Somos, sabemos, podemos
"Las crisis son graves y existen. Por eso mismo, no tenemos tiempo de dejarnos llevar por la desesperación o ignorar las raíces de los problemas y creer en que se resolverán con más tecnología y otras “soluciones” que nos quieren vender los que defienden el mismo modelo que los causó. Tanto en la crisis climática, como en las crisis de salud y en la pandemia hay una enorme diversidad de propuestas desde muchas comunidades, barrios, organizaciones de base, movimientos, pueblos. No son solamente propuestas, son también acciones que ya se realizan -como proveer alimentación al 70 por ciento de la humanidad, al tiempo que previene el calentamiento global y cuida la salud desde las redes campesinas, o los muchos ejemplos de cuidados de salud colectiva, de clínicas preventivas y de atención primaria – y muchas otras que podemos compartir, desarrollar y fortalecer".
COLUMNA EL SUEÑO DE LA RAZÓN
Por Silvia Ribeiro
Contra el discurso de la desesperación
Desde una pandemia que nunca se acaba a la crisis climática que nos matará de calor, sed o inundaciones, estamos sumergidos en alertas de emergencias globales. Un ambiente que siembra miedo y fragmentación y que ante la falta de reflexión y organización colectiva, favorece la sumisión y la continuidad del mismo sistema que causa los problemas.
Leer los datos del más reciente informe del IPCC (Panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático) es desolador. Peor aún si se agrega que nos quedan pocos años –ahora dice ese organismo que solamente cuatro años (!)– para evitar los efectos de sobrepasar el aumento de 1.5 grados de temperatura promedio a nivel global, meta que el IPCC fijó para evitar una serie de efectos catastróficos.
¿Es equivocado que el IPCC emita estos informes? No, son datos que necesitamos conocer y sobre los que necesitamos actuar. El problema es el contexto dónde los ponen y el discurso que los acompaña. No identifican a los culpables del desastre -solamente hablan de la “influencia humana” en el clima, como si todas y todos fuéramos las causantes cuando la injustica climática es brutal.
Apenas un centenar de empresas transnacionales y el 10 por cierto más rico de la población mundial causan de la mitad a las tres cuartas partes de los gases de efecto invernadero (GEI). Son los mismos que se han beneficiado de la devastación producida por la civilización petrolera. Es decir, por el modelo de producción y consumo industrial y globalizado, basado en combustibles fósiles –petróleo, gas y carbón– base de la gran mayoría de las industrias, desde la agro-alimentaria a las manufacturas, transportes, minería, construcción. Cuestionar radicalmente ese modelo y la enorme injusticia económica, social y ambiental no aparece en el texto del IPCC. Tampoco el hecho de que los ejércitos y especialmente el Pentágono están entre los mayores emisores de GEI.
Los plazos y el contexto que pone el IPCC abonan a establecer un “estado de excepción” que para nada cuestiona las causas del desastre sino que plantea arreglos tecnológicos que serán nuevos negocios empresariales. Desde el uso de energías renovables hasta propuestas tecnológicas de alto riesgo, como la energía nuclear y la geoingeniería. Aun cuando la mayoría de éstas ni estén desarrolladas ni sean viables y causarán un mar de nuevos problemas. Incluso el uso de energías renovables, que puede sonar bien, es un desastre si son megaproyectos de empresas trasnacionales eólicas y grandes parques solares que invaden, contaminan y desplazan a comunidades indígenas de sus territorios, como sucede en México.
En cualquier caso, ninguna tecnología será suficiente si las mayores empresas y los más ricos del planeta siguen emitiendo esa brutalidad de gases GEI. Entender la crisis climática, sus causas y orígenes, así como los impactos que conlleva, necesariamente nos lleva a cuestionar las bases mismas del capitalismo y del modelo industrial de producción y consumo masivos.
La lógica subyacente al discurso de la emergencia climática y sus propuestas tecnológicas se parece mucho a la aplicada en la pandemia de Covid-19. Desde los gobiernos y sus expertos no dejan claro dónde, quién y cómo originó la pandemia, pero aparentemente no podríamos hacer otra cosa que rendirnos a ser conejillos de indias de vacunas experimentales, con efectos imprevisibles a mediano y largo plazo.
Más allá de los problemas que pueden tener esas vacunas transgénicas, éste es sin duda el más estrecho de todos los posibles enfoques para enfrentar una pandemia. No hace nada para prevenir el surgimiento de nuevas pandemias (todas las causas siguen totalmente intocadas) ni para cuestionar o mucho menos cambiar lo que causa las co-morbilidades que son el principal factor coadyuvante en los decesos por Covid-19.
Además, sea por la escasez de vacunas fomentada intencionalmente por las transnacionales farmacéutica o por la presión selectiva sobre los virus que acelera el surgimiento de nuevas variedades, cada día aumentan la dependencia (y el gran negocio) de las transnacionales, que ya recomiendan terceras dosis y en poco tiempo dirán que frente a las variantes delta, lambda y luego equis y zeta, solo queda vacunarse tres veces cada año. Todo mientras empezamos a oír que las restricciones debidas a la pandemia llegaron para quedarse por varios años, un hecho muy conveniente para reprimir manifestaciones y prevenir reuniones. Y aunque nos vacunemos, nos podríamos volver a contagiar y contagiar a otros, por lo que las medidas de control internacional y las diferentes medidas aplicadas a nivel nacional -en algunos países draconianas y represivas- seguirán hasta donde el horizonte permite ver.
En los dos temas que aquí tomo como ejemplo, la sensación que generan es una mezcla entre desolación y resignación. Estemos de acuerdo o no, tendríamos que aceptar lo que imponen, porque el desastre es tan inmenso que no hay manera de abarcarlo.
Eso es justamente lo que tenemos que combatir primero: la fragmentación de la información y la separación de cada una o uno de las comunidades —sean urbanas, rurales, de pensamiento, trabajo, etc— desde donde podemos entender causas y contextos (y por tanto desarmar la enormidad), pensar colectivamente el mundo, resignificar presentes y futuros, organizarnos y actuar autogestionariamente.
Las crisis son graves y existen. Por eso mismo, no tenemos tiempo de dejarnos llevar por la desesperación o ignorar las raíces de los problemas y creer en que se resolverán con más tecnología y otras “soluciones” que nos quieren vender los que defienden el mismo modelo que los causó.
Tanto en la crisis climática, como en las crisis de salud y en la pandemia hay una enorme diversidad de propuestas desde muchas comunidades, barrios, organizaciones de base, movimientos, pueblos. No son solamente propuestas, son también acciones que ya se realizan -como proveer alimentación al 70 por ciento de la humanidad, al tiempo que previene el calentamiento global y cuida la salud desde las redes campesinas, o los muchos ejemplos de cuidados de salud colectiva, de clínicas preventivas y de atención primaria – y muchas otras que podemos compartir, desarrollar y fortalecer.
La vida, resistencia, construcción y luchas permanentes pese al genocidio renovado desde hace más de 500 años de los pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes en América Latina, la transformación profunda y de largo aliento de los movimientos feministas y de cuestionamiento al patriarcado, el viaje “imposible” en barco de los zapatistas que arriban a Europa y la nombran Tierra Insumisa, nos muestran realidades y caminos colectivos que es esencial reconocer para enfrentar lo que más que crisis, son ataques sistémicos contra todos los nosotros.
Fuente: Desinformémonos