Papel y pasteras: consumismo del Norte, impactos en el Sur
Advierten que Latinoamérica se encuentra en una encrucijada, a punto de ingresar en un espiral descendente de más contaminación, más pobreza y menos calidad de vida. Si no se revierte el hiper-consumismo de las economías del norte, no habrá solución posible para el cambio climático, el agotamiento de los recursos vitales como el agua y el aumento descontrolado de la pobreza
Serio panorama en el sur por descontrolado consumo de papel en países del norte
Con Botnia como último antecedente, se espera que Sudamérica se convierta en importante productora de papel y cartón para satisfacer el enorme crecimiento del consumo de los países del norte. La voracidad de los estados más ricos de la Tierra demandaría, según informes de Greenpeace, la construcción de dos plantas como la de Fray Bentos por año hasta 2020, con crecientes impactos ambientales y socioeconómicos.
En la actualidad, los grandes consumidores ya no producen su propia celulosa. En los últimos 15 años comenzaron a definirse zonas de consumo y otras que se perfilan como enormes productoras de papel y pulpa. En su búsqueda de áreas con mejores condiciones climáticas y económicas, la industria se expandió hacia Asia y América Latina. Y Sudamérica se convirtió en un espacio “prioritario”.
Según un documento difundido en 2006, si bien en Argentina no se verifica un crecimiento importante de la capacidad productiva de celulosa, para antes de 2010 “las ampliaciones serán motorizadas por el crecimiento del mercado interno y por la exportación”.
De acuerdo con el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales, ese consumo excesivo “genera graves impactos sobre la vida de millones de personas en el sur”: para el papel se necesita madera, esta proviene de enormes monocultivos de árboles instalados donde la tierra es fértil y barata, la mano de obra menos costosa, se otorgan subsidios y apoyos estatales, y el control ambiental es escaso.
El resultado es el mismo para cada país. “Latifundización y extranjerización de la tierra, concentración del poder, expulsión de la población rural, pérdida neta de empleos locales, agotamiento de suelos y recursos hídricos, pérdida de biodiversidad”. Y el problema “se agrava aún más cuando se instalan fábricas de celulosa para exportación en la cercanía de las áreas plantadas, con los consiguientes impactos socioambientales”.
“Botnia en Uruguay, Celco en Chile y Aracruz en Brasil, no son más que la punta de lanza de lo que se viene aquí. Hay que estar también atentos a lo que se haga sobre el río Paraná, donde el abundante caudal ‘diluye’ falazmente la contaminación. Una vez instaladas una, dos o tres megapasteras, inevitablemente se creará un polo de industrias sucias en la región, se expulsarán las industrias y servicios amigables con el medio ambiente y las que necesitan agua y suelos de alta calidad, generando una ola de migración y desempleo”, aseveró Jorge Cappato, director general de la Fundación PROTEGER y coordinador nacional del Comité Argentino de la Unión Mundial para la naturaleza (UICN), en diálogo con RENA.
Según el experto de PROTEGER, con la excusa de que “el río ya está contaminado”, y con la luz verde de controles políticos endebles, “las industrias sucias –y de producción masiva y barata, porque comparativamente generan poco empleo y porque poco les importa el ambiente-, vendrán como moscas a la miel. Entraremos en un espiral descendente de más contaminación, más pobreza y menos calidad de vida. Esta es la encrucijada y el punto de inflexión en que nos encontramos precisamente en este momento en el Cono Sur”.
Un crecimiento insostenible
En su informe de 2006, Greenpeace Argentina asegura que el índice de consumo de papel en el mundo a comienzos del siglo XXI se calculaba en 300 millones de toneladas anuales, mientras que en 2005 ascendió a 366 millones y se espera que para 2020 alcance los 566 millones. Del 9 por ciento de la producción global en 2005, se prevé que Latinoamérica expanda su producción al 25 por ciento para 2010.
Según el trabajo, la demanda mundial de pulpa de celulosa blanqueada en el mercado crecerá de 45 millones de toneladas en 2005 a 74 millones de toneladas en 2020. Ese incremento de 29 millones de toneladas implicará una ampliación del mercado en 1,9 millones por año hasta 2020, equivalente a dos plantas como la de Botnia por año.
Para abastecer una papelera con una capacidad de producción de 300 mil toneladas son necesarias 50 mil hectáreas de plantaciones de monocultivos. Plantas como las previstas en Fray Bentos (1,5 millón de toneladas al año) requieren superficies cultivables de más de 250 mil hectáreas.
En su trabajo presentado en agosto del año último, la organización se refiere a la escalada de la producción de celulosa en Latinoamérica y a la posibilidad que tienen las empresas y los gobiernos de transformar esa industria contaminante en otra limpia, al fijar criterios ambientales que se sostengan en el tiempo y promover el reciclado en los países del norte, que son los máximos consumidores.
“Durante las próximas décadas habrá una importante presión para ampliar las zonas de plantaciones y la radicación de fábricas de pulpa de celulosa en gran escala. Uruguay y Argentina aparecen como dos países con gran potencial para el desarrollo de ambas necesidades”, comenta el informe, titulado “La escalada de la celulosa en la región; industria sucia o producción limpia”.
El documento propone, como alternativa para un desarrollo sostenible de la industria en una región en la que avanzan las inversiones extranjeras, un Plan de Producción Limpia, con un conjunto de criterios para que Uruguay y Argentina incluyan límites a la escala productiva, certificación para las plantaciones forestales y sistemas de producción libre de cloro y contaminante.
“En particular, en Argentina no se verifica una ampliación importante de la capacidad productiva de celulosa para antes de 2010; las ampliaciones serán motorizadas principalmente por el crecimiento del mercado interno y en menor medida por las exportaciones”, anticipa el informe.
“Considerando la llegada de capitales chilenos en los últimos años y el potencial existente, es de esperar que hasta el 2010 la actividad se centre en ampliar la superficie de plantaciones, y sólo a partir de ese año se procure la radicación de plantas de fabricación de celulosa destinada principalmente al mercado internacional”, alerta.
El informe de Greenpeace sigue la línea del documento europeo “Una visión común para transformar la industria europea del papel”, acordado en la reunión del Movimiento Forestal Europeo (FME,) el 2 de octubre de 2005.
El documento, signado por 48 organizaciones, establece: “queremos ver una Europa que reduzca radicalmente su consumo de papel, que éste sea fabricado por una industria que dependa menos de la fibra virgen de árboles, maximice el uso de los materiales reciclados, respete los derechos territoriales de la población local, ofrezca empleo y tenga impactos sociales que sean beneficiosos, no tengan conflictos y sean justos”.
“Queremos ver que todo el papel de Europa se fabrique de fibras de fuentes responsables y sostenibles utilizando energía completamente renovable, con agua que esté igual de limpia antes y después de la producción del papel y que no produzca ningún desecho ni emisión”, agrega el texto.
Unos en exceso, otros casi nada
Según datos del Instituto para los Recursos Mundiales, el consumo anual per cápita mundial de papel y cartón fue de 52 kilos en 2004. Pero, como sucede con todos los promedios, “éste esconde la desproporción entre quienes consumen mucho y quienes consumen poco”, explica el Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (World Rainforest Movement).
“En efecto, los ciudadanos de los llamados países ‘desarrollados’ consumieron en promedio 175 kilos, en tanto que los de los llamados ‘en vías de desarrollo’, consumieron apenas 20”, revela la organización.
Y continúa: “esos promedios esconden la realidad de que en algunos países del norte el consumo es muy superior -como en los casos de Finlandia (334 kgs), Estados Unidos (312) y Japón (250)- y que un consumo supuestamente ‘bajo’ –por ejemplo, de 20 kilos- puede alcanzar perfectamente para cubrir las necesidades básicas de papel”.
Ese consumo excesivo, agrega, genera graves impactos sobre la vida de millones de personas en el sur. “Ese papel y cartón se produce a partir de celulosa, para cuya elaboración se requiere madera, que crecientemente proviene de enormes monocultivos de árboles, en particular eucaliptos, pinos y acacias”.
Esos monocultivos se instalan en regiones que reúnen varias condiciones: rápido crecimiento de los árboles, acceso a amplias áreas de tierra fértil y barata, bajo costo de mano de obra, disponibilidad de subsidios y apoyos estatales, escaso control ambiental. “Es decir: básicamente en el Sur”.
“El resultado es el mismo en país tras país: latifundización y extranjerización de la tierra, concentración de poder, expulsión de la población rural, pérdida neta de empleos a nivel local, agotamiento de suelos y recursos hídricos, pérdida de biodiversidad. Pese a las promesas de ‘desarrollo’ que acompañan a las plantaciones, los impactos no hacen más que agravarse a medida que se incrementa el área plantada, como es fácilmente percibido en países con millones de hectáreas de plantaciones como Sudáfrica, Brasil, Chile e Indonesia”.
“El problema se agrava aún más cuando se instalan fábricas de celulosa para exportación en la cercanía de las áreas plantadas, con los consiguientes impactos socioambientales. Aracruz y Veracel en Brasil, Arauco en Chile y Argentina, Sappi y Mondi en Sudáfrica y Swazilandia, Advance Agro en Tailandia, Asia Pulp and Paper en Indonesia son ejemplos conocidos de los graves impactos de esta industria”.
¿Y todo para qué? “Para que la industria del papel pueda disponer de celulosa abundante y barata para seguir ampliando sus mercados y aumentando sus ganancias mediante la permanente invención de nuevas ‘necesidades’”, responde el World Rainforest Movement.
“El resultado –en particular en el norte pero también replicado crecientemente en el sur- es la imposición de un consumo desmedido de papel. Los ejemplos abundan. Existe una cantidad impresionante de artículos descartables de papel y cartón como vasos, platos, bandejas, servilletas y hasta manteles que están sustituyendo -a nivel masivo- a sus similares duraderos”.
Esa realidad, por ejemplo, se ve cuando una persona adquiere un par de zapatos. Este viene envuelto en papel, dentro de una caja de cartón y es entregado al comprador en una bolsa de papel. O en la publicidad por correspondencia no solicitada que cada mañana invade los hogares de la gente. “En definitiva, toda persona es forzada a consumir una dosis diaria de papel y cartón que nunca pidió ni quiso consumir”.
“El tema trasciende entonces a la responsabilidad del consumidor individual y se enmarca en el plano más amplio de la sociedad de consumo. Por tanto, no se resuelve simplemente culpabilizando al individuo, sino que se trata de un tema que debe ser resuelto a nivel de la sociedad en su conjunto”.
En ese plano, “las sociedades del Norte deben llegar a comprender que su estilo de vida -en el que el consumo ocupa un lugar exagerado- está afectando las posibilidades de supervivencia de personas con sus mismos derechos en otras partes del mundo. Al mismo tiempo, deben entender que ese consumo desmedido está llevando al planeta al desastre ambiental, que ya se evidencia en el cambio climático, el agotamiento y contaminación del agua, la pérdida de biodiversidad, entre otros”.
Consumo, consumismo, Norte y Sur
“No hay solución posible a las tres grandes amenazas para la supervivencia de la civilización actual (el cambio climático global, el agotamiento de los recursos vitales y el crecimiento irrefrenable de la pobreza) sin que se revierta el hiper-consumismo de las sociedades y las economías del hemisferio norte”, dijo Jorge Cappato, titular de PROTEGER, a RENA.
Y dio un ejemplo: “Mientras China y Europa sigan demandando soja para su industria o para alimentar a los cerdos será muy difícil terminar con la deforestación causada por el avance de la frontera agrícola. Esto es lo que llamamos ‘convertir nuestros bosques en jamón’”, sentenció.
“¿Hasta cuándo se podrá resistir la presión sobre los ecosistemas naturales y sus recursos cuando la demanda de los mercados mundiales crece en todos los órdenes?”, se preguntó. “Hoy, la producción mundial se ha acelerado tanto que se produce en 10 días lo que hace un siglo tardaba un año; y esto no es un eufemismo”.
“Imagínense el impacto brutal que esto tiene en la atmósfera y en los sistemas ecológicos agrarios y urbanos que -justamente- son los que deben asegurar los recursos esenciales para la gente y para la producción misma: como el agua, el suelo, los peces, los bosques, la calidad del aire y la estabilidad del clima”.
Para Cappato, un cambio en el actual furor consumista hacia hábitos responsables y sustentables de consumo en los países centrales “es imposible sin una fuerte alianza y una sana pero creciente presión desde los países pobres o en desarrollo del sur hacia las sociedades, gobiernos y sectores políticos lúcidos de los países ricos del norte”.
“La tendencia hiper-consumista del norte y su correlato en el sur con su paquete tecnológico insustentable nos llevan a un punto de no retorno, de colapso ambiental, de agotamiento, de tensión social en aumento, de ingobernabilidad. La vida se vuelve insegura en todos los órdenes, basta prestar atención al top ten de los noticieros”.
Según su visión, “vamos camino de la inestabilidad y el caos global. Aunque mucha gente consciente parece mirar al costado, los indicadores de hacia dónde vamos son contundentes, incontrastables. Cuando esta clase dirigente entregue el poder a la generación que viene, ésta no podrá manejar el huracán social de la indigencia, ni afrontar el costo impagable de los ‘desastres naturales’. ¿Cuántos Katrinas más hacen falta para que el Norte reaccione?”, volvió a preguntarse.
En el caso específico del papel, “se sabe muy bien lo que hay que hacer: reducir el consumo superfluo y el derroche, reciclar, implementar una producción efectivamente limpia”, dijo.
“También se sabe que el crecimiento ilimitado del consumo de papel en los países ricos tiene como contrapartida inevitable la instalación de decenas de nuevas megaplantas pasteras y papeleras en los países del sur. Botnia en Uruguay, Celco en Chile y Aracruz en Brasil no son más que la punta de lanza de lo que se viene aquí”, aseguró.
“Hay que estar atentos a lo que se haga sobre el Paraná, donde el abundante caudal ‘diluye’ falazmente la contaminación. Una vez instaladas una, dos o tres megapasteras, inevitablemente se creará un polo de industrias sucias en la región, se expulsarán las industrias y servicios amigables con el medio ambiente y las que necesitan agua y suelos de alta calidad, generando una ola de migración y desempleo”, anticipó.
“Con la excusa de que ‘el río ya está contaminado’ y con la luz verde de controles políticos endebles las industrias sucias –y de producción masiva y barata, porque comparativamente generan poco empleo y porque poco les importa el ambiente-, vendrán como moscas a la miel. Entraremos en un espiral descendente de más contaminación, más pobreza y menos calidad de vida. Esta es la encrucijada y el punto de inflexión en que nos encontramos precisamente en este momento en el Cono Sur”, finalizó.
Por Juan Ignacio Manchiola
Fundación PROTEGER