Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia: “El primer territorio de defensa hoy es el proyecto político del Vivir Bien”
Adriana Guzmán es feminista comunitaria, defensora de los Derechos Humanos, de la memoria ancestral y la vida en comunidad. Desde La Paz nos acerca la voz plural de su proceso colectivo: el Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia. Un colectivo que comenzó a organizarse en el proceso de cambio iniciado por el pueblo boliviano en busca del Buen Vivir.
Las feministas comunitarias comenzaron a reconocerse como compañeras de lucha en el estallido social recordado como “La Guerra del Gas” que se dio en La Paz en 2003. Una experiencia que nació en las calles y continúa, desde entonces, defendiendo los derechos de los pueblos contra todo tipo de violencia, por la autonomía y soberanía sobre los cuerpos pero también de los territorios. En 2019, tras el golpe cívico, militar, eclesiástico y empresarial contra el gobierno electo de Evo Morales, las feministas comunitarias tuvieron un papel central: se quedaron en las calles y las disputaron, tejieron alianzas sin fronteras para denunciar las masacres y acompañaron a lxs presxs políticxs y a lxs familiares de las víctimas.
Y es que el Feminismo Comunitario Antipatriarcal de Bolivia “no es una teoría, es una acción colectiva”, como sostienen sus integrantes. Es un feminismo que disputa la institucionalidad, siempre atento a despatriarcalizar las relaciones de los espacios políticos pero sin desatender el proceso de descolonización como parte del mismo entramado, implicando entonces la descolonización del propio feminismo hegemónico. Incluso, en el proceso de esta entrevista, nos invitan a reflexionar en torno a las propias categorías y a descolonizar la mirada:
“Las mujeres indígenas, las aymaras en este caso, nos vemos bien defendiendo la montaña, pero cuando queremos pelear dentro del feminismo, cuando queremos discutir dentro de la izquierda denunciándola por colonial, ahí ya no nos vemos bien. Ahí estamos estamos fuera del lugar. Entonces hay una mirada también de nosotras como objeto al definirnos como defensoras”.
Para el Feminismo Comunitario, descolonizar el feminismo es mirar los procesos desde el territorio que se pisa, desde las experiencias de luchas propias. Es dejar de mirar a la historia a través de las categorías e hitos del feminismo eurocéntrico y recuperar la memoria ancestral de los pueblos. Como sostienen nuestras entrevistadas, descolonizar el feminismo “es dejar de pensar desde la dicotomía del colonizador y el colonizado, es dejar de asumir el tiempo como lineal y el pensamiento como superador de las luchas, la clase como explicación suficiente y la posmodernidad como proyecto político. Es volver a mirar al patriarcado en su complejidad”.
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–¿En qué territorio se encuentran? ¿Cómo comenzó el Feminismo Comunitario Antipatriarcal y cuál es su experiencia?
–Nosotras, como organización, estamos en distintos departamentos en Bolivia, tanto en el área urbana como en el área rural, y esto nos ha permitido dialogar y visibilizar las opresiones de una forma más estructural. No hubiera sido posible construir un feminismo comunitario y antipatriarcal si no hubiera sido en un contexto político de cambios en el que ha derivado el Estado Plurinacional. Esta lucha ha sido, sobre todo para nosotras, de recuperación de la dignidad. Allí había que identificar y reconocer al sistema, cómo funciona y es ahí que no se quiere visibilizar al patriarcado. Desde entonces, nuestra tarea ha sido denunciar esta lógica patriarcal en las políticas económicas en el extractivismo. Y por eso también nos hemos planteado, como feministas, siendo parte de otras organizaciones territoriales y sindicales, que no quieren visibilizar esto porque también el mismo sistema hace que tengan que resolver necesidades básicas: casa, comida, justicia pero sin transformar la estructura. Entonces, en ese contexto de debate político comenzamos a hablar de la descolonización y la despatriarcalización, y hemos podido construir y parir este feminismo.
En cada territorio en el que estamos hay distintas luchas, pero nos encontramos en esta comprensión del sistema, que no son cuestiones de mala suerte, que no son cuestiones de desinformación, sino que es cómo el sistema opera, cómo el extractivismo destruye los territorios, destruye el cuerpo de las mujeres. Entonces, una de las tareas principales que tenemos es la lucha contra la violencia. Otra dimensión fundamental para nosotras es el feminismo para guaguas (niñeces). En estos 20 años de proceso de cambio en Bolivia, nos hemos dado cuenta también de las lógicas adultocéntricas en nuestra propia organización. Hace algunos años, hemos abierto este espacio del feminismo para guaguas o, más bien, lo han abierto las propias guaguas para discutir ellas también sobre el patriarcado, sobre el racismo y el colonialismo que se reproduce y sigue operando en sus en sus cuerpitos, aunque sean más pequeños, pero viven el mismo patriarcado que vivimos las adultas. Otra cosa fundamental para nosotras es la lucha por la justicia y la memoria. Ahí está la justicia para la masacre del gas en la cual estuvimos y la justicia frente al al golpe al pueblo, que termina en un golpe de Estado y que tiene a todos sus autores intelectuales impunes, libres e incluso siendo autoridades. También, una parte fundamental de la organización es el retorno a la tierra y la recuperación del territorio.
Por ejemplo, yo vivo en en la ciudad de La Paz y la mitad del tiempo en la comunidad de Chaupi Suyo, donde vive mi mamá, ubicada en el Valle Bajo de Cochabamba.Y para ser parte de la comunidad territorial hay que asumir responsabilidades y trabajo comunitario. Y ahí está la discusión sobre si queremos acabar con el patriarcado, quién va a producir lo que comemos mientras tanto; la discusión sobre ser capaces de producir lo que comemos, que es lo principal para ser autónomas de un sistema patriarcal capitalista, colonialista y racista. Entonces, en ese territorio en tránsito, vivimos en la resistencia a vivir en un territorio llamado urbano que no ha dejado de ser un territorio ancestral y también en la necesidad de recuperar este territorio, de producir lo que comemos, de relacionarnos con la naturaleza en una complementariedad, que es lo que se plantea desde la memoria ancestral. La comunidad es nuestra forma de organización, nuestra forma de vida. Nosotras, algunas, somos creadoras de vida y ahí nos asumimos en la construcción de comunidad y no de familia en la reproducción de relaciones que sean comunitarias, que sean de responsabilidad con la vida de las otras.
Estamos en un momento muy difícil en Bolivia, saliendo de un golpe al pueblo. Es muy difícil la reorganización y la recuperación de las luchas. Recuperarse de ese golpe y de las contradicciones internas en las cuales se ha dado. Dentro de las organizaciones, el cuestionamiento sobre cuáles son los proyectos políticos que tenemos. Y, desde nuestra experiencia como mujeres sobrevivientes de violencia, es más difícil recuperarse de los golpes cuando no hay justicia, cuando hay impunidad.
“El vivir bien no es una utopía: no solo es cuestionar los privilegios, sino destruirlos”
–Elegimos el concepto de “defensoras” y “guardianas” de los territorios y derechos para hablar del lugar central que tienen las mujeres campesinas, indígenas y originarias en la defensa de los bienes comunes. ¿Qué significa hoy ser defensora en Bolivia y cuál es el escenario al que se enfrentan tras el Golpe de Estado?
–El concepto de “defensora” no es algo que haya estado en nuestras luchas, no es un concepto muy cercano a nosotras. Creemos que mirarnos como defensoras tiene el riesgo de individualizar las luchas. En la masacre del gas, por ejemplo, la resistencia ha sido de todo el pueblo alteño: mujeres, hombres y guaguas. La resistencia al golpe ha sido una resistencia del pueblo. Las mujeres indígenas, aymaras en este caso, nos vemos bien defendiendo la montaña pero cuando queremos pelear dentro del feminismo, cuando queremos discutir dentro de la izquierda denunciándola por colonial, ahí ya no nos vemos bien. Ahí estamos estamos fuera del lugar. Entonces, hay una mirada también de nosotras como objeto al definirnos como defensoras. Pero asumiendo la categoría que ustedes han planteado, que también viene de la memoria ancestral, la palabra guardianas del agua, de los ríos. Pero hay una discusión ahí porque la traducción en realidad no es la traducción de todos los idiomas; en el aymara, por ejemplo, se traduce como la guardiana de los alimentos pero en realidad es la autoridad de la comida, de la producción, la que se responsabiliza en que no llegue la helada, que no entren las plagas, y para eso organiza toda la comunidad. Pero no es eso, no es un trabajo que lo hace solita.
Pero bueno, más allá de esa crítica, qué significa hoy para nosotras ser defensoras después del golpe creo que hay varios escenarios y dimensiones. Primero, en el que nosotros hemos coincidido, como organización, en la defensa de un proyecto político: el proceso de cambio, el vivir bien, se ha puesto en cuestión desde la derecha y desde el fascismo. Los discursos de odio racistas desde esta lógica de que los indios y las indias son ladronas, corruptas. Se ha puesto en cuestión, también, desde dentro de las organizaciones sociales, si es posible vivir bien o si nos toca vivir como se puede nomás, y no hay otra forma. Si realmente se puede vivir fuera del capitalismo o si tratamos de sobrevivir lo mejor posible con las contradicciones internas que se han planteado en el proceso boliviano. Entonces, hemos acordado que el primer territorio de defensa hoy, para nosotras, es el proyecto político del Vivir Bien que se ha construido en estos 20 años, que se ha discutido desde la memoria ancestral. El vivir bien es posible, no es una utopía: significa renunciar a la acumulación de riqueza; no solo es cuestionar los privilegios, sino destruirlos. El proyecto es político y comunitario. Y se quieren la descolonización y la despatriarcalización como prácticas políticas frente al sistema; que no se hacen única y necesariamente desde el Estado, sino que se hacen en cada territorio, desde lo cotidiano. Y eso es lo que creemos que hay que defender, incluso en este momento de muchas contradicciones, frustraciones y de ataques a los cuerpos y a nuestros sueños. Cuando decidimos como pueblos plantear lo que queremos, pues resulta que no solo nos atacan y persiguen sino que nos estrellan en la cara que eso no es posible. Ese es el primer espacio de defensa después del golpe. Las lógicas pueden ser ineficientes dentro del Estado y la corrupción, eso no es responsabilidad de los pueblos. Nos hemos ocupado de cuestionar el nacionalismo y plantear un Estado Plurinacional, de identificar, denunciar, comprender e inventar frente a las lógicas coloniales para hacer procesos de descolonización, personales, territoriales pedagógicos y no nos pueden decir que eso es lo que está mal.
Otro punto fundamental es la lucha contra la impunidad, tenemos una memoria de impunidad como pueblos después de 500 años de colonialismo, después de la Constitución de Repúblicas que también han sido colonialistas, que también han sido racistas, que tampoco nos han visto a los pueblos y nos han robado nuestros territorios en impunidad porque nadie ha sido juzgado. Para nosotras, la lucha contra la impunidad y por la justicia es importante y por eso estamos en ese debate del golpe al pueblo ahora, de que fue genocida y tiene que ser juzgado por un juicio de responsabilidades. Nosotras queremos un juicio para Añez y sus cómplices, para Camacho y Pomar, para todos los que han sido responsables. Eso para nosotras es la defensa de un territorio, la defensa de la memoria, la defensa de un territorio político de luchas y la defensa de una responsabilidad con la vida de los hermanos que han sido asesinados, de las guaguas que han quedado huérfanas.
Golpe de Estado en Bolivia
El proceso de enjuiciamiento a los responsables del golpe durante 2019, que se inició como Caso Golpe de Estado, fue desdoblado en dos instancias: la primera se centra sobre los cargos de “conspiración, sedición y terrorismo” y no tiene fecha de inicio. Mientras que la segunda, por “incumplimiento de deberes y resoluciones contrarias a la Constitución y las leyes'',
debía iniciar el 10 de febrero de 2022 y fue suspendido por un recurso otorgado a la defensa de la autoproclamada presidenta Jeanine Añez. A pesar de los intentos por demorar el proceso judicial, a principios del mes de abril, se volvió a retomar. Familiares de víctimas denuncian la paralización de los juicios y que, a más de dos años de las masacres, aún no existan condenas efectivas contra los responsables.
La otra dimensión es la profundización de este sistema y ahí está la violencia hacia las mujeres. Esa es la lucha territorial que hay que hacer en cada comunidad, en cada barrio, para enfrentar la trata y tráfico de personas, los feminicidios, porque el Estado está desbordado y no es solo en Bolivia. La institucionalidad no puede responder de ninguna forma y no es su prioridad. Y si no estamos vivas, no podemos vivir bien; si no tenemos vida, no podemos luchar, no podemos hacer ninguna revolución frente a la violencia. La defensa de un territorio político común: nuestros cuerpos, que es la vida misma, que es el territorio que habitamos como una comunidad territorial o un barrio.
–¿Encuentran experiencias de lucha afines en América Latina con relación a las luchas que están dando los pueblos de la región? ¿Se identifican en la lucha de otras experiencias de defensa de los territorios comunitarios?
–Nosotras siempre hemos planteado que somos un solo pueblo, entendiéndolo como esa categoría política donde estamos los pueblos indígenas, originarios y campesinos que tenemos una memoria ancestral de vida digna, que tenemos una forma de relacionamiento con la naturaleza. Y nos encontramos en esos procesos políticos que están más allá de las fronteras, así que hay luchas similares por esas memorias que tenemos y porque el sistema tiene formas idénticas de operar, tiene recetas que aplican a los distintos territorios. El extractivismo está en todos los territorios, la forma de ingreso de las mineras destruyendo las comunidades, generando trata, tráfico y prostitución de personas, violencia, consumos de alcohol, eso pasa en todos los territorios; así que nos identificamos en la lucha contra la minería. Aquí contra San Cristóbal, por ejemplo, que es una transnacional minera, que está hace muchísimas décadas y que por lo visto se va a quedar otras tantas en Bolivia, que es muy similar a otros territorios en Argentina y en el Wallmapu, que también tienen que enfrentar a las mineras. Entonces, un primer elemento de coincidencia es esta necesidad urgente de enfrentarnos al extractivismo en sus distintas formas. Aquí acaban una montaña y a los dos meses es un edificio ¿Quiénes son dueños de esas montañas? ¿Por qué tienen que destruirlas en nombre del desarrollo, de la urbanidad, de la arquitectura del progreso y de todas esas lógicas coloniales? Ahí también nos encontramos, y eso está pasando en distintos territorios también: son las formas de operar del sistema patriarcal, colonialista y racista en los territorios de Abya Yala.
En los territorios rurales, pero también en los urbanos, cada vez se intenta profundizar más en el minifundio, en la tierra como propiedad privada y lo mismo en los barrios con la privatización de las calles, de los parques. Entonces, hay más coincidencias de las que pensamos no solo en la región, sino entre lo urbano y lo rural, que siempre intentan dividirnos. Y es sencillo porque hay una lógica colonialista racista y nadie quiere ser una campesina finalmente, nadie quiere ser una india, eso
se reproduce ahora en Bolivia también: se habla de lo lindo que es la comunidad, pero nadie quiere hacerla; todo el mundo quiere productos agroecológicos sin pesticidas, pero no los quiere producir ni trabajar la tierra; es más lindo la ciudad y sus edificios con sus títulos y sus universidades. Es necesario construir también un proyecto político en el cual nos podamos encontrar y preguntarnos si ese proyecto político pasa por los Estados, si ese proyecto político pasa solamente por defender unas el agua otras la tierra. Entonces, tenemos o vivimos opresiones comunes en la región frente a este extractivismo, en las ciudades, entre las lógicas transnacionales. Y tenemos una memoria común, por eso tenemos una resistencia también común. Nos falta la construcción de un proyecto político común que vaya más allá de las fronteras, que no solamente se haga toma del poder del gobierno que resulta insuficiente.
“La oposición entre lo rural y lo urbano siempre nos ha parecido un discurso colonial y funcional al sistema”
– Retomando tu planteo, muchas veces cuando pensamos en la defensa de los territorios nos remitimos a la ruralidad y poco pensamos en los territorios urbanos. ¿Encuentran continuidades de defensa territorial en el mundo más urbano?
– La oposición entre lo rural y lo urbano siempre nos ha parecido un discurso colonial y, además, funcional al sistema. Porque finalmente, qué son las ciudades sino territorios ancestrales ocupados en la colonización y donde se ha obligado a nuestras abuelas y abuelos a migrar para ser explotados en esas denominadas ciudades. Entonces, por supuesto que hay continuidades. En Bolivia todavía es mucho más visible eso porque las denominadas ciudades en su pequeña extensión ya hace un área rural, porque la comunidad habita dentro de la ciudad en su cosmovisión, en sus prácticas culturales, en sus prácticas políticas. Existe una continuidad no solo de lucha; es una continuidad material real de cosmovisiones de memorias, de cuerpos que habitan lo denominado urbano y lo denominado rural, y que ahí nos podemos encontrar y enfrentar esas opresiones coloniales que dividen nuestras luchas.
La ciudad es un territorio ancestral: las luchas que se hacen en la ciudad también son defensas del territorio ancestral, defensas frente a las inmobiliarias, frente a las empresas constructoras que acaban con los cerros, que tapan las lagunas para construir ahí sus condominios. Lo que falta es la articulación territorial para que no sean solamente luchas de pequeños colectivos medioambientales de clase media, sino que se pueda articular con la defensa que está haciendo también el barrio, la comunidad para que no se destruya esa pequeña laguna, ese humedal o cerro. También es extractivismo la imposición de un mundo de consumo sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras cosmovisiones. Hay que repensar un poco las luchas para evitar estas fragmentaciones funcionales al sistema y esa experiencia ha sido posible en Bolivia.
–¿Y cuál es el rol de los feminismos, incluso del activismo LGTBIQ, en la defensa de los territorios?
–Para nosotras hubiera sido imposible mirar esta complejidad de las opresiones y cómo se juntan el racismo y cómo tiene que ver la trata y tráfico y la violencia hacia las mujeres con el extractivismo, si no hubiéramos construido nuestro propio feminismo. No sé si los feminismos tienen una responsabilidad, pero sí hay una responsabilidad en construir feminismos territoriales, comunitarios, populares, villeros y campesinos; feminismos que respondan a las características del patriarcado en cada territorio. Reivindicamos la palabra con todas las contradicciones y debates que eso nos lleva porque a nosotras nos ha servido para identificar y transformar, en nuestra vida, en el territorio y en la comunidad para vivir de otra forma, para hacer el camino al vivir bien.
En este feminismo comunitario antipatriarcal, entonces, construimos esa comprensión para defender el territorio porque si no, ¿cómo defiendes si no terminas de identificar cómo opera con los discursos coloniales? Ahí está nuestra discusión frente a este discurso LGBT colonial, que lo plantea también casi como una anécdota casi como una estampita o una fiesta, cuando en la comunidad y en nuestros propios espacios de lucha hemos convivido con otras mujeres lesbianas, trans, de cuerpos plurales, como dicen las hermanas feministas comunitarias en Guatemala, sin que la discusión sea sobre si se incluye o se excluye a las personas trans, a las lesbianas, si son más o menos mujeres, cuando la discusión era qué hacemos frente a la minera que no se va, qué hacemos frente a esta democracia que no nos sirve, qué hacemos frente a la educación que no llega, qué hacemos frente a la lógica racista que se reproduce en la escuela y en la universidad, qué hacemos para conseguir el pan y la comida hoy. Entonces, hay otras problemáticas estructurales que nos encuentran, ahí se construyen feminismos y luchas desde los cuerpos plurales que realmente atentan contra el sistema. La lucha solamente por los derechos o por la denominada inclusión o por la solo visibilidad o reconocimiento no alcanza para acabar con el sistema, porque nosotras realmente queremos acabar con el sistema de muerte. El rol de los feminismos y de las luchas desde los cuerpos plurales tiene que ser alimentar esa lucha antisistémica, antiestructural, de denuncia de los discursos que nos han paralizado, que nos han hecho creer que basta con derechos, que basta con inclusión, que basta con que haya una diputada que sea lesbiana o un diputado que sea gay y eso no significa ni siquiera una transformación institucional del discurso. Entonces, hay una lógica bien colonial en este discurso LGBT que elimina nuestra memoria más ancestral como cuerpos plurales que han estado siempre en la comunidad.
–Este proyecto, además de indagar sobre la defensa de los territorios en nuestra región, intenta trazar diálogos con África, especialmente con Mozambique, y acercar problemáticas, luchas comunes y re-existencias. El racismo es uno de esos grandes temas comunes, no iguales pero sí comunes. Durante el golpe vimos una explosión de racismo, pero ¿qué pasó después?
– Al ver cómo operan los grupos armados, el saqueo de las riquezas que hay, de los recursos, es lo mismo que vivimos en el área de Abya Yala. Entonces, un primer diálogo entre los pueblos que han sido sometidos al colonialismo, que han sido saqueados, cuerpos atentados permanentemente por el racismo, es posible y necesario porque somos iguales, porque vivimos opresiones muy parecidas en contextos distintos. Opresiones que pasan por nuestro cuerpo, por nuestro color de piel, por el territorio que habitamos. Además, por la forma en la cual hemos decidido habitar estos territorios: una forma no funcional al sistema capitalista y patriarcal. Entonces cómo operan los grupos armados y cómo es esta una señal de profundización del sistema de ocupación del territorio para todo este saqueo extractivismo, como construir corredores del narcotráfico, es una lógica similar que está pasando tanto en el África, en Mozambique como en el Abya Yala.
Y nos encontramos con este dolor de que somos las mujeres y niñas, los cuerpos plurales, los más afectados por esa lógica de explotación, esa lógica extractivista, de destrucción del territorio. Aquí en los sectores mineros y en los sectores petroleros, donde antes de que vaya la maquinaria de explotación está el campamento donde hay alcohol, drogas y prostitución de nuestras hijas, guaguas y hermanas, es lo mismo que sucede en otros territorios. Y el racismo ahí es una herramienta, pues, de dominación de los cuerpos y de los territorios, porque cuando vos atentas contra los cuerpos estás atentando contra el propio territorio donde están lo que ha pasado en Bolivia en el golpe.
Como plantean ustedes, ha sido un golpe racista. Ha sido un golpe de escarmiento. Y eso, por ejemplo, lo vamos a ver en los resultados del próximo censo a ver si aún más del 60 por ciento de la población se continúa reconociendo como aymara o si realmente han logrado golpearnos para restaurar este pacto colonial de negar a nuestros abuelas y abuelos, nuestra cosmovisión, nuestra decisión de vivir sin acumular. Porque ese sentido ha tenido el golpe: escarmentar a las indias e indios que hemos levantado la cabeza para la recuperación de la dignidad,a quienes hemos decidido construir un proceso político para autogobernarnos y autodeterminarnos.
El golpe no se ha acabado, hay una continuidad de una derecha fascista presente no sólo en la política económica territorial, sino también en los comités cívicos y con autoridades dentro de los espacios institucionales. Como Camacho, que sigue alimentando esa lógica racista legitimando que las indias y los indios después del 19 de 2019 somos unos ladrones, corruptos, donde estemos. Ese es el discurso que han instaurado, incluso se ha profundizado el racismo también dentro de las organizaciones sociales, en la izquierda y el feminismo, que no confían en las indias o los indios porque defienden al gobierno, porque quieren defender al Evo. Esta es la lógica fascista que continúa y entonces hay un atentado contra los cuerpos, la violencia hacia las mujeres es también racista, porque la mayor parte de los feminicidios son de mujeres indígenas que estaban habitando la ciudad, su propia comunidad, o que estaban intentando ser alcaldesas y concejalas. Mujeres indígenas con un lugar en la política. Entonces, en Bolivia se ha consolidado un discurso político racista, donde se les ha invalidado en la política por ser india o indio.
Sigue habiendo racismo y más bien estamos vetados como indios, como aymaras, porque quienes ahora dicen que son del pueblo, se han desplazado, han perdido la memoria, no hay una memoria de dónde venimos y de donde es nuestra lucha. Entonces, el racismo claramente se ha profundizado al igual que el ejercicio de poder sobre cuerpos y nuestros espacios territoriales. Se ha profundizado la persecución a las compañeras y compañeros indígenas hoy. Creo que el ataque racista nunca va a acabar, es imposible que pueda acabar porque es una de las armas más importantes para lo que es hoy el ataque a todas las propuestas desde las defensoras y los defensores de la tierra que lo hacen para un bien vivir, para que aún podamos vivir en el territorio, para que no nos conviertan en ciudades solamente entonces creo que el racismo es algo que tendremos que ver cómo desarmarlo como desarmarlo y cómo proponer algo más que no sea subsumido por el sistema.
–Pensando en Francia Márquez en Colombia Marielle Franco en Brasil, Thelma Cabrera en Guatemala, las representantes de las naciones indígenas en la Convención Constitucional de Chile, y relacionándolas con esa reflexión que hacías: ¿Les parece que en Bolivia se puede disputar la institucionalidad estatal, “llenar de otro sentido la democracia”, como dice Francia?
–Para nosotras, como feministas comunitarias antipatriarcales, el que Francia Márquez esté en ese camino electoral es un acto de dignidad para todas. Creemos que todos los espacios son un espacio de lucha y que, finalmente, cada cual lucha por las condiciones que toca. No están las condiciones perfectas, eso solo pasa en la cabeza de la Academia y de los libros; supongo aquí toca luchar en lo que se pueda en el Estado y fuera del Estado, en la alcaldía o desde las organizaciones, y yo creo que en nombre de la autonomía hay que respetarlas también. Hay que respetar la autodeterminación y el autogobierno de los pueblos y los caminos que deciden tomar. Es muy importante lo que está haciendo Francia, cuando ella le dice al presidente –pero en realidad le dice a la clase política de Colombia y la región– que lo que les molesta es que la señora que les trabaja en la casa pueda ser la vicepresidenta. Es un mensaje para toda la región, como en el momento en el que Evo Morales fue presidente, es muy importante porque ha sido también parte de esa recuperación de la dignidad poder mirarnos en el que resultó ser el presidente después de dos siglos de presidentes empresarios y de oligarcas.
Lo mismo ocurre con Marielle Franco, que ha disputado también ese espacio territorial. Ahora en cada contexto existen realidades específicas y, en el caso de Bolivia, tenemos aprendizajes específicos sobre esa disputa del Estado. En la Convención en Chile, por ejemplo, sabemos nosotras por experiencia que es importante el proceso constituyente como proceso, como debate e instancia de politización de la sociedad. Aquí en Bolivia, para la Asamblea Constituyente se hacían asambleas en las calles, en los parques, colegios, sindicatos, puestos de venta; todo era una Asamblea Constituyente. En todos los espacios que estaba discutiendo sobre algún artículo, sobre la forma de Estado, sobre los derechos fundamentales. Hay que exigirle a esa institucionalidad que se transforme, que sea distinta, hasta que logremos disminuirla, de tal forma que podamos recuperar nuestra autonomía, autodeterminación y autogobierno. Se puede, desde movimientos sociales, desde la memoria ancestral y un proyecto político sólido con fuerza social con decisión. En el caso de Bolivia, hemos estado por 10 años en las calles, en el proceso constituyente, en las luchas pensando e inventando. Hemos hecho de eso nuestra vida, pero cuando no hay esa fuerza política, son solamente intenciones. Una no hace la revolución sola, eso de que hay un caudillo que puede hacer la revolución no es cierto, se necesitan los pueblos. Para hacer eso que llaman revoluciones se necesitan los pueblos para construir el vivir bien. Desde ahí se puede disputar la institucionalidad, con esa fuerza en Bolivia lo hemos hecho. Lastimosamente, esa institucionalidad también ha podido un poco más que los propios proyectos políticos y ha fragmentado también a las organizaciones.
Pero, en todo caso, lo que yo quisiera decir es que este “llenar de otro sentido la democracia”, como dice Francia Márquez, es posible en determinados territorios según las experiencias de lucha que han vivido y es posible porque la democracia sigue siendo una palabra, una categoría. No es posible hablar de una democracia comunitaria; en Bolivia lo hemos hecho, pero no ha sido suficiente. Está esa democracia liberal. Ya no sólo como categoría, sino como realidad, donde también podría ser el candidato Duque en el caso de Colombia o Camacho acá. Entonces, es posible darle un nuevo sentido a la democracia si realmente hay un proyecto por detrás que se proponga acabar con el patriarcado, construir comunidad y realmente recuperar la vida digna.
Esta entrevista hace parte de la serie “Defensoras. La vida en el centro”, un trabajo conjunto de Marcha Noticias y Acción por la Biodiversidad, editado por Chirimbote, con apoyo de la Fundación Siemenpuu.
*La entrevista fue realizada por Camila Parodi en el año 2022.
Edición: Camila Parodi y Nadia Fink.
Ilustración: Ximena Astudillo