Entrevista a Jeremías Chauque, de Desvío a la raíz: “El rol social y político de una familia rural es ser el refugio de la memoria”
La Agricultura Ancestral es una forma de contemplar a la producción rural desde una perspectiva integral, vital, que retome los antiguos saberes de las abuelas y los antepasados para dar respuestas a las problemáticas del presente. “Ante todo, debemos ser agricultores y agricultoras de la memoria”, explicó en esta entrevista Jeremías Chauque, referente de Desvío a la raíz, una organización campesina indígena de la provincia de Santa Fe.
¿Cuáles son las características específicas de la agricultura ancestral?
Hay un hecho puntual que surge cuando preguntamos qué significa la Agricultura Ancestral. Interesante, porque es una buena manera de fortalecer esta construcción colectiva, esta herramienta cultural, agraria, social, este camino que elegimos, esta posibilidad de sostener la vida en el campo, de plantear y replantear producción y no productivismo.
Todas las respuestas coinciden en volver atrás. Rebrotan tiempos antiguos, herramientas, situaciones, historias. Un disparador que nos devuelve a lo que fuimos. Y es en ese preciso momento cuando la Agricultura Ancestral trasciende lo meramente técnico y pasa a definir conceptualmente un rumbo más amplio, vital. Es el desafío que asumimos en nuestro territorio y como organización: para cosechar futuro, ante todo debemos ser agricultores y agricultoras de la memoria, labrando respuestas antiguas para tiempos nuevos.
Cuando una abuela nos cuenta que en este pueblo, no hace mucho tiempo atrás, habitaban mujeres que en el momento de dar a luz cruzaban en una canoa a la isla y volvían con su hije, nos ofrenda una semilla fundamental. Esta abuela nos dice que hubo aquí mujeres con la soberanía suficiente para decidir cómo, cuándo, dónde y con quién compartir su parto. ¿Por qué esas mujeres ya no están? ¿Qué les pasó, quién las tiene? ¿Quiénes son los responsables?
Tenemos armada una red de familias que viven en la ciudad de Santa Fe, por ejemplo, que compran nuestras canastas de cosechas sin agrotóxicos. Hace unos años, en una de las entregas en la ciudad que organizamos junto a esas familias, pasaba una abuela por el frente de la casa donde habíamos puesto la feria. Me preguntó qué era lo que hacíamos, quiénes éramos, de dónde veníamos. Cuando ya se estaba despidiendo, me dice: “¿Sabe por qué volví a este lugar? Porque salieron olores que me hicieron volver al campo, a mi infancia, cuando vivía junto a mi familia. Volví a esos tiempos felices”.
Agricultura Ancestral es un lenguaje que ya escuchamos, es la semilla que mejor se adapta a este territorio porque es hija de este territorio, es autodeterminación, es la posibilidad de reavivar un debate pendiente, quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes queremos ser y volver a ser en una Argentina, en su gran mayoría, colonialista y eurocentrista que “bajó de los barcos”, como dijo el Presidente, pero que omite nombrar a los y las que vimos llegar desde la costa esos barcos.
Agricultura Ancestral es conectar, reconectar, conocer, reconocer, avanzar retrocediendo, es la posibilidad de labrar nuevos-antiguos modelos productivos donde volvamos a ser protagonistas los pueblos y no solo mano de obra explotada o ecoexplotada. Es la herramienta concreta para que en nuestro territorio, la producción vuelva a ser sinónimo de cultura, ambiente, sociedad, soberanía.
Para garantizar modelos productivos que prioricen ganancias y no derechos, necesitan sociedades híbridas, transgénicas, desheredadas de lo que sucede en Wiñoy Tripantu, de conceptos como kimvn, rakizuam, ekuwun, del concepto que derrama mil caminos como Itrofill mongen. Es el poder rebelde de una abuela diciendo, de un monte antiguo de pie, de una familia campesina con semillas antiguas en sus manos.
Las nuevas formas del ecoagronegocio agroecológico
¿En qué se parece y en qué se diferencia con la agroecología?
En principio, tenemos muchas coincidencias. Reconocemos a las y los compañeros que toman a la agroecología de base popular como herramienta. Lamentablemente, en este contexto grave de cooptación, debemos dejar en claro las diferencias sociales, conceptuales y políticas, fundamentalmente con el ecoagronegocio agroecológico.
Cuando se genera el diálogo con una familia campesina de nuestro pueblo o cuando recorremos territorios Mapuche, Pilagá, Yagan, Yamana, Aonikenk, Qom, Vilela, las comunidades no se encuentran en ese término y por ende no reconocen la palabra agroecología. ¿Es ecocolonialismo verde? ¿Por qué si la agroecología plantea su base en las comunidades campesinas indígenas, no son las comunidades mismas las que también deben protagonizar este proceso de cambio?
Hace un tiempo leí una declaración de Bill Mollison, viralizada en las redes sociales. El título era “Cómo prepararse para el colapso del capitalismo”. Planteaba, por ejemplo, intercambiar, almacenar, multiplicar semillas nativas, crear vínculos con la tierra, proyectos comunitarios, plantar árboles, maíz, yuca, entre otras propuestas. En síntesis, proponía volver a ser lo que fuimos. Muy interesante, teniendo en cuenta que lo reconocen como uno de los padres de la permacultura, pero mientras leía me preguntaba por qué no se viraliza también la palabra de las madres sabias hijas del monte, de la estepa, de los llanos y montañas, que eligieron y eligen hablar el idioma del monte, que comprendieron el lenguaje de la Madre Tierra y lo convirtieron en palabras y hechos, en su fundamento de vida y también de muerte, porque hasta han dado su vida en defensa de ese legado.
Qué interesante hubiese sido el encuentro entre Bin Mollison y Rosalía Ñancupe de Puel, que me decía, por ejemplo, que la palabra desierto no existe en Mapuzungun, porque para la mirada colonizada un desierto es un lugar sin vida, pero desde la mirada ancestral es un gran territorio donde habitan, viven y conviven mundos de fuerzas, macro y micro vidas.
El lenguaje no es neutral y el agronegocio lo comprende bien, por eso nos roba palabras que tienen una función cultural, política y social, generando la confusión suficiente para seguir profundizando y sosteniendo sus modelos de saqueo, explotación y empobrecimiento. No es casual que el año pasado, el operador del agronegocio, Ernesto Viglizzo, ahora convertido en ecooperador, defendió en La Nación Campo a la agroecología corporativa y planteó que “no tiene nada que ver con progresismo, dogmas e ideologías”, que era el origen de las Buenas Prácticas Agrícolas. Eso no es todo, decía también que en este “menjunje”, “no faltan quienes hablan de conceptos como Agricultura Ancestral con retóricas indigenistas, culturales, lejos de lo que es la agroecología en realidad, otra ciencia que garantiza rindes económicos”.
Fíjense que están muy atentos de todo lo que pueda ser un foco subversivo regenerador de derechos, porque si hay algo que nunca van a poder cooptar es la ancestralidad que, pese a todo, habita los territorios. Nosotres somos el hoy de un linaje antiguo que nos marca el camino, ellos solo tienen atrás laboratorios y despachos para profundizar el saqueo.
Bayer-Monsanto, por ejemplo, avanza en una línea de agrotóxicos para la agroecología, programando células como un informático programaría una computadora. Lo llaman biología sintética, un nuevo ecopaquete tecnológico de saqueo. Microbiota patentada, lista para seguir la invasión de territorios.
En Argentina también avanzan normativas y “regulaciones” que nacen desde una matriz legítima y popular, desde la lucha de los pueblos fumigados, los medios de prensa y profesionales de la ciencia digna, agricultores y agricultoras que, ante todo, producen suelo, microbiología, salud, cultura, semilla nativa, saberes populares. Pero estas normativas obviamente responden a otros intereses y, ante la falta de debate y construcción política y colectiva, transforman esta fuerza comunitaria en otra posibilidad de seguir instalado el saqueo, el ecosaqueo.
El bioagronegocio ya es un hecho, a través de los avances de, por ejemplo: la Comisión Argentina de Bioinsumos Agropecuarios (CABUA) en el ámbito de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología (CONABIA), el Programa de Fomento del uso de Bioinsumos Agropecuarios (PROFOBIO), la Cámara de BIoinsumos (CABIO), el Sello de Bioproducto Argentino, la Comisión Nacional Asesora de BioMateriales (COBIOMAT), la Sociedad Argentina de Control Biológico (SACOBIOL), el Fondo de Regulación de Productos Biotecnológicos (FONREBIO), por nombrar solamente algunos ejemplos. No son espacios de humildes campesinxs regenerando derechos, es la Eco Revolución Verde en marcha, y para eso necesita a la agroecología industrial.
La Sociedad Rural da charlas de agroecología, las universidades forman agrónomos vendedores de agroquímicos, que ahora agregan una góndola de ecoagrotoxicos biológicos hechos por Basf, Bayer, Syngenta, Aapresid, Casafe. Entonces, ¿podemos seguir planteando Agroecología Ya como consigna?
Otros ejemplos claros son la Dirección Nacional de Agroecología (desfinanciada, por cierto) y la secretaría de Agricultura Familiar e Indígena. ¿Cuáles son los perfiles y protagonistas de cada espacio y por qué no hay una articulación concreta? Sin desconocer la tarea de grandes compañeros y compañeras que son parte de esos espacios dentro del Estado, creo que también debemos instalar estos debates y, por sobre todo, actuar en consecuencia, con respeto, dejando en claro que tenemos un enemigo en común. La biodiversidad es la fuerza y la única posibilidad de brotar futuro.
La agricultura que nos alimenta
¿Cuál te parece que es el aporte particular que hacen los pueblos originarios a la agricultura?
Hay un buen ejemplo que, si bien es en respuesta a la movilización histórica de sectores agrarios populares, campesinos, indígenas, sirve como parámetro. Lo dijo el presidente Alberto Fernández, en el discurso del histórico derecho postergado, la reglamentación de la ley 27.718 de Agricultura Familiar. En Argentina, el campo somos los y las que respetamos, producimos y defendemos la tierra del saqueo, de los agrovenenos, la especulación y la pobreza. A la vez, en otro escritorio pone a disposición la estructura del mismo Estado para impulsar, financiar e instalar el trigo transgénico HB4, resistente al glufosinato de amonio. Si tenemos una secretaría de Agricultura Familiar, Campesina e Indígena, que es el refugio de la soberanía, ¿qué papel cumple entonces el Ministerio de Agroindustria? ¿Es una dicotomía o una contradicción?
Hace unos años, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura planteaba que de los 570 millones de espacios agrícolas que existían en ese momento en el mundo, 500 millones pertenecían a agricultores familiares. En Argentina, la agricultura familiar produce más del 70% de los alimentos que se consumen diariamente en el país. Solamente para citar un ejemplo, en Rio Negro y Neuquén la agricultura familiar representa el 91% del mercado. Todo esto en un contexto de lucha permanente por el acceso a la tierra y con faltas de políticas agrarias concretas para financiamiento o que incentiven el desarrollo tecnológico popular.
Esta producción la aportan hombre y mujeres, personas, en su gran mayoría, campesinas e indígenas, con severas condiciones sanitarias por causa de los agrotóxicos y el trabajo esclavo. En Argentina, nueve de cada diez personas viven en la ciudad. Tampoco es casual, cuando el agronegocio produce 17 mil hectáreas de monocultivos y requiere diez personas como mucho.
Son la Campaña del “Desierto”, son las carabelas que nunca detuvieron su marcha, por eso el aporte de los pueblos originarios a la agricultura es justamente la posibilidad de que la memoria sea un sinónimo de futuro.
¿Cómo es la situación actual del acceso a la tierra para los pueblos originarios en la provincia de Santa Fe?
En Santa Fe, más del 60% de las tierras pertenecen al 0.06% de la población, un puñado de terratenientes. Concretamente, en una provincia donde viven tres millones y medio de personas, dos mil empresarios concentran la tierra.
El último Censo Nacional Agropecuario nos dejó un dato alarmante: el 1% de los propietarios concentran más del 40% de las tierras en Argentina. La soja y su narcoagropaquete “tecnológico” de más de 500 millones de litros de agrotóxicos y fertilizantes representan casi el 90% del monocultivo que se produce en el país, más de 12 millones de hectáreas. Casi dos millones y medio corresponden a la provincia de Santa Fe. Una locura insostenible, que además ha demostrado su fracaso productivo, ambiental y social.
La situación es muy compleja, el único camino es seguir profundizando la organización, articulación, el trabajo en nuestros territorios y la movilización para que se transforme en leyes, políticas y derechos concretos.
Desvío a la raíz, una experiencia de agricultura ancestral
¿Qué te parece que cambió en Desvío Arijón desde que armaron “Desvío a la raíz” en 2006?
Cuando comenzamos a organizarnos, Desvío Arijón era un pueblo que el proceso de sojización voraz se estaba llevando por delante. Pulverizaciones aéreas y terrestres, éxodo rural, falta de trabajo, campos que antes eran de frutillas, pasaron a ser de soja. Cuando reaccionamos, ya los teníamos adentro del pueblo. Los primeros años fueron muy difíciles, la problemática de los agrotóxicos todavía no estaba instalada socialmente. Las amenazas y las causas penales sucedían con la misma impunidad con la que envenenaban a nuestras familias. Pero decidimos generar una propuesta, considerábamos que era la única posibilidad de sostener la vida en el campo, de volver a ser lo que fuimos. Así nació el llamado al pueblo, así nació el Desvío a la Raíz.
Hoy Desvío Arijón es uno de los pocos pueblos de la provincia que logró sacar la soja y los demás monocultivos transgénicos de su tierra, con sus respectivas fumigaciones. Tenemos producción de frutillas, es una tradición y la matriz productiva del pueblo. Hoy es un problema porque la frutilla que se produce también es adicta a los insecticidas. Entonces nos planteamos otros avances, respetando procesos y, por sobre todo, generando propuestas. Con un planteo de agricultura social vamos acompañando y fortaleciendo esos procesos, en los lugares donde se puedan: un patio, la vía del tren, baldíos, campos de tres, cinco, diez hectáreas, intentando reconectar con su propia historia y saberes.
Uno de los logros del agronegocio es que una familia campesina padezca el mismo empobrecimiento que una que vive en una villa en la ciudad. ¿Cuál es la proyección de una nena que ve a su mamá y a su papá marchar a los campos de frutillas a mochilear con fungicidas y cobrar 7 pesos por kilo de frutilla que junta? Generan una subcultura de la explotación, normalizan la miseria. Entonces, cómo es un suelo devastado por agrotóxicos y monocultivos, las y los compañeros deben atravesar una instancia de transición entre la explotación y la posibilidad de labrar su propio destino. A veces se logra y otras veces, lamentablemente no.
Con este planteo artesanal, de hormiguero incansable, abastecemos a más de 350 familias de la ciudad de Santa Fe, Sauce Viejo, Coronda, Santo Tomé. Visitamos pueblos y ciudades con la Feria Campesina de Agricultura Ancestral, donde generamos un reencuentro con el verdadero campo en los pueblos. Tenemos un espacio donde desarrollamos nuestra propia tecnología para regenerar suelos, realizamos mejoramiento genético de nuestras semillas, articulamos con otros espacios y logramos no solamente sacar la soja del pueblo, sino que también que la comuna local tome esta experiencia como herramienta agraria y social para la transición a un modelo social, ambiental y productivamente sostenible.
Hoy nuestra organización está conformada por 40 familias rurales, pero también urbanas, de las cuales la gran mayoría son trabajadores y trabajadoras frutilleras, pero que hoy están labrando otro futuro, con un protagonismo concreto. Otra vez cumplen el rol social y político que debe tener una familia rural en campo, ser el refugio de la memoria y el lugar donde volvamos a rebrotar soberanía.
Este artículo es parte del proyecto "Biodiversidad para el sustento. La comunicación para fortalecer a indígenas y campesinos en sus acciones", realizado con el apoyo de Swift.