Argentina - Entre Ríos: El fallo contra las fumigaciones y el “interés superior”
“Existiendo niños involucrados en el conflicto, rige el principio rector de su interés superior”. El fallo de Cámara Civil II de Entre Ríos puso los ojos en los miles de chicos de las escuelas rurales entrerrianas que han sido fumigados como a la maleza infame, llovidos con veneno, sometidos a la deriva de un destino marcado con proverbial claridad por el sistema.
Fue la Cámara o mejor el juez de la Cámara, Oscar Daniel Benedetto, quien miró hacia abajo y vio a los niños. Antes que la rentabilidad y los dólares de exportación y la vida sometida a la costura impecable del capitalismo, vio a los niños. Y prohibió las fumigaciones antes de los mil metros de una escuela rural si son terrestres. Y no más acá de los tres mil si son aéreas.
Entonces, en la provincia más fumigada del mundo, en la que se sostiene con el 68% de su tierra cultivable devorada por la soja transgénica, en la provincia donde Fabián Tomasi se volvió leyenda ( como le gusta decir a Patricio Eleisegui), donde aquel gobernador antiyuyo bajo cuyo mandato se enfermó Fabián era un zar sojero pero hoy reivindica a la leyenda sin una peca de pudor. En esa provincia se sintió, como si ardiera un fueguito en el reguero de la pólvora, un encantador aroma a victoria. Es que la docencia de AGMER y el Foro Ecologista de Paraná honraron esa lucha solitaria de Fabián (que es ícono y leyenda para la construcción que viene) y la hicieron cimiento de una avanzada colectiva destinada a morderle los tobillos al sistema.
“Existiendo niños involucrados en el conflicto, rige el principio rector de su interés superior”, dice el fallo de una Justicia que por una vez atisbó a la infancia. Esa entelequia que se agasaja para el Día del Niño con chupetines y facturas. Y después se olvida, hasta el próximo payaso de referencia.
La lucha de la docencia de AGMERy el Foro Ecologista de Paraná nació de ver a los chicos de los campos entrerrianos correr cuando viene la nube, huir cuando aparece el mosquito. Con sus maestras empujándolos al aula de puertas cerradas, y todos retorciéndose de la náusea, con las bocas ampolladas y los ojos ardiendo.
Pero siempre fue antes la rentabilidad y los agronegocios y los venenos imprescindibles para tener en pie un modelo productivo con escaso apego a la vida.
Y un día la Justicia respondió. Y les puso cepo a los envenenadores.
Sin embargo, el estado, con todo su aparato, con toda su maquinaria, salió a apelar. Porque entre los agroexportadores, los superproductores, los emperadores sojeros, y los niños –responsables en gran medida de ese dispendio llamado gasto social- la vereda donde pararse no acepta dudas. Y el estado, con el poder político colateral, apelaron “el principio rector del interés superior” de la infancia. Es decir, cubrieron de un amplísimo manto de olvido a los 800 chicos intoxicados en marzo. Y a todos los que día a día ven quebrarse la mañana, atravesada por un avión fumigador. O por los mosquitos que tosen su veneno por los sembrados.
Los niños rehenes de un modelo predador, socio de un sistema cruel en su esencia, deberán esperar todavía una victoria. Y tal vez crecerán con la deriva del veneno atrás, recordándoles que todo se hace de a muchos, que las victorias se van construyendo despacito, desde los pies a las ramas. Desde la semilla al fruto. Hasta que un día la utopía esté esperando con la mesa puesta.
Y ese día habrá amanecido azul.
Fuente: Pelota de Trapo