Argentina: Monsanto en Córdoba: planta profana, semilla sagrada
"El rechazo a Monsanto y su modelo extractivo-predatorio, en complicidad estructural con el gobierno, la mayoría opositora y el staff empresarial-agrícola de turno, es sin dudas una lucha impostergable. Pero a este impulso negador le urge, mucho más, un profundo replanteo creativo, pero también memorioso, atento a formas productivas ya existentes. Un nuevo modo, pero que a la vez se nutra de uno más antiguo, originario. Una revolución en la intimidad de la relación entre naturaleza y política."
LBF se acercó a Córdoba para sumergirse en el acampe que intenta frenar la construcción de una nueva planta de la multinacional Monsanto en la provincia.
Por Alan Ulacia.
Fotos: Melina Gómez. Ilustraciones: Groger Gutiérrez.
1. Cabeza de playa (Testimonio de Marco)
El 28 de noviembre a la mañana, a eso de las siete y media, nos despertaba a los gritos una patota, un grupo de personas, muchos jóvenes, con palos y piedras. En el predio de la planta hay dos entradas, dos bloqueos, ellos nos empujan a los piedrazos y patadones de uno, donde éramos cinco o seis. Habrá pasado una hora y media, nos tiramos con piedras. Ellos nos tiran hasta con nuestras propias frutas y verduras. Son alrededor de sesenta o setenta personas, nosotros éramos creo que veinte. Golpean a varios de los nuestros, nos enfrentamos cuerpo a cuerpo. Había uno de ellos que tenía un revólver. Destrozan todo, se llevan un montón de cosas, montones de herramientas. Prendieron fuego carpas, ropa. Bardearon lindo.
A eso de la hora y media cae la policía en un auto, son dos gorditos, se bajan y entran como a mediar. Es decir que estábamos a dos metros de distancia diciéndonos de todo, con un par de policías en el medio que decían “paren, paren”. A la vez ellos decían que eran obreros. La patota decía quer eran obreros, que los dejemos trabajar, las mujeres decían “euu, tenemos hijos”.
Pasan unos minutos y vemos que entran a caer los camiones con materiales que estaban siendo bloqueados por nosotros hacía más de dos meses. Los obreros ya no venían porque no tenían material para construir. En ese momento vemos que salen corriendo, festejando, hacia ese puesto, y nosotros les tiramos con todo lo que teníamos, de la bronca. Cuando llegamos al puesto, los camiones ya habían pasado, y ahí llega infantería y los medios. Infantería no nos proteje, sino que nos dispara con balas de goma, las cámaras filmando. Como si ellos, la patota, fueran los atacados. Quemaron ropa, nos quemaron un montón de cosas.
Se empiezan a ir en un colectivo. Era un colectivo del gobierno provincial, buscamos la patente. Hicimos la denuncia, y supimos que era una patota, ni siquiera era la UOCRA, era la barra brava de un equipo de fútbol de acá. Estaban pagados por 250 pesos. Siempre se usan este tipo de acciones para tercierizar la represión. La policía en complicidad, los camioneros, los guardias privados de Monsanto, todos estaban esperando. Y nosotros desprevenidos. Lo bueno fue que siguió un día de pura pila. Nos organizamos mucho más después de eso. Hicimos un montón de escudos, honderas. Se acercó más gente, se armaron más comisiones. Estables somos veinte o treinta en el acampe, aquel día eramos 15, muy pocos…
Marco me mira con ojos tristes, le es incómodo hablar, su voz suena firme pero obligada, se nota. Es mediodía y pocos manchones de sombra se transforman en refugio. Terminamos de almorzar hace minutos, estamos en la carpa “de Famatina”, sentados en un colchón.
Mucha bronca, viejo…
2. Breve historia de Monsanto, breve historia del Acampe
En el año 1901 el empleado farmacéutico Jonh Francis Queeny funda Monsanto Chemical Works, en Saint Louis, Estados Unidos. El nombre Monsanto viene a cuento del apellido español de su esposa, Olga Méndez Monsanto. La sacarina (saccharine) es su primer producto, y uno de sus primeros clientes: una nueva compañía de gaseosas llamada Coca-Cola, originaria de Georgia. Agentes químicos como el ácido 2,4-D y diversos plásticos derivados del estireno son además algunos de los productos que Monsanto comercializa en sus albores. En la década del 60 la empresa es contratada por el gobierno de EEUU para producir un herbicida defoliante de guerra: se trata del celebérrimo agente naranja con el que se roció durante casi una década al pueblo vietnamita.
Monsanto inicia sus operaciones en Argentina como productor y distribuidor de químicos y plástico. 1978 es el año en que la empresa inaugura su primera planta acondicionadora de semillas híbridas de girasol, en Pergamino. Para esa fecha Monsanto y su Roundup (glifosato) ya son sinónimo de tecnología de punta en el mercado mundial de los herbicidas, y no falta demasiado, habrá que esperar a la década del 80, para su incursión biotecnológica genética.
Monsanto en Argentina tiene su historia, así como una concepción ideológica y programática consumada, pulida, y efectivamente operante. La expansión de la frontera de cultivos transgénicos como la soja o el maíz, entre otros OGN (organismos genéticamente modificados) es sólo el nuevo negocio, los llamados agronegocios. ¿Cuáles son las consecuencias del accionar de una empresa transnacional como Monsanto, con entrada prohibida en más de 30 países, es decir, cuáles son las esquirlas socio-económicas y ambientales del boom de los agronegocios que hoy día se desarrollan, como Monsanto mismo confiesa, con la garantía y auspicio del estado nacional? El monocultivo y la concentración territorial en detrimento de la diversidad alimentaria y los pequeños productores, la contaminación agrotóxica, los cientos de desalojos de comunidades originarias y campesinos criollos frente a la creciente valorización de la tierra, el desmonte sistemático, la obscena alteración de ecosistemas enteros en función de las proyecciones alimentario-financieras (commodities) que se fraguan en la Bolsa de Chicago, y por último, la brutal represión que se perpetúa contra aquellos que ofrecen resistencia e intentan materializar Otras alternativas productivo-culturales.
El 15 de junio de 2012 Monsanto anunció una inversión de 1.500 millones de pesos en la construcción de una planta para procesar semillas de maíz, en la localidad de Malvinas Argentinas, Córdoba. La noticia la dieron directivos de la companía en Estados Unidos durante una reunión que mantuvieron con la presidenta de la Nación, Cristina Fernández, en Nueva York. “Durante la reunión, los ejecutivos analizaron junto a la Presidenta la importancia que tendrá la innovación en agricultura en el contexto de un crecimiento exponencial de la demanda mundial de alimentos durante los próximos años. En este contexto, la compañía prevé un rol clave para la Argentina”, decía la empresa en un comunicado de prensa.
Desde el 18 de septiembre de 2013 vecinos y vecinas de Malvinas Argentinas, miembros de diversas organizaciones sociales y los Autoconvocados del Acampe en Malvinas, están instalados de forma permanente sobre la ruta provincial A188 (ex A88), a menos de dos kilómetros de la ciudad. Hace casi cinco meses evitan el ingreso de los camiones y materiales para la construcción de la nueva planta. Su denuncia: “Los Gobiernos Municipal y Provincial, cómplices y corruptos, han otorgado de manera irregular permisos para la construcción de la planta sin cumplir los recaudos mínimos de la Ley General del Ambiente Nº 25.675, que prevé la realización de mecanismos de participación ciudadana y Estudio de Impacto Ambiental PREVIO A LA AUTORIZACIÓN DEL PROYECTO. La población de Malvinas Argentinas sufriría directamente la contaminación del aire y en napas de agua por el tratamiento de 150.000 toneladas de maíz transgénico con 350.000 litros de agrotóxicos . Malvinas Argentinas está a mínima distancia de la gran ciudad de Córdoba donde viven hoy 1.500.000 habitantes que al poco tiempo sufrirían los daños de la contaminación ambiental”.
El 8 de enero la Justicia cordobesa falló en contra de Monsanto y ordenó paralizar la obra. La sentencia fue dictada por la Sala Segunda de la Cámara del Trabajo de Córdoba, que dio lugar al amparo presentado por los vecinos de Malvinas Argentinas en septiembre de 2012. “El amparo obliga como medida cautelar a que se suspendan las obras de la planta acondicionadora de granos de la empresa Monsanto en Malvinas Argentinas hasta que se presente el estudio de impacto ambiental y se realice la consulta popular correspondiente, según lo estipula la Ley General de Ambiente”.
3. El Acampe desde adentro, Progreso, ombligos
Llegamos al Acampe el día viernes 10 de enero, cerca del mediodía. En el micro que va de Córdoba Capital a Malvinas Argentinas, poco menos de 12 kilómetros, conocemos a un joven periodista belga, llamado Sebas, viene para hacer un reportaje y publicarlo en un diario de allá. Nos recibe en un puestito una señora llamada Norma, que pregunta de dónde somos, le decimos que de Buenos Aires, que venimos para hacer una nota. Nos lleva a donde todos almuerzan, antes nos indica dónde podemos ubicar la carpa. Sacamos unas fotos a las esculturas e intervenciones artísticas que están a la vista. Pocos minutos bajo el sol ponen nuestra piel roja, Norma nos alcanza un protector solar casero hecho con alóe vera que en pocos minutos hace desaparecer la quemazón. Saludamos a todos, la mayoría son jóvenes, unos con acento cordobés, porteños, porteñas, bonaerenses, hay uno uruguayo. Guardias privados, empleados de la empresa, merodean del otro lado del alambrado, en extraña relación del tipo amigo-enemigo; y una camioneta está apostada durante el día, a metros de una de las entradas al predio, alberga al menos tres policías de la provincia, nos cuenta Norma.
Después de almorzar entrevistamos a Marco.
Atardece cuando bordeamos la ruta, rumbo al pueblo de Malvinas Argentinas, de 15 mil habitantes, para ver qué opinan sobre la instalación de la planta, sobre el Acampe, sobre el ataque de la falsa UOCRA del 28 de noviembre, sobre Monsanto. Las oxidadas vías de un ferrocarril que ya no pasa se despliegan en paralelo a la ruta, sugiriendo promesas rotas. Las cuadras se hacen infinitas y exceden por mucho los 100 metros. Un semáforo sobre la ruta marca el inicio de la avenida principal, que no puede llamarse sino San Martín.
Varios comerciantes no saben o fingen no saber nada acerca de la llegada de Monsanto a su pueblo: cargamos el inesquivable karma del porteño metiche. En la Municipalidad nos niegan la posibilidad de hablar con alguna autoridad que pueda brindarnos información oficial sobre el proyecto, alegan atender de mañana como se alega se cayó el sistema.
Anochece, volvemos al Acampe, y cuando ningún vecino malvinense parece decir o no querer decir nada destacable, paramos en un almacén para comprar unas cosas y charlamos con la señora que lo atiende, y nos dice cosas destacables:
Que tenía como cincuenta menúes para los obreros que estaban construyendo la planta y que la paralización de la obra le había arruinado su negocio. Que su madre, de 83 años, fumigaba con veneno de forma manual planta por planta y nunca había tenido problemas de salud. Que ella, que de chiquita lo había respirado, tampoco. Que en miles de otras ramas productivas también se contamina y nadie dice nada. Que de los 10.000 habitantes de Malvinas sólo 300 familias estaban en contra del arribo de Monsanto. Que de “los hipis del asentamiento” ninguno es de Malvinas Argentinas. Que parecían estudiantes, gente formada. Que eso, la calidad estudiantil y su aparente formación, la verdad la hacían dudar respecto a las consecuencias ambientales de la instalación de la planta. Que no sabía cómo se financiaban. Que debían ser todos de familias bien. Que la llegada de Monsanto va a servir al crecimiento de Malvinas, que va a generar muchos puesto de trabajo, no sólo en la planta, sino indirectos, en otros comercios. Que el ataque del 28 de noviembre estuvo “mal planeado, mal ejecutado”.,,
4. La semilla es del pueblo (Testimonio de Sofía)
Es mediodía y una buena parte del Acampe realiza una charla de cara a la organización de un inminente festival cultural. Todos mientras hablan o escuchan, doblan volantes. En eso llega Sofía Gatica. Hablamos con ella por teléfono, la noche anterior. Cuando la vemos le preguntamos si podemos charlar un rato. No dice que sí pero ya porque después va a ser difícil.
Sofía Gatica es una madre que al perder a su hija recién nacida por una repentina falla de riñón, hace casi 13 años, emprende una lucha por acabar con las fumigaciones sobre los campos de plantaciones de soja que rodean Ituzaingó, barrio en la provincia de Córdoba. Sus acciones le valen el premio Goldman 2012, considerado como el Nobel de Medio Ambiente. Sofía funda, junto con otras madres-vecinas, el grupo Madres de Ituzaingó, que recorren el municipio para documentar los efectos nocivos del glifosato que comercializa Monsanto.
¿Cuál creés que es el nivel de conciencia que hay en Malvinas Argentinas sobre esta problemática?
Yo creo que acá están muy concientizados, en Córdoba, digo en la provincia en general. En Malvinas Argentinas está más complicado porque hay un poder que maneja todo. El Intendente maneja la ciudad, tiene las farmacias, el agua, maneja las cooperativas, la luz, los centros de salud, maneja todo, entonces que la gente pueda llegar a ponerse en contra de esto es difícil. Mucha gente va a priorizar su trabajo, su comida, los intereses del día, y eso nos ha costado que no esté aquí toda la gente de Malvinas en el Acampe. Acá la mayoría de gente es de Córdoba o de otros lugares, hay muy pocas de Malvinas. Aquí se hizo una encuesta que sostiene que el 60 por ciento de la población está en contra, y que si se hace una consulta popular la ganamos, pero yo no estoy tan segura, la realidad dice otra cosa. Nosotros queremos la decisión política que diga que Monsanto no se instale. Es eso o que tiremos la resolución 595 que obligue a la justicia a que esto se resuelva por el lado de la nulidad del proyecto de Monsanto. Porque el reciente fallo que creemos que fue a favor nuestro no fue a favor nuestro, y eso lo tenemos muy claro. Lo único que logró es que Monsanto ahora quiera venir de manera “legal”, lo que es peor.
¿En esa decisión política creés que tiene peso el gobierno nacional, ejerciendo presión sobre De la Sota?
La decisión política viene si la gente sale a la calle, sale a reclamar. Córdoba está concientizada. Aquí ha negociado nuestra salud el gobierno nacional. Nuestra Presidenta negoció con las multinacionales, el gobernador De la Sota también, y por último el Intendente. A nivel nacional, provincial y municipal han negociado la salud de la gente.
¿Qué argumentos le darías a quien no cree que la planta es contaminante?
Le diría que el 33% de la población del barrio de Ituzaingó tiene tumores, el 80% de los niños tiene agroquímicos en la sangre. Tenemos chiquitos que están naciendo sin el maxilar, algunos con seis dedos, con malformación de riñón. Hay más de 300 casos de cáncer, 16 casos de leucemia, cuando sabemos que uno o dos casos se dan cada 100.000 habitantes. Es un barrio declarado “inhabitable” por los agrotóxicos. La ordenanza municipal de barrio Ituzaingó Anexo, la 10.595, dice que se prohíbe las fumigaciones a menos de 2.500 metros, no hay en la República Argentina un barrio que cumpla con esa distancia. Si hay alguien que necesita pruebas, que vaya a Ituzaingó, que se asesore, y pregunte por qué la gente se está muriendo. Que se llegue a la familia Olariaga, que pregunten por ellos: hay cinco enfermos. Es más, no están ya los cinco. Ezequiel murió con 23 tumores en la columna, la hermana Débora murió con tres tumores en la cabeza. En este momento está también el hermano que lo han operado de tumores, y la madre. Estábamos hablando de un caso por familia, ahora estamos hablando de 3 a 4 casos. Y si vemos la República Argentina, el 90% tiene soja transgénica, que se fijen cómo está el país… ¿Dónde está nuestra ganadería? ¿Dónde está nuestro maíz, nuestro trigo? Estamos exportando soja transgénica para que coman los chanchos y las vacas en Europa. Y se está produciendo un genocidio encubierto a nivel de Latinoamérica, porque también estamos hablando de Brasil, de Paraguay, Colombia, Ecuador… En Ecuador Correa está queriendo meter transgénicos. Estamos hablando de algo planificado para Latinoamérica. El maíz genéticamente modificado necesita agroquímicos, y por peor es que se siembra y no vuelve a crecer. Entonces se obliga al productor a comprar de nuevo el maíz de Monsanto y el agroquímico, es decir el paquete tecnológico. Entonces, si somos vivos, nosotros no tenemos porqué comprar nuestra semilla a nadie, la semilla es del pueblo, la tierra es para quien la trabaja. Estos señores han venido por el primer eslabón, que es la semilla, se adueñan de ella y se adueñan de los alimentos de todo el mundo. Veamos la realidad y veamos quién se beneficia, si nosotros como comunidades o las multinacionales.
Cuando Monsanto se muestra “superior” a nivel productivo, ¿Cómo se le hace entender a la población que no necesitamos tomates gigantes, que no necesitamos este tipo de producción agrícola? ¿Cuál sería la alternativa? ¿Cuáles serían los pilares se esa práctica alternativa, concreta, real?
Yo creo que para una práctica alternativa tenemos que reveer una política de Estado donde exista una reforma agraria, donde todas las personas sean partícipes. Y para lograr una reforma agraria necesitamos la retribución de la tierra, para no tener que esperar el tomate gigante de Monsanto, sino nosotros hacer nuestro propio alimento y sacarlo al mercado. Si nosotros vemos esa alternativa, y se nos da la posibilidad de cultivar la tierra, creo que vamos a ir poco a poco cambiando este paradigma. ¿Pero como se hace una reforma agraria si el gobierno está en contra? Hay una sola forma: movilizando a la gente, concientizando y saliendo a la calle a defender nuestros derechos.
5. Planta profana, semilla sagrada
En el predio de Monsanto un alambrado separa dos realidades, hincado en la tierra divide dos mundos. De un lado se erige una maquinaria preñada de muerte, del otro se resiste y no sólo se resiste: una praxis busca abrirse paso, anhela demostrar que las cosas pueden hacerse de otro modo.
Pero, ¿qué modelo productivo anteponer al de los alimentos transgénicos? ¿Es posible experimentar otro camino en la producción de alimentos, en este contexto de crecimiento acelerado de la población mundial? He aquí el argumento: “Sin nosotros van a pasar hambre”. ¿Será eso cierto?
Monsanto no es el diablo en la tierra, aunque parezca. Moralizar, sólo eso, puede hacernos perder de vista que es uno de los tantos puntos donde confluyen líneas de pensamiento y acción que operan como dispositivos de poder y saber específicos: la confianza ciega y acrítica de la tecnología moderna aplicada a todos los aspectos de la vida humana; la incapacidad de los Estados-Nación para hacerse con el control de ese utópico anhelo llamado Soberanía Alimentaria, relegada al capricho especulativo de las empresas multinacionales que hacen del hambre y la necesidad un negocio; un modo de producir dominante donde prima la velocidad, el derroche, el rédito, por sobre la salud y la paciente espera del brote; la materialización de un modo determinado de pensar la relación entre el hombre y la naturaleza, que podemos llamar extractivista: la naturaleza, la tierra, como reservorio de ítems a explotar, extraer de modo lineal y acumulativo, violento; sin capacidad de espera, sin el paciente respeto por la sabia circularidad que carecteriza los ciclos naturales.
Bajo el auspicio de la técnica que brindan empresas como Monsanto, Nidera, Syngenta estamos ante una consumada sojización del país, esto es, según datos del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, al año 2012: 18.670.937 de hectáreas de terrenos con soja trasngénica implantada, sobre un total de 31 millones de hectáreas cultivables en todo el territorio nacional. La impugnación del monocultivo sojero es una causa justa pero aún verde, inmadura. Si la relegada cuestión de la Soberanía Alimentaria no es tematizada en tanto cuestión nacional, si no se la piensa junto a una alternativa productiva integral que revolucione las miserias del vigente modelo, no pasará de ser una intachable bandera “verde”, en un sentido quizá injustamente peyorativo, pero políticamente realista.
El rechazo a Monsanto y su modelo extractivo-predatorio, en complicidad estructural con el gobierno, la mayoría opositora y el staff empresarial-agrícola de turno, es sin dudas una lucha impostergable. Pero a este impulso negador le urge, mucho más, un profundo replanteo creativo, pero también memorioso, atento a formas productivas ya existentes. Un nuevo modo, pero que a la vez se nutra de uno más antiguo, originario. Una revolución en la intimidad de la relación entre naturaleza y política.
Fuente: http://labrokenface.com/