Alberto Acosta: “El desarrollo es un espejismo”
El exministro de Energía y Minas y expresidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador habla del Buen Vivir y cómo superar el capitalismo.
Por Kathrin Hartman
29 de mayo, 2017
Alberto Acosta, usted estuvo involucrado como presidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador en gran medida en la inclusión del "Buen Vivir" en la Constitución ecuatoriana. ¿Qué puede significar eso? ¿De dónde viene el concepto?
El Buen Vivir sintetiza vivencias más que conceptos o teorías. Se nutre de los valores, de las experiencias y sobre todo de las múltiples prácticas existentes en comunidades indígenas, aunque en más de una ocasión estas vivencias no son consideradas dentro de lo que podemos definir como Buern Vivir o sumak kawsay. Definitivamente no es creación de la alguna universidad o de algún partido político o de algún personaje iluminado.
En la medida que recoge la continuidad de la vida en armonía de los seres humanos viviendo en comunidad y de éstos viviendo en armonía con la Naturaleza, posiblemente desde hace cientos de años, nos ofrece una serie de lecciones de cómo se podrían imaginar otros mundos en donde quepan todos los mundos, siempre asegurando la justicia social y la justicia ecológica.
Lo que podemos considerar como la comunidad indígena, en términos amplios, tiene un proyecto colectivo de futuro con una clara continuidad desde su pasado. Una clara demostración de responsabilidad con la vida misma. Esas utopías andinas y amazónicas, emparentadas con otras formas similares de vida a lo largo y ancho del planeta, se plasman –de diversas maneras- en su discurso, en sus proyectos políticos y en sobre todo en prácticas sociales y culturales, inclusive económicas. Aquí radica una de las mayores potencialidades del Buen Vivir.
Estas cosmovisiones, atadas a territorios específicos, plantean opciones diferentes a la cosmovisión occidental al surgir de raíces comunitarias no capitalistas, armónicamente relacionadas con la Naturaleza. Desde esa lectura, el Buen Vivir plantea una transformación de alcance civilizatorio al superar las visiones antropocéntricas para abrir las posibilidades a aproximaciones sociobiocéntricas, aunque en realidad se trata de una trama de relaciones armoniosas vacías de todo centro; comunitaria, no solo individualista; sustentada en la pluralidad y la diversidad, no unidimensional, ni monocultural.
Para entender el Buen Vivir se precisa en particular un profundo proceso de decolonización en lo político, en lo social, en lo económico, por cierto en lo cultural.
El Buen Vivir se basa no sólo en los Derechos Humanos, sino también en los Derechos de la Naturaleza. ¿Qué significa eso?
El tema de los derechos en tanto institución que norma la vida de una sociedad, que es muy importante, se consolida sobre todo en la Modernidad. En estricto sentido no surge desde el mundo indígena. Allí sus derechos ancestrales tienen otras formas de expresión dentro de sus propias prácticas comunitarias; no son derechos transcritos en códigos y leyes como los que conocemos en el mundo occidental.
Eso, sin embargo, no significa que se niegue para nada la validez de los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza. Lo que debe quedar claro es que hay que aceptar que los seres humanos somos comunidad social y comunidad ecológica simultáneamente. Eso nos conmina a vivir en armonía / equilibro entre todos los seres humanos: individuos y comunidades, y también con la Naturaleza.
Desde esa perspectiva los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza son complementarios y de allí se desprende que no habrá justicia social sin justicia ecológica, y viceversa.
Usted escribe que la separación entre la Naturaleza y el ser humano tiene que ser superada. ¿Qué quiere decir esto en particular para las sociedades de consumo de los países ricos? ¿Volver a la Naturaleza?
El reencuentro con la Naturaleza implica, en primer lugar, aceptar que los seres humanos somos Naturaleza. No estamos para dominarla, menos aún para destrozarla. De allí se deriva la necesidad de empezar a desmercantilizar la Naturaleza, por ejemplo el agua no puede ser negocio en tanto es fundamental para la vida. Y si se plantea la emancipación de la Naturaleza de su condición de esclavitud, lo propio habrá que proyectar para los seres humanos, superando la explotación de los seres humanos en función de la acumulación del capital. A lo anterior se suma la desmercantilización de los bienes comunes.
La tarea parece simple, pero es en extremo compleja, pero no por eso menos urgente. Entonces, en lugar de mantener el divorcio entre la Naturaleza y el ser humano, hay que propiciar su reencuentro, algo así como intentar atar el nudo gordiano roto por la fuerza de una concepción de vida depredadora y por cierto intolerable, la capitalista.
Las ideas del Buen Vivir provienen de los Andes y de otros países del Sur. ¿Es acaso posible transferible ese Buen Vivir a los países del Norte?
La tarea es aprender de las experiencias de pueblos que han sabido vivir con dignidad y armonía desde tiempos inmemoriales; eso sí, sin llegar idealizar la realidad indígena profundamente atravesada y afectada por siglos de colonización, que todavía perdura. Estos aportes poseen tal vigor que incluso, en un hipotético caso, de que desaparezca la vida en comunidad en muchas poblaciones indígenas, todavía serían capaces de brindarnos elementos para la reflexión y la construcción de otra civilización. De eso se trata este asunto.
Un punto debe quedar claro, al hablar de Buen Vivir o sumak kawasy (en kechwa), como se dice en Ecuador, o de Vivir Bien o sumak kawasay (en kichwa) o suma qamaña (en aymara), como se acostumbra a decir en Bolivia, pensemos en plural. Es decir, nos imaginemos buenos convivires, y no un Buen Vivir único y homogéneo, que resulta imposible de cristalizar.
De lo anterior derivamos un punto fundamental: no se puede trasladar el Buen Vivir andino o amazónico, por ejemplo, a otras realidades. La tarea sería construir un Buen Vivir ajustado a cada realidad y a cada territorio, desde la vigencia de los principios básicos del Buen Vivir: armonía y equilibrio entre los seres humanos y con la Naturaleza. El Buen Vivir no surgirá por un esfuerzo de
calco y de copia. Sin embargo, bien se puede discutir cómo construir el Buen Vivir en otros espacios y otros territorios. Y por supuesto, uno de los mayores retos será pensar cómo construir el Buen Vivir en las ciudades.
Lo que debe quedar absolutamente claro es que el Buen Vivir, de ninguna manera, puede erigirse en un mandato global único co mo sucedió con el fracasado concepto de “desarrollo” desde mediados del siglo XX.
Por un lado, cada vez más personas en todo el mundo, incluso en las sociedades ricas, se sienten afectadas por lo que Ulrich Brand y Marhus Wissen denominan “el estilo de vida imperial”, posible a expensas de la gente y la Naturaleza, especialmente en los países del Sur. Por otra parte, al mismo tiempo se mantiene con firmeza el sistema existente y se cree en la promesa de la felicidad que provoca el consumo. ¿Cómo puede explicar usted la brecha entre el conocimiento y el desplazamiento?
La conservación y expansión global de los modos de vida imperiales, es decir, el sostenimiento del status quo que beneficia especialmente a grupos relativamente minoritarios, ha establecido una suerte de consenso pasivo en amplios sectores de la población. En realidad, los modos de vida imperiales ya eran parte de la colonización desde el siglo XVI, y también del sistema capitalista mundial del siglo XIX. Pero en aquellas épocas se limitaban a las clases superiores. No alcanzaron un nivel hegemónico, pues no llegaron a determinar la reproducción de los imaginarios de vida de la mayoría de la población y sus prácticas cotidianas.
Fue recién a mediados del siglo XX que, mediante los modos de vida imperiales, las constelaciones capitalistas se arraigaron en la vida diaria de las personas en el Norte global: los automóviles, el consumo de carne, los productos industriales, casas unifamiliares, frecuentes viajes de turismo, etc. Con diversas velocidades, esos modos de vida se infiltraron en el Sur global, ya no solo entre las élites dominantes. De hecho, el obvio atractivo del modo de vida imperial para las clases medias en los países empobrecidos es, también, una causa de la hegemonía del neoextractivismo, en tanto implica obtener los recursos que permitan financiar dichos estilos de vida imperiales.
El modo de vida del Norte global es “imperial”, pues –asegurado por medios políticos, jurídicos y/o violentos, y empujado por los intereses del capital en su acumulación– presupone el acceso ilimitado a recursos naturales, a espacios territoriales cada vez más amplios, a fuerza laboral relativamente barata y a sumideros de contaminación en otros lugares.
Lo preocupante es que las expectativas que genera “el modo imperial de vida” prefiguran una forma de vida ideal buscada por amplios segmentos de la población mundial, inclusive por aquellos grupos humanos que por múltiples razones –ecológicas, económicas, sociales, culturales e inclusive políticas- nunca podrán llegar a satisfacer esas idealizaciones. Y, por lo tanto, vivirán en un estado de permanentes frustraciones, incapaces de impulsar otras formas de pensarse y organizarse para construir sociedades que aseguren una vida digna a todos sus miembros.
En su libro „Buen Vivir – Vom Recht auf ein gutes Leben“ (Oekom Verlag) ("Buen Vivir - El derecho a un Buen Vivir" (en alemán), usted escribe que la ideología del desarrollo y el crecimiento conducen al extractivismo y a la destrucción. ¿Puede explicar brevemente esa relación?
Aceptemos que las matrices coloniales del extractivismo impuestas a sangre y fuego hace más de 500 años, siguen de una u otra manera presentes, expandiéndose permanentemente con la megaminería o el fracking para mencionar dos de los extractivismos más voraces. Los países del todavía mal llamado “tercer mundo” fueron entonces condenados a ser productores y exportadores de materias primas. Y desde esa imposición se fue consolidando una estructura no solo económica y social, sino cultural que se expresa en la necesidad imperiosa de aprovechar esa riqueza natural para lograr el crecimiento y por ende el desarrollo.
Así l os países productores y exportadores de materias primas, es decir de Naturaleza, insertos como tales sumisamente en el mercado mundial, son funcionales al sistema de acumulación capitalista global. Y como hemos comprobado en la historia hasta la saciedad, esta no ha sido en ninguna circunstancia la vía para el desarrollo, si es que todavía seguimos persiguiendo ese fantasma –el desarrollo- que ha movilizado inútil y perversamente a la Humanidad como nunca antes en la historia.
Lo que interesa tener siempre presente es que el sistema capitalista metropolitano ha dependido siempre de un exterior menos desarrollado, sus colonias, por ejemplo, y de un proceso de ampliación permanente de sus fronteras de explotación extractivista, para asegurarse el suministro de bienes e incluso servicios, como sucede ahora con el mercado de carbono.
Aquello de que los países “subdesarrollados” con el tiempo podrían “igualar a los países desarrollados” nosotros", es una narrativa potente en los países “subdesarrollados” y, en última instancia, una legitimación de la vida imperial. ¿Tiene sustento esta tesis?
Esta es una pregunta fundamental. La reproducción del modo imperial de vida en todo el planeta, que englobe a toda la Humanidad, es un imposible. El modo imperial de vida demanda explotación de Naturaleza y de seres humanos. No en vano el capitalismo es un sistema destructor que se nutre de sofocar todo lo que tiene que ver con la vida: trabajadores y trabajadoras, tanto como los bienes naturales.
Es más, ¿cuántos países se han desarrollado? ¿Son desarrollados los países “desarrollados”? En el mundo –podemos decirlo categóricamente- prima el “maldesarrollo”, inclusive entre los países que se consideran desarrollados. En esos países que se asumen como desarrollados afloran cada vez más las señales de su maldesarrollo: las brechas que separan a los ricos de los pobres se ensanchan permanentemente; la pobreza no ha sido superada; la destrucción de la Naturaleza, que ya ha llegado a niveles insostenibles, se debe sobre todo al “desarrollo” de esos países, que viven muchos más allá de la capacidad de resilencia y resistencia de sus propios ambientes naturales, sin dejar de sobreexplotar los ambientes de los países empobrecidos.
¿Cuál es el papel que cumple el colonialismo y en qué forma está todavía vigente?
Con el advenimiento del colonialismo se produjo un quiebre conceptual en todo sentido. Las sociedades colonizadas perdieron sus valores, se derrumbó su civilización, perdieron hasta su propia historia. La Naturaleza se transformó en recursos naturales requeridos como insumos –vía comercio colonial- para la producción industrial y el consumo sobre todo del Norte; así la Naturaleza fue transformada -por esta concepción del mundo occidental- en materia muerta y manejable, abriendo la puerta a diversas formas de extractivismos. Simultáneamente el racismo, que se consolidó y expandió desde hace 500 años, se convirtió en “la más profunda y perdurable expresión de la dominación colonial, impuesta sobre la población del planeta en el curso de la expansión del colonialismo europeo”, a decir de Aníbal Quijano. Desde entonces, el racismo ha sido la más arraigada y eficaz forma de dominación social, material, psicológica y por cierto política. Y el racismo es, a su vez, uno de los pilares de la sobre explotación de la mano de obra del Sur global; la esclavitud es su forma más extrema.
Así el racismo, los extractivismos y la explotación masiva de la fuerza de trabajo –los tres cimientos del capitalismo- se convirtieron en elementos dominantes de la Modernidad, en la que los países empobrecidos asumieron un papel subordinado y dependiente. Una realidad que no ha cambiado hasta nuestros días.
En su libro escribe con claridad que simplemente no es posible establecer un orden social basado en los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza. ¿Debe ser superado el capitalismo para que entonces se pueda hacer realidad el Buen Vivir?
Exactamente. Si queremos asegurar una vida digna para todos los seres vivos del planeta, sin excepciones, promoviendo relaciones de armonía y equilibrio entre todos, hay que plantearse con seriedad la superación del capitalismo.
Pero, esto es primordial, los buenos convivires –en plural, para no reeditar ningún intento mandato global como fue la simpleza y la locura del desarrollo- deben encontrar alternativas emancipadoras desde dentro del propio capitalismo, que servirán como soporte para remontar al propio capitalismo. Las prácticas, las experiencias y los valores del Buen Vivir andino o amazónico, por ejemplo, demuestran que es posible. No se trata, entonces, de primero superar el capitalismo y recién entonces plantearnos el Buen Vivir. No. Definitivamente no. Elementos del Buen Vivir están presentes ahora de múltiples formas, con existencias inclusive de cientos de años.
¿Cómo entonces se hacer para que dentro del capitalismo se ponga en práctica una estrategia que supere esta situación?
Ya lo dijo Karl Marx, desde el seno de la vieja sociedad emerge la nueva. Arrastrando sus taras y no de la noche a la mañana se superará esta civilización que “ vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, en un proceso llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza” , como afirmó el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría.
Eso nos plantea la necesidad de construir transiciones múltiples para salir del capitalismo. La salida no implica más capitalismo por más que al modernizarlo se intente humanizarlo, una tarea inútil, por lo demás. Se precisan estrategias claras y sólidas que prevean las transiciones para superar el capitalismo. Lo interesante es que esas estrategias no serán posibles desde los actuales estados y tampoco solo desde el Estado.
Estas discusiones –presentes de diversas maneras en la realidad del todavía vigente sistema capitalista– se nutren de la imperiosa necesidad de promover en el mundo la vida armoniosa entre los seres humanos, y de estos en la Naturaleza; una vida que ponga en el centro la autosuficiencia y la autogestión de los seres humanos viviendo en comunidad. Este esfuerzo debe estar normado por algunas cuestiones medulares que garantizan la reproducción de la vida y no la del capital. Ese es, en definitiva, un gran desafío para la Humanidad.
En lugar de ello, sin embargo, existe la idea de que se podría transformar “lo malo en bueno” – por ejemplo con el “crecimiento verde”, desarrollado las nuevas tecnologías e impulsando iniciativas de sostenibilidad de los productos problemáticos, ampliando la mercantilización de la Naturaleza con el comercio de emisiones, por ejemplo. ¿Es esto una trampa?
Este aspecto es importante en la constelación actual. La normalidad dominante del “modo de vida imperial” actúa como filtro para la percepción y el manejo de la crisis. Por ejemplo, al menos en el Norte global, la crisis ecológica se ve mayoritariamente como un problema medioambiental y no como una crisis social integral. Ello conduce a que, en la gestión de la crisis, sigan predominando soluciones tecnológicas casi siempre inmersas en patrones de mercado: la llamada “economía verde”. Así vemos que se abre la puerta al comercio de derechos de emisión en la política climática, para citar apenas un elemento para continuar mercantilizando la Naturaleza: una verdadera aberración.
Las personas que defienden una modernización integral del capitalismo o un green new deal o “economía verde” no cuestionan la Modernidad, es decir el capitalismo mismo. Creen que se pueden encontrar respuestas estructurales en su seno. Son unos ilusos. Y no solo es, son responsables de ahondar la trampa de la mercantilización permanente de la Naturaleza.
Los Sustainable Developement Goals, que adoptaron las Naciones Unidas después de los fallidos Millenium Developement Goals, también están orientados casi exclusivamente al crecimiento económico. ¿Cómo se explica la acción de instituciones como la ONU? ¿Por qué no mejor impulsar un cambio estructural?
Es quizás entendible por qué Naciones Unidas no logra proponer salidas claras y efectivas. El todo no puede ser mejor que las partes. ¿Quiénes conforman las Naciones Unidades? Los Estados. Y ¿qué Estados?, sería la siguiente pregunta. La mayoría de esos Estados están representados por gobiernos que piensan en las próximas elecciones y no en las próximas generaciones. Y casi todos esos Estados no se plantean una superación del capitalismo.
La conclusión es simple, todas esas propuestas en el seno de las actuales Naciones Unidas, por más importantes que aparezcan o que incluso sean en realidad, siempre serán insuficientes.
Lo nuevo no se puede conseguir con herramientas antiguas. Más allá de los gobiernos, instituciones y empresas capitalistas, ¿cuál sería el papel del ciudadano?
Ese es el reto. Superar el capitalismo y construir otra civilización desde el seno de las propias sociedades capitalistas. Eso nos demanda mucha creatividad para emplear las instituciones existentes, como pueden ser los procesos electorales, a pesar de todas sus limitaciones, con el fin de ir transformando dichas instituciones en el sentido de los cambios profundos que se planteen.
¿Y el decrecimiento sólo afecta a los ricos del Norte o también a las clases dominantes del Sur?
Por supuesto. Si en el Norte Global hay que impulsar procesos de decrecimiento, en el sur Global hay que, por lo menos, liberarse de la religión del crecimiento económico. No solo que se puede, sino que se debe resolver muchos problemas sin crecimiento de la economía.
El crecimiento puede ser necesario en determinadas circunstancias, sobre todo para superar determinadas deficiencias fundamentales, por ejemplo en educación y salud, a través de más escuelas y más hospitales, pero siempre en función de otra educación y otra salud. Eso, entonces, no justifica cualquier tipo de crecimiento.
Manfred Max Neef fue muy claro en una carta abierta al ministro de Economía de Chile, 4 de diciembre del 2001:
“Si me dedico, por ejemplo, a depredar totalmente un recurso natural, mi economía crece mientras lo hago, pero a costa de terminar más pobres. En realidad la gente no se percata de la aberración de la macroeconomía convencional que contabiliza la pérdida de patrimonio como aumento de ingreso. Detrás de toda cifra de crecimiento hay una historia humana y una historia natural. Si esas historias son positivas, bien venido sea el crecimiento, porque es preferible crecer poco pero crecer bien, que crecer mucho pero mal”.
De lo anterior se desprende que la organización misma de la economía debe cambiar de manera profunda. Este es quizás uno de los mayores retos. El crecimiento económico, transformado en un fetiche al cual rinden pleitesía los poderes del mundo y amplios segmentos de la población, debe ser desenmascarado y desarmado. Algo fácil de decir, pero difícil de hacer al margen del consenso y participación popular.
Y es evidente que en ambos lados del globo habrá que dar paso a profundos procesos de distribución equitativa de los ingreso y de redistribución profunda de la riqueza.
Usted, como uno de los pioneros de la Iniciativa Yasuní-ITT en Ecuador, que proponía dejar el petróleo en el subsuelo de una zona biodiversamente muy rica, le sigue apoyando a pesar de que ha fallado. ¿Por qué? ¿Qué podemos aprender de ella hoy?
Ecuador sorprendió al mundo en el año 2007, cuando propuso dejar en el subsuelo del Yasuní, en plena Amazonía, un significativo volumen de petróleo. Esta propuesta, conocida como la Iniciativa Yasuní-ITT, que surgió desde la sociedad civil, no alcanzó a consolidarse a nivel oficial debido a las inconsistencias y las contradicciones del propio gobierno ecuatoriano. Por cierto también pesó la insensibilidad de los gobiernos de las naciones poderosas y la voracidad de los representantes de los intereses petroleros.
Entonces, no es cierto que “la iniciativa se adelantó a los tiempos, y no fue comprendida”, como dijo el primer mandatario ecuatoriano, el 15 de agosto de 2013, al anunciar la finalización de la misma. En realidad, quien no la comprendió y no estuvo a la altura del reto propuesto por la sociedad ecuatoriana al mundo fue el propio presidente ecuatoriano. Tampoco es tan cierto aquello de que “el mundo nos ha fallado”, pues el gobierno ecuatoriano no logró estructurar una potente y coherente estrategia política para cristalizar esta utopía.
Sin embargo, esta Iniciativa nos deja algunos resultados satisfactorios.
Empecemos por reconocer que el tema se ha posicionado en el debate nacional e inclusive a nivel internacional en sus múltiples aristas. Además, frente al reclamo cada vez más aceptado que hay que bajar y evitar las emisiones de CO2, esta es una propuesta concreta de cómo dejar de extraer los hidrocarburos protegiendo la Naturaleza. Tengamos presente que, según la Agencia Internacional de la Energía, con sede en París, que de ecologista no tiene un pelo, hay que mantener en el subsuelo las dos terceras partes de todos los combustibles fósiles, sino que queremos que la temperatura de la Tierra crezca en más de dos grados adicionales, y si asumimos ese reto, solo tendríamos un 50% de probabilidad de que se consiga esa meta.
Para relievar la trascendencia de esta Iniciativa, habría que hacer un seguimiento de otras propuestas derivadas directa o indirectamente de la idea de no explotar el petróleo del ITT, que ya han permitido acuñar el término “yasunizar”. ¿Dónde? En lugares como el Delta del Niger, las islas Lofoten en Noruega, San Andrés y Providencia en Colombia o Lanzarote en las islas Canarias. En esta vía, en los Estados Unidos, México, Argentina o Colombia, así como en Francia y otros lugares en Europa se realizan esfuerzos para evitar el fracking. Este tipo de propuestas abriría la puerta para caminar hacia una transición energética que permita superar la fase de los combustibles fósiles, cuyos límites biofísicos están a la vista.
Desde esa perspectiva, superando visiones estrechas y egoístas, se espera que muchas iniciativas de este tipo florezcan en el mundo. Repito una vez más, la consigna es crear dos, tres… ¡muchos Yasuní!
En Ecuador, la Iniciativa Yasuní-ITT, estrechamente atada a las ideas del Buen Vivir nos abre puertas. ¿Qué hacer?
Esta revolucionaria Iniciativa se enmarca en una posibilidad real de cristalizar el Buen Vivir a nivel global. Propone la vigencia plena de los Derechos Humanos para los pueblos en aislamiento voluntario, marginando aquellas visiones que intentan racionalizar e inclusive justificar el sacrificio de dichas comunidades en bien de una colectividad más grande: la nación. Y abren la puerta para el reencuentro de los seres humanos con los otros seres vivos desde los Derechos de la Naturaleza.
¿Cuáles son las formas de Estado y las instituciones para hacer realidad el Buen Vivir?
Este es un punto clave. La solución no está en el Estado y menos aún, en el mercado en tanto institución que pretende normar la vida misma. Se requiere otro tipo de Estado –quizás un Estado Plurinacional, como proponen los movimientos indígenas de Bolivia y Ecuador–, que puede contribuir a la construcción de una sociedad no jerarquizada ni autoritaria, siempre que esté controlado desde abajo, desde lo comunitario.
Cómo recuperar la política, en tanto espacio vivo de la sociedad, es decir desde abajo, es otra pregunta.
¿Y cuál será un esbozo de un sistema económico que impulse el Buen Vivir?
De una u otra forma, se expande por el mundo la construcción de alternativas para generar una forma distinta de organización de la economía y de la misma sociedad. Requerimos otra economía para otra civilización, eso debe quedar claro. Y eso no se conseguirá de la noche a la mañana. Serán necesarios muchos procesos de transición.
Esto demanda que los nuevos motores de la economía giren alrededor de la solidaridad, reciprocidad, complementariedad y armonías, y por cierto de la relacionalidad. Desde esa lógica se debe de-construir la racionalidad capitalista y construir / reconstruir alternativas, para superar al capitalismo.
Al reconocer y valorar otros saberes y prácticas, así como al reinterpretar socialmente la Naturaleza desde imaginarios culturales, como los del Buen Vivir o sumak kawsay, se podrá construir esa nueva racionalidad social, política, económica, cultural, indispensable para la transformación.
Entonces, en lo económico se precisa empezar a re-organizar la producción, desengancharse de la excesiva dominación de los mecanismos de mercado (sobre todo mundial), restaurar la materia utilizada, para reciclarla y reordenarla en nuevos ciclos ecológicos. El mundo necesita también una racionalidad ambiental que de-construya la irracionalidad económica, a través del reencuentro con la Naturaleza y la reterritorialización de las culturas.
Las visiones utilitaristas deben ceder paso a otras aproximaciones sustentadas en los Derechos de la Naturaleza y en los Derechos Humanos. Así, el abastecimiento de las sociedades se transformará desde estas nuevas y renovadas perspectivas de reproducción de la vida: las viviendas y el transporte, las ciudades y el campo, el sistema de agricultura y alimentación, la educación y la salud, la comunicación y el vestuario.
En concreto la economía debe echar abajo todo el andamiaje teórico que vació de materialidad la noción de producción y separó ya por completo el razonamiento económico del mundo físico, completando así la ruptura epistemológica que supuso desplazar la idea de sistema económico, con su carrusel de producción y crecimiento, al mero campo del valor. Esto nos conmina a evitar las acciones que eliminen la diversidad, reemplazándola por la uniformidad que provoca la megaminería o los monocultivos, por ejemplo. Estas actividades rompen los frágiles equilibrios sociomabientales, produciéndose desequilibrios cada vez mayores.
Por otro lado, si la economía debe subordinarse a los mandatos de la Tierra, el capital tiene que estar sometido a las demandas de la sociedad humana, que no solo es parte de la Naturaleza, sino que es Naturaleza. No se trata de mantener una Naturaleza intocada y peor aún una estructura social injusta a cuenta de sostener los equilibrios ecológicos. Eso sería intolerable.
De lo anterior se desprender la urgente necesidad de dar paso a esquemas de profunda redistribución de la riqueza y del poder, así como de construcción de sociedades fundamentadas en equidades en plural. No solo está en juego la cuestión de la lucha de clases, es decir el enfrentamiento capital-trabajo. Está en juego la superación efectiva del concepto de “raza” en tanto elemento configurador de las sociedades dependientes, en donde el racismo es una de sus manifestaciones más crudas. También es tarea fundamental y urgente la superación del patriarcado y del machismo en todas sus manifestaciones, como puede ser la homofobia.
¿Conoce de enfoques similares que podrían contribuir al éxito? ¿Existe este tipo de enfoques en los países del Norte?
Hay muchísimas opciones en el Sur global que ofrecen opciones de alguna manera similares a las del Buen Vivir de América, como lo sería el ubuntu de África o el svarag de la India.
En el Norte global, a modo de una simple muestra de un universo cada vez más grande, destaco las conocidas como “comunidades de transición” (transitions towns), que pretenden dotar de control a las mismas comunidades, para soportar el desafío del cambio climático y de la construcción de una economía postpetrolera. Este movimiento está activo en varios países de todo el mundo. Los orígenes de la propia Energiewende (transformación energética en Alemania) pueden ser incorporados en este esfuerzo de construcción de otro mundo desde las comunidades. La propuesta de la renta básica sin condiciones es otra opción digna de apoyo. En esa línea podríamos incluir todas aquellas iniciativas que buscan al menos controlar los flujos financieros y el manejo imperial del endeudamiento externo: impuesto Tobin, el Tribunal Internacional de Arbitraje de la Deuda Soberana, un código financiero internacional, un banco central mundial (superando el FMI y el Banco Mundial), eliminación de los paraísos fiscales, entre otras.
¿Qué sería lo más importante que tenemos para viabilizar el Buen Vivir para todos? ¿Cuáles factores y fuerzas hay que potenciar y cuáles habría que debilitar debemos fortalecer y debilitar?
Primero debemos tener en la mira un cambio de era. Habrá que superar la postmodernidad, en tanto era del desencanto. No puede continuar dominando el modelo de desarrollo devastador, que tiene en el crecimiento económico insostenible su paradigma de modernidad. Habrá, entonces, que derrotar a la idea del progreso y su vástago más pernicioso: el desarrollo.
Quiero anotar en este punto que muchos años, realmente décadas, me he dedicado a estudiar la cuestión del desarrollo. He sido incluso profesor de teoría del desarrollo en varias universidades dentro y fuera de mi país. Pero ahora me siento como un profesor de astronomía, que al concluir sus largos años de observar el espacio y de haberse especializado en el estudio de una estrella, constata que esa estrella está apagada… o peor aún que esa estrella fue apenas un reflejo dentro de un complejo sistema de relaciones estelares.
Eso sucede con el desarrollo. Es una suerte de espejismo que moviliza a la Humanidad. Y por eso mismo a partir de la actual crisis del capitalismo hay que procesar nuevos imaginarios de vida digna. Esto demanda nuevas formas de organización civilizatoria para hacer realidad esas transformaciones, que permitan reconstruir –potenciando lo local y lo propio– otro tipo de Estados, renovados espacios de gestión regionales y locales, para desde allí construir democráticamente espacios globales democráticos, en fin, otros mapas territoriales y conceptuales
Es imperiosa, en definitiva, la necesidad de promover en el mundo la vida armoniosa entre los seres humanos, y de estos en la Naturaleza; una vida que ponga en el centro la autosuficiencia, la autodeterminación y la autogestión de los seres humanos viviendo en comunidad. El esfuerzo debe estar normado por estas cuestiones medulares que garantizan la reproducción de la vida. Ese es, en definitiva, un gran desafío para la Humanidad.
Es urgente abordar todos los desafíos políticos y analíticos existentes, desde visiones plurales y con acciones colectivas que demandan sociedades fundamentadas en la igualdad y las equidades. Una tarea que nos conmina a caminar radicalizando la democracia: ¡siempre más democracia, nunca menos!
NOTA: Esta entrevista se publicó inicialmente en alemán, en una versión más corta que la entrevista en español aquí
Kathrin Hartman, autora y periodista.
Fuente: Rebelión