Argentina: “El agronegocio no contempla ningún derecho social ni bienestar ambiental y aun así es una actividad lícita”
Así lo manifestó Damián Marino, investigador del Conicet y la UNLP y uno de los autores del estudio que reveló que Urdinarrain es la localidad con mayor concentración de glifosato en el mundo.
En cada inicio de clases, mientras enseña las materias Química Ambiental e Introducción a las Ciencias Ambientales en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Damián Marino suele hacerles la misma pregunta a sus alumnos: “¿Qué es calidad de vida para ustedes?”
Nos han impuesto que un determinado auto, casa, televisor es lo que determina una buena la calidad de vida. Por eso en este mundo todo es ya, todo es ahora, todo es rápido |
“Ese es el tema. Desde hace mucho tiempo nos han impuesto a la fuerza que un determinado auto, casa, televisor o demás cuestiones materiales es lo que determina una buena la calidad de vida. Por eso en este mundo todo es ya, todo es ahora, todo es rápido”, responde desde una de las oficinas del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA), espacio al que representan en la universidad platense.
A Damián, que lleva más de 10 años realizando y exponiendo estudios sobre los males del glifosato y los transgénicos, no le gusta la palabra “progreso” cuando significa el ascenso de las personas a costa de la salud y la naturaleza. Es en esa lógica donde cree que se sostiene el llamado agronegocio, al que define como “una estructura comercial que no contempla ningún derecho social ni bienestar del medio ambiente y aún así es una actividad lícita”.
“Se trata de un negocio de la más baja calaña que sólo prepondera avaricia y brutalidad e incluye a las más grandes compañías internacionales, las cuales recaudan millones y millones de dólares y son capaces de presionar al gobierno de cualquier país, de poner y sacar funcionarios”, remarca. “Es la puerta de entrada, y una vez que la abriste luego es muy difícil cerrarla”, advierte.
Además de la docencia, Damián también trabaja en el CONICET y es referente del Espacio Multidisciplinario de Interacción Socioambiental (EMISA). Es por este motivo que en su agenda cuenta con viajes a distintas ciudades y pueblos del interior, donde impulsa estudios ambientales y da conferencias comprometidas y esclarecedoras en las que el tema, podría ser siempre el mismo; “abrir los ojos”.
Producto de una de esas “excursiones”, junto a su equipo recientemente logró poner en evidencia el monstruoso impacto que el negocio agrícola dominante tiene en el país. A través de un monitoreo llevado a cabo en Entre Ríos, en agosto pasado revelaron que Urdinarrain era la localidad del mundo con mayor acumulación de glifosato, herbicida que en 2015 fue declarado “cancerígeno” por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Sabiendo que era un punto estratégico del modelo agricultor, comparamos los resultados de las muestras y, luego de compararlas con informes internacionales, detectamos que los niveles de herbicida de Urdinarrain eran los más altos de todos”, cuenta el químico- biólogo, que supo compartir investigaciones con Andrés Carrasco (1946-2014), el célebre médico argentino que desafió a la comunidad científica y al establishment político-empresarial al denunciar los efectos nocivos del uso de glifosato en cultivos transgénicos cuando nadie lo hacía.
Aun así, insiste con que la gravedad del hallazgo incluso es mucho más compleja de lo que parece. “Lo que ocurre con Urdinarrain es que no se trata de un caso aislado, sino un ejemplo de lo que pasa en muchas partes del país. Si el trabajo se hacía en cualquier otro pueblo fumigado, el resultado hubiera sido muy parecido, porque no se trata del lugar sino del modelo de producción”, explica.
En total, se constató el estado de quince campos de la localidad para evaluar el nivel de impacto de las fumigaciones. Fue así que, ni bien los resultados indicaron que había restos químicos de hacía por lo menos seis años atrás, comprobaron lo que sospechaban: las moléculas del herbicida no eran biodegradables como juraban desde la industria química, sino pseudo-persistentes.
“Esto quiere decir que las concentraciones en los suelos no son recientes sino históricas. No provienen del último mes sino de los últimos años”, detalla, y añade: “Cada cinco veces que pasa la máquina fumigadora, se acumula en ese suelo un miligramo por kilo de glifosato, un porcentaje tan alto que es capaz degradar por completo a los microorganismos naturales que se encargan de limpiar los suelos”.
En la actualidad, ocho de cada diez verduras y frutas tienen agrotóxicos. Así lo afirmó una investigación realizada por la Universidad Nacional de La Plata que también Marino encabezó. Se analizaron verduras de hoja verde, cítricos y hortalizas. El 76,6 por ciento tenía al menos un químico y el 27,7 por ciento de las muestras tenía entre tres y cinco agroquímicos. “La variedad de plaguicidas es muy grande. Y el cóctel de químicos es muy fuerte”.
Comprobado: las moléculas del herbicida no eran biodegradables como juraban desde la industria química, sino pseudo-persistentes |
Retrospectiva personal
Oriundo de San Nicolás, Damián Marino creció en una casa donde la política se respiraba de manera intensa. Su padre era un referente gremial muy importante de la ciudad.
“Yo de chico jugaba en la CGT, y acompañaba a mi papá a realizar pintadas por la calle. Él tuvo que dejar el sindicalismo luego de que amenazaran de muerte a la familia”, recuerda y valora: “Eso no era luchar contra los plaguicidas, pero me enseñó a vivir en un contexto de lucha permanente”.
A nivel nacional la primera causa de muerte son los problemas cardiovasculares. En los pueblos rurales en cambio, un tercio de las muertes llega por alguna forma de cáncer, lo que representa un 50% más que en el resto del país. |
Esa crianza fue la semilla, el primer paso que lo acercó a lo que hoy es y representa. El segundo, y más trascendental, se produjo hace una década atrás en su querida Universidad de la Plata, cuando una mujer de un barrio periférico de la ciudad le pidió que la ayudara porque el terreno donde sus hijos jugaban al fútbol, de la noche a la mañana, había sido fumigado para sembrar soja.
“En ese momento –recuerda– mi respuesta fue la más estúpida. Es decir, la ortodoxa. Como la mujer tenía una botella de agua con la que había logrado tomar una muestra de la sustancia de la fumigación, le dije que necesitaba mandar un correo al laboratorio y que de ahí le iban a dar un presupuesto para hacer los análisis”.
Entonces, mientras la señora, que cargaba un bebé en sus manos, lo escuchaba perdida ante los pasos burocráticos, llegó el clic en Damián:“Me dije internamente ‘soy un estúpido’. Ahí fue que le pedí la botella e hice el análisis en el laboratorio. A los 10 minutos volví y le conté que era una mezcla de glifosato y clorimuron. Me lo voy acordar por el resto de mi vida. Ahí entendí la importancia de la voluntad, la decisión y el rol que uno tiene que cumplir en el marco de una universidad pública”. Tiempo después, ese caso sería tomado para la conformación de una ordenanza sobre la regulación de las fumigaciones en las afueras de La Plata.
Salir del pozo
“Vos hoy tenés tres grandes negocios internacionales: agricultura, minería y farmacéuticas. Eso domina el mundo y son las bases de los grandes volúmenes comerciales. Mantienen un discurso en el que se venden como mejora necesaria para la calidad de vida de la población, pero en realidad es para sostener guerras, economías subdesarrolladas y mercados cautivos”, manifiesta Marino.
La fumigación de los pueblos agrícolas es una modalidad que se fue insertando a gran escala en Argentina hace ya más de dos décadas. Precisamente en 1996, año en el que Felipe Solá, como secretario de Agricultura de Menem y Cavallo, firmó la autorización de la soja transgénica resistente al glifosato, impulsada por la multinacional norteamericana Monsanto, con la idea de “revolucionar el campo”. A partir de ese discurso, comenta Marino, y de las promesas de mejorar las economías regionales fue que los grandes terratenientes y las multinacionales encabezaron el salvajismo ambiental que hoy vemos en todas las regiones rurales como Urdinarrain.
Mientras que a nivel nacional la primera causa de muerte son los problemas cardiovasculares, en los pueblos rurales un tercio de las muertes llega por alguna forma de cáncer, lo que representa un 50% más que en el resto del país. Urdinarrain no es la excepción. De hecho, a principios de año se constataron la presencia de unos 200 casos de tumores diagnosticados. Sin embargo, ahora sus habitantes ya no parecen dispuestos a callar.
De todas formas, ante la gravedad del escenario, Damián no es pesimista. Afirma que, a diferencia de los de su generación, los de hoy representan un motor más fuerte de cambios sociales y tienen una libertad de expresión que antes no se contemplaba.
“Estamos un contexto en donde la democracia es una firme realidad, y no algo por lo que hay que pelear para tener como en el pasado. Donde las universidades ya no se ven como solo como un lugar para ‘convertirte en alguien’, sino que son un espacio de transformación. Y en donde hay causas muy presentes como la de los derechos humanos o la feminista”, explica el biólogo.
En ese sentido, es por donde la lucha por el medio ambiente también puede florecer y destaca el caso de Urdinarrain, donde el estudio de glifosato logró que esta localidad entrerriana ubicada entre los distritos San Antonio y Pehuajó Norte, rompa con sus propias cadenas y despierte un mayor nivel de concientización ambiental en una parte importante de sus 12 mil habitantes.
“Aunque enfrente hay todo un negocio fenomenal que recaudan millones y millones de dólares por año, que es capáz de presionar a cualquier gobierno y que acude al marketing para maquillar las salvajadas que comete, en Urdinarrain hubo un antes y un después porque se destapó una olla a presión. Se produjo un revuelo social altísimo que llevó a la gente a organizarse y capacitarse, realizar charlas y exigirle mejoras al Municipio”.
Hoy, cada vez son más las personas que por ejemplo, se interesan en la agroecología “una práctica sustentable que genera ganancias respetando los ciclos de los bienes naturales, asegura rotaciones de cultivos, sin usar plaguicidas y preservando la competencia de los organismos vivos que intervienen en los ecosistemas”, afirma Damián y concluye: “El cambio debe producirse de abajo hacia arriba. Caso contrario, todo seguirá igual o peor”.
Por Manuel Casado
Foro Revista Nº 35
Fuente: Foro Ambiental