Proteína barata
Prensa
La Nacion, Argentina, 28-1-03
http://www.lanacion.com.ar/03/01/28/do_469453.asp
Proteína barata, rodeos caros
por Malena Gainza
Albert Einstein dijo que "es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto". De ahí, quizá, la obstinación del sector agropecuario argentino y sus representantes de turno en el gobierno, que discuten desde 1947, año tras año en rondas internacionales de negocios, la eliminación de subsidios agropecuarios y barreras pararancelarias del hemisferio norte. Como si el futuro argentino dependiera exclusivamente de la benevolencia de los países industriales ricos y confiáramos en la mágica inercia de discusiones estériles para solucionar los problemas del país.
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Por el camino trillado durante el siglo XX, y antes también, sólo logramos cosechar amargas ratificaciones del empecinamiento del Norte en perpetuar normas proteccionistas para su comercio. ¡Qué reconfortante sería ver en el gobierno argentino y en nuestras entidades rurales similar ahínco e ingenio para defender lo propio! Ahora, la información globalizada y los medios modernos de comunicación admiten nuevas estrategias para neutralizar prácticas comerciales desleales y preservar las economías esencialmente agropecuarias del hemisferio sur.
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El Primer Congreso Internacional de Agronegocios, realizado en la Sociedad Rural en julio de 2002, aportó información sorprendente. Como que en 2001 la Unión Europea fue el segundo productor mundial de carne bovina (7 millones de toneladas), con 82 millones de cabezas de ganado (tercer rodeo mundial), y exportó más del doble que la Argentina.
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Estados Unidos fue el primer productor mundial (12 millones de toneladas), con 97 millones de cabezas (segundo rodeo mundial), sobre una superficie que triplica la europea para 100 millones menos de habitantes, y segundo exportador detrás de Australia.
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Lo siguió Brasil, tercero también como productor, detrás de la UE, a pesar de sus 163 millones de cabezas (primer rodeo mundial, pero de calidad inferior al argentino por desventajas de clima y suelo), sobre un territorio que casi triplica el área europea, y con menos de la mitad de su población.
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La trampa de la soja
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La Argentina fue el quinto productor (no alcanzó los 2,5 millones de toneladas), con 50 millones de cabezas (cuarto rodeo mundial), sobre un área apenas menor que el conjunto de quince países que integran la UE, ésta con 378 millones de habitantes y 36 millones aquí. En exportación, décima.
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Tales datos revelan que la Unión Europea (castigada por inviernos rigurosos, poco espacio y suelos pobres) para producir tanta carne y criar tanto ganado sacrifica calidad en pos de cantidad y provoca una enfermedad mortal para el hombre (su "mal de la vaca loca" surgió de alimentar ganado con proteína animal para suplir carencias de pasto), mientras que nuestra aftosa nunca mató a nadie, salvo el negocio exportador argentino.
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En la década pasada, la crisis de la "vaca loca" impulsó el precio de la soja (fuente de proteína vegetal) a valores exorbitantes, lo que tentó a incrementar su siembra en la Argentina, en zonas antes reservadas a otros cultivos. Desde Estados Unidos llegaron las novedosas semillas transgénicas, cuya inocuidad y bondades nos vendieron sus astutos empresarios (con algo más que picardía), para invadir la pampa fértil. Y, como consecuencia de una siembra desmedida, la supercosecha de soja valió la mitad.
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Los ganaderos del Sur ahora aportamos al Norte proteína vegetal barata para sus rodeos caros. Aún no hay consenso científico respecto a las consecuencias de la soja en el organismo de rumiantes herbívoros o sus efectos sobre el ser humano, ni respecto a la inocuidad de los organismos genéticamente modificados. Pero pronto la soja transgénica será etiquetada como "apta para consumo animal", más barata que su variedad tradicional "para consumo humano". ¿Huele esto a hipócrita barrera arancelaria sojera, similar a eso de carne "aftósica" y "no aftósica"? ¿O esconden peligros para el hombre los alimentos genéticamente modificados?
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De ser así, es grave que la UE compre soja transgénica para alimentar el ganado que después consume su gente. Nuestro flamante Instituto de Promoción de Carnes Vacunas deberá alertar a los consumidores del Norte -vía Internet y medios masivos de comunicación- sobre la dudosa calidad de este ganado y explicarles cómo los estafan sus políticos, que subsidian con impuestos la producción de alimentos malsanos para asegurarse un lugar en el poder merced al voto rural.
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Las amas de casa europeas, que no confunden carne de conejo con carne de liebre, deben ser entrenadas para distinguir entre el ganado del Norte y el del Sur. La carne de su bovino doméstico, que vive en cautiverio, engordado con granos y harinas que se transforman en grasa, es bien diferente, en calidad y sabor, de la carne del animal que vive a la intemperie, se alimenta de pastos naturales -ricos en fibra- y quema grasa al movilizarse para comer.
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Carne saludable y sabrosa
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Los estudios médicos sobre colesterol, realizados todos sobre bovinos del Norte, no reflejan las características excepcionales de nuestra carne, saludable y sabrosa. En la Argentina, más que implementar normas de trazabilidad del ganado (imprescindibles en el Norte, por sus técnicas de producción), deberían prohibirse los feedlots , que atentan contra la calidad única de nuestro bife, fruto de generaciones de ganadería pastoril.
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Es la oportunidad del enroque. Unidos, con estrategias coherentes, los países del Sur podemos avanzar sobre el tablero internacional. Si suspendiéramos la venta de proteína vegetal y forraje al Norte, ¿con qué alimentarán allí su ganado? ¿Podrán mantener semejantes rodeos? ¿O comprarán nuestra carne, cuando su gente acceda a la calidad del Sur, en un mercado auténticamente globalizado? ¿Qué pasará con su producción láctea subvencionada, que impidió crecer a la nuestra?
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Así como fue indispensable, en cierto momento de la historia, fomentar la producción masiva de alimentos por medios artificiales para sobrevivir, fieles a este mismo concepto de supervivencia y apuntando al bienestar de la humanidad hoy el mundo requiere desandar caminos tecnológicos, para progresar en la defensa de su hábitat y su salud.
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Mejor que nadie, la Argentina puede alimentar al mundo con comida sana. Y si implementamos una agroindustria eficiente a partir de nuestras materias primas, habrá trabajo y prosperidad, aquí. No sirve malgastar energías, irritándonos porque el Norte protege siempre al Norte: la autoprotección es natural. El concepto valioso por rescatar del intríngulis de los subsidios es que, en esta particular coyuntura histórica, si el Sur protege al Sur, protegerá al mundo.
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La autora es ama de casa y productora agropecuaria.
.<< Comienzo de la notaAlbert Einstein dijo que "es más fácil desintegrar un átomo que un preconcepto". De ahí, quizá, la obstinación del sector agropecuario argentino y sus representantes de turno en el gobierno, que discuten desde 1947, año tras año en rondas internacionales de negocios, la eliminación de subsidios agropecuarios y barreras pararancelarias del hemisferio norte. Como si el futuro argentino dependiera exclusivamente de la benevolencia de los países industriales ricos y confiáramos en la mágica inercia de discusiones estériles para solucionar los problemas del país.
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Por el camino trillado durante el siglo XX, y antes también, sólo logramos cosechar amargas ratificaciones del empecinamiento del Norte en perpetuar normas proteccionistas para su comercio. ¡Qué reconfortante sería ver en el gobierno argentino y en nuestras entidades rurales similar ahínco e ingenio para defender lo propio! Ahora, la información globalizada y los medios modernos de comunicación admiten nuevas estrategias para neutralizar prácticas comerciales desleales y preservar las economías esencialmente agropecuarias del hemisferio sur.
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El Primer Congreso Internacional de Agronegocios, realizado en la Sociedad Rural en julio de 2002, aportó información sorprendente. Como que en 2001 la Unión Europea fue el segundo productor mundial de carne bovina (7 millones de toneladas), con 82 millones de cabezas de ganado (tercer rodeo mundial), y exportó más del doble que la Argentina.
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Estados Unidos fue el primer productor mundial (12 millones de toneladas), con 97 millones de cabezas (segundo rodeo mundial), sobre una superficie que triplica la europea para 100 millones menos de habitantes, y segundo exportador detrás de Australia.
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Lo siguió Brasil, tercero también como productor, detrás de la UE, a pesar de sus 163 millones de cabezas (primer rodeo mundial, pero de calidad inferior al argentino por desventajas de clima y suelo), sobre un territorio que casi triplica el área europea, y con menos de la mitad de su población.
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La trampa de la soja
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La Argentina fue el quinto productor (no alcanzó los 2,5 millones de toneladas), con 50 millones de cabezas (cuarto rodeo mundial), sobre un área apenas menor que el conjunto de quince países que integran la UE, ésta con 378 millones de habitantes y 36 millones aquí. En exportación, décima.
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Tales datos revelan que la Unión Europea (castigada por inviernos rigurosos, poco espacio y suelos pobres) para producir tanta carne y criar tanto ganado sacrifica calidad en pos de cantidad y provoca una enfermedad mortal para el hombre (su "mal de la vaca loca" surgió de alimentar ganado con proteína animal para suplir carencias de pasto), mientras que nuestra aftosa nunca mató a nadie, salvo el negocio exportador argentino.
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En la década pasada, la crisis de la "vaca loca" impulsó el precio de la soja (fuente de proteína vegetal) a valores exorbitantes, lo que tentó a incrementar su siembra en la Argentina, en zonas antes reservadas a otros cultivos. Desde Estados Unidos llegaron las novedosas semillas transgénicas, cuya inocuidad y bondades nos vendieron sus astutos empresarios (con algo más que picardía), para invadir la pampa fértil. Y, como consecuencia de una siembra desmedida, la supercosecha de soja valió la mitad.
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Los ganaderos del Sur ahora aportamos al Norte proteína vegetal barata para sus rodeos caros. Aún no hay consenso científico respecto a las consecuencias de la soja en el organismo de rumiantes herbívoros o sus efectos sobre el ser humano, ni respecto a la inocuidad de los organismos genéticamente modificados. Pero pronto la soja transgénica será etiquetada como "apta para consumo animal", más barata que su variedad tradicional "para consumo humano". ¿Huele esto a hipócrita barrera arancelaria sojera, similar a eso de carne "aftósica" y "no aftósica"? ¿O esconden peligros para el hombre los alimentos genéticamente modificados?
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De ser así, es grave que la UE compre soja transgénica para alimentar el ganado que después consume su gente. Nuestro flamante Instituto de Promoción de Carnes Vacunas deberá alertar a los consumidores del Norte -vía Internet y medios masivos de comunicación- sobre la dudosa calidad de este ganado y explicarles cómo los estafan sus políticos, que subsidian con impuestos la producción de alimentos malsanos para asegurarse un lugar en el poder merced al voto rural.
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Las amas de casa europeas, que no confunden carne de conejo con carne de liebre, deben ser entrenadas para distinguir entre el ganado del Norte y el del Sur. La carne de su bovino doméstico, que vive en cautiverio, engordado con granos y harinas que se transforman en grasa, es bien diferente, en calidad y sabor, de la carne del animal que vive a la intemperie, se alimenta de pastos naturales -ricos en fibra- y quema grasa al movilizarse para comer.
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Carne saludable y sabrosa
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Los estudios médicos sobre colesterol, realizados todos sobre bovinos del Norte, no reflejan las características excepcionales de nuestra carne, saludable y sabrosa. En la Argentina, más que implementar normas de trazabilidad del ganado (imprescindibles en el Norte, por sus técnicas de producción), deberían prohibirse los feedlots , que atentan contra la calidad única de nuestro bife, fruto de generaciones de ganadería pastoril.
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Es la oportunidad del enroque. Unidos, con estrategias coherentes, los países del Sur podemos avanzar sobre el tablero internacional. Si suspendiéramos la venta de proteína vegetal y forraje al Norte, ¿con qué alimentarán allí su ganado? ¿Podrán mantener semejantes rodeos? ¿O comprarán nuestra carne, cuando su gente acceda a la calidad del Sur, en un mercado auténticamente globalizado? ¿Qué pasará con su producción láctea subvencionada, que impidió crecer a la nuestra?
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Así como fue indispensable, en cierto momento de la historia, fomentar la producción masiva de alimentos por medios artificiales para sobrevivir, fieles a este mismo concepto de supervivencia y apuntando al bienestar de la humanidad hoy el mundo requiere desandar caminos tecnológicos, para progresar en la defensa de su hábitat y su salud.
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Mejor que nadie, la Argentina puede alimentar al mundo con comida sana. Y si implementamos una agroindustria eficiente a partir de nuestras materias primas, habrá trabajo y prosperidad, aquí. No sirve malgastar energías, irritándonos porque el Norte protege siempre al Norte: la autoprotección es natural. El concepto valioso por rescatar del intríngulis de los subsidios es que, en esta particular coyuntura histórica, si el Sur protege al Sur, protegerá al mundo.
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La autora es ama de casa y productora agropecuaria.
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