Argentina - Todos tenemos un plan: de granero del mundo a la bio-industrialización
Los voceros del establishment agropecuario tienen un plan “moderno e inclusivo” para el país. Desde dentro y fuera del Estado, han bautizado su nuevo proyecto para metamorfosear a la Argentina y adaptarla al “rompecabezas” del siglo XXI. Se trata de la propuesta de “bio-economía”.
Los voceros del establishment agropecuario tienen un plan “moderno e inclusivo” para el país. Desde dentro y fuera del Estado, han bautizado su nuevo proyecto para metamorfosear a la Argentina y adaptarla al “rompecabezas” del siglo XXI. Se trata de la propuesta de “bio-economía”.
Reconfigurar la matriz económica del país, orientándola hacia la creación de “bio-fabricas”, una economía que supere –dicen- la vieja dicotomía industria vs agro, en pos de la “bio-industria”. Sus defensores señalan: “La propuesta es dejar atrás al país proveedor de materias primas para convertirlo en una fábrica de alimentos procesados, probióticos, nutraceuticos, bioenergías y biomateriales”.
El plan parece prometedor y prometeico, saldar los problemas estructurales de un país atado a la provisión global fundamentalmente de granos con poco valor agregado, aprovechando el “ritmo innovador primario” pero dando un giro histórico. Industrializar lo biológico, combinar así una “industrialización inteligente” con la “agricultura sustentable”.
Es pretencioso, pero cargado de esperanza. No se trataría de un mezquino plan para beneficiar a unos poco, atenti, tampoco de una jugada patriotera del bien común privatizado, estamos frente a un enunciado en clave civilizatoria. Como lo ha dicho el intelectual transgénico de los agronegocios, Gustavo Grobocopatel: estamos frente a una nueva “revolución industrial basada en la fotosíntesis”. En un momento crítico del planeta frente al cambio climático, la nueva revolución industrial no tiene chimeneas, no arroja columnas de humo negro a la atmosfera, es una industrialización “verde” y “descarbonizada”.
¿Quién estaría en desacuerdo? Claro, pero cuando la “limosna es grande…”. El problema aparece si observamos las condiciones para que el plan funcione. Según los promotores del cambio, una vez más Argentina debe "pasar por terapia intensiva", los demás países “bajar sus “aranceles”, “hacer del interior del país algo bueno”, generar un nuevo “marco de políticas”, “innovación, diseño, marca, trazabilidad, nuevos canales comerciales, acciones pro competitivas en mercados externos”, nueva “ley de patentes sobre semillas”, “garantías jurídicas”, “paz social”, etc.
En fin, la bio-traducción de una receta ya conocida para colocar los recursos naturales del país en los mercados competitivos globales. No se habla de distribución de tierras, de derechos preexistentes de los pueblos indígenas, de la biopiratería, de la contaminación con agroquímicos sobre las poblaciones de pequeñas ciudades, de la violencia rural con desalojos, muertos y desaparecidos que ejercen empresarios innovadores locales y extranjeros (Benetton, pero también Manaos), de un sistema apropiado de educación y salud en el campo, de la infraestructura para los habitantes del campo que es bien diferente de la necesaria “para sacar la soja al puerto”, de la electrificación para el hábitat rural, del giro agroecológico de la producción, de las ferias locales y el comercio justo, de alimentos sanos y apropiados a la cultura gastronómica local, de la distribución social de la renta agraria y extractiva (minera, hidrocarburífera, etc), del desmonte que genera lo que ellos denominan “agricultura sustentable”, de los miles de hectáreas que se inundan a causa de ese mismo desmonte, entre otras cuestiones.
¿Qué ha cambiado con respecto al modelo “granero del mundo” o la versión macrista aggiornada “supermercado del mundo”? parece más de lo mismo. Cualquiera de esos modelos tanto como la “bio-industrialización” tienen en común las condiciones de control efectivo (legal o no) sobre los bienes de la naturaleza, sea que estén en manos de pequeños propietarios o poseedores, comunidades indígenas, o del dominio público, de todos los argentinos. De lo que se trata es de garantizar el acceso directo y exclusivo a la tierra, al agua, a los bosques, a las riquezas del subsuelo, y se suma ahora también el acceso a la biodiversidad: al material genético. Controlar una nueva fuente de renta, crear un nuevo producto monopolizable y capaz de generar superganancias. El problema es que este gran negocio, presentado con un discurso enverdecido y sustentable de bien común, solo es posible manteniendo lo que siempre fue necesario -y no cambiará- a pesar de lo que digan los apologistas de esta expertocracia seudocientífica: violentar, excluir y privatizar, y así consolidar privilegios. También es más de lo mismo en términos geopolíticos, pues según parece “el futuro de la agricultura del mundo pasa por América del Sur”, estamos predestinados a proveer "la comida del mundo". Lo que no se dice es que la contracara de haber cumplido este rol históricamente ha sido que nuestras poblaciones no tengan garantizadas la seguridad y soberanía alimentaria, y que mantengamos el podio como continente con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza. Este es el punto ciego del establishment agropecuario, lo que no pueden ni quieren ver. Sera por eso que las consecuencias de sus planes les producen sorpresa y se lo atribuyen a fuerzas no humanas. Dicen: “la naturaleza es cruelmente irónica: los mayores problemas de pobreza están donde hay más potencial para el desarrollo de biofábricas”.
Aunque suene a historia antigua, digámoslo una vez más, aquello que oculta este relato bio-modernista del capitalismo verde es el despojo o la separación de las poblaciones rurales y urbanas del control sobre sus territorios, ricos en biodiversidad, llenos de vida. O sea, una vez más lo que el plan supone es arbitrar vía leyes o violencia el predominio de la propiedad privada sobre un pedazo de la vida del mundo, sobre lo que ahora llaman lo “BIO”. Y esto es así porque, como advierte el filósofo y economista mexicano Armando Bartra, “la riqueza biológica está sustantivamente en los ecosistemas”, y por eso no puede ser definitivamente transferida como un cheque a un banco genético, ni confiscada eternamente en un laboratorio patentamiento mediante. Para la revolución bio-industrial es imprescindible el control sobre las regiones biodiversas. ¿Lo lograrán? ¿Hay otro plan?
Notas de consulta. Las citas textuales pertenecen a los siguientes artículos periodísticos:
Argentina: del granero del mundo a la biofábrica. Roberto Bisang y Eduardo Trigo, aquí
Agregar valor: frente al desafío de responder al reto de alimentar al mundo. Jornada “Negocios del Campo”, aquí
Por moc.oohay@1zeugnimodid