Esta historia podría haber comenzado así: cualquier día, a cualquier hora, un peón sale del casco de la estancia de una tradicional familia cordobesa con un bidón colmado de combustible y recorre a caballo la inmensidad de Pampa de Achala. De un lado la enormidad, el sonido quieto de un arroyo. El combustible vuela por el aire y cae pesado. El sobrevuelo de un cóndor como único testigo del fósforo que cae encendiendo los primeros bocados de vegetación. El silbido del viento, la quietud y miles de vertientes brotando del suelo. Las columnas humeantes, el chasquido del pastizal que se empieza a consumir. Aves que agitan el cielo y un zorro que deja de perseguir a su presa presintiendo el peligro de las llamas por detrás. Cualquier día, a cualquier hora, asoma la silueta del vigía subido al techo de una camioneta observando con sus binoculares. Se detiene siempre en el mismo punto del horizonte y, otra vez, su voz anuncia: “…Hay fuego en los Becerra…”