Abacá: esclavitud moderna en los campos de Ecuador

Idioma Español
País Ecuador

El abacá o cáñamo de Manila es considerado una de las fibras del futuro. Ecuador es el segundo productor mundial de esa materia prima, después de Filipinas, y solo en 2018 exportó hacia Estados Unidos, Europa y Asia 7.233 toneladas del producto, por un valor de 17,2 millones de dólares. Pero en los campos de la empresa Furukawa, en la costa ecuatoriana, hombres, mujeres y niños producen abacá en condiciones precarias. 105 trabajadores y extrabajadores rechazan la violación de sus derechos laborales y básicos. El gerente de la empresa se defiende.

La máquina desfibradora retira el exceso de agua del abacá. Pero un hilo de abacá puede convertirse en una navaja. Muchos se han mutilado en ese proceso. No cuentan con indumentaria adecuada.

En Ecuador, en el lenguaje popular, se les dice ‘mochos’ a quienes les falta una parte del cuerpo a causa de algún accidente. En las haciendas de la empresa Furukawa Plantaciones C.A. del Ecuador trabajan muchos abacaleros con huellas de mutilaciones producto de su trabajo. “Pierna mocha, mano mocha”, dicen ellos, para explicar los riesgos que corren al procesar el abacá sin seguridad alguna, sin implementos adecuados y sin protección para un trabajo de tan alto riesgo.

Furukawa es una empresa de capital japonés establecida en la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas hace 55 años, pero cuenta con 32 haciendas que ocupan una superficie de 2.300 hectáreas repartidas en esa y en dos provincias más, Los Ríos y Esmeraldas. Aunque su gerente, Marcelo Almeida Zúñiga, confirma que registra en su nómina a 198 empleados, la cantidad de trabajadores que extraen abacá en sus plantaciones para venderlas a la empresa, sin vínculos laborales legales, es mucho mayor.

Almeida —quien también es cónsul general honorario de Noruega en Ecuador desde hace 15 años— no recordó, durante una entrevista concedida a Plan V y a La Barra Espaciadora, que la empresa haya adquirido alguna vez ropa de trabajo ni implemento alguno de seguridad industrial para sus empleados; “no lo puedo saber todo, usted cree que que uno alcanza a saber eso”, respondió.  Dos días después, a través de un correo electrónico, escribió: “Los trabajadores de Furukawa sí reciben toda clase de implementos para su trabajo, como guantes, ropa, mascarillas y todo los demás. Les reitero mi invitación a comprobarlo”. (sic).  Pero en el campo la realidad es otra.

El abacá es una planta de la cual se extrae una fibra altamente resistente, que incluso ha sido usada por la industria automotriz como sustituta de la fibra de vidrio. Pero esa misma propiedad la vuelve mortal para los trabajadores que la procesan. Un solo filamento puede convertirse en una peligrosa navaja capaz de mutilar extremidades. La mayoría de accidentes ocurre con los abacaleros que usan las máquinas desfibradoras, unos artefactos que fueron traídos desde Japón e India y durante más de medio siglo no han sido reemplazados. En estas desfibradoras, que operan con diésel, los trabajadores envuelven la fibra para retirar el exceso de agua y para deshilachar. En un descuido, la fibra puede atrapar una extremidad.

Niños caminan por un acceso lastrado para ingresar o salir de una hacienda de Furukawa. Los niños deben caminar para llegar a la carretera e ir a la escuela. Los padres, a veces, les pagan una moto que vale un dólar. Pero no siempre tienen los recursos y los sacan de la escuela.

Eso le ocurrió a Wilfrido Santos, en 1985. Su pierna derecha casi fue mutilada. Los médicos le pusieron –dice él– una caja de hierro para unir el hueso. De tanto caminar, la pierna ha tomado la forma de un gancho y ahora cojea. Volvió a trabajar en el abacá porque es lo único que sabe hacer, igual que otros cientos de trabajadores como él. Hace dos años fue golpeado de nuevo con la máquina, así que la dejó y ahora solo corta tallos de abacá a cambio de 10 centavos de dólar por cada uno.

En los campamentos, inspectores laborales encontraron a un joven sin su antebrazo izquierdo. En las haciendas aún se recuerda a un menor de edad que se cortó la pierna, pero algunos abacaleros dicen que –en ese caso– la empresa sí lo indemnizó. Almeida reconoce que una persona sufrió la amputación de la pierna y afirma haberle entregado dinero para que se comprara una artificial y se montara una casa. Él dice estar seguro de que en su compañía no hay una alta incidencia de accidentes.

Pero la Defensoría del Pueblo y cuatro ministerios (Salud, Inclusión Social, Trabajo y Gestión de la Política) han corroborado que existen personas con discapacidad por accidentes laborales en las tierras de Furukawa. Hay hombres sin dedos o con cortaduras por machete o cuchillo como consecuencia de otras tareas manuales. Niños y mujeres también tienen lesiones en sus manos. “Yo no puedo aceptar mientras no vaya a verificar –contestó Almeida a la pregunta sobre la existencia de violaciones de derechos humanos en sus propiedades–; ustedes están haciendo afirmaciones sobre niños, sobre personas heridas, claro que hay heridas. ¿Cuántos muertos hay en las calles en manos de los choferes?”.

El abacá es la ‘ fibra del futuro’ para la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Pero en Ecuador, el segundo exportador mundial de abacá, el tiempo parece haberse detenido para los cientos de agricultores que trabajan para Furukawa. En cada una de las 32 haciendas de Furukawa existen campamentos donde viven los abacaleros con sus familias o con parte de ellas. Se hacinan en pequeñas habitaciones hechas de bloque y cemento. Un cuarto puede albergar a entre una y ocho personas. Las precarias y viejas construcciones no tienen baños y la gente bebe agua de pozo o de un estero cercano, contaminado por los residuos del abacá. Tampoco tienen luz eléctrica. Cada campamento cuenta con un generador eléctrico que solo se enciende durante tres horas, al final del día, mientras dure el combustible que deben comprar los mismos trabajadores. En algunos de esos habitáculos se amontonan las camas o colchones, cocinetas y cilindros de gas.

Las privaciones son parte de la vida de los abacaleros, que reciben entre 200 y 300 dólares al mes, cuando en Ecuador el salario básico es de 394 dólares. En decenas de testimonios recogidos por Plan V y La Barra Espaciadora en seis campamentos, la mayoría de padres dijo haber sacado a sus hijos de la escuela por la falta de recursos. Hay quienes nunca fueron a una escuela y apenas pueden garabatear sus nombres sobre un papel. Muchos campesinos no tienen cédula de identidad y algunos de ellos incluso nacieron dentro de algún campamento. Para mejorar los ingresos, niños y adultos mayores también trabajan en el abacá.

Desde hace un año, 105 trabajadores y extrabajadores de la empresa han denunciado esas condiciones, así como no tener seguridad social ni beneficios laborales. Una de las principales razones de su malestar es la falta de un contrato con la empresa, pese a trabajar y vivir en las instalaciones de Furukawa. 25 haciendas de las 32 que tiene han sido arrendadas a abacaleros, analfabetos y con conocimientos rústicos del oficio, quienes tienen el compromiso de vender el abacá que cosechan solo a esa empresa.

Con ese contrato de arrendamiento, Furukawa se libera de toda responsabilidad laboral. Por eso, quienes han salido de la empresa ahora exigen sus liquidaciones y quienes siguen adentro piden que sean respetados sus derechos laborales y básicos. Pero Furukawa no los reconoce como sus empleados. Ese centenar de abacaleros y muchos que siguen trabajando para la empresa y soportando estas violaciones por temor y por necesidad, esperan aún una respuesta de las autoridades ecuatorianas.

Mientras tanto, siguen operando la mortal máquina desfibradora. En medio de un ruido ensordecedor, Adolfo Quiñónez, de 34 años, la manipula en pantalones cortos y con un delantal de plástico. Lleva 16 años en ese oficio y dice que se salvó de milagro una vez que un pequeño hilo le rodeó la pierna. “Estuviera mocho”, cuenta ahora, aliviado. El agua que sale del abacá salpica sus piernas y su piel luce afectada por granos. Cuando llueve, su trabajo es aún más peligroso, porque el piso se vuelve resbaloso. El maquineo es un oficio que aprendió de los mayores solo mirando. En esa desfibradora, unas tablas ayudan a que los menores de edad alcancen el pedal de la máquina. Los guantes –de esos que sirven para lavar vajilla– se los ha comprado él mismo.

Muchos obreros han adecuado su vestimenta por su cuenta para disminuir los daños. Gilber Chilla pone dentro de sus botas de plástico un pedazo de tallo de abacá para evitar los callos que se originan por el roce constante con las plantas. Reventados los poros de su rostro con gotas de sudor, cuenta que empezó como ‘tusero’ a los 13 años. Esa es otra tarea dentro del proceso del abacá. El tusero o tuseador es la persona que saca la fibra de los tallos de la planta que el zunqueador ha tumbado antes y ha amontonado en lo que llaman ‘ruma’. El tusero desprende las capas exteriores del tallo hasta encontrar la fibra, la clasifica según su calidad, pues entre más blanca sea más valor tiene en el mercado, y arma nuevos montones llamados tongos o ‘tonguillos’. Un abacalero que hace esta tarea siempre tendrá cortes en sus manos, aunque use los guantes de lavar platos que él mismo ha comprado.

Pero otros trabajan a piel viva. A Joffre Chila los dedos le han quedado como garabatos por trabajar sin guantes. Intenta cerrar sus manos completamente pero no puede. Los nudillos se han brotado y estirado por la fuerza que debe hacer para cortar y jalar la fibra. Sus manos son un par de guantes tiesos llenos de callos luego de 21 años de trabajo en Furukawa. Sus labores empiezan a las 05:30 y terminan a la misma hora por la tarde. En la noche sufre muchos dolores.

Los callos se deben al uso del cuchillo en su trabajo como ‘tusero’. En el mundo del abacá existen seis tareas manuales que los trabajadores se reparten. Además del ‘maquineo’ y el ‘tuseo’, está el ‘zunqueo’ y el ‘talleo’ que consiste en quitar las hojas a los tallos; el ‘burreo’ o el traslado de la fibra en burros hasta la máquina, y el ‘tendaleo’, que significa colgar las fibras en galpones tipo invernaderos para secarlas. Esta última tarea la hacen, sobre todo, las mujeres. Ángela, una madre adolescente, cubre su cabeza con un gorro navideño para evitar el polvillo que sale del abacá.

Si alguien sufre un accidente dentro de los campamentos, el jefe de grupo o arrendatario, que es quien recibe quincenalmente el pago de la empresa para repartir entre sus trabajadores, debe buscar atención médica en algún centro de salud público o buscar a un médico privado. Los gastos los debe cubrir él. Ángel Sánchez, arrendatario de una hacienda en Furukawa, paga al final del mes a una doctora para que atienda a los abacaleros de su campamentos cada vez que tienen un corte. La experiencia heredada de generación a generación es la única capacitación que han tenido.

En una inspección realizada el 20 de noviembre de 2018 a Furukawa, el Ministerio de Trabajo halló 31 incumplimentos a las normas de seguridad y salud, entre ellos, la falta de información de los trabajadores sobre los riesgos en esas labores. El Reglamento Interno de Trabajo de la empresa data de 1966. Pero el gerente dice desconocer esos reportes.

Una relación laboral oculta

El abacá es como una planta silvestre. No es necesario sembrarla manualmente. Es resistente y no requiere de mayores cuidados como abonos y pesticidas. A lo largo de la vía Quevedo-Santo Domingo, donde se asienta la mayor parte de las haciendas de Furukawa, las plantaciones se ven desde la carretera. En ocasiones se confunden con plantas de banana por su gran parecido.

Las mujeres se dedican al 'tuseo' con rudimentarias herramientas: cuchillo y guantes compradas por ellas.

Pero el abacá es de origen filipino. Las cepas fueron traídas al Ecuador por la familia japonesa Furukawa hace más de medio siglo. En busca de un lugar con buenas condiciones climáticas para su cultivo, llegaron a Santo Domingo en 1962. Un año después fundaron la empresa Furukawa Plantaciones C.A. del Ecuador. Tres generaciones de esa familia pasaron por la compañía. Los últimos fueron Kenichi Furukawa, fallecido en 1994, quien heredó a su esposa Hiroko Furukawa la empresa. Ella murió hace cuatro años y desde entonces hubo cambios en los accionistas. Ahora la compañía japonesa FPC Marketing Co. Ltd. tiene el 99% de las acciones. Dentro de esa empresa hay accionistas japoneses y filipinos.

En la actualidad, la directora general de Furukawa es la empresaria filipina Orpha M. Noveno, relacionada con la industria del abacá en su país. Filipinas es el primer exportador de esa fibra en el mundo. Ecuador le sigue en segundo lugar pero a distancias considerables. Mientras Filipinas exporta cerca de 57.000 toneladas al año, Ecuador llega a las 10.000, según cifras de la FAO. La organización estima en 60 millones de dólares la producción mundial anual.  Datos del Banco Central del Ecuador de 2016 establecieron en 15 millones de dólares los ingresos para el país, mientras que, según cifras proporcionadas por el Ministerio de Agricultura y Ganadería, durante el 2018 Ecuador recibió 17,2 millones de dólares por la exportación de 7.233 toneladas de la fibra.

Furukawa es la segunda empresa exportadora de abacá desde Ecuador. Entre sus clientes está Ahlstrom Chirnside, una firma de Reino Unido líder en materiales a base de fibra. Entre los compradores poco frecuentes están Pacific Fibre and Rope, una compañía de cuerdas en los Estados Unidos, y Specialty Pulp de Filipinas que, entre otros materiales, fabrica papel moneda. También vendió a Toyota Tsusho Corporation, de Japón, que es parte del Grupo Toyota. Japón es uno de los principales países a los que exporta Furukawa. También España. Según Almeida, el abacá ecuatoriano está siendo usado para la fabricación de dólares, de fundas de té, coberturas de alimentos e indumentaria médica.

En su sitio web, Furukawa publica que al establecerse en 1963 en Santo Domingo tuvo que superar grandes obstáculos por la falta de desarrollo de esa zona. “Por lo cual la familia Furukawa y la Compañía con su nombre han recibido un especial reconocimiento de parte del Gobierno de Ecuador”. La empresa –dice su gerente– jamás ha tenido problemas serios en materia laboral y nunca ha dejado de pagar los beneficios que a sus empleados les corresponden. En nómina tiene 198 trabajadores, de ellos 147 son obreros. Pero fuera de ese grupo están los que procesan el abacá como arrendatarios y de quienes Almeida se desentiende.

A raíz de las denuncias del año pasado, las autoridades han regresado a mirar a ese mundo casi desconocido llamado abacá. La mayor parte de trabajadores proviene de Esmeraldas, la provincia más empobrecida del país. Hace medio siglo las fuentes de trabajo eran tan escasas que cuando se corrió el rumor de que la empresa había llegado, hombres y mujeres caminaron hasta Santo Domingo. Los más viejos recuerdan que la noticia se difundió de boca en boca y ahora la mayoría de abacaleros es afroecuatoriana.

Desde febrero de 2018, un grupo de ellos ha enviado cartas a ministros y al presidente Lenín Moreno afirmando que han trabajado en esas plantaciones durante décadas sin ningún beneficio laboral y que en la actualidad, bajo la modalidad de arrendamiento, la empresa se exime de las obligaciones laborales que debería asumir.

Pero Almeida dice que el problema se inició en 2008, cuando la Asamblea Constituyente por iniciativa del presidente Rafael Correa eliminó la tercerización laboral y la contratación por horas. “Hasta el 2008, la totalidad de las empresas siempre trabajamos con trabajadores intermediados o contratistas”. Pero ese cambio “a nadie le hizo un favor”. Almeida dice que en el campo no puede tener obreros a tiempo completo porque solo se requiere para tareas temporales como la siembra o la cosecha. La empresa –afirma– empezó a contratar a más trabajadores. “Pero las personas en el campo sufren desfases en su vida: son personas alcoholizadas, con juicios de alimentos. Casi quiebra la empresa y los abogados nos aconsejaron arrendar las haciendas”.

Una de la cláusulas del contrato dice que será obligación del arrendatario asumir las responsabilidades laborales, incluida la afiliación a la seguridad social. Pero los obreros que en el mejor de los casos han culminado su educación primaria han contado que en la Notaría 4 de Santo Domingo, los funcionarios no les dejaron leer el documento que firmaron. “Incluso yo pedí una copia para asesorarme, tampoco me dieron”, narra uno de ellos. El mismo Almeida deslizó una confesión, durante la entrevista que sostuvo con esta alianza periodística al relatar que algunos arrendatarios debieron imprimir su huella digital en los documentos, lo que ocurre, precisamente, cuando el firmante es analfabeto.

Esa figura ha sido calificada por el Ministerio de Trabajo como una “maniobra patronal no muy ética” y en un informe del 10 de enero pasado sugiere una multa de 20 remuneraciones por 36 trabajadores, lo que asciende a 277.920 dólares. También recomienda una sanción de 7.720 dólares por no justificar descuentos en los roles de pago y la suspensión de sus actividades. Almeida, en la entrevista que sostuvo con Plan V y La Barra Espaciadora, dijo no conocer ese informe. Sin embargo, para él el contrato es legal y legítimo. En su opinión, “agitadores” han llegado a las haciendas a romper su calma.

Según los arrendatarios consultados, el pago semanal que reciben por el abacá es de 640 dólares, que al mes suma 2.560 dólares. Este dinero se debe dividir entre ocho o más obreros. El arrendatario asume los costos de la gasolina y el diésel para las máquinas y los daños. También tiene un descuento de 50 dólares por derecho de tierra. “Le pago a la gente, pero yo me quedo con los brazos cruzados”, dice uno de ellos. Pero la empresa maneja otros datos. En 2018, el promedio de ingresos mensuales por arrendatario fue, según datos proporcionados por Henry Peralta, contralor de Furukawa, de 6.452 dólares.

Las denuncias incluyen desalojos de los campamentos. Claudio Mora, de 72 años, terminó sus días en la empresa de forma inesperada. Allí trabajó 30 años. Pero el 19 de diciembre de 2003 se cortó mientras trabajaba y al volver se encontró con que su campamento había sido desalojado. No lo dejaron entrar más. Susana Quiñónez también fue expulsada en esa fecha. Ella recuerda que entró la Policía y realizó disparos al aire. Una de esa balas –cuenta– le llegó a un tío suyo que luego falleció. “No les importó que había niños”. Una forma de deshabilitar un campamento es retirando la máquina, dicen los obreros.

A la justicia han llegado 80 demandas laborales. Lo confirma el mismo gerente de Furukawa. Pero para él, “es normal” ese número de procesos contra una empresa que tiene décadas. En el sistema judicial muchas de esas demandas han sido archivadas o desechadas por los jueces porque los demandantes no pudieron comprobar la relación laboral. Ramón Leones fue uno de ellos. Viajaba constantemente a Quito, pero al ver que no avanzaba el proceso, “lo dejé botado”. En los expedientes judiciales, los afectados dijeron haber sido contratados en su mayoría de forma verbal. También registran testimonios de malos tratos. “Negro abusivo, no te voy a pagar”, le dijo un jefe de personal de la empresa a un guardia de seguridad, según su relato. Quiñónez también tiene otra frase grabada: “No te vamos a dar nada, negra, vayas a donde vayas”.

Furukawa, para expertos y activistas, es quizás el peor caso conocido hasta el momento sobre violación de derechos humanos y laborales en Ecuador. Escondidos en miles de hectáreas de abacá, generaciones completas han nacido y crecido en medio de una precariedad calificada por esos mismos analistas como infrahumana. El abacá, en esos predios de Furukawa, es sinónimo de olvido. ¿Quién dejó que pasara?

TEXTO: DIEGO CAZAR BAQUERO Y SUSANA MORÁN. FOTOS: LUIS ARGÜELLO

Espere el martes la segunda entrega de esta investigación sobre la salud, la educación y la vivienda de los trabajadores de abacá por  Plan V y  La Barra Espaciadora

Fuente: Plan V

Temas: Criminalización de la protesta social / Derechos humanos

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