Argentina: tenencia de la tierra y sobernía alimentaria
"En este momento, el problema más grave de los argentinos, la madre de los problemas –y que quizás sea el de menor conciencia en la población urbana– es la política agraria. El mismo puede resumirse en dos aspectos esenciales: a) el régimen de tenencia de la tierra y b) el uso irracional (criminal) de la tierra. Ambos se interinfluyen; el régimen de tenencia mayoritariamente de propiedad privada, hace que la posesión de la tierra tenga objetivos especulativos económicos y por lo tanto su uso es un mero negocio... Cuando hablamos de reforma agraria, sin la cual es impracticable toda soberanía alimentaria, empleamos el sentido lato de la expresión, esto es: reformar el régimen de tenencia actual por otro cuyas características habrá que crear"
Una hipótesis: El conflicto de clases esencial en la Argentina actual pasa por la soberanía alimentaria (uso sustentable racional de la tierra) y su relación directa: el régimen de tenencia de la tierra, esto es: la necesidad de reformarlo.
Antes de entrar en tema conviene despejar un problemático equívoco con respecto a la relación entre propiedad y soberanía nacional, el cual distorsiona la mirada y la acción de la resistencia popular. Los países, los estados nacionales, ejercen la soberanía de los territorios por medio de la ocupación poblacional e institucional sostenida, la más de las veces, también con sus fuerzas militares. Eso tiene poco que ver con el régimen de tenencia de la tierra interno. Las tierras pueden ser fiscales, comunales, cooperativas o privadas con propietarios nacionales o extranjeros, pero la soberanía la ejerce el Estado Nacional y, en el caso de los países de sistema federal, por los estados provinciales como entes preexistentes a la Nación.
Si de soberanía nacional se habla, no es el régimen de tenencia de la tierra lo que la garantiza sino la presencia viva de sus habitantes y el peso institucional del Estado en todas sus jurisdicciones. Bien puede haber un territorio plenamente ocupado por los ciudadanos de ese país y a la vez abandonado por el Estado. Como bien pueden ser los habitantes "extranjeros" y, sin embargo, la soberanía la ejerce efectivamente el Estado, quien debe asegurar el ejercicio de los derechos de los ciudadanos y a su vez exigir la subordinación a la soberanía. Si tiene dudas, pregunte a los EE.UU, la nación con mayor presencia de extranjeros y que ejerce su soberanía hasta fuera de sus territorios.
Volviendo a la hipótesis; en este momento, el problema más grave de los argentinos, la madre de los problemas –y que quizás sea el de menor conciencia en la población urbana– es la política agraria. El mismo puede resumirse en dos aspectos esenciales: a) el régimen de tenencia de la tierra y b) el uso irracional (criminal) de la tierra. Ambos se interinfluyen; el régimen de tenencia mayoritariamente de propiedad privada, hace que la posesión de la tierra tenga objetivos especulativos económicos y por lo tanto su uso es un mero negocio. El problema está dado por el negocio, por los negociantes, esos empresarios que utilizan métodos de producción extractivos que se parecen más a la industria minera que a la agricultura. Ello aún si tales empresarios tienen pasaporte argentino, chileno, uruguayo, italiano o árabe. Por otro lado, el régimen de la propiedad se ha complicado con respecto al de por sí injusto tradicional; al antiguo enfrentamiento entre los terratenientes y los campesinos, se ha sumado la aparición del "empresario", un señor que sólo está interesado en forma temporaria por campos que compra o alquila para una explotación de carácter extractiva y coyuntural: un monocultivo por medio de especiales tecnologías en total dependencia de los vaivenes del mercado mundial. Cierto es que hay extranjeros que están en ese negocio, pero la mayoría –insisto– son ciudadanos argentinos.
¿O es posible seguir pensando que el capital tiene patria?
¿O los cien mil millones de dólares recientemente depositados en el exterior por ciudadanos argentinos salieron del aire?
Al menos que los poseedores de esa riqueza fueran muy cristianos y resolvieran repartirla, no hay modo de corregir la distorsión entre semejante desigualdad, entre el hambre y la producción de alimentos, por la vía de la gestión estatal, sin modificar el régimen de tenencia de la tierra.
Lo que complica aún más el problema es que de ese "negocio" estamos involucrados todos de una manera u otra, aún sin saberlo. En efecto: amén de los servicios derivados (transportes, obras viales, comercializaciones, especulaciones, contadurías, etc), el Estado Nacional se financia en parte sustancial con las retenciones a las exportaciones y con ese dinero, además de pagar la deuda externa, paga los sueldos estatales, subsidios de todo tipo, incluidos los planes jefas y jefes de hogar. Desde luego, no es la "copa que derrama la riqueza", sino las migajas del gran festín, pero que llegan a millones de personas y constituye una cierta forma de contención social que amenaza transformarse en estructural.
Por ello es que encarar el problema de la concentración de la tierra, de la expulsión de los campesinos y pueblos originarios, con medidas de tipo protectoras en el sentido de soberanía nacional, es decir con legislaciones que prohiban o restrinjan la compra de tierras por parte de extranjeros, además de entretenernos en discusiones vacuas, es inútil porque, en caso de aplicar tales disposiciones legales, un extranjero encontrará cientos de argentinos dispuestos a ser testaferros.
Soberanía alimentaria, en cambio, significa que la tierra tiene como objetivo prioritario y excluyente la de alimentar en forma suficiente y sana a todos los habitantes de la Nación. Pero además, hacerlo previendo las necesidades de las generaciones futuras, utilizando métodos y tipos de producción no "extractivos" que permitan la regeneración de los nutrientes de la tierra. Una vez logrado ese objetivo, podemos empezar a hablar de "exportaciones" de los excedentes.
En fácil darse cuenta que, de lograrse algo así, los campos serían repoblados naturalmente por genuinos campesinos y abandonados por los empresarios que sólo pueden hacer negocios con las exportaciones. Y, por supuesto ¿Qué extranjero tendría interés en comprar tierras argentinas si el objetivo de las misma es –en primer y excluyente lugar–producir para la necesidad de la población? En todo caso, si acepta esas condiciones, bienvenido sea, hay lugar para muchos más todavía.
Ahora bien: cuando hablamos de reforma agraria, sin la cual es impracticable toda soberanía alimentaria, empleamos el sentido lato de la expresión, esto es: reformar el régimen de tenencia actual por otro cuyas características habrá que crear. No se refiere a la vieja consigna de todas las revoluciones burguesas, consistente en el simple "reparto" de la tierra. Habrá que pensar en la búsqueda de diversas formas de tenencia, de ocupación, de usufructo colectivo en forma tal que vayan extinguiendo la idea de propiedad de la tierra. (Tenencias comunales, cooperativas, depositarios de las comunidades originarias, etc.; respetando ciertas formas privadas por derechos adquiridos, que producen en la misma direccionalidad, en un proceso que vaya afirmando el concepto que la tierra no es siquiera "de quien la trabaja". La tierra, como el aire y el agua, es de nadie y es de todos)
Es muy importante trabajar la idea de que se trata de un sistema a crear en una práctica colectiva y no una fórmula salida de las teorías económicas. Porque la importación directa de los sistemas aplicados, primero en los EE.UU (con sus famosos farmer individuales por familia) y después en diversas experiencias internacionales, particularmente las prácticas de los distintos socialismos, sin tener en cuenta las características regionales, crearon no pocos problemas al desconocer las tradiciones de cada país, su composición rural, comunidades, costumbres de los pueblos originarios, los ecosistemas, etc.
Pensar en un país distinto –o, como se dice ahora, en otro mundo posible– no puede hacerse si no se piensa en cuál debe ser la base agraria de ese mundo que deseamos. De allí partirán todos los demás proyectos de un mundo mejor. Esto significa un vuelco coperniano a la teoría revolucionaria de los dos últimos siglos, de la que nos hemos nutrido, la que se caracterizó por razonar que el socialismo sería posible en base a la industrialización universal, empezando por la "industrialización" del campo. Hoy estamos en condiciones de asegurar que técnicas agropecuarias que los hombres y las mujeres han desarrollado a lo largo de la vida, no son comparables a la tecnología industrial, en primer lugar porque una planta o un animal es un ser vivo y tiene una historia que comparte con la propia historia de la humanidad. Podría afirmarse también que el efecto de la biotecnología en la vida vegetal y animal y en la cultura campesina es comparable al efecto de las invasiones extranjeras sobre las diversas civilizaciones.
¿Por qué esta necesidad de semejante giro, en primer lugar en nuestra cabezas? Porque, el desmoronamiento de los grandes ensayos socialistas, y la declinación de los Estados Nacionales, que además de ensayos funcionaron como contenedores de la voracidad capitalista, dejó como más evidente consecuencia, una profunda crisis civilizatoria.
Por eso es que ya no se trata como antes de cambiar el mundo sino de hacerlo de nuevo. Es decir, ya no se trata de la toma del poder para, desde el aparato del estado, construir el socialismo sobre la base material creada por el capitalismo. No sólo porque el capitalismo está podrido, como relación social que es, sino porque la gangrena se extiende a su base material, su industria, su urbanismo, su cultura, su ciencia... por eso, repito, ya no se trata de cambiar el mundo, sino de hacerlo de nuevo. Y, si construir desde el fondo de la crisis civilizatoria estamos hablando, esto es, construir desde la vida misma, es casi evidente que hay que empezar por origen de la vida misma; el campo. Asegurar primero alimentos, vestido, techo, educación y arte para todos, y desde allí hacia las demás necesidades creaciones de la cultura humana.
¿Significa esto que debamos mudarnos al campo? ¿Un "retorno a la naturaleza"? No exactamente, más bien un "retorno" mental. En cuanto a instalación física, además de ser materialmente imposible, no pasa por allí el asunto: así como en el pasado tampoco pasaba por trabajar en la fábrica para ser revolucionario y sin embargo, se aceptaba la impronta práctica de la clase obrera industrial como sustento de las elaboraciones teóricas. Se trata de asimilar que, mientras en el pasado reciente quedábamos roncos vociferando la consigna "revolución agraria" (desde las ciudades, por supuesto) oponiéndola a la muy reformista "reforma agraria", hablando de la "oligarquía vacuna", gritando contra el monocultivo en un país donde la propia clase dominante, aún por razones de mercado o por la razón que fuere, había logrado un aceptable multicultivo, y nuestra práctica militante en la ciudades se centraba en el mantenimiento de fuentes de trabajo que sólo tenían como objeto la producción de mercancías; es decir, mientras el campo era para nosotros, civilizadores urbanos, sólo la zamba "Del tiempo y mama", los empresarios –nacionales y extranjeros– habían desplazado (o se habían fusionado) con esa oligarquía tradicional y realizaban la "revolución agraria" más retrógrada de todos los tiempos. La "oligarquía vacuna" fue un nene de pecho al lado de los actuales empresarios sojeros.
De lo que se trata entonces, es de visualizar la exigencia situacional desde donde repensar y actuar. Evitar que el poder, a través de los medios de comunicación masiva, nos mantenga ocupados con el " default" (insolvencia), "riesgo país", seguridad, ALCA, MERCOSUR, balseros cubanos, invasión a Marte, deuda externa, FMI, falta de elegancia del presidente, los postizos de la primera dama, etc, mientras que los gobiernos –aun en los casos de mejores intenciones– implementan políticas que siguen embaucando a los progresistas con el sueño de la "incorporación al mundo" (como si no fuéramos mundo o el mundo estuviera en otra parte). Sin dudas que la deuda externa es un problema serio; pero al mismo tiempo es un globo sensible a una pinchadura. En tanto que la deuda interna es la realidad atroz de este país y no se resuelve pagando, no pagando o negociando. La deuda interna, la insolvencia económica, política, social, cultural y ética del Estado argentino sólo se resuelve construyendo de nuevo el país. Y ese nuevo país no podrá ser posible si no nos desembarazamos de muchos desatinos y formidables despilfarros de la cultura urbana que hemos adoptado suponiéndolos parte de un ilusorio progreso.
¿Utopía? La utopía, en el sentido negativo del término, digamos mejor, la ilusión, es pensar que la vía única del mercado mundial –incluso administrada por hipotéticos gobiernos populares, socialistas y aun con intercambios con los "socialistas" chinos– es la solución. ¿Que esto ya se sabe?. No tanto compañero; he discutido con piqueteros y trabajadores de empresas recuperadas que piensan que sólo exportando se puede salir de la pobreza.
Veamos el ejemplo más fresco: el presidente de la Nación parece haber acordado con China un jugoso intercambio. Argentina aumentará el envío de soja transgénica (y después será el maíz rr, recientemente liberado por la Secretaría de Agricultura) producido por empresarios con enorme tecnología y un puñado de personas. A cambio los chinos traerán locomotoras, recuperarán ramales de aquel abnegado ferrocarril trocha angosta para facilitar el transporte de los productos agrarios hacia los puertos más convenientes. También nos mandarán telas, ropas, zapatillas "Nike", bicicletas, herramientas, tinta china, papel, pólvora para los fuegos artificiales, etc. Cualquier comparación con la Argentina oligárquica del siglo XIX, cuando los ingleses construyeron redes ferroviarias en forma de embudo hacia el puerto de Buenos Aires, se llevaban lanas, cueros, carnes y traían desde ponchos criollos (entre otras cosas la bombacha gaucha) hasta edificios enteros, no es más que la pura casualidad de la lógica del desarrollo capitalista.
Como para cumplir esos compromisos será necesario aumentar la producción agrícola y las tierras aptas están trabajando al tope, por un lado se reemplazan cultivos arraigados y por otro se extiende la frontera agrícola hacia regiones no tradicionales, gran parte de ellas bosques nativos. ¿Ha visto Ud las fotos de las topadoras arrasando los montes? Se asemejan, no por casualidad, a los tanques norteamericanos que invadieron Irak. La diferencia es que aquellos blindados avanzaban por el desierto de arena tripulados por norteamericanos y estos paquidermos mecánicos avanzan convirtiendo los montes y la biodiversidad en desiertos verdes, tripulados y comandados por gente de civil con DNI argentino. Como lo sabe cualquiera, todo lo que se exporta incrementa de inmediato su precio interno. Los alimentos serán cada vez más caros y la mayoría de ellos vendrán de afuera, ya que la tierra está reservada a la soja. La degradación de bosques y tierra, la desertización y los cambios climáticos, serán la herencia para los hijos de los sobrevivientes, ricos y pobres.
Y hablando de pobres; lo que no se sabe del todo o –digamos de otro modo– no todos saben, es que en esos bosque nativos vive gente. En algunos comunidades aborígenes, en los más, campesinos criollos. Toda esta gente es muy cabeza dura y no quiere creer que abandonando sus campos podrán pasar a gozar de las delicias de la vida urbana en la periferia de Córdoba, Rosario o Buenos Aires. Tozudos, no se dan cuenta que su producción precaria, no tecnificada, no los sacará nunca de pobres; en cambio los sojeros logran extraer cientos de dólares por hectárea. Con la parte que retiene el Estado, ellos recibirán planes jefas y jefes de hogar, más unos pesos que pueden darle los sojeros por sus posesiones o bien para que se vayan, podrán instalarse en las ciudades donde, comerán huevos brasileños, uvas chilenas, tomates italianos, pan francés, lechuga australiana, dulce de leche japonés…en fin, habrán ingresado al mundo.
Los sojeros no son tan mala gente después de todo. En realidad la más de las veces intentan comprar el campo. Claro que el precio está muy condicionado. En primer lugar porque gran parte de los títulos, si es que los hay, es papel mojado. De todos modos ellos ofrecen unos buenos pesos, suficientes como para irse a la ciudad, comprar una casita en la villa y hasta poner algún bolichito. El sojero insiste, el campesino mira sus perros, sus diez cabras, sus dos vacas, la chancha con su cría reciente, unas veinte o treinta gallinas, pensando dónde las va a poner en la villa. Pero el sojero le resuelve también ese problema: se las compra junto con el rancho. No es cuestión de discutir por unos pesos más.
Ni modo. Gente tozuda esta, repito. El campesino no vende. Prefiere la barbarie del campo a la civilización de la ciudad. A los pocos días le robaron una vaca, precisamente la que daba más leche; la otra murió de una misteriosa enfermedad. Por otro lado se le perdieron tres cabras, algún descuidado tiró un pucho y se le incendió el cobertizo del forraje, y por la noche, a veces se oyen disparos. ¿Quién puede ser el despistado que anda cazando de noche?
Es allí cuando la inocente topadora deja de parecerse para convertirse en un tanque de guerra real.