Agricultura de montaña
Tras los programas agrícolas o agroforestales de muchas partes del mundo hay la intención de terminar con la agricultura de montaña, o agricultura itinerante —que justo tiene una relación profunda con las llamadas tierras ociosas o abandonadas.
Pero no hay tierras ociosas o abandonadas: ése es un mito que han corrido las agencias extensionistas desde principios del siglo XIX para apoderarse de tierras que terminan siendo cruciales y ambicionadas en diferentes momentos o por diferentes razones. Esas tierras “ociosas”, son ricas en biodiversidad, de lo micro a lo macro. Esos “bosques en recuperación”, bosques bajos o acahuales, como se les nombra en México, cumplen parte del ciclo largo de esa agricultura itinerante, que no podemos confundir con el método de “tumba-roza y quema”, o lo que se cree que es. Porque los pueblos tienen precisiones importantes en cómo se tumba, cómo se quema y cómo se roza. Las agencias extensionistas pretenden confundirnos difamando a las comunidades que por milenios han trabajado la agricultura de montaña. Sus métodos ancestrales derivan de NO tener una parcela delimitada por persona o familia sino de ejercer un territorio entre quienes integran la comunidad. Tal territorio, extenso y variado, puede irse clareando someramente con fuego, manteniendo material vegetal y ceniza en las parcelas para ir sembrando ahí por temporadas, siempre que haya el suficiente espacio (territorial) para ir rotando el cultivo y así mantener la viabilidad del sembradío que siempre es policultivo en la feracidad plena: no una chacra o milpa acotada de cuatro variedades sino una que es casi monte comestible (maíz, frijol, calabaza [zapallo], chayote [huisquil, guatila o chuchú, papa del aire}, , chile, quelites [yerbas amarantáceas] de muchísimas variedades, jitomates [rojos], miltomates [de cascarilla], herbolaria medicinal y muchos hongos, bichos y microorganismos que fertilizan el entorno, se refuerzan mutuamente, se comen las plagas, y su presencia propicia el equilibrio, no sólo del sembradío, sino del agua, del bosque que lo cubre y de la microregión donde esto ocurre. Y por supuesto una cantidad impresionante de animales que se equilibran entre sí.
Hoy, en varios enclaves de América Latina, notablemente México y Centroamérica, la agricultura de montaña o itinerante es un nicho donde se mantiene la enormísima variedad de maíces nativos, resurgen variedades alimentarias inusitadas, y es el corazón de comunidades en resistencia. Esto sin menospreciar las milpas o chacras que existen en terrenos parcelados y fijos en todo el país.
Donde pervive la agricultura de montaña, su impulso hace posibles asambleas animosas y dispuestas a defender su territorio, y es así porque una agricultura de este tipo no puede ser individual; es familiar, es comunitaria, es de organización.
En México hay 6.89 millones de hectáreas de terrenos de uso común dedicados a esta agricultura en los núcleos agrarios “colectivos” del país.
A los funcionarios les urge “regularizarlos” para meter a la gente a la “aparcería” y la agricultura por contrato. Quieren que todas las áreas de uso común de ejidos y comunidades estén individualizadas.
Fragmentar los núcleos agrarios y reordenar los territorios para responder a la lógica de los megaproyectos parece ser uno de sus objetivos centrales, además de trastocar la naturaleza de la relación comunidad-tierra, y volverla una relación asalariada, dependiente, que ya no tenga como foco el vínculo de la gente con su entorno, sino la dependencia hacia los programas, hacia las instancias de gobierno, hacia la economía monetizada. La prohibición de la agricultura itinerante rompe la relación de la gente con el monte. Les vuelve “agricultores”, en el sentido más chato del término. Esto, claro, alimentado de muchos prejuicios, pero también de la conciencia de que esa relación con el monte es promotora de autonomía.
Así, desde las instancias gubernamentales y sus ONG afines, desde las corporaciones y sus centros de investigación, se propalan las peores versiones contra la agricultura itinerante. En un estudio publicado por el WRI, los autores recuperan el comentario de un analista del siglo XIX, H. Cleghorn, que en 1851 publicó un libro (Forest of India), que es una joya de racismo colonialista y agresivo. Cleghorn escribió: “El cultivo itinerante no debería ser tolerado salvo en países muy salvajes y despoblados [...] conduce a hábitos desasosegados y se aparta de los cultivos regulares [...] Es llevado a cabo por salvajes que podrían mejor ser empleados con enormes rendimientos en los trabajos públicos o en las plantaciones cafetaleras”.
Hoy hasta pretenden responsabilizar a las comunidades de los enormes incendios forestales de años recientes, cuando que quien le prende fuego al bosque para que se consuma y después establecer ahí un nuevo horizonte de monocultivos industriales sin biodiversidad, invernaderos, ganadería, desarrollos inmobiliarios, parques eólicos o voltaicos es gente a la que el monte le estorba por dedicarse a la agroindustria.
El monte y su vegetación no le estorban a la gente que ha convivido con la selva por milenios. Su relación es sagrada y saben cuidarla. Hoy sabemos que las florestas de gran diversidad no serían como las conocemos sin la relación con los humanos que han construido socialmente sus re-equilibrios ambientales. Lo natural es social y lo social deviene directo de la relación de los pueblos con la naturaleza.
La agricultura de montaña, itinerante, no busca, en lo absoluto, promover deforestación. Según la definición de Survival International, “son cultivos rotativos en claros abiertos para ser cultivados (normalmente con fuego), que después se dejan regenerar transcurridos unos pocos años”. Esto ha configurado en milenios complejos sistemas agrícolas que impulsan la fertilidad y la permanencia del entorno con el que conviven, en una relación ontológica donde lo sagrado tiene un gran peso. Sí utiliza fuego, de un modo muy controlado, muy planeado. La idea es calentar el suelo con la ceniza, y dejar una cama de material fértil que sirva de asiento a los cultivos, sobre todo en laderas empinadas. Es real que el aumento poblacional desmesurado disminuye mucho las posibilidades de esta agricultura.
El investigador Frank H. Wadsworth, en un manual de prácticas agrícolas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) señala que “la agricultura itinerante es tal vez el sistema más agrícola más antiguo, una fuente de subsistencia para más de 250 millones de personas en los trópicos”.
Se acusa a las milenarias poblaciones guardianas del bosque, de incendios que son maniobra de deforestadores y acaparadores de tierras para cambiar el uso de suelo. y acaparar tierra y agua para sus plantaciones. Los incendios y el derribamiento de vegetación son acciones promovidas por monocultivadores que tumban todos los árboles de un predio escogido, arrastran con trascavos y cadenas toda la vegetación secundaria para dejar parejo el suelo, colocan todo al centro y le prenden fuego en una acción irresponsable y criminal.
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