14 miligramos de glifosato en sangre
"Durante sus últimos años, Ana se dedicó a crear la Red Federal de Docentes por la Vida. A pesar del fallecimiento de su fundadora, se trata de un grupo cada vez más amplio. En poco tiempo, Zabaloy fue capaz hacer crecer una semilla que recién comienza a florecer".
En una cocina del pueblo de San Antonio de Areco hay una foto de una mujer de no más de 60 años sonriendo junto a sus alumnos de la Escuela Rural Nº11 José Manuel Estrada. A pocos metros, descansan sobre una repisa pintada de azul pastel varios libros de literatura infantil; algunos de ellos llevan la dedicatoria de los autores. Clavado a la pared, un dibujo: cuatro chicos y una maestra con guardapolvo levantan un cartel que dice “No contaminar”. El único objeto pintado de negro es un mosquito (el dispositivo que se utiliza para fumigar los campos); en el margen superior, se lee: “No fumigar en la escuela porque se enferman los alumnos y la maestra”. El autor de la obra se llama Axel, y cuando la dibujó no tenía más de ocho años. Sólo transcurrió una semana de la muerte de Ana Zabaloy, y a pesar de que apenas son las cuatro de la tarde, la casa entera permanece en penumbras. En el jardín trasero, los naranjos de la huerta están casi en flor.
Ana falleció de cáncer el 8 de junio de este año, en el Hospital Emilio Zerboni de San Antonio de Areco. Su foto, acompañada por un texto de Patricio Eleisegui —autor del libro Agrotóxicos—, tuvo más de 7000 compartidos en redes sociales. A lo largo de seis años, ella fue docente y directora de la Escuela Rural Nº 11 José Manuel Estrada, un pequeño establecimiento ubicado a 20 kilómetros del casco urbano.
Cuando transcurría junio de 2012, Ana fue a cargar el termo a la cocina de la escuela y observó un avión negro atravesando los campos vecinos. Un alumno suyo identificó el olor del pesticida. Ese día, la maestra volvió a su casa con una parálisis facial que duró varias semanas. Poco tiempo después, supieron mediante un análisis médico que el veneno que ella había aspirado contenía 24-D, uno de los componentes del Agente Naranja utilizado como defoliante por el ejército estadounidense en la Guerra de Vietnam.
Luz Tailhade pasea por el living de su casa y enseña los muebles que su mamá pintó. No llora, pero hay un pequeño temblor en su voz —casi imperceptible— cuando habla sobre ella. Cada tanto frena la conversación para mostrar algún objeto que perteneció a Ana: el celular, la vasija de cerámica que hicieron un domingo y varios sobres colmados de análisis médicos. Según un estudio que se realizó en 2016, se corrobora que la maestra fumigada tenía una cantidad 14 veces superior a la que es considerada “normal” de glifosato en sangre.
El problema son los dueños de los campos, porque a ellos no les importa si al fumigar hay gente de por medio. En una ocasión, G.M., el tipo que fumigó a mi mamá, le dijo que los pesticidas no le hacían nada a los chicos. Entonces ella lo invitó a que trajera a sus hijos a la escuela mientras fumigaban.
En 2015, un periodista francés le preguntó durante una entrevista televisiva al científico Patrick Moore acerca de la relación entre el aumento del cáncer en Argentina y el uso del glifosato. El empresario respondió que el producto no representaba un riesgo para la salud humana e incluso podía beberse un litro sin generar ningún daño. Sin embargo, el entrevistador le ofreció un vaso de glifosato y Moore se negó a tomarlo: “No soy idiota”. Pocos segundos después exigió la finalización del reportaje. La revista Time lo mencionó como lobbysta de Monsanto, pero Newsweeklo lo negó, Moore es un ambientalista, cofundador de Greenpeace.
Según un estudio realizado por la Facultad de Ciencias Naturales de La Plata, la región pampeana posee el mayor índice de exposición acumulada a plaguicidas a nivel nacional. Por otra parte, hay una relación directa entre el uso de glifosato y cipermetrina (dos de las sustancias químicas más utilizadas en Argentina) y el aumento de la mortalidad por cáncer total. El 30% de los niños expuestos presentan síntomas irritativos. Además, un 20% del total de la población rural asiste a tareas de campo sin elementos de protección o cobertura de obra social.
San Antonio de Areco es considerada la “Capital Nacional de la Tradición”. Durante el año, las calles de tierra están colmadas de turistas franceses, holandeses y de otras partes de Europa que buscan tomarse un respiro de la aridez cotidiana propia de las ciudades. La mayoría de ellos anhelan bajarse del micro e ir corriendo a tomarse una selfie con un gaucho, o lo más parecido que encuentren: “Regarde maman! Je porte le chapeau traditionnel” (“Mirá mamá! Estoy usando el sombrero tradicional!”). Sólo alrededor de la plaza principal, hay siete negocios que venden souvenirs. El merchandising “de la tradición” es bastante acotado: las vidrieras ofrecen cinturones de cuero, sombreros de paja, salamines cubiertos de polvo y pequeñas estatuas de gauchos tomando mate. La mayor parte de los ingresos de la población —compuesta por poco más de 23.000 habitantes— se dedica al turismo, mientras que la segunda actividad económica por excelencia es el cultivo de soja.
Los días de semana, el pueblo cambia de forma radical. Casi todos los bares y cafés cierran de lunes a jueves. Luego de las 9 de la noche es imposible encontrar un kiosko abierto. En Comunidades imaginadas, Benedict Anderson afirma que una Nación es imaginada porque a pesar de que la mayoría de sus miembros no conocerán jamás al resto de sus compatriotas, en sus mentes hay una imagen de comunión. En Areco ocurre lo contrario, todo el mundo se conoce y los chismes son moneda corriente. Es por esto que varios entrevistados prefirieron responder las preguntas en Buenos Aires o en sus respectivas casas. El nacionalismo es solo una puesta en escena para los turistas.
Carolina, de 23, es hija de un ingeniero agrónomo y no sólo reconoce que su papá compra glifosato “como si fuese un caramelo”, sino que afirma que ella creció mamando glifosato. Agustín tiene 29 y trabaja de auxiliar en un hospital ubicado en las afueras de Areco, y en varias ocasiones ha observado la ruta invadida por ratas que escapaban del mosquito. Daniel, de 35, es docente rural, y en una ocasión le preguntó a un fumigador si no le daba miedo su trabajo. Cuando el hombre se dio vuelta, vio que tenía un orificio en la cabeza. A pesar de que en Areco los pesticidas forman parte del paisaje, la temática casi no se menciona. Para los habitantes, cuestionar el agronegocio y la cadena productiva es sinónimo de enfrentarse al corazón de la oligarquía.
Yo era chica, y mi mamá no me quiso contar mucho. Hace cuatro años un flaco se metió en la escuela por fuera del horario escolar y le dijo a mi vieja que se dejara de joder con los pesticidas —cuenta Luz, mientras ceba mate y se acomoda el pelo detrás de la oreja.
En un video, se la ve a Ana sentada en un aula junto a un nene que en ese momento no superaba los diez años. Ella le pide con dulzura que cuente su descubrimiento frente a la cámara. Entonces, Toto se animó a explicar que en su colegio anterior no fumigaban, y el jardín se encontraba repleto de mariposas. En cambio, en la Escuela Rural Nº 11, donde se utilizaban pesticidas, ya no vivían ni mariposas ni caballos ni ningún otro animal. Uno de los rasgos distintivos de la maestra rural era su capacidad para abordar diferentes problemáticas a través del arte. Durante 2012, varios de los dibujos realizados por sus alumnos fueron expuestos junto al ensayo fotográfico “El costo humano de los agrotóxicos”, de Pablo Ernesto Piovano.
D.D., politóloga de la Universidad de Buenos Aires y compañera de Ana, afirmó que en el partido de San Antonio de Areco el uso de venenos como el glifosato no es un tema común en las conversaciones: “El agronegocio comprende un entramado complejo. Hay múltiples actores con visiones muy diversas. A pesar de los estudios científicos, hay gente que aún niega el daño que generan en la salud. La puesta en duda respecto a los efectos del glifosato, sumado a que quizás los nenes del colegio en el que das clases son hijos del que maneja el mosquito, hace que sea muy difícil abordar el tema”.
Durante una entrevista realizada en el bar Tokio, uno de los más emblemáticos del pueblo, Francisco Ratto —candidato a intendente de Juntos por el Cambio y miembro de una de las familias representantes de John Deer en Argentina— afirmó: “Sí, la conocí a Ana. Era una activista en contra de las pulverizaciones. Todo tiene que existir, y todo tiene que coexistir (…) Lo que pasó es una tragedia. Yo no sé si el origen fue lo que sucedió en su momento, y no soy quién para decirlo, pero el municipio no cumplió con un montón de partes de la ordenanza”. La reglamentación a la que hace referencia Ratto establece, entre otras cosas, que no se podrán realizar fumigaciones aéreas a menos de tres mil metros del casco urbano o escuelas rurales; además, debe realizarse una notificación al municipio con 24 horas de antelación. Por otra parte, esta ordenanza remarca que el proceso debe ser supervisado por un ingeniero agrónomo, y que se deberá guardar la “receta agronómica”, es decir los productos utilizados para fumigar, durante un año.
Con respecto al uso puntual de herbicidas, el candidato a intendente de Juntos por el Cambio sostuvo que “aquel que pulveriza cerca de una escuela merece ser llevado a la Justicia”. En la actualidad, la causa de Ana, junto a varias similares, se encuentra estancada. El argumento que subyace es, casi siempre, el mismo: “No hay forma de probar que los agentes fitosanitarios —agrotóxicos— sean la causa de la enfermedad y muerte de una persona”. Ratto es ingeniero agrónomo con un doctorado en Ciencias Agropecuarias, y considera que el kirchnerismo fue el responsable de profundizar el modelo sojero. Antes de la campaña daba clases en la Facultad de Agronomía de la UBA. Sin dudas, gran parte de su vida estuvo relacionada al campo y las relaciones que se tejen en él. Sobre esto, relató: “Era chico, y tenía que llevar un tractor de un lado a otro por un camino de tierra. En un momento pasó un fumigador y me bañó, literalmente. Yo iba en un tractor sin cabina y me sentí mojado. Probablemente haya sido un insecticida”. Para él, la clave reside en aplicar la menor cantidad de producto, de la forma “más segura y cuidadosa posible”. Sin embargo, al ser consultado por su postura frente a los modos de producción alternativos, Ratto descartó la posibilidad e incluso consideró inviable cambiar el sistema de producción a gran escala. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), el 12% de la producción de alimentos en Argentina es desperdiciada, y el 45% de ese desperdicio corresponde a frutas y hortalizas. No es novedad para nadie. Mientras que en las escuelas siguen enseñando que Argentina era el “granero del mundo”, un siglo después del modelo agroexportador se repite, como si se tratara de un rezo, que el país produce alimentos para 440 millones de personas. Aún así, como indicaron los últimos datos del INDEC, el 35% de la población está por debajo de la línea de la pobreza, y no puede ni siquiera acceder a la canasta básica alimenticia. Cabe preguntarse cuál es el costo de este modelo de agricultura intensiva, y si hay, en verdad, algún beneficio.
Por la contraparte, Francisco “Paco” Durañona, perteneciente al Frente de Todos y actual intendente de Areco —reelecto en dos oportunidades— comentó que, para él, Ana fue un pilar de la lucha contra los agrotóxicos en el país. “Enviamos un proyecto de ley para que se prohíba el glifosato en la Provincia de Buenos Aires. Pero Ratto se encargó de cajonearlo”. Además agregó que uno de los grandes problemas es que en Argentina hay muy pocas familias dueñas de capitales financieros que se llevan el dinero.
San Andrés de Giles está ubicado a tan solo 27 kilómetros de Areco. En la medida que uno se aleja de Areco, el maquillaje turístico va cediendo en degradé. Una de las amigas de Ana contó que ella se sentía más cómoda en Giles, un pueblo mucho menos conservador. Es por eso que lo eligió como uno de los núcleos de la Red Federal de Docentes por la Vida, una agrupación de maestros rurales pertenecientes a distintas provincias cuyo activismo apunta a impulsar la agroecología dentro y fuera del aula y, por consiguiente, busca la prohibición de los agrotóxicos.
El día que Ana conoció a J., esta última había sido fumigada el día anterior, mientras trabajaba en una escuela rural a 15 kilómetros del casco urbano de Giles. La vio llegar entre el pasto, crecido, y casi sin conocerla le expresó todo su apoyo y solidaridad. Esto ocurrió en 2016. En ese momento, J. tenía 42, en el municipio era conocida porque nadie era capaz de ganarle al paddle y jamás había tenido problemas de salud. Hoy, habiendo sufrido tres fumigaciones, sufre de hipotiroidismo, asma y se agita solo por caminar unas pocas cuadras. En la actualidad es la única maestra en Giles que denunció estas prácticas. Apenas J. contó lo que había vivido, un artículo de La Libertad —el diario del pueblo, dirigido por Pablo Mémoli—, publicó una tapa en la cual se referían a ella como “la vendehumos”. En una comunidad pequeña, el costo de la politización es otro.
En El poder: un enfoque radical, Steven Lukes resalta la necesidad de analizar determinados problemas potenciales de la política según un enfoque tridimensional, es decir, tener en cuenta que los deseos de los hombres pueden ser producto de un sistema que va en contra de sus intereses. Bajo esta perspectiva, el politólogo afirma que existe la posibilidad de que determinados conflictos latentes no afloren debido a la acción de determinadas fuerzas sociales e institucionales. En el caso de San Antonio de Areco, hay una multiplicidad de factores que actúan para que el uso de agrotóxicos no salga a la luz como un problema potencial.
S., docente en la Escuela Rural Nº 9, contó que en varias ocasiones los dueños de los campos han ofrecido capacitaciones sobre agricultura al personal docente cuyo principal marco teórico eran los papers científicos emitidos por Monsanto. Además, muchos peones de campo tienen miedo de hablar, ya que temen perder su trabajo.
Durante sus últimos años, Ana se dedicó a crear la Red Federal de Docentes por la Vida. A pesar del fallecimiento de su fundadora, se trata de un grupo cada vez más amplio. En poco tiempo, Zabaloy fue capaz hacer crecer una semilla que recién comienza a florecer.
Fuente: El Cohete a la Luna