Alimentos transgénicos, culpables
Proceso a los alimentos transgénicos es un libro coordinado por Julio Muñoz Rubio, publicado por Editorial Itaca a finales de 2021. Los textos explican con lógica apabullante que los alimentos transgénicos “paradigma de la nueva Revolución Verde”, no pueden solucionar problemas de hambre, de producción o del ambiente porque estarían terminando con eso que les vuelve fuente de ganancias.
Cada capítulo es parte de un rompecabezas muy complejo que va de los saltos en el pensamiento científico, a las revoluciones industriales, las infraestructuras que las sostienen y las epistemologías que las producen; al infierno de la malnutrición, el envenenamiento de suelos, agua y sangre, la deshabilitación de personas y cultivos; la violación de ámbitos identitarios, la anulación de espacios de autonomía y soberanía, y la codicia de los grandes capitales metidos a convertir la agricultura y la alimentación en mero negocio.
“La ingeniería genética en el crisol de la dictadura capitalista de la civilización material petrolera”, de Andrés Barreda, describe el asalto de la iniciativa privada a la ciencia y la tecnología a partir del descubrimiento y manipulación de las moléculas de carbono, de sus enlaces y sus posibilidades de creación. El carbono es una suerte de “andamio” sobre cuyos enlaces se construyen las moléculas de infinidad de compuestos. A partir del conocimiento sobre el carbono, el desarrollo de la química orgánica y la bioquímica convergen con la industria del petróleo.
Mientras el carbono es objeto del mayor interés científico e industrial, el petróleo construye y expande “su” civilización: infraestructuras de comunicación, transporte, exploración, explotación de más petróleo y minerales para la creación de los valores de uso de la civilización petrolera de las últimas 13 décadas. La riqueza petrolera se invirtió en fomentar el tipo de ciencia que pudiera seguir abriendo esa caja de pandora que son las posibilidades infinitas del carbono. El éxito en el “dominio del carbono” hace que se institucionalice la insistencia en enfocarse en un solo tipo de indagación, un solo tipo de acercamiento con lo vivo, un tipo dominante de biología de moléculas, fomentado y financiado por las instituciones de educación más poderosas del mundo.
La Revolución Verde es el paradigma técnico que integra los avances biotecnológicos, técnico-vehiculares y de la petroquímica en la producción agrícola. Y todos los “avances” que incorpora, derivan del petróleo. Es el diseño de la dependencia entre plantas y plaguicidas, entre suelos y fertilizantes, entre sembradíos y mecanización y entre agricultores y extensionistas.
Para que los impulsores del a Revolución Verde “triunfaran”, hubo de arrancarse a agricultura independiente, no industrial, sus posibilidades de permanencia. Pat Mooney dice que la Revolución Verde es la institucionalización del desprecio por el saber de campesinas y campesinos, es el asalto a la agricultura por “los expertos”. 3 Es decir, los fertilizantes sintéticos, los cultivos mejorados, el auge de la mecanización en el campo son posibles porque van destruyendo los suelos, los ecosistemas y la creatividad campesina para la producción de su sustento y el de mucha gente más en todo el planeta.
El éxito mareador de la agricultura industrial y sus ciencias asociadas llega al punto de ruptura total con cualquier responsabilidad ética para con la naturaleza y la vida de la gente. Las corporaciones de fertilizantes, de plaguicidas, de la industria biotecnológica, (que comparten las aplicaciones de la petroquímica) buscan el retorno veloz de sus inversiones, ganar la carrera por las patentes, experimentar sin responsabilidad y terminar con la precaución, al punto que hoy se puede patentar la vida, experimentar con poblaciones enteras (de gente, animales y plantas) y hasta se premian técnicas de manipulación genética que pueden extinguir especies.
La transgenie es un “grillete biológico” que frena las capacidades vitales no sólo de la semilla, sino de las comunidades campesinas. Destruye la conversación entre la gente y los cultivos, y la caminata en la que evolucionan juntos, explica Ramón Vera-Herrera en “Organismos genéticamente modificados: instrumentos en la deshabilitación del campesinado y en los acaparamientos emprendidos por el sistema agroalimentario industrial”.
El maíz transgénico es él mismo un ciclo que va de la deshabilitación de la semilla, al envenenamiento de suelos y plantas con plaguicidas, al vaciamiento de territorios por esterilidad la imposibilidad de producir subsistencia digna, a la migración, urbanización salvaje, pauperización de miles de comunidades, a la malnutrición y cáncer por agrotóxicos causados por la comida industrial en la que mayormente se usan los cultivos transgénicos.
Así como el maíz o cualquier alimento transgénico son el ciclo mismo de deshabilitación y muerte, el maíz campesino es el “centro de origen” de relaciones biológico-simbólico-territoriales que acogen a los pueblos y que los pueblos fortalecen con su creatividad agrícola. Esto lo desarrolla Cristina Barros en “El maíz en México. Su importancia y los riesgos que enfrenta.”
Irina Castro, Alejandro Herrera Ibáñez y Julio Muñoz explican con detalle disputas argumentativas cruciales en torno a los alimentos transgénicos en México y el mundo. Demuestran lógicamente aspectos de la arrogancia del pensamiento científico mainstream. El texto de Julio Muñoz sobre el “irresistible poder de las falacias” describe la ardua labor de científicos en posiciones de poder (por ejemplo de la Royal Society, de academias nacionales de ciencias, de institutos nacionales de salud y otros) por excluir y denostar otras formas de explicar y relacionarse con el mundo. Los transgénicos son un producto más del desarrollo epistemológico al servicio del sistema.
El maíz se ha vuelto botín industrial por partida doble: como posibilidad inacabable de negocios (por su versatilidad molecular, ni más ni menos) y como multiplicador de brazos para ser explotados, una vez que deja de ser pilar de subsistencia. El sueño empresarial es que todos los cultivos que la gente pueda sembrar y cosechar autónomamente, en cualquier lugar del mundo, tengan dueño. Con su marca registrada en los genes, los ciclos vitales pueden negociarse, manipularse o directamente destruirse.
Pero la última palabra no está para nada dicha, pues como explica Adolfo Gilly en “El tiempo del despojo. Poder trabajo y territorio”, pese a la potencia aniquiladora de estas fuerzas productivas que someten la vida y al trabajo vivo, pueblos y comunidades, barrios y personas “van refinando, en dura lucha por su afirmación y su existencia, una nueva sutileza en la creación de renovadas e inéditas formas de costumbres en común, conocimientos compartidos, organización solidaridad, resistencia y rebelión.”
Baste insistir en que hoy por hoy, el 70% de la alimentación y la nutrición que llega a la mayoría de la humanidad viene de ese sujeto colectivo que resiste a los alimentos transgénicos: comunidades campesinas, de pesca artesanal, silvícolas, de agricultura urbana, y muchas otras personas con distintos quehaceres en los sistemas alimentarios no industriales.
Para adquirir el libro: https://editorialitaca.com/libro/proceso-a-los-alimentos-transgenicos/
Fuente: Desinformémonos