El desequilibrio climático constituye un desafío en dos sentidos: como oportunidad y como riesgo. Por supuesto que el riesgo es considerable y no debe ser ignorado. Pero un riesgo de tales características también puede ser una oportunidad para la humanidad. Podemos ver en él una ocasión excepcional para tomar conciencia de nuestra comunión de destino y poner a prueba nuestra capacidad para cambiar el rumbo de la gobernanza mundial antes de que sea demasiado tarde.