Agua, trasnacionales y nanotecnología

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El problema del agua dulce no es que no alcance para la población mundial -al igual que la producción de alimentos, es suficiente para abastecernos a todos-, sino su injusto acceso y distribución, su acelerada contaminación y su despilfarro. El 70 por ciento del agua dulce disponible globalmente es utilizado en la agricultura industrial y 15 por ciento en otras industrias. Que a su vez son los responsables de la mayor y peor contaminación, debido a la filtración de agrotóxicos, la salinización de aguas y la contaminación industrial

Mientras la falta de acceso al agua es una tragedia para millones de personas en el mundo -según la Organización de Naciones Unidas más de mil 300 millones de personas sufren escasez de agua, y otro tanto sólo la consigue sucia o contaminada-, para otros es un fantástico negocio. Según el Banco Mundial, el mercado del agua en el orbe excede el billón de dólares anuales.

Del total de agua del planeta apenas 2.8 por ciento es agua dulce. La mayoría está en polos y glaciares, y resta sólo 0.02 por ciento de agua superficial y 0.37 por ciento en aguas subterráneas, cuyo acceso requiere tecnologías de extracción cada vez más profundas.

Sin embargo, el problema del agua dulce no es que no alcance para la población mundial -al igual que la producción de alimentos, es suficiente para abastecernos a todos-, sino su injusto acceso y distribución, su acelerada contaminación y su despilfarro. El 70 por ciento del agua dulce disponible globalmente es utilizado en la agricultura industrial y 15 por ciento en otras industrias. Que a su vez son los responsables de la mayor y peor contaminación, debido a la filtración de agrotóxicos, la salinización de aguas y la contaminación industrial.

Frente a las múltiples crisis del agua (acceso, distribución, degradación, despilfarro) -generada por esos actores, pero que sufren principalmente los más desposeídos- la solución mágica que impulsan los creadores de políticas del capital trasnacional, como el Banco Mundial, es la privatización. La mayoría de las fuentes y distribución de agua en todo el mundo son públicas, pero debido a contratos de concesión para extraerla, distribuirla, purificarla y/o embotellarla se está instrumentando su privatización de facto. En México, las principales trasnacionales del agua (Suez, Vivendi, RWE) tienen una importante presencia en 20 estados, completamente fuera del radar público.

Tal como sucede en otros importantes sectores, como la energía, la agricultura y la salud, hay un peligroso coctel de factores que se complementan: al control de mercado se suma el control de las patentes y las tecnologías claves.

Dos empresas -Vivendi y Suez- tienen 70 por ciento del mercado mundial de agua, que es controlado por 10 trasnacionales. Las mayores son empresas múltiples que incluyen extracción, construcción de redes, distribución y rubros anexos -como las nombradas y Saur, RWE y Bechtel- hasta llegar a empresas de alimentos y bebidas, como Nestlé, Coke, Pepsico, Danone, Unilever, según Tony Clarke y Maude Barlow en Oro azul.

La nanotecnología (manipulación de la materia viva o inerte, a escala nanométrica, o sea de átomos y moléculas) emerge como una tecnología pivotal en aspectos claves como la purificación y desalinización del agua.

Mark Modzelewski, director de Lux Research, analista de la industria nanotecnológica, informó el 22 de marzo de 2005 a UPI que "los principales acuíferos sufren un proceso de salinización creciente debido a la agricultura, al tiempo que se espera que la demanda de agua dulce crezca 70 por ciento en los próximos 25 años". Frente a la salinización y los problemas de contaminación industrial y fecal, Modzelewski considera que solamente la nanotecnología puede enfrentar estos problemas simultáneamente.

Por ejemplo, KX Industries, de Connecticut, ha desarrollado filtros basados en membranas nanotecnológicas antivirales y antibacteriales. El principio básico es que los poros de las membranas son tan minúsculos que pueden filtrar hasta los organismos más pequeños. A ello se agrega el tipo de material utilizado. La empresa Argonide de Standford hace nanofibras de aluminio, cuya carga eléctrica positiva atrae a los microbios cargados negativamente. Otras construcciones incluyen materiales fotocatalíticos que someten el agua filtrada a rayos ultravioletas, potencialmente destruyendo solventes industriales, plaguicidas y gérmenes.

Zvi Yaniv, presidente de Applied Nanotechnology en Austin, afirma que se pueden crear nuevos materiales con polímeros que se autoensamblen en membranas. Su compañía trabaja con un socio japonés para producir columnas nanométricas de óxido de titanio, que funcionarían como potentes fotocatalizadores. Otra tecnología de su empresa se basa en sensores constituidos por nanotubos de carbono recubiertos por enzimas, que reaccionan frente a la presencia de contaminantes. Es decir, nanobiotecnología.

Modzelewski afirma que tanto Vivendi y Suez, como General Electric, el mayor proveedor público y privado de equipamientos hidráulicos, están utilizando nanotecnologías, licenciando patentes sobre ellas o por conducto de proveedores más pequeños. Estima que es sólo cuestión de tiempo para que alguna de estas megaempresas compre a las pequeñas y controle, además del mercado, las patentes y tecnologías claves.

Además del control corporativo, junto con la nanotecnología vienen nuevos riesgos ambientales y a la salud, así como cuestiones de bioética al crear organismos híbridos con nanobiotecnología. Aunque hay pocos estudios, varios científicos sugieren que el óxido de titanio en nanopartículas, así como los nanotubos de carbono, pueden tener efectos nocivos en la salud y el ambiente. ¡Y la apuesta es usarlos en las redes de agua que llegan a millones de personas! Paradójicamente, la industria presenta estos usos supuestamente positivos y que según ellos "beneficiarán a los pobres" para justificar socialmente el uso de estas nuevas tecnologías. Sólo que de paso podrían estar agregando nuevos problemas, quizá aún más graves, a este recurso vital para la vida en el planeta.

La autora es investigadora del Grupo ETC.

Fuente: La Jornada, México

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