Alimentos procesados, ¿los nuevos asesinos?
Los alimentos industrializados se han transformado en una importante causa de muerte, y los fallecimientos relacionados con la obesidad han alcanzado proporciones epidémicas. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 1.200 millones de personas, o cerca de un sexto de la población mundial, padece sobrepeso. Paradójicamente, ese número excede al de los hambrientos: unos 840 millones de personas se acuestan cada día con el estómago vacío. El único punto a favor es que, mientras la mayoría de los obesos viven en los países industrializados, casi todos los hambrientos viven en países del Tercer Mundo
El mundo se está volviendo obeso, incluidos los pobres y hambrientos. Según nutricionistas, cada vez más residentes de barrios precarios de Nueva Delhi, Mumbai y otras urbes agregan grasa a su cuerpo. Como resultado, la obesidad se está convirtiendo en una de las principales causas mundiales de muerte.
Como si esto no fuera suficiente, el presidente estadounidense George W. Bush anunció que Estados Unidos “tercerizará” la obesidad a India. En un discurso ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos, el mandatario señaló que, dado que millones de empleos fueron tercerizados a India desde que él asumió la presidencia, “esos empleos están engordando a los indios” en lugar de engordar a los estadounidenses.
Una razón es que la llamada tercerización de procesos comerciales ha brindado suficiente espacio en India a las cadenas de comida rápida, con la que los trabajadores llenan sus estómagos. Además, uno de los principales trabajos tercerizados es el de los locutorios, que es sedentario y contribuye al aumento de peso. Estados Unidos espera así exportar cerca de 1,5 billones de kilogramos excedentes al año. A largo plazo, entonces, la creciente industria de la tercerización creará una epidemia de obesidad en India.
Al mismo tiempo, se comercializan con impunidad alimentos manipulados genéticamente, sin ventajas visibles para los consumidores. Entre 2001 y 2004, la multinacional suiza Syngenta liberó por error unas 700 toneladas de semillas ilegales al mercado estadounidense, suficientes para producir 150.000 toneladas de maíz. Esta nueva variedad de maíz contiene un gen que la hace resistente al antibiótico ampicilina. Se teme que si los seres humanos consumen animales alimentados con ese maíz, desarrollen resistencia al antibiótico.
Mientras Estados Unidos y la Unión Europea permanecen trabados en una batalla por la certificación, el hecho es que más y más de esos alimentos indeseados e insalubres se vierten a mercados de todo el mundo. En 2001, un accidente similar de la firma Starlink costó a la economía estadounidense más de 1.000 millones de dólares. En todo caso, lo que se comercializa como “sustancialmente equivalente” no ofrece ninguna ventaja al consumidor promedio, sino que sólo ayuda a las empresas de biotecnología a aumentar sus ganancias. Dado que lo que se cultiva debe ingresar finalmente en la cadena alimenticia, los científicos se han acostumbrado a justificar la necesidad de tales cultivos para luego declararlos seguros.
Durante casi tres décadas seguidas, la industria mundial de los alimentos creció a un ritmo sorprendente, con la promesa de alimentar una población en progreso económico con comidas gustosas, rápidas y baratas. La clase rica y educada fue la primera que adoptó los alimentos envasados y de entrega rápida. Para cuando se hizo evidente que los alimentos procesados eran malos para la salud, el hábito ya se había extendido. Mientras, la industria crecía y trascendía fronteras gracias al poder de la publicidad. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), siempre dispuesta a promover tecnologías indeseables en aras de los intereses comerciales de las agroindustrias y en nombre del hambre y la desnutrición, ignoró esa insalubre tendencia alimentaria.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 1.200 millones de personas, o cerca de un sexto de la población mundial, padece sobrepeso. Paradójicamente, ese número excede al de los hambrientos: unos 840 millones de personas se acuestan cada día con el estómago vacío. El único punto a favor es que, mientras la mayoría de los obesos viven en los países industrializados, casi todos los hambrientos viven en países del Tercer Mundo. Sólo 115 millones de personas del mundo en desarrollo son obesas. Los malos hábitos alimenticios han provocado además un incremento de las enfermedades cardíacas y la diabetes.
El país que más sufre la obesidad es, por supuesto, Estados Unidos. Con su industria alimenticia fuertemente subsidiada, tanto en la etapa de producción como de procesamiento, los alimentos nunca fueron tan baratos en ese país. Alentados por la omnipresente publicidad, los estadounidenses devoran todo lo que les ofrece el mercado. Como resultado, la obesidad se ha vuelto la principal causa de muerte en Estados Unidos, dejando atrás al tabaquismo. Unas 400.000 personas mueren cada año de enfermedades relacionadas con la obesidad. Mientras, cada vez más activistas y personas afectadas acuden a la justicia para impedir que la industria alimenticia siga matando gente y reclamar indemnizaciones.
En China, que durante muchos años combatió la desnutrición, los informes indican que más de 22 por ciento de la población es obesa, y esa proporción crece rápidamente. En India, un estudio del Instituto de Estudios Médicos para Toda India (AIIMS, por sus siglas en inglés) reveló que 27 por ciento de los niños en edad escolar son obesos. Y otro estudio del Centro de Investigaciones sobre Obesidad (COR), de Kanpur, demostró que, entre 1998 y 2003, India invirtió 3.750 millones de rands en el tratamiento de problemas relacionados con la obesidad, y los contribuyentes debieron hacerse cargo de la mitad de esa cuenta. Esto se debe a que los centros urbanos de India, donde vive apenas cinco por ciento de la población nacional, consumen 40 por ciento de los alimentos grasos.
La obesidad también crece rápidamente en los países de Europa oriental, donde se ha triplicado en los últimos 25 años. En Australia, cerca de 20 por ciento de los niños y adolescentes padecen sobrepeso u obesidad. En Medio Oriente, la tasa de obesidad llegó a 60 por ciento. En Japón, cuya población es tradicionalmente delgada y de talla baja, la obesidad aumenta a un ritmo alarmante entre los hombres de 20 a 60 años.
Esta tendencia debe preocupar tanto a consumidores como a autoridades gubernamentales. Como señaló la Agencia Británica de Normas Alimentarias, si la obesidad sigue aumentando al ritmo actual, los jóvenes de hoy no podrán vivir tanto como sus padres. Sin embargo, cuando la OMS responsabilizó este año a la industria de los dulces por la creciente diabetes y exhortó a reducir el consumo de azúcar, la industria reaccionó y obligó a la agencia internacional a retirar su informe.
Al mismo tiempo, preocupada por el enojo de los consumidores, la industria alimentaria de Estados Unidos se unió para enfrentar las crecientes demandas legales. Asimismo, en distintos países, impidió a los gobiernos restringir su propaganda en la pantalla chica. La reciente marcha atrás del gobierno de India en sus medidas contra la industria de los refrescos dejó claro quién decide lo que la población debe comer y beber. Y la expansión ilimitada de las cadenas McDonald’s y Wimpy’s a los rincones más remotos del mundo en desarrollo es un reflejo del respaldo de los medios de comunicación masiva a los alimentos poco saludables.
Esto nos lleva a una pregunta más fundamental. Se ha dicho con frecuencia que el consumidor es el mejor juez de la economía de mercado y que él toma las mejores decisiones. Por lo tanto, la industria alimenticia lo complace dándole lo que pide. En definitiva, el consumidor es un estúpido.
Tomemos el caso del tabaquismo. Los paquetes de cigarrillos advierten claramente que fumar es perjudicial para la salud, pero aun las personas más educadas fuman de todos modos. ¿Cómo se puede afirmar que los consumidores son sabios si las ventas de cigarrillos siguen aumentando pese a todas las advertencias?
De manera similar, una vez que la industria alimentaria causó el daño, no se cuestiona la seguridad de los nuevos productos transgénicos. Así como los consumidores no fueron lo suficientemente perspicaces para percibir el daño de la comida rápida a su salud, tampoco hacen ningún esfuerzo por cuestionar la seguridad de los productos modificados genéticamente que aparecieron de repente en el mercado.
Después de todo, ¿en qué beneficia al consumidor ingerir un frijol de soya con un gen que lo hace resistente a los herbicidas? ¿Cuándo comenzarán los consumidores a hacerse estas preguntas sencillas?
Un estudio japonés-estadounidense publicado por los anales de la Academia Americana de Ciencias concluyó que la carne y la leche del ganado clonado es similar al de los animales normales. “La mayoría de los parámetros de la composición de la carne y la leche de animales clonados no difieren significativamente de la de los animales modificados genéticamente”, determinó el estudio.
Entonces, ¿qué hay de malo con la carne y la leche del ganado común? ¿Por qué debemos optar por ingerir productos de animales transgénicos? ¿Para qué la industria produce estos animales si el ganado normal no es de inferior calidad?
La falta de respuesta a preguntas como éstas provoca la muerte de cientos de miles de personas en todo el mundo. Estas muertes no son consecuencia de la pobreza ni del hambre. La epidemia de los alimentos procesados afecta en primer lugar a los ricos y educados, cuya única culpa es comer todo aquello que se les pone delante. Como al ganado, se los conduce sin resistencia a un matadero.
Los alimentos industrializados se han transformado en una de las principales causas de muerte, y la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas. ¿Quién le pondrá el cascabel al gato? (FIN) Third World Network Features
Acerca del autor: Devinder Sharma es un analista de políticas alimentarias, residente en Nueva Delhi. Envíe sus comentarios a ni.ten.lnsv.fdn@amrahsd .
Fuente: Servicio Informativo de la Red del Tercer Mundo