitad del mercado mundial de semillas y su control se extiende mediante una creciente red de intermediarios privados y compañías nacionales de semillas con conexiones políticas. Las semillas son ahora un gran negocio.
Los organismos internacionales que todavía aducen tener un mandato “público”, como la Alianza por una Revolución Verde en África (AGRA, por sus siglas en inglés) y el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), son cada vez más coaliciones público-privadas con vínculos directos con las multinacionales. Sus programas de investigación forman parte de las estrategias de crecimiento de las empresas y adoptan más y más elementos de modelos comerciales. Cuando hoy se habla de semillas, en tanto no se especifique que son semillas locales o de los campesinos, es implícito que se trata de semillas privadas (que los campesinos tienen que comprar y que llegan con estrictas restricciones en cuanto a su empleo).
A nivel nacional, donde el auge de la ayuda en semillas se traduce en nuevos programas de gobierno, resulta obvio el vínculo entre las respuestas oficiales a la crisis alimentaria y la agenda de las agroempresas. Las iniciativas para impulsar la producción de alimentos en Benin y Filipinas ante la crisis son poco más que programas de subvenciones para las empresas de semillas y fertilizantes. Indonesia apuesta a que las semillas híbridas del sector privado resolverán sus necesidades de arroz a largo plazo. A pesar de años de fracaso con el arroz híbrido en el país y sin estudios válidos que respalden los argumentos que aducen mayores rendimientos, el gobierno subvenciona la importación y venta de semillas híbridas de arroz, y utiliza sus programas politécnicos agrícolas para promoverlas. Los pocos magnates locales y empresas extranjeras que controlan el mercado de semillas híbridas de arroz en el país son los únicos cuyas ganancias están garantizadas.
En Senegal, el presidente Abdoulaye Wade lanzó su “Gran Ofensiva Agrícola para la Nutrición y la Abundancia” (GOANA por sus siglas en francés), en respuesta a la crisis actual, con miras a una autosuficiencia alimentaria del país para 2015, impulsando sobre todo la producción de alimentos básicos. De los 792 millones de dólares estadounidenses que el gobierno dice que invertirá en el proyecto, 443 millones serán para subvencionar la compra de fertilizantes, 120 millones para semillas y 30 millones para plaguicidas. Las compañías productoras y distribuidoras de esos insumos, muchas de ellas propiedad de capitales extranjeros, serán las primeras en beneficiarse, dada la inversión radical y las desregulaciones fiscales que acompañan el plan GOANA. La principal organización de agricultores de Senegal, el Consejo Nacional de Concertación y Cooperación Rural (CNCR), que no fue consultado acerca de la Ofensiva, dice que los agricultores correrán el riesgo de no poder devolver el crédito asumido para comprar los insumos, aún con las subvenciones, porque el proyecto no revierte los antiguos problemas estructurales que impiden a los agricultores obtener un precio justo por sus cultivos en el mercado.
En Mali, la Coordinación Nacional de Organizaciones Campesinas (CNOP) fue excluida del proceso con que el gobierno responde a la crisis alimentaria mundial —la Iniciativa Arroz—, que apunta a duplicar la producción nacional de arroz en pocos años. Como en Senegal, se trata de subvencionar las semillas “de alto rendimiento” y los fertilizantes. La CNOP se queja de que esto significa que los beneficios irán a parar a los bolsillos de los comerciantes de insumos. En numerosos países del África Occidental, el énfasis está puesto en la producción y distribución rápida de las semillas del arroz Nerica™, desarrollado por el CGIAR, y no en las variedades nativas.
En África, los programas nacionales de crisis alimentaria, dirigidos a entregar rápidamente semillas nuevas y productos químicos agrícolas entre los agricultores, se fusiona perfectamente con la estrategia del AGRA y el CGIAR para el continente. Esos grupos se han presentado como salvadores con la solución ideal para aumentar la producción. Al margen de la cumbre de la FAO sobre la crisis alimentaria se firmó un acuerdo entre el AGRA y todos los organismos alimentarios con sede en Roma, en el cual AGRA tendrá un papel crucial en el desarrollo y la promoción de semillas nuevas y en establecer un sector semillero comercial en África. Una semana después, el AGRA firmó otro acuerdo, esta vez con la Corporación del Desafío del Milenio, para “brindar tecnologías, infraestructura y financiamiento a los agricultores de África”. En la misma línea, FARM, una iniciativa multimillonaria de la presidencia francesa y de algunas empresas de Francia —entre ellas la gigante semillera Vilmorin y el Grupo Casino, la potencia en supermercados con alcance mundial—, puso en marcha proyectos en Burkina Faso y Mali que buscan contrarrestar los efectos de la crisis ayudando a las organizaciones de agricultores a financiar la compra de fertilizantes y semillas. FARM tiene el mandato específico de ayudar a los países pobres a lograr acceso a los “beneficios” de la tecnología agrícola europea, como las semillas.
Las agroempresas se benefician. Para comprender cabalmente cómo las medidas verticalistas actuales destinadas a suministrar semillas a los agricultores le tienden alfombra roja al agronegocio para que se introduzca en los países en desarrollo y gane mucho dinero de golpe, es necesario observar el cambiante escenario de la actividad empresarial en el sistema alimentario. La subida de los precios de los productos básicos agrícolas ha desencadenado una fiebre en el mundo de los grandes negocios por tener un mayor control de toda la cadena alimentaria. Las compañías y los almacenes multinacionales de menudeo en el rubro alimenticio han profundizado su inserción en la producción de alimentos, sobre todo mediante la agricultura por contrato, para reducir los costos de contratación y las prestaciones de garantía. Preocupados por el impacto a largo plazo de los altos precios de los alimentos en la seguridad alimentaria nacional, los gobiernos de países con fuerte liquidez, como China y Arabia Saudita, están trabajando codo a codo con los sectores comerciales nacionales y con vehículos de inversión recién creados para tercerizar la producción alimentaria. Y el capital especulativo concentrado en los centros financieros mundiales, tambaleándose por el impacto de la contracción del crédito, entiende los productos básicos agrícolas y las tierras de cultivo como ámbito de ganancias rápidas. Esto significa que el control sobre la agricultura está pasando de manos de los agricultores a las salas de los directorios. Y los ejecutivos de las agroempresas tienen prioridades muy diferentes: quieren controlar un suministro uniforme de semillas para producir cultivos que se introduzcan en los mercados mundiales de productos agrícolas básicos; no están interesados en las semillas locales ni en la preservación de los sistemas alimentarios biodiversos.
Dos de las mayores empresas asiáticas de alimentos —Sime Darby, de Malasia y Charoen Pokphand, de Tailandia— se vuelcan ahora a la producción de arroz como parte las respuestas que dan sus países de origen a esta crisis mundial. Lanzan la producción y comercialización de sus propias semillas híbridas de arroz, desarrolladas con el apoyo del sector público. La inversión extranjera china en la producción de arroz, en Laos o en Camerún, se basa invariablemente en variedades chinas híbridas de arroz, a menudo probadas e introducidas mediante acuerdos bilaterales de ayuda.
Repentinamente, el África Subsahariana se convirtió en un imán para esta invasión agroindustrial. No obstante, cerca de 90% de las semillas usadas en África son variedades locales campesinas, que no se adecúan al agronegocio. Así, la inversión empresarial, depende de introducir y diseminar variedades que sirvan a las necesidades empresariales —el equivalente a la soja Roundup Ready que abrió el camino para que el agronegocio colonizara rápidamente el Cono Sur de América Latina. Los sistemas locales de alimentos dependen de lo opuesto: de la diversidad. Por eso las semillas y los programas de ayuda en semillas que nacen de la crisis alimentaria actual se sitúan en el corazón de una lucha fundamental entre modelos opuestos de producción de alimentos: un sistema alimentario industrial globalizado y controlado por las empresas versus una diversidad de esfuerzos por conservar, desarrollar y expandir la soberanía alimentaria.
La polarización de las respuestas. De los ministros de agricultura al Banco Mundial, esta lucha fundamental sobre quién controla los alimentos está camuflada por un discurso “ignorante” que dice que “los agricultores no tienen semillas” [o no tienen semillas “buenas”]; que para suministrar a los agricultores semillas “buenas” es necesario que los gobiernos adopten las estructuras comerciales correctas, en especial los sistemas de certificación de semillas, normas laxas en materia de bioseguridad y regímenes de propiedad intelectual. El énfasis puesto siempre en la superioridad de las semillas “buenas” tiene un sentimiento casi eugenicista: las semillas “buenas” son variedades híbridas, transgénicas, certificadas o mejoradas, y todas ellas son las “únicas” seguras de brindar rendimientos altos, la “única” manera de resolver la crisis alimentaria actual; las semillas “malas” (o semillas “imperfectas”, como las llamaron en Ghana aspirantes a dirigentes de la industria), son las semillas de los agricultores, semillas no certificadas, variedades campesinas, todo lo que no ha pasado por el laboratorio o no ha obtenido un sello gubernamental de aprobación.
Decir “¡necesitamos aumentar la producción!” para enfrentar la crisis alimentaria mundial lleva a eludir la profunda e imperiosa discusión política acerca del caos en que estamos y cómo llegamos a él. Esa respuesta sólo origina respuestas reflejas —que las mayores potencias del mundo vuelquen miles de millones de dólares a la distribución de semillas nuevas, “mejoradas”, a cientos de millones de pequeños agricultores. Respuestas que permiten que el capital privado, aun mediante la inversión puramente especulativa, se adueñe de lo que solía llamarse el desarrollo agrícola y lo transforme en desarrollo agroempresarial. A menos que se detenga esta invasión, los supuestos beneficiarios, los pequeños agricultores, terminarán siendo las víctimas.
La versión completa, con sus fuentes de investigación, puede consultarse en Seedling, octubre de 2008.
Publicado en Biodiversidad, sustento y culturas N° 58