Desde hace semanas toda la Argentina está sacudida y conmovida por una tragedia que no es nueva pero que esta vez ha ocupado, transitoriamente, las tapas de los diarios: en lo que va del año, nueve niños del pueblo wichi fallecieron por desnutrición y falta de agua potable [1]. Probablemente en algunas semanas la noticia pasará a segundo plano y otros titulares menos trascendentes ocupen su lugar. La ocasión, sin embargo, es propicia para, más allá de repudiar lo que está ocurriendo, pensar en sus causas y sobre todo en formular y ejecutar políticas para que esto no ocurra nunca más.