Precios de alimentos y cambio climático
El precio mundial de los alimentos batió récords en enero. Según el columnista, esa escalada explica la ola de revueltas contra regímenes de Medio Oriente
Estamos en medio de una crisis alimentaria mundial, la segunda en tres años.
Los precios internacionales de los alimentos tocaron un récord en enero, impulsados por las enormes subas del precio del trigo, maíz, azucar y aceites. Esa escalada de los precios tiene un efecto apenas modesto en la inflación de los EE.UU., todavía baja para los estándares históricos, pero está teniendo un impacto brutal en los pobres del mundo, que gastan gran parte, si no la mayor parte, de su ingreso en alimentos básicos.
Las consecuencias de esta crisis alimentaria van más allá de la economía. Después de todo, la gran pregunta respecto de los levantamientos contra los regímenes opresivos y corruptos de Medio Oriente no es tanto por qué ocurren, sino por qué están ocurriendo ahora.
Y hay pocas dudas de que los estratosféricos precios alimentarios han sido un disparador de la ira popular.
¿Qué hay detrás de los aumentos de los precios? Los derechistas estadounidenses (y los chinos) culpan a las políticas monetarias blandas de la Reserva Federal estadounidense y por lo menos un comentarista ha dicho que hay "sangre en las manos de Bernanke." Por su parte, el presidente francés Nicolas Sarkozy culpa a los especuladores, acusándolos de "extorsión y pillaje".
Pero la evidencia cuenta otra cosa, mucho más ominosa. Si bien una serie de factores han contribuido al alza de precios de los alimentos, lo que realmente sobresale es el grado de perturbación de la producción agrícola causada por acontecimientos climáticos severos.Y esos acontecimientos climáticos severos son exactamente el tipo de cosa que es esperable cuando las concentraciones crecientes de gases del efecto invernadero cambian nuestro clima, lo cual implica que el actual aumento de precios de los alimentos podría ser apenas un comienzo.
Ahora, en cierta medida, el alza de los precios de los alimentos es parte de un boom mundial de los commodities: los precios de muchas materias básicas, incluido todo el espectro del aluminio al zinc, vienen subiendo velozmente desde comienzos del 2009, debido, principalmente, al rápido crecimiento industrial en los mercados emergentes.
Pero el nexo entre crecimiento industrial y demanda es mucho más claro cuando se trata por ejemplo de cobre que de alimentos. Con excepción de los países sumamente pobres, el aumento del ingreso no tiene mucho efecto en cuánto come la gente.
Es cierto que el crecimiento en países emergentes como China conduce a un aumento de la demanda de carne, que a su vez genera un alza de la demanda de forraje. También es cierto que las materias primas agrícolas, especialmente el algodón, compiten por la tierra y por otros recursos con los cultivos de alimentos, como también lo hace la producción subsidiada de etanol, que consume mucho maíz. De modo que el crecimiento económico y una mala política energética han desempeñado algún rol en la suba de precios de los alimentos.
Así y todo, hasta mediados del año pasado, los precios de los alimentos iban a la zaga de los precios de otros commodities. Después, el clima irrumpió.
Considérese el caso del trigo, cuyo precio casi se ha duplicado desde mediados del año pasado.
La causa inmediata de la trepada del precio del trigo es obvia: la producción mundial descendió marcadamente. El grueso de esa declinación, según datos del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, refleja una abrupta caída en la ex Unión Soviética. Y sabemos con qué se relaciona: una ola de calor y una sequía sin precedentes, que elevaron la temperatura de Moscú a más de 37°Cpor primera vez en la historia.
La ola de calor en Rusia ha sido uno de los muchos acontecimientos climáticos recientes de los últimos tiempos, desde la sequía en Brasil hasta las inundaciones australianas, de proporciones bíblicas, que han perjudicado la producción mundial de alimentos.
La pregunta, entonces, es qué hay detrás de todos estos fenómenos climáticos extremos.
En alguna medida estamos viendo los resultados de un fenómeno natural, La Niña, un acontecimiento peródico en el cual el agua del Pacífico ecuatorial se enfría más de lo normal. Y los episodios de La Niña históricamente han estado asociados con crisis mundiales de los alimentos, incluida la de 2007-8.
Pero ésa no es toda la historia.
Que las nevadas no nos confundan: mundialmente, el 2010 es comparable al 2005 en cuanto al año más caluroso de que se tenga noticia, aun cuando estábamos en un mínimo solar y La Niña fue un factor de enfriamiento en el segundo semestre. Hubo récords de temperatura no sólo en Rusia sino en no menos de 19 países que abarcan un quinto de la superficie terrestre del planeta. Y las dos, sequías e inundaciones, son consecuencias naturales de un mundo que se calienta: las sequías, porque hace más calor; las inundaciones, porque los océamos calentados generan más vapor de agua.
Como siempre, uno puede no atribuirle ninguno de esos acontecimientos climáticos a los gases que provocan el efecto invernadero.
Pero el patrón que estamos viendo en estos tiempos, el de la frecuencia mucho mayor de alturas extremas y clima extremo en general, es justamente lo esperable del cambio climático.
Los sospechosos de siempre se pondrán locos, por cierto, con cualquier sugerencia de que el calentamiento planetario tiene algo que ver con la crisis alimentaria: los que sostienen que Ben Bernanke tiene sangre en sus manos tienden a ser más o menos la misma gente que sostiene que el consenso científico sobre el cambio climático es el resultado de una vasta conspiración izquierdista.
Pero la evidencia, de hecho, sugiere que lo que ahora estamos teniendo es una primera demostración de la perturbación, económica y política, que tendremos en un mundo recalentado, y dada nuestra inacción sobre los gases del efecto invernadero, vendrán muchas más cosas, y mucho peores.