Ayotzinapa y la voz de la calle
"No hay evidencia de que el despliegue de la movilización social haya llegado ya a su punto máximo. Y, aunque eventualmente las protestas callejeras disminuyan la tendencia hacia el desgaste del régimen se mantiene. Vivimos una situación inédita, en la que, como advirtieron los enardecidos sonorenses que ocuparon su legislatura, los de arriba no han querido escuchar la voz de la calle."
Por Luis Hernández Navarro
Roberto Zavala Trujillo es padre de Santiago Jesús, uno de los 49 niños que murieron en el incendio de la guardería ABC, en Hermosillo, Sonora. Apenas este 20 de noviembre, en el pleno de sesiones del Congreso de ese estado, junto a miles de manifestantes que ocuparon el edificio en solidaridad con Ayotzinapa, declaró: Desde Sonora, a más de 104 años, damos reinicio a la Revolución que no ha caminado.
El pasado 20 de noviembre, unos 5 mil estudiantes, mineros de Cananea, padres de la guardería ABC, afectados por la contaminación del río Sonora, ferrocarrileros, feministas, ecologistas y braceros marcharon por la calles de Hermosillo, tomaron la sede del Poder Legislativo local y advirtieron: Hoy sesiona el pueblo, hay quórum. Antes de entrar en el recinto, dejaron un recado a los diputados en el buzón de sugerencias: Escuchen a su pueblo, antes de que sea tarde para ustedes.
El corresponsal de La Jornada Ulises Gutiérrez narró cómo, allí mismo, J. Márquez, otro de los padres de la guardería ABC, dijo a los familiares de los normalistas desaparecidos: Compartimos su coraje, su frustración por lo que pasa en México. Para rematar la sesión, los inconformes exigieron que se fuera Peña, y votaron la destitución del Presidente, en medio de gritos de ¡justicia, justicia!
Lo sucedido en Sonora con la toma del Congreso de Sonora no es un hecho aislado. En variadas regiones del país, las movilizaciones ciudadanas exigen la renuncia de Enrique Peña Nieto y, al mismo tiempo, reivindican una creciente voluntad de convertirse en un poder constituyente alternativo.
Como muestran las protestas del 20 de noviembre y del 1º de diciembre, a pesar de su desarrollo desigual a escala nacional, el movimiento sigue en fase de ascenso y radicalización. Hoy, no son sólo estudiantes los que participan en las marchas. Cada vez más se incorporan a las jornadas de lucha otros sectores: sindicales, organizaciones campesinas, fuerzas urbano-populares, familiares de desaparecidos, religiosos, artistas y hasta niños. En estados como Chiapas, las movilizaciones magisteriales han sido muy intensas, y en Oaxaca han llegado incluso a tomar el aeropuerto.
Sin embargo, la indignación social y el descrédito gubernamental van mucho más allá de lo que se ve en las calles. El sustrato de la inconformidad popular es más amplio, vigoroso y complejo de lo que expresan las marchas. De hecho, el malestar de los de abajo ha fracturado la unidad de mando del gobierno federal y alcanzado a algunos de sus aliados tradicionales. El deterioro de la figura presidencial parece imparable. Cada día la crisis política se profundiza más.
La estrategia gubernamental para enfrentar la debacle ha sido fallida. La pretensión de Los Pinos de hacer de la masacre de Iguala un asunto local, mera responsabilidad del crimen organizado, sin reconocer la responsabilidad del Estado en el crimen y el carácter nacional de la protesta, han alimentado el descontento. El decálogo de Peña Nieto para sortear los problemas de inseguridad y corrupción naufragó tan pronto como fue lanzado a las aguas de la opinión pública. Hasta la revista The Economist advirtió que el Presidente pudo haber perdido la oportunidad de cambiar la marea en su contra. La decisión oficial de inventar interlocutores a modo, desligados del movimiento social real, como hizo al negociar el problema de los presos por la marcha del 20 de noviembre, lo único que provoca es que crezca su descrédito.
La crisis de la economía hace aún más difíciles las cosas para Enrique Peña Nieto. Las noticias en este terreno no son nada buenas. El peso se devalúa, la producción petrolera cae de la mano de los precios del crudo, las expectativas de crecimiento del PIB se han reducido a poco más de 2 por ciento, el posible incremento de las tasas de interés en Estados Unidos anuncia una inminente salida de capitales y las calificadoras alertan sobre el peligro para las inversiones provocado por la inestabilidad política.
Mientras, más allá de la inminencia del fin del calendario escolar y las vacaciones navideñas, el calendario de las protestas sigue su curso. El próximo 6 de diciembre, miles de maestros, estudiantes y campesinos, con caballos incluidos, tomarán simbólicamente la ciudad de México para conmemorar los 100 años de la entrada de los ejércitos revolucionarios de Francisco Villa y Emiliano Zapata. La iniciativa va más allá de la mera contestación política. Apela imaginariamente –como se anunció en la toma del Congreso de Sonora– a reiniciar la revolución que no ha caminado.
Entre el 21 de diciembre y el 3 de enero del año próximo, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el Congreso Nacional Indígena (CNI) y adherentes de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona efectuarán el primer Festival Mundial de las Resistencias y la Rebeldía contra el Capitalismo. Su lema será: Donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos. La inauguración del encuentro se realizará en la comunidad de San Francisco Xochicuautla, estado de México, el 21 de diciembre. “Sabemos –afirman los convocantes– que el capitalismo salvaje y de muerte no es invencible” y que en nuestras resistencias está la semilla del mundo que queremos.
Con la llegada de 2015 se inicia un nuevo ciclo de movilizaciones. Una importante convergencia campesina, sistemáticamente ninguneada por el gobierno federal, acordó tomar las calles de Xalapa, el 6 de enero, en el aniversario de la Ley Carranza. Y, el 31 de enero planea efectuar un gran plantón nacional frente a las oficinas de las secretarías de Gobernación y Agricultura. Por su parte, también en enero, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) tiene en puertas la organización de una huelga nacional contra la reforma educativa.
No hay evidencia de que el despliegue de la movilización social haya llegado ya a su punto máximo. Y, aunque eventualmente las protestas callejeras disminuyan la tendencia hacia el desgaste del régimen se mantiene. Vivimos una situación inédita, en la que, como advirtieron los enardecidos sonorenses que ocuparon su legislatura, los de arriba no han querido escuchar la voz de la calle.
Twitter: @lhan55
Fuente: La Jornada